El velo del cáliz

He leído, en un decreto firmado por un obispo de un lugar del mundo (con Prot. No. 062-OM-2021), que se ha de evitar, entre otras muchas cosas, el uso del “velo del cáliz” en la celebración de la Santa Misa. No sé si el decreto será auténtico o no, aunque figura en la página web de la diócesis. Podría ser obra de piratas informáticos empeñados en desprestigiar la función episcopal. Que todo es posible.

¿Qué le habrá hecho el velo del cáliz al mencionado obispo? Hay “objetos” – llamémosle así – que gozan de gran predicamento en la liturgia católica. Normalmente, con razón. ¿Quién se atreve a meterse con un Evangeliario? Hasta lo portan, a veces, con el paño humeral reservado a las procesiones eucarísticas. ¿O con el cirio pascual? Incensado, de modo impropio, día sí y día también, durante los cincuenta días de Pascua.  Incluso, una edición de la Biblia figura en algunas iglesias sobre un pedestal, con iluminación destacada, como si se tratase de una especie de sagrario de papel.

Nadie se atreve, nadie osa cuestionar la sensatez – o la eventual estulticia – de ciertos gestos y de ciertos signos. Algunos – gestos y signos – se quedan cortos; otros se pasan de frenada, como se dice en lenguaje coloquial.

Pero con el velo del cáliz no rige este pudor, esta reserva. No, contra el velo del cáliz vale todo. Hasta incluirlo en una lista de horrores que han de ser evitados en una diócesis del mundo, por decreto de un obispo que quizá, esa misma noche, haya dormido mejor pensando en su aportación definitiva al bien de los fieles.

Velar y desvelar. “Velar”, como casi todas las palabras, significa muchas cosas. Una de sus acepciones es “cuidar solícitamente de algo”. El velo del cáliz expresa de manera visible el cuidado que merece el vaso sagrado que contendrá la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso se vela, el cáliz. Porque no es una copa más, sino una copa sagrada. Con los recursos humildes de lo humano, lo visible – el velo – expresa lo invisible – que ese vaso contendrá la Sangre del Redentor -.

Se trata de la sacramentalidad de lo cristiano, de la referencia de lo visible – pobre, humilde, humano- a lo invisible – el misterio de Dios -.

El fundamento del cristianismo, la revelación, vela y desvela, oculta y manifiesta, resguarda y deslumbra, como aconteció en Belén, en el Tabor y en la Pascua. Como acontece también, velado por la humildad de los sacramentos, en la Santa Misa.

Quizá, por ese motivo, la Introducción general del Misal Romano dice, en el número 118, que “es loable que se cubra el cáliz con un velo, que puede ser del color del día o de color blanco”.

Quizá también, aunque no lo diga nadie, sería más que loable que el señor obispo que ha firmado ese decreto – si es que ese decreto existe y no se trata de un artificio de los enemigos de la Iglesia para burlarse de la fe – lo cubra con un velo; en este caso, con el del olvido.

 

Guillermo Juan Morado.

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