Santa Catalina de Alejandría, fe y Filosofía

1. Al venerar hoy a Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir, apenas podemos hacernos una idea de la devoción que, en épocas pasadas, se tributó a esta santa. En el “Calendario Litúrgico-Pastoral” se lee: “Se dice que fue una virgen alejandrina, llena de agudeza de ingenio y de sabiduría, no menos que de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se honra con piadosa veneración en el célebre cenobio del Monte Sinaí”. Como segunda lectura, para el Oficio de Lectura de su memoria, la Liturgia ofrece un fragmento de uno de los sermones de San Cesáreo de Arlés, Obispo, en el que se exhorta a seguir a Cristo, conscientes de que este seguimiento comporta la vivencia de la humildad y de la caridad. Y este itinerario supone afrontar la oposición, la burla y la persecución; no sólo por parte de los paganos, que están fuera de la Iglesia, sino incluso por parte de aquellos que parecen estar dentro, aunque estén fuera por sus perversas acciones.

El recuerdo de Santa Catalina está, pues, unido al recuerdo del martirio, a la evocación de la dificultad de ser cristiano. En otras etapas de la historia, Santa Catalina ha sido objeto, como he apuntado, de una gran veneración popular. Bossuet, uno de los más famosos predicadores del siglo XVII, le dedicó un encendido panegírico y, en toda Francia, era habitual encontrar su imagen en numerosas capillas e iglesias. También la catedral de Tui tiene una capilla dedicada a la Santa, donde hoy se encuentra el museo catedralicio.

En el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid se conserva el óleo sobre lienzo de Caravaggio que representa a la Santa como una princesa, ricamente vestida, arrodillada sobre un cojín de damasco. Santa Catalina posa con los atributos tradicionales: la rueda dentada y quebrada, la espada con la que fue decapitada y la palma que alude a su martirio.

Su historia, adornada de leyenda, nos remite al siglo IV, a la época del emperador Maximino. Frente a un edicto imperial que imponía ofrecer sacrificios a los dioses, la joven Catalina interpeló públicamente al emperador, debatiendo filosóficamente con los mejores retóricos del momento, los cuales, declarándose vencidos, terminaron por pedir el Bautismo. Un ángel la libró del tormento de la rueda y, por último, el emperador ordenó que fuese decapitada. La leyenda añade que cuatro ángeles trasladaron su cuerpo al Monte Sinaí.

2. No deja de ser significativo que la patrona de los filósofos sea una mujer. El Cristianismo supuso, en medio de un ambiente cultural en el que las mujeres estaban relegadas a un segundo plano, una novedad liberadora. Como escribe San Pablo: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá 3,28). En los círculos cristianos, no se practicaba el infanticidio con las niñas. La resultante “abundancia” de mujeres cristianas propició el hecho de los matrimonios mixtos, entre paganos y cristianas, con la consecuencia de la frecuente conversión de los maridos y de la educación cristiana de los hijos.

El Papa Pablo VI, en uno de sus discursos recordaba que “en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (…); es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades”.

3. La figura de Santa Catalina de Alejandría anticipa, de algún modo, la de otro personaje femenino más cercano a nosotros en el tiempo, pero que comparte con ella la condición de mujer, de cristiana, de filósofa y de mártir. Me refiero a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein (1891-1942), asesinada por el nazismo, también por odio a la fe cristiana. Los imperios se suceden en el tiempo, pero cuando olvidan la soberanía del Dios verdadero incurren en la misma tendencia totalitaria, interviniendo, por la fuerza, en todos los órdenes de la vida; también en la esfera de la conciencia, profanando ese santuario íntimo en el que el ser humano se encuentra con Dios.

El odio a la fe no es un fenómeno que pueda circunscribirse solamente al pasado, sino que es un componente que acompaña el peregrinar de la Iglesia por la historia. También en las sociedades modernas, formalmente democráticas, este odio puede despertarse y avivarse, en la medida en que la adhesión a Cristo supone un baluarte frente a las pretensiones de conculcar la dignidad de la persona humana – como sucede, por ejemplo, cuando se legitima el aborto o la eutanasia – o frente a los intentos de ignorar la ley moral natural; “el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (Catecismo, 1954).

4. “Discernir mediante la razón”. Si la defensa del verdadero Dios pudo convencer a aquellos maestros paganos de retórica fue, sin duda, por la apelación de Santa Catalina a la razón humana. La razón, la Filosofía, no es una realidad contraria a la fe cristiana, sino una condición de posibilidad de la misma. La búsqueda de la belleza, de la bondad, del bien; el esfuerzo de la razón humana por encontrar el sentido de las cosas, por explicar, en la medida en que es posible, la realidad del mundo y del hombre puede ser una vía que desemboque en la fe; en la aceptación de una Verdad, la revelación, que, sin humillar la búsqueda humana, culmina esa misma búsqueda gracias a un don que proviene de Dios. La revelación, la palabra última, no anula ni hace inútiles las palabras penúltimas. Por el contrario, es más bien, como escribió Juan Pablo II, haciéndose eco de una famosa obra de Franz Rosenzweig,“la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática; es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la creación” (Fides et ratio, 15).

Hoy, como en otras etapas de la historia de la cultura, el Cristianismo apela a la razón. Le invita a no encerrarse en sí misma, a no empequeñecerse, a no limitarse a la esfera, necesariamente reducida, de la experimentación, sino, en fidelidad a los orígenes y a la vocación primigenia de la Filosofía, a abrirse a toda la amplitud de lo real. A la vez, el Cristianismo sabe que una religión privada de razón resulta incomunicable y se hace más vulnerable a la tentación de querer imponerse por medio de la violencia y de las amenazas.

5. Hans Urs von Balthasar decía que “sin Filosofía, ninguna Teología”. Partiendo de la revelación acogida en la fe, la Teología recurre al filosofar para que sus conceptos puedan ser comunicados a todo hombre y comprendidos por todo hombre, ya que todo hombre está dotado de razón; en definitiva, recurre al filosofar para poder cumplir el mandato misionero de Cristo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19). La razón de la fe, y de esto constituye un testimonio Santa Catalina de Alejandría, es indisociablemente la razón del amor; de un amor que, sin anularla, “trasciende toda filosofía” (cf Ef 3,19); un amor que, renunciando a toda palabra de coacción, se expresa en el elocuente y martirial silencio de la Cruz.

 

Guillermo Juan Morado.

1 comentario

  
Isaac García Expósito
Además, Santa Catalina es uno de los catorce santos auxiliadores, de enorme devoción en la Edad Media y distinguidos por su especial intercesión ante Dios.

El resto de los auxiliadores son: San Acacio, San Jorge, Santa Bárbara, San Cristóbal, San Blas, San Ciriaco, San Dionisio, San Erasmo, San Eustaquio, San Gil, Santa Margarita, San Vito y San Pantaleón.

Amén.
25/11/08 5:05 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.