30.12.10

La cercanía de Dios

Homilía para el Domingo II después de Navidad

El misterio de la Encarnación nos habla de la cercanía, de la proximidad y de la inmediatez de Dios: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sb 18,14-15). La gran distancia que separa al hombre de Dios ha sido salvada por el mismo Dios. La Palabra que, desde la eternidad, expresa, por así decirlo, el diálogo intra-trinitario, quiso resonar en el mundo para ser oída por los hombres, elevados de este modo a la condición de interlocutores de Dios.

La venida de Cristo muestra la misericordia de Dios, su condescendencia: La Palabra que se hizo carne y puso su morada entre nosotros es la misma Palabra que estaba con Dios y que era Dios (cf Jn 1,1). Sólo la omnipotencia divina – la omnipotencia de su amor - puede llegar a lo impensable: el anonadamiento de Dios, que se hace concreto en Belén, en Nazaret y en el Calvario.

Dios, sin dejar de ser Dios, quiso entrar en la historia para salvarnos. El Padre envía a su Hijo al mundo. El Hijo, que subsistía eternamente, comenzó a existir en el tiempo también como hombre, asumiendo en su Persona divina la naturaleza humana que el Espíritu Santo suscitó en el seno virginal de María. En Cristo, la Trinidad se acerca a nosotros, ya que el Señor incluyó su humanidad en su relación filial con el Padre y la hizo, asimismo, portadora del Espíritu Santo.

La finalidad de la Encarnación es nuestra salvación: El Hijo de Dios asumió una naturaleza humana “para llevar a cabo por ella nuestra salvación” (Catecismo, 461). Se manifiesta así la suma bondad de Dios, que quiso “comunicarse a la criatura de modo superlativo”, explica Santo Tomás de Aquino.

San Bernardo queda asombrado ante esta prueba de la benevolencia divina: “Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido - dice el Apóstol - la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios”.

Más aun debemos maravillarnos nosotros. Dios se inclina. Dios baja realmente y “nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante el establo de Belén” (Benedicto XVI).

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29.12.10

Madre de Dios

“¡Salve, Madre santa!, Virgen Madre del Rey, que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos!”. Con estas palabras, la Iglesia saluda a María, la Madre de Jesucristo, el Verbo encarnado. Jesús es en verdad hombre, “nacido de una mujer” (Gá 4,4), y es en verdad Dios.

Por su maternidad, María establece una relación única con Dios. Sin dejar de ser criatura, Ella “aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra” (Lumen gentium 53). Asimismo, María está singularmente unida a Jesucristo mediante un vínculo materno-filial, personal y permanente.

La maternidad de María es una maternidad virginal: “María es Virgen, porque es Madre, y es Madre, porque Virgen” (M. Ponce). El único origen humano de Jesús es su Madre, que lo concibió virginalmente por el poder del Espíritu Santo. Los Padres de la Iglesia “ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra” (Catecismo 496).

En la maternidad divina encuentran su razón de ser la inmaculada concepción de Nuestra Señora y su asunción en cuerpo y alma al cielo, como participación en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.

Asociada a la obra de la salvación, María “reunía en su corazón las pruebas de la fe”, comenta San Ambrosio de Milán a propósito de las palabras de San Lucas: “Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). No basta la inteligencia humana para comprender la grandeza del misterio de Cristo; se hace preciso “captar con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir ni pueden contener” (Benedicto XVI).

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24.12.10

La familia de Jesús

Homilía para la fiesta de la Sagrada Familia (Ciclo A)

El Señor quiso nacer y crecer en el seno de una familia. Nacido de la Virgen María, tuvo a San José como padre, no según la carne, pero sí como educador, amparo y custodio. En conformidad con la lógica de la Encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre sometiéndose a los hombres, al fiel cuidado de San José.

