Santa Maravillas de Jesús
He seguido, sin mucho interés, el esperpéntico asunto de la placa que pensaban dedicar a Santa Maravillas de Jesús -¡qué manía la de llamarle “sor” o “madre”- , por haber nacido esta santa en el lugar que hoy ocupa el Congreso de los Diputados.
Santa Maravillas ha obtenido ya el mayor reconocimiento: la canonización. Es verdad que, para ella, como para todos los que han llegado definitivamente a Dios, todo “reconocimiento” sobra. Pero, para nosotros, que aún estamos en camino, supone un motivo de aliento el ver que hermanos y hermanas nuestras han podido, siendo dóciles a la gracia, hacer concreto el Evangelio. En la vida de los santos, la enseñanza de Jesucristo no es una “teoría”; es una realidad palpable.
Yo estaba en Madrid, en la Plaza de Colón, cuando el recordado Papa Juan Pablo II canonizó, en la mañana del 4 de mayo de 2003, a cinco españoles – sí, españoles - : San Pedro Poveda, martirizado a los sesenta y un años de edad en 1936, por el grave delito de ser sacerdote; San José María Rubio, sacerdote jesuita; Santa Genoveva Torres; Santa Ángela de la Cruz y Santa Maravillas de Jesús.

Como en la viña del Señor hay de todo y sólo a Él le corresponderá, en el último Juicio, separar a las ovejas de las cabras me voy a ahorrar todo tipo de condenas, ya que, entre otras razones, no tengo autoridad para emitir ninguna. Me contentaré con una somera descripción de un fenómeno, ruidoso aunque poco importante, que podríamos nombrar con el término “ultracatólicos”.
San Pablo, en la primera Carta a los Corintios (15, 24-28), expone que, según el designio divino, Cristo ha sido constituido soberano del universo. Esta soberanía sobre la creación se cumple ya en el tiempo y alcanzará su plenitud definitiva tras el Juicio Final. La autoridad suprema sobre todas las cosas le corresponde a Cristo, porque Cristo es Dios, sin dejar de ser verdadero hombre. Coronar el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo significa, pues, dirigir nuestra mirada a la meta última de toda la peregrinación de la historia humana: la restauración en Cristo de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (cf Ef 1,10).
Una catequesis del Papa sobre San Pablo, en la
Un cierto pudor nos impide, a veces, referirnos públicamente a todo lo que tenga que ver con el dinero. El dinero está muy bien visto, es un bien apetecido y apetecible, pero, en sociedad, no resulta de buena educación hablar sobre él. Mucho menos en la Iglesia. La palabra “Iglesia” se asocia, en el mapa semántico de la mente de muchos católicos, con otras palabras: “pobreza”, “gratuidad”, “limosna”, etc. Con menor frecuencia se vincula ese término a los conceptos de “corresponsabilidad”, “sostenimiento”, “contribución”.






