Traditionis Custodes

No voy a hacer un comentario del Motu Proprio “Traditionis Custodes” del papa Francisco, sino que me limitaré a citar algunas frases que considero relevantes, no del Motu Proprio, sino de la Carta del Santo Padre a los Obispos del mundo que presenta el mencionado Motu Proprio:

“Me duelen por igual los abusos de una parte y de otra en la celebración de la liturgia. Al igual que Benedicto XVI, yo también deploro que “en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que éste llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación a la creatividad,". Pero también me entristece el uso instrumental del Missale Romanum de 1962, que se caracteriza cada vez más por un rechazo creciente no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la “verdadera Iglesia". Si es cierto que el camino de la Iglesia debe entenderse en el dinamismo de la Tradición, “que tiene su origen en los Apóstoles y progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo” (DV 8), el Concilio Vaticano II constituye la etapa más reciente de este dinamismo, en la que el episcopado católico se puso a la escucha para discernir el camino que el Espíritu indicaba a la Iglesia. Dudar del Concilio es dudar de las propias intenciones de los Padres, que ejercieron solemnemente su potestad colegial cum Petro et sub Petro en el Concilio Ecuménico, y, en definitiva, dudar del propio Espíritu Santo que guía a la Iglesia.

Es precisamente el Concilio Vaticano II el que ilumina el sentido de la decisión de revisar la concesión permitida por mis Predecesores. Entre los vota que los obispos han señalado con mayor insistencia está el de la participación plena, consciente y activa de todo el Pueblo de Dios en la liturgia, en línea con lo que ya había afirmado Pío XII en su encíclica Mediator Dei sobre la renovación de la liturgia. La Constitución Sacrosanctum Concilium confirmó esta petición, deliberando sobre “el fomento y reforma de la Liturgia", indicando los principios que debían guiar la reforma. En particular, estableció que esos principios se referían al rito romano, mientras que para los demás ritos legítimamente reconocidos, pedía que fueran “íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.". Sobre la base de estos principios se llevó a cabo la reforma litúrgica, que tiene su máxima expresión en el Misal Romano, publicado in editio typica por San Pablo VI y revisado por San Juan Pablo II. Por tanto, hay que considerar que el Rito Romano, adaptado varias veces a lo largo de los siglos a las necesidades de los tiempos, no sólo se ha conservado sino que se ha renovado “ateniéndose fielmente a la tradición". Quienes deseen celebrar con devoción según la forma litúrgica anterior no encontrarán dificultad en encontrar en el Misal Romano, reformado según la mente del Concilio Vaticano II, todos los elementos del Rito Romano, especialmente el canon romano, que es uno de sus elementos más característicos".

 

Merece la pena considerar en profundidad estas afirmaciones del Papa. Esperaríamos, en buena lógica, similar rigor a la hora de poner remedio a las celebraciones que, todavía hoy, siguen sin ajustarse a las prescripciones del nuevo misal.

 

Guillermo Juan Morado.

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