El desconcierto de Pedro
Homilía para el domingo XXII del TO (Ciclo A)
El anuncio de la pasión muestra que el Señor acepta cumplir hasta el final el plan salvador de Dios; un designio que se orienta a la vida, a la resurrección, pero que incluye también el padecimiento y la cruz (cf Mt 16,21). La palabra de Dios encuentra en el mundo rechazo y, en ocasiones, se convierte para quien la proclama en motivo de burla, de oprobio, de desprecio (cf Is 20.7-9). Jesús, que es la Palabra hecha carne, ha de asumir este rechazo que se plasma en su muerte en la cruz.
La reacción de Pedro: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte” (Mt 16,22) expresa el desconcierto no solo del apóstol, sino de cada creyente cuando ha de confrontarse con el misterio de la cruz. ¿Por qué la cruz?, ¿por qué Dios permite el sufrimiento y la muerte del Inocente? En definitiva, ¿por qué los planes de Dios no son los nuestros ni sus caminos nuestros caminos?
A la luz de la resurrección se comprende mejor que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El amor de Dios, que no se deja vencer por el odio, por el pecado y por la muerte, sino que en cierto modo los asume para vencerlos, es un amor fecundo que da frutos de regeneración y de vida.
Jesús nos propone a cada uno de nosotros recorrer, detrás de Él, el itinerario que Él mismo abre: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). Posponer las propias expectativas humanas es necesario para ser discípulo de Cristo. Como explica Benedicto XVI: “La cruz forma parte de la subida hacia la altura de Jesucristo, de la subida hasta la altura de Dios mismo”.
Nada que sea importante se puede alcanzar sin renuncia; tampoco el camino hacia la vida verdadera y la realización de la propia humanidad. La fuente de la alegría es el amor, pero el amor, si es auténtico, resulta costoso: “En último término, la cruz es expresión de lo que el amor significa: solo se encuentra quien se pierde a sí mismo”, comenta también el papa.

Nunca he tenido muy claro lo del “feminismo”. En un sentido muy amplio, el feminismo pide para las mujeres iguales derechos que para los hombres. Creo que, en este punto, nada se puede objetar. Los derechos corresponden a la persona y la persona humana puede ser varón o mujer, sin que el sexo suponga, en este aspecto, ninguna ventaja o desventaja.
Está muy bien dar las gracias. Con frecuencia, quizá, no lo hacemos. A poco que hagamos memoria recordaremos a una infinidad de personas que, en alguna ocasión de nuestra vida, nos han ayudado de un modo completamente gratuito.
La visita del papa a España ha sido para los católicos un motivo de gozo. No cabe más que alegrarse cuando el mensaje del Evangelio es proclamado con claridad, con firmeza, con amabilidad y con enorme respeto hacia todos. Y estas cualidades caracterizan el estilo de Benedicto XVI. Bueno, en realidad, caracterizan sin más el estilo cristiano.
Homilía para el Domingo XXI del TO (Ciclo A)






