30.05.09

La fuerza y la energía

Uno de los significados de la palabra “espíritu” es ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo. Cuando nos falta el “espíritu” nos sentimos languidecer. No solamente puede debilitarse el cuerpo - por ejemplo, en la enfermedad -, sino que también el “espíritu” puede abatirse.

Aunque mejoremos nuestras condiciones de vida – la vivienda, el bienestar material, la comodidad –, si nuestro espíritu no está fuerte, entonces no encontraremos la felicidad. Incluso teniéndolo todo, nos parecerá que las cosas, y que la misma existencia, no merecen demasiado la pena.

El “espíritu” es también un modo de denominar nuestra alma. Los hombres somos seres “espirituales”, dotados de “espíritu”; es decir, llamados a un fin sobrenatural, destinados, desde la creación, a ser elevados, por pura gracia, a la comunión con Dios.

La solemnidad de Pentecostés nos recuerda que la fuerza y la energía interior nos viene de Dios, y que la realización de esa capacidad de nuestra alma de ser elevada al plano de lo divino es también una obra de Dios, del Espíritu de Dios.

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29.05.09

La “escala de los males”

Es difícil establecer una sucesión ordenada de la gravedad de los males, porque los males, frecuentemente, son muy diferentes entre sí, y sólo coinciden en el común denominador de ser males.

Si a uno de nosotros nos asaltan por la calle y el responsable de esa acometida nos pregunta: “¿Usted qué prefiere, que le clave la navaja en un ojo o en el hígado?”, seguramente tendríamos el deseo de contestarle: “¿Por qué tiene usted que clavarme una navaja?”. Es verdad que sin un ojo se puede vivir y sin un hígado no, pero yo no le quedaría eternamente agradecido a quien me privase de uno de mis ojos.

Una escala se puede establecer más fácilmente dentro de un orden homogéneo. Por ejemplo, se puede decir que un árbol es más alto que otro. Pero resulta más problemático afirmar de una persona: “Es muy alto, pero muy tonto”, porque, obviamente, ser alto no tiene nada que ver con ser más o menos tonto.

Algunas personas que tienden a criticar la escala de los males cuando otros la usan, y se escandalizan porque se compare dos males diferentes, aunque ambos coincidan en que son males, como, pongamos por caso, el abuso de menores y el aborto, no tienen empacho en incurrir, con menor coherencia, en el mismo defecto.

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26.05.09

Ponerse tetas

Para doña Bibiana da todo igual: las tetas, los seres vivos, el aborto, los humanos, o una operación de próstata. Ella, tan sensata, dice que, hoy, no abortaría, pero quizá a los dieciséis años sí lo hubiera hecho. Puede ser que esté encantada con sus tetas. Se mirará al espejo, desnuda, y dirá: ¿Para qué someterme a una operación, si con estos órganos glandulosos y salientes, que como mamífera tengo en número par, he llegado a ministra? ¿Para qué abortar si puedo tener a un ser vivo que a la semana catorce y media puede incluso llegar a convertirse en humano, y en futuro votante de mi glanduloso partido?

A la ministra Aído le sucede lo que a algunas adolescentes medio neuróticas. No le preocupa la función, le preocupa la apariencia del órgano. Lo de menos es que la teta secrete leche – la función - . Lo importante es que la chica se sienta guay, muy buena, estupenda, deseable, capaz de avergonzar a otras compañeras de gimnasio menos dotadas de glándulas salientes – la apariencia - .

En esto, las chicas descerebradas son como los chicos descerebrados. La función no crea el órgano. El órgano – el tamaño del órgano – crea la autoestima, la presunción absurda de creerse el rey del mambo sólo por unos centímetros de más, aun a costa de muchas neuronas de menos.

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24.05.09

No es de recibo, Monseñor

Esta mañana, de camino a la sede de una Hermandad del Rocío, he pasado, vestido de sotana, por delante de una iglesia cristiana no católica. He visto que estaban celebrando el culto dominical y he pensado: “son mis hermanos, aunque estén separados”. No puedo, ni quiero, sentir antipatía por otros cristianos. Más bien siento, espontáneamente, lo contrario. Pienso que, en medio de un mundo indiferente, que se confiese a Cristo es algo tan importante que, por sí mismo, crea un vínculo de comunión y de afecto.

Pero esta convicción no llega a nublar mi juicio sobre las cosas. Leer lo que ha declarado el obispo lefebvrista Monseñor De Galarreta me entristece. Yo creo que, de ese grupo de obispos seguidores de Monseñor Lefebvre, el más sensato, el más católico, es Monseñor Fellay. Ha dado, pienso, pruebas de ello.

“El acto de las consagraciones episcopales de 1988 por Monseñor Lefebvre fue un acto absolutamente necesario para la continuidad del sacerdocio católico, de la Tradición, de la fe católica y de la misma Iglesia. Fue un acto de supervivencia, de salvaguarda de la fe católica, y por lo tanto no es una falta que deba recibir ningún tipo de condenación o de censura. Fue un acto virtuoso y a mi modo de ver supremamente virtuoso por el bien de las almas y de la Santa Iglesia”, dice De Galarreta. Obviamente, esta declaración es absurda. Parece ignorar que la Iglesia es indefectible, y que el Espíritu Santo la asiste constantemente.

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23.05.09

La Ascensión y la dignidad de cada hombre

La solemnidad de la Ascensión del Señor se sitúa en la dinámica de la Pascua, del paso o éxodo de Cristo de este mundo al Padre. Jesucristo, vencedor de la muerte, entra para siempre con su humanidad glorificada en la esfera de Dios; en ese ámbito divino simbolizado en la Escritura por la nube y por el cielo.

El movimiento del ascenso, de la subida, nos hace pensar en el descenso, en la Encarnación: el que vuelve al Padre es el que salió del Padre (cf Juan 16, 28). Entre la salida primera y el retorno hay una diferencia. Cristo “sale” del Padre para, sin dejar de ser Dios, hacerse hombre, verdaderamente hombre, semejante a los hombres en todo, menos en el pecado.

Como canta la liturgia: “Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”. Pero este “hacerse hombre” no es un acontecimiento pasajero, como si el Hijo de Dios se revistiese de un modo puramente externo de la condición humana. No, la Encarnación es un acontecimiento definitivo, irreversible. Para siempre, el que era sólo Dios es también hombre. Por su Ascensión, un hombre, uno de los nuestros, con un cuerpo como el nuestro, ha entrado para siempre en Dios.

Si la Encarnación supone la máxima cercanía de Dios a los hombres, la Ascensión supone la máxima cercanía de la humanidad y del mundo a Dios. El camino hacia Dios, el itinerario que marca para el hombre la meta definitiva, no es un camino cerrado, un callejón sin salida, un esfuerzo imposible. Es una realidad; es un camino ya transitado. El “territorio de Dios” no está vedado; la frontera se ha alzado para siempre: “Dios está abierto respecto del hombre” (J. Ratzinger).

Todo esto no carece de consecuencias para nosotros. Por la Ascensión, la naturaleza humana ha sido “extraordinariamente enaltecida”, hasta el punto de participar de la misma gloria de Dios. Nadie, salvo Dios, puede exaltar de tal modo la condición humana, elevarla a la dignidad suprema de lo divino.

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