9.04.22

Haced esto en memoria mía

Si quisiésemos resumir el cristianismo en pocas palabras, podríamos evocar esta frase que Jesús pronuncia en su última cena: “Haced esto en memoria mía”. Una acción, la entrega ritual de su cuerpo y de su sangre, se convierte en el memorial que recuerda y hace presente a Cristo mismo.

En ese rito, que instituye la eucaristía, Jesús, sirviéndose de signos - el pan y el cáliz consagrados - anticipa la entrega de su cuerpo y el derramamiento de su sangre que se verificará en la hora de su muerte en el Calvario.

La muerte de Cristo resume su vida terrena, la sintetiza, la eleva a cifra del misterio de su ser. Un pagano, un centurión romano, al ver cómo había expirado, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. En la cruz se explica todo; se hace patente todo con la evidencia de un amor que no retrocede ante nada.

Si algo ha caracterizado los treinta y tres años de Jesús ha sido lo que los teólogos llaman su “pro-existencia”, su “vivir para”, su continua entrega al Padre y a los hombres. Él, que es el más perfecto y el más libre de los hombres, configura su paso por la tierra como un continuo donarse, haciendo ver así que perder es, en realidad, ganar: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”.

Escuchar el “haced esto” de labios de Cristo puede ayudarnos a reconsiderar el modo en el que construimos nuestra identidad, así como la relación que establecemos con la sociedad, con los demás.

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5.04.22

Ya publicada: Novena a san Pancracio

Con fecha de hoy, 5 de abril, ha sido publicada por la editorial CCS la “Novena a san Pancracio” escrita por mí. Tiene una estructura similar a las anteriores de mi autoría y una distribución que se puede consultar en este enlace.

Espero, con esta modesta contribución, ayudar a los devotos de san Pancracio a profundizar en la fe y en la vivencia de la misma.

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18.03.22

Pedir a san José la gracia de las gracias

Al final de su carta apostólica Con corazón de padre, dedicada a san José, el papa Francisco escribe: “No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión”.

Es verdad. La gracia mayor es nuestra conversión, nuestro retorno a Dios, a su misericordia, dejando atrás nuestra miseria. Pascal decía que “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”. Y algo similar encontramos en el Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado […] misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

La gracia de la justificación, al igual que la conversión, incluye la vuelta a Dios, apartándose del pecado, y la acogida del perdón y de la justicia de lo alto. Se trata, como dice el Catecismo, de “la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo”.

San Agustín no dudaba en afirmar que la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra. Dice, incluso, que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia, porque manifiesta una misericordia mayor.

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13.03.22

Convergencias sospechosas: “Si p, entonces q”

Hay algo así como “amistades peligrosas”, una vinculación de términos que evoca el libro de Choderlos de Laclos y la célebre película homónima, protagonizada, entre otros, por Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. Ese “algo así” son las “convergencias sospechosas”. Y hay muchas convergencias de este estilo. En ocasiones, ante algo controvertido, se coincide en la misma posición. Lo llamativo es que no se coincida solo en algo, sino en mucho, o en casi todo. Y lo más clamoroso es que ese algo, ese mucho o ese todo esté prácticamente privado de base racional, asemejándose más a una asociación de ideas que a un raciocinio.

Si no recuerdo mal – y cometo el error de dar vigencia a mi memoria – la Lógica es la ciencia de los principios de la validez formal de la inferencia. Cuando se argumenta, cuando se razona, no basta con el contenido de lo que ha de deducirse, sino que, además, es preciso que la estructura de la deducción sea correcta. No es suficiente con que una casa esté edificada con materiales nobles – granito, mármol, etc. -; es preciso, asimismo, que su forma, su estructura, sea solvente. Si no lo es, la casa puede venirse abajo, tanto si se ha edificado con ladrillos de barro o con lingotes de oro.

Alguna cosa sobre este asunto sabía Aristóteles. En la lógica de las proposiciones, se habla del “modus ponendo ponens”, el modo que, al afirmar, afirma. Es una forma de un argumento válido: “Si P implica Q, y si P es verdad, entonces también Q es verdad”. “Si soy hombre, soy un ser racional. Soy hombre, luego soy un ser racional”. No vale el argumento si se altera la forma y se dice “Si P entonces Q, si Q es verdad, entonces también P es verdad”. No necesariamente es así: No se puede deducir del hecho de ser racional, el ser hombre. Los ángeles son racionales y no son hombres.

No es mi objetivo adentrarme en las cuestiones de la lógica, sino más modestamente, e imprecisamente, señalar una “convergencia sospechosa”. La formularé del siguiente modo: “Si es usted antivacunas, será usted, con toda probabilidad, pro-Putin”. Obviamente, uno puede ser “pro-Putin", para entendernos, y estar a favor de las vacunas. Pero es mucho menos frecuente ser antivacunas y anti-Putin.

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12.03.22

Ucrania

Nunca he visitado Ucrania. Tampoco Rusia. Lo más cerca que estuve de ambos países fue cuando viajé a Polonia – en dos ocasiones – y a Rumanía – una sola vez -. Ucrania, casi por casualidad, ha estado presente en mis lecturas últimas. El admirable libro “La liebre con ojos de ámbar”, de Edmund de Waal, recorre varias ubicaciones, que son marco y trama a la vez, de vivencias personales, familiares e históricas: París, Viena, Tokio… y, al final, entre otras ciudades, Odesa: “Nadie me había contado que era tan hermosa – escribe de Waal sobre Odesa – […] que había catalpas en las aceras, que por las puertas abiertas se veían patios, suaves escaleras de roble, que había casas con galería”.

Yo no sé cómo era Odesa, ni cómo es ahora, ni cómo seguirá siendo, en el supuesto de que siga siendo. No obstante, el hilo de la lectura, el nexo que, en buena parte, nos une al universo, me ha guiado hasta Irène Némirosvky; en concreto a “Los fuegos de otoño”. Esta extraordinaria escritora nació en Kiev, en 1903, y murió en Auschwitz, en 1942. Huyendo, su familia, de la revolución bolchevique, Irène se educó en París. La Segunda Guerra Mundial cambió su destino – lo “interrumpió”, con el carácter definitivo que tienes algunas “interrupciones” – para morir asesinada en Auschwitz.

Nos quedan sus obras. Para mí, ahora, “Los fuegos de otoño”. Una novela que recrea el final de la Primera Guerra Mundial, el París de entreguerras y los tambores que anunciaban la Segunda Guerra Mundial. Una grandísima escritora ucraniana.

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