En la Sagrada Familia se ven reflejados los valores que han de estar presentes en la vida de cada familia: el amor de los esposos, la colaboración, el trabajo y el sacrificio, la alegría de compartir la existencia diaria. El que teme al Señor honra a sus padres, nos recuerda el libro del Eclesiástico (cf Si 3,2-14). Todas las realidades humanas, vividas de cara a Dios, asumen así una dimensión nueva que, lejos de anularlas, las lleva a su máxima perfección.

“El horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo al que estamos destinados” es el mensaje que la Sagrada Familia, vinculada de modo singular a la misión del Hijo de Dios, envía a toda familia humana – ha recordado el Papa Benedicto XVI - .

El pasaje evangélico de la huida a Egipto (cf Mt 2,13-23) pone de manifiesto, ya desde el principio, el signo de la persecución que acompaña la vida de Cristo (cf Catecismo 530). Jesús conoce la amenaza de un poder que no respeta a Dios ni, en consecuencia, las leyes de Dios. San Beda comenta, en una de sus homilías, que “muchas veces los buenos se ven obligados a huir de sus hogares por la perversidad de los malos, y aun también condenados al destierro”.

Dos reyes son mencionados en este pasaje: Herodes y, tras la muerte de éste, su hijo Arquelao. Ambos personajes históricos ejemplifican, en buena medida, el abuso del poder, la perversión de la autoridad, el atrevimiento de emplear contra Dios y contra los hombres unas prerrogativas que sólo pueden ejercerse, de modo moralmente legítimo, a favor de la justicia “en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados” (Catecismo, 2237).

Las autoridades civiles tienen una enorme responsabilidad. Ante todo, el poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. La Iglesia, que comparte con Jesucristo el signo de la persecución, no puede cansarse de abogar “para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente” (Benedicto XVI).

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22.12.10

Y el Verbo se hizo carne

Homilía para la solemnidad de la Natividad del Señor

La afirmación del Evangelio de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) nos anuncia quién es en realidad Jesucristo. Su identidad es divina. Él es “de la misma naturaleza que el Padre”. Es el Verbo, la Palabra de Dios, “el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” (Hb 1,3).

Sólo “desde arriba” podemos entender a Jesús. Su singularidad absolutamente única radica en ser, con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios. Jesucristo no es, en consecuencia, un personaje más de la historia de los hombres, sino la Persona divina que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para habitar entre nosotros.

Pero si no podemos comprenderlo dejando al margen su condición divina, tampoco podemos avanzar en el conocimiento de Dios prescindiendo de Jesús. Dios “nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1,2). Su Palabra ha tomado aquella forma por la que puede darse a conocer a los sentidos de los hombres: “así el Verbo de Dios, por naturaleza invisible, se hizo visible, y siendo por naturaleza incorpóreo, se hace tangible”, comenta San Agustín.

La divinidad no queda transformada, absorbida, por la carne, pero sí ha hecho suya la carne: “Dios no sólo toma la apariencia de hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en Dios con nosotros; no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia humana, haciéndose carne, es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio” (Benedicto XVI).

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¡Feliz Navidad!

Deseo, con este breve post, felicitar la Navidad a todos los lectores y comentaristas de este blog. Hemos compartido muchas cosas durante un buen intervalo de tiempo: ideas, oraciones y hasta risas.

Si en 2009 el blog recibió 176.562 visitas, en lo que llevamos de 2010 ha recibido 447.458 visitas. Un incremento más que notable. Los lectores provienen mayoritariamente de España, pero también, en significativo número, de otros lugares de Europa, de EEUU y de Iberoamérica.

Se han tratado bastantes temas. Han surgido incluso algunos libros elaborados a partir de lo que he ido escribiendo en el blog. Pero, como he tenido ocasión de manifestar más de una vez, lo mejor ha sido, sin duda, los comentaristas y el ambiente de respeto, cercanía y estima mutua que se ha creado entre todos.

Yo creo que es hora de abrir una nueva etapa. Más sosegada y tranquila y, por ello, con una menor frecuencia de intervenciones mías. Bastará, pienso, con un post a la semana; seguramente ofreciendo a los lectores la homilía de cada domingo.

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