InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

15.12.23

Poetas religiosos

En un epigrama, Jesús Cotta expresa su asombro por la inmensidad de la creación: “A Dios le pasó con las estrellas/ lo mismo que a Velázquez con las lanzas:/ todas le parecían pocas”. No sé si el número de los poetas religiosos es tan grande como el de las estrellas o el de las lanzas del célebre cuadro, pero ciertamente no es pequeño. Así lo afirma la filóloga Yolanda Obregón en la segunda edición de su antología “400 poemas para explicar la fe” (Vita Brevis, Maxstadt 2023): “solo queda regocijarse con la abundancia, y aún más, con el vigor, de la poesía religiosa actual, que viene a continuar la tradición de nuestra literatura lírica más memorable”.

Con relación a la primera edición del libro, que data de 2019, se mantiene la cantidad de cuatrocientos poemas, pero incrementando de modo muy destacado las aportaciones de  creadores recientes, de España y de Iberoamérica, de poesía religiosa en castellano. Basta recorrer el apartado de notas biográficas de los autores para comprobarlo: María Victoria Atencia García, Antonio Barnés Vázquez, Izara Batres Cuevas, Jesús Beades, Pablo Blanco del Moral, José Julio Cabanillas, Francisco Javier Carrión; Daniel Cotta Lobato, Jesús Cotta Lobato, Luis Alberto de Cuenca, Bruno Moreno Ramos…, por citar solo a algunos. Los más modernos conviven con los ya clásicos, como fray Luis de León o Lope de Vega.

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7.12.23

El cardenal Thuan, alegría y esperanza

El cardenal vietnamita Nguyen Van Thuan (Phu Cam 1928-Roma 2002) es una de las personalidades más atractivas de la Iglesia Católica de nuestra época. Su trayectoria vital está entretejida con la compleja historia de Vietnam. En 1954 tiene lugar la división de Vietnam y su tío Diem, que sería asesinado en 1963, es nombrado presidente de Vietnam del Sur. En abril de 1975, Thuan es nombrado arzobispo coadjutor de Saigón, poco antes de la entrada de los comunistas en esa ciudad. Sin jamás ser sometido a un juicio formal, Thuan es enviado a prisión el 15 de agosto de 1975 y permanece cautivo hasta noviembre de 1988.

De los trece años pasados en prisión, nueve los vivió en aislamiento. Cuando, en 1967, fue ordenado obispo de Nha Trang escogió como lema “Gaudium et spes”, “alegría y esperanza”, palabras que encabezan la constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual. Ante una realidad ineludible, como la prisión injusta, se puede optar, como lo hizo Thuan, por vivir el momento presente colmándolo de amor. En un poema expresa esa idea: “Mi vida está integrada/ por millones de segundos y de minutos./ Vivo con perfección cada minuto/ y la vida será santa”. Muchas veces experimentó tratos humillantes por parte de los carceleros y estuvo tentado de dejarse vencer por el odio, pero con perseverancia, valentía y oración pudo adquirir las cualidades del bambú, que se pliega con facilidad, pero no se rompe. En uno de los momentos peores recibe una luz de Dios: “Mi deseo era ver a Dios, pero no lo puedo ver. Es a través de mi enemigo, convertido en amigo, como debo verlo”.

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5.12.23

Un artículo en la revista “Liturgia y espiritualidad”: “El deseo de comunión”

La revista Liturgia y Espiritualidad, del Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona, me había pedido, hace ya un tiempo, un artículo sobre “El deseo de comunión”, comentando el número 57 de la carta apostólica Desiderio desideravi del papa Francisco sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. Cito, en su integridad, este pasaje del papa, que se refiere a la presidencia de la asamblea por parte del sacerdote cuando se celebra la santa Misa:

“Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad ‘sacramental’ –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49)”.

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2.12.23

La esencia del cristianismo. Guardini/Ratzinger. Conclusión

La aproximación a la problemática de la “esencia del cristianismo” por parte de Romano Guardini y de Joseph Ratzinger busca dar una respuesta a la relación de la fe con la modernidad preservando lo nuclear de la revelación cristiana. El cristianismo no se puede reducir a la medida de la razón ilustrada de la modernidad, a su competencia en la investigación histórica o a su capacidad de desarrollar sistemas filosóficos, suprimiendo la referencia a la alteridad de la revelación y de la fe.

Para Guardini, la subjetividad moderna no puede ser la norma de lo divino. Para Ratzinger, la adecuada hermenéutica del Concilio Vaticano II, que últimamente trata sobre el binomio Iglesia-sociedad moderna, ha de preservar la originalidad cristiana, sin mundanizar lo revelado, porque la Iglesia transmite lo que el mundo no es capaz de producir, sino solamente de recibir.

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28.11.23

La esencia del Cristianismo. Joseph Ratzinger (4). El Espíritu Santo, la Iglesia y las estructuras de lo cristiano

El Espíritu Santo y la Iglesia

La tercera parte del símbolo habla del Espíritu Santo como don de Dios a la historia. La Iglesia se entiende a partir de este don, como su lugar de acción en el mundo a través, concretamente, del bautismo – y de la penitencia – y la eucaristía[1]. Igualmente, las palabras conclusivas del símbolo, referidas a la resurrección de la carne y a la vida eterna, son también ampliación de la fe en el Espíritu Santo y en su poder transformador.

La espina dorsal del concepto de Iglesia es la idea sacramental: “la Iglesia y los sacramentos van siempre juntos, no pueden existir por separado”[2]. En su estructura paradójica de santidad (divina) y pecado (humano), la Iglesia es, en este mundo, la figura de la gracia[3]. En medio de un mundo dividido, la Iglesia debe ser el signo y el medio de unidad que trasciende y une naciones, razas y clases[4].

La resurrección de la carne no se realiza con el retorno del “cuerpo carnal”, del sujeto biológico, sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado[5].

 

Las “estructuras de lo cristiano” y la esencia del cristianismo

 

En un excurso titulado “estructuras de lo cristiano”, Joseph Ratzinger trata de reflexionar “sobre lo que es básico en el cristianismo”, intentando sintetizarlo en muy pocas afirmaciones[6].

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