21.06.08

El miedo, la confianza, el valor

Por tres veces repite el Señor en el Evangelio la misma exhortación: “No tengáis miedo” (cf Mt 10,26-33): No tengáis miedo a los hombres; no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; en definitiva, no tengáis miedo… Estas palabras de Jesús se encuadran en el contexto de las instrucciones que da a los suyos para llevar a cabo la propagación del Evangelio.

El miedo es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; es el recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea. Uno de los efectos del miedo es la parálisis, la detención de cualquier actividad. Un cristiano atenazado por el miedo no puede ser un cristiano apostólico. Sería un cristiano incapaz de anunciar a Jesucristo, de hablar de Él, de dar testimonio con la palabra y con las obras.

Muchas razones pueden causar en nosotros el miedo. Puede ser el temor a no ser comprendidos por la mentalidad dominante; la sospecha de que nuestro anuncio puede causar rechazo; la inseguridad que provoca la falta de firmeza de nuestra adhesión al Evangelio. Puede ser, quizá, el recelo de imaginar que el cristianismo ha cumplido ya su función histórica y no tiene apenas nada que ofrecer en nuestros días. El miedo provoca timidez, cobardía, desaliento, vergüenza a la hora de definirse claramente como cristianos.

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17.06.08

Fisichella: La importancia de la defensa de la vida

Hoy se ha hecho público el nombramiento de mons. Rino Fisichella, Rector de la Pontificia Universidad Lateranense, como Presidente de la Pontificia Academia para la Vida. Resulta obvio que, para el Papa, la defensa de la vida constituye un tema central en el programa de su pontificado. Las referencias a la vida en la enseñanza de Benedicto XVI son continuas, profundas y marcadas, podríamos decir, por un signo de urgencia. Y ha escogido a un buen teólogo, capellán del Parlamento italiano, que, con este motivo, deja de ser obispo auxiliar de Roma, al ser elevado a la dignidad arzobispal.

El alcalde de Roma, Gianni Alemanno, felicitaba al nuevo arzobispo, señalando que cada cual debería estar cada vez más comprometido en la gran obra de civilización que es la defensa de la vida en todos sus estadios, desde el inicio hasta su fin natural. Un desafío, la defensa de la vida, que interpela al mundo de la política y al mundo de la ciencia.

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16.06.08

Carmen Aparicio, teóloga

No ha llegado a ser mi profesora. Su tesis doctoral, La plenitud del ser humano en Cristo. La revelación en la “Gaudium et spes”, fue publicada por la colección “Tesi Gregoriana” en 1999, haciendo el número 17 de la serie dedicada a Teología. La mía, También nosotros creemos porque amamos, es el número 66 de la misma colección y serie. Es decir, que la Profesora Carmen Aparicio casi pudo haber sido mi profesora y casi, también, mi condiscípula, sin llegar a ser propiamente ni lo uno ni lo otro, aunque ambos nos hayamos especializado en la misma materia, Teología Fundamental.

Mi opinión sobre la Profesora Aparicio Valls es muy buena. Es una persona competente, trabajadora y modesta, con la que se puede hablar, sin que sus muchos saberes, que desbordan los de un interlocutor como yo, se conviertan jamás en una muralla de distanciamiento o prepotencia. He sabido, por otros alumnos, que la Profesora Aparicio es rigurosa y exigente, quizá por la forma mentis que imprime el hecho de ser también especialista en Matemáticas.

Pero no es sobre su persona sobre lo que quiero hablar, sino sobre la entrevista que reproduce Religión en Libertad acerca del próximo sínodo sobre la Palabra de Dios. Ciertamente, “la” Palabra de Dios no es la Escritura. La Escritura es palabra de Dios, en tanto que inspirada, pero “la” Palabra, con mayúsculas, es Cristo. En este sentido, el Cristianismo no es una “religión del libro”. El testimonio principal de la Palabra de Dios es la Escritura unida a la Tradición. Ambas, Escritura y Tradición, conforman el único “depósito” de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.

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14.06.08

El amor del Corazón de Jesús

El Evangelio nos muestra la compasión de Jesús (cf Mt 9,36), que se conmueve al ver a las gentes extenuadas y abandonadas. El Corazón de Cristo no es un corazón insensible o indiferente. En él se manifiesta el amor incondicional y misericordioso de Dios; ese amor que resplandece en la Cruz y que hace decir a San Pablo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).

No solo aquellas gentes, sino también cada uno de nosotros podemos experimentar el cansancio y el abandono; la fatiga que comporta vivir; la carga de los trabajos, de las preocupaciones, de los disgustos; el tributo que hemos de pagar a nuestra propia finitud y limitación. No somos inmunes al desamparo, a la desorientación, en medio de una cultura que borra del horizonte de nuestra existencia las referencias firmes y los motivos sólidos para creer y esperar. Estamos, en parte, sometidos a la intemperie, solicitados casi exclusivamente por lo que, de manera efímera, puede satisfacer de modo inmediato nuestros deseos.

Los santos han acudido al Corazón de Cristo para encontrar el descanso. Santa Margarita María de Alacoque escribía: “Este Corazón divino es abismo que atesora todo bien; y se precisa que en él vacíen los pobres todas sus necesidades. Es abismo de gozo en que sumergir todos nuestros pesares; es abismo de humildad, remedio de nuestro engreimiento. Es abismo de misericordia para los desgraciados y abismo de amor en que sumergir nuestra pobreza”.

Del Corazón de Cristo brota el ministerio pastoral. El Señor eligió a los Doce, los hizo partícipes de su potestad y los envió para que “hicieran a todos los pueblos sus discípulos, los santificaran y los gobernaran, y así extendieran la Iglesia y estuvieran al servicio de ella como pastores bajo la dirección del Señor, todos los días hasta el fin del mundo” (Lumen gentium, 19).

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12.06.08

Pornografía del alma

Una de las acepciones del significado de la palabra “pornografía” es “tratado acerca de la prostitución”; es decir, acerca de la actividad que consiste en mantener relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero. Una actividad con gran oferta – basta leer las páginas finales de algunos periódicos – y cabe suponer que con gran demanda, ya que, por ejemplo, no se anunciaría el tabaco si no hubiese fumadores.

Las nuevas tecnologías han puesto la pornografía al alcance de un “clic”. Se pulsa una tecla y se puede abrir un variado panorama de cuerpos desnudos, de cuerpos entrelazados, de acoplamientos múltiples que harían sonrojar, tal vez, al Marqués de Sade. Como la pornografía es, como las drogas, adictiva, siempre puede haber quien quiere más; quien necesita más; quien busca más. Lo que, en un primer acercamiento, excita enormemente, termina por cansar y se exploran nuevas vías, a veces incluso fronterizas con el delito.

He buscado en el índice del Catecismo las referencias a la pornografía. Me he encontrado con tres referencias directas, en los números 2211, 2354 y 2396. La primera de estas referencias habla de los deberes de la comunidad política con respecto a la familia y señala, entre ellos, “la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.”. La segunda referencia define con mayor precisión qué es la pornografía: “consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada”. La tercera alusión elenca, entre los pecados gravemente contrarios a la castidad, las actividades pornográficas.

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