InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2011

20.08.11

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Homilía para el Domingo XXI del TO (Ciclo A)

A la pregunta que formula Jesús – “¿quién decís que soy yo?” – Pedro da la contestación exacta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Jesús, nuestro Salvador, es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.

Esta confesión de fe va seguida de una triple respuesta de Jesús a Pedro. En primer lugar, Jesús alaba la fe de Pedro, una fe que no procede de la carne ni de la sangre; es decir, de la debilidad humana, sino de una revelación especial de Dios. Reconocer la verdadera identidad de Jesús es un don del Padre, es obra de la gracia. Cada uno de nosotros está, como Pedro, llamado a abrirse al don de Dios, sin pretender hacerlo todo nosotros mismos para que, de esta manera, Dios entre en nuestras vidas.

En segundo lugar, Jesús confía una misión a Pedro. Sobre la roca de su fe edificará la Iglesia como una construcción estable y permanente que nada podrá destruir. Por sí mismo, Pedro no es una roca, sino un hombre débil e inconstante. Sin embargo, “el Señor quiso convertirlo precisamente a él en piedra, para demostrar que, a través de un hombre débil, es Él mismo quien sostiene con firmeza a su Iglesia y la mantiene en la unidad” (Benedicto XVI).

Esta misión encomendada a Pedro encuentra su continuación en el ministerio del papa. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles “(LG 23).

Sin el papa resultaría imposible mantener la unidad de todos los fieles en la fe, porque, como explica Santo Tomás de Aquino, “en torno a las cosas de la fe suelen suscitarse problemas. Y la Iglesia se dividiría por la diversidad de opiniones de no existir uno que con su dictamen la conservara en la unidad”. El papa es para todos nosotros una referencia segura en lo que se refiere a la fe, ya que en él radica de manera principal la autoridad de la Iglesia.

A pesar de los vaivenes de la historia, la Iglesia está destinada a perdurar porque es una construcción divina, que Cristo sustenta con su fuerza: “Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: ‘Somos los moribundos que están bien vivos’ (2 Cor 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta”, decía Benedicto XVI.

En tercer lugar, Jesús confiere a Pedro el poder de atar y desatar. Esta potestad dada por Cristo a Pedro y a los apóstoles se ejerce, ante todo, en el sacramento de la Penitencia mediante el cual nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia. Como nos recuerda el Catecismo: “Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (1445).

Leer más... »

19.08.11

JMJ: La belleza de la fe

La celebración de la JMJ está superando todas las expectativas. En ella se muestra de modo evidente la belleza de la fe. Seguir a Cristo nos hace mejores; creer en Él renueva el universo.

El protagonista de la JMJ es Jesucristo, el Señor. Jesucristo vivo, presente en medio de su Iglesia para la salvación del mundo. El Señor que nos habla en su palabra, que nos ha redimido en la Cruz haciendo suyos los sufrimientos de todos, que enciende nuestros corazones en la oración, que nos perdona con su misericordia, que se nos da como alimento en la Eucaristía.

Los aspectos centrales del cristianismo son puestos en primer plano durante estos días y es ese núcleo de la fe lo que atrae a tantos jóvenes. No han venido a Madrid solo para bailar o cantar. Han venido a Madrid para alabar a Dios, para confesar a Cristo, para dejarse guiar por el Espíritu Santo.

Los momentos de oración, como el “Via Crucis” de esta tarde, resultan sobrecogedores por el silencio y el recogimiento. La brillante idea de jalonar las estaciones con imágenes sagradas de gran veneración en España ha servido, entre otras cosas, para vincular a los jóvenes con la piedad popular, dotando a esta manifestación de la fe de la densidad teológica que le corresponde.

El efecto del paso de Cristo por la vida de los hombres se traduce en la alegría y en la serenidad que se refleja en los rostros de estos chicos y chicas. Son de lo mejor de la Iglesia y, en consecuencia, de lo mejor del mundo. Si Dios es reconocido, todo cambia para bien.

Leer más... »

16.08.11

Firmes en la fe

Me ha encantado la Misa con la que se acaba de inaugurar la JMJ. Ayer por la tarde participaba en otra celebración eucarística, que tuvo lugar en la catedral de Tui, como despedida de un millar y medio de jóvenes de la Bretaña francesa que han pasado en esta diócesis los días previos a este importante encuentro. También estuvieron entre nosotros muchos japoneses, australianos y, en menor número, de otras procedencias.

Ya durante estos días he podido comprobar lo que siempre he sabido: que estas cosas no se improvisan. Basta ver cómo se comportan estos muchachos en Misa para darse cuenta de que no han venido a la JMJ como quien se suma a una excursión novedosa. No. Hay mucho trabajo detrás. Hay una vivencia de la fe, quizá con los altibajos propios de los jóvