InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

12.03.22

Ucrania

Nunca he visitado Ucrania. Tampoco Rusia. Lo más cerca que estuve de ambos países fue cuando viajé a Polonia – en dos ocasiones – y a Rumanía – una sola vez -. Ucrania, casi por casualidad, ha estado presente en mis lecturas últimas. El admirable libro “La liebre con ojos de ámbar”, de Edmund de Waal, recorre varias ubicaciones, que son marco y trama a la vez, de vivencias personales, familiares e históricas: París, Viena, Tokio… y, al final, entre otras ciudades, Odesa: “Nadie me había contado que era tan hermosa – escribe de Waal sobre Odesa – […] que había catalpas en las aceras, que por las puertas abiertas se veían patios, suaves escaleras de roble, que había casas con galería”.

Yo no sé cómo era Odesa, ni cómo es ahora, ni cómo seguirá siendo, en el supuesto de que siga siendo. No obstante, el hilo de la lectura, el nexo que, en buena parte, nos une al universo, me ha guiado hasta Irène Némirosvky; en concreto a “Los fuegos de otoño”. Esta extraordinaria escritora nació en Kiev, en 1903, y murió en Auschwitz, en 1942. Huyendo, su familia, de la revolución bolchevique, Irène se educó en París. La Segunda Guerra Mundial cambió su destino – lo “interrumpió”, con el carácter definitivo que tienes algunas “interrupciones” – para morir asesinada en Auschwitz.

Nos quedan sus obras. Para mí, ahora, “Los fuegos de otoño”. Una novela que recrea el final de la Primera Guerra Mundial, el París de entreguerras y los tambores que anunciaban la Segunda Guerra Mundial. Una grandísima escritora ucraniana.

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6.03.22

Mensaje para la Cuaresma del obispo de Tui-Vigo: “No nos cansemos de hacer el bien”

La enseñanza de los obispos es una expresión del magisterio ordinario de la Iglesia. El concilio Vaticano II dice que “los obispos son los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Ellos predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica y la iluminan con la luz del Espíritu Santo” (LG 25).

Predicadores, evangelizadores, maestros dotados de autoridad. Es una responsabilidad inmensa. Por eso, a veces, llama la atención la frivolidad con la que algún obispo, desempeñando incluso cargos muy importantes, pide abiertamente cambiar la doctrina no tanto sobre lo que “hay que creer”, como, sobre todo, lo que “hay que llevar a la práctica”. Como si la doctrina – la verdad del Evangelio – pudiese ser objeto de componendas, de consensos o de pactos. Pero este no es el objetivo del presente post.

Inspirándose en el mensaje del papa Francisco para la Cuaresma, basado en Gálatas 6,9-10, el obispo de Tui-Vigo hace una interesante glosa, que se resume en tres momentos: “Sembrar”, “Hacer el bien desde la esperanza cristiana”, “Sin desfallecer, a su tiempo cosecharemos”.

¿Qué supone sembrar? Nos compromete, ante todo, a “buscar el tiempo oportuno para sembrar la semilla de Dios en nuestras vidas”. La Cuaresma es este tiempo oportuno, que nos hace proyectar nuestra mirada, sin olvidarnos del hoy de nuestra existencia, a la vida eterna, la verdadera meta que aguardamos.

Hacer el bien desde la esperanza cristiana. Con gran finura, citando la enseñanza de Benedicto XVI en Spe salvi, el obispo de Tui-Vigo nos advierte: “para nosotros que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con Dios, resulta ya casi imperceptible. Porque llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (Spe salvi, 3).

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5.03.22

Un documento a releer: Instrucción pastoral “Teología y secularización en España”

El 30 de marzo de 2006, la LXXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española publicó la Instrucción pastoral “Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II”.

Es un texto que conviene volver a leer. Consta de una Introducción y de cuatro capítulos: 1. Jesucristo, plenitud de la Revelación. 2. Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. 3. La Iglesia, Sacramento de Cristo. 4. La vida en Cristo. A estos capítulos sigue una Conclusión.

En la Introducción se dice: “la cuestión principal a la que debe hacer frente la Iglesia en España es su secularización interna. En el origen de la secularización está la pérdida de la fe y de su inteligencia, en la que juegan, sin duda, un papel importante algunas propuestas teológicas deficientes relacionadas con la confesión de fe cristológica”.

Y añade: “Los aspectos de la crisis pueden resumirse en cuatro: concepción racionalista de la fe y de la Revelación; humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo; interpretación meramente sociológica de la Iglesia, y subjetivismo-relativismo secular en la moral católica”.

¿Qué une a todos estos planteamientos? “El abandono y el no reconocimiento de lo específicamente cristiano, en especial, del valor definitivo y universal de Cristo en su Revelación, su condición de Hijo de Dios vivo, su presencia real en la Iglesia y su vida ofrecida y prometida como configuradora de la conducta moral”.

En el n.21 de la “Instrucción pastoral” se lee: “Constatamos con preocupación cómo las confusiones respecto al Misterio de Cristo y a la concepción católica de la Revelación han llevado a algunos cristianos a la minusvaloración de la oración de petición…”.

En el año 2012 se publicó en la BAC un comentario a esta “Instrucción pastoral”: José Rico Pavés (dir.), “La fe de los sencillos. Comentario a la Instrucción pastoral Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II (2006)”, BAC 2012, 1109 páginas.

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1.03.22

Miércoles de Ceniza: "Rasgad vuestros corazones"

El profeta Joel (2,12-18) exhorta al pueblo a practicar la penitencia para conmover a Dios. Ha de ser una penitencia auténtica, que implique el corazón: “convertíos a mí de todo corazón”, “rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos”. La razón de ser de todos los ritos penitenciales, su finalidad última, es que se encienda “el celo de Dios” por su tierra, para que perdone a su pueblo, porque Dios es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor”.

Un mensaje semejante lo encontramos en el Salmo 50: “Oh, Dios, crea en mí un corazón puro”, “por tu inmensa compasión borra mi culpa”. La renovación del corazón equivale a una nueva creación. Al final de su carta apostólica Con corazón de padre, dedicada a san José, el papa Francisco escribe: “No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión”. La gracia de las gracias supone volverse a Dios, apartándose del pecado, y acoger el perdón y la justicia que vienen de lo alto. Se trata de la obra más excelente del amor de Dios; una obra aun mayor que la creación de todo lo visible y lo invisible, porque manifiesta una misericordia mayor, decía san Agustín.

El versículo antes del Evangelio vuelve a incidir en el mismo punto: “No endurezcáis vuestro corazón; escuchad la voz del Señor”. Para el Obispo de Hipona, y para la tradición cristiana, el corazón es el lugar del encuentro del hombre con Dios; con la encarnación de la misericordia de Dios, que es Jesucristo: “redeamus ad cor, ut inveniamus eum” (“regresemos al corazón para encontrarle”).

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25.02.22

Las lágrimas de las cosas

Ayer me encontré, de nuevo, con esta expresión: “Las lágrimas de las cosas”. En la brillante obra - por otra parte, tan actual, gracias ya no a Hitler, sino a Putin - La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal, se evoca el exilio en Londres de Viktor Ephrussi, huyendo del nazismo que anexionó Austria a Alemania: “A veces, cuando los nietos volvían del colegio, les contaba la historia de Eneas y su regreso a Cartago. En los muros de la ciudad hay escenas de Troya. Y es entonces, enfrentado con la imagen de lo que ha perdido, cuando Eneas por fin llora. “Sunt lacrimae rerum”, dice. “Hay lágrimas en las cosas”.

Virgilio supo captar que “hay lágrimas en las cosas”. Muchas cosas se echan de menos, porque las cosas nos dicen lo que éramos y lo que somos. Las cosas tienen memoria. Constituyen un polo objetivo, intencional, que determina lo que queremos; en definitiva, lo que recordamos haber sido o lo que, en el futuro, ansiamos ser.

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