Una costumbre muy fea
La grosería se ha vuelto un componente más o menos aceptado de nuestra vida cotidiana. La descortesía, la falta de respeto, la tosquedad, se imponen con la fuerza de lo que ya se considera normal.
Claro que hay cosas mucho más graves que también se admiten; entre ellas, y la peor de todas, el aborto. Particularmente cruel cuando es el resultado final de una amniocentesis que tiene como consecuencia desechar, como quien elimina los frutos de la una mala cosecha, fetos probablemente insanos (como si por ser “defectuosos” dejasen de pertenecer a nuestra especie). Y subrayo lo de “probablemente”. Porque muchos de los señalados por el índice de la Reina de la Noche de la Medicina eugenésica vienen al mundo bien saludables, si los padres tienen la valentía de resistir al fatídico veredicto y les dejan nacer.
Pero no deseo hablar de esa tragedia cotidiana que va llenando el mundo de prematuros cadáveres y, a la vez, trazando una línea divisoria entre quienes ceden y quienes resisten a las presiones de los verdugos de bata blanca. Dejaremos este asunto para más adelante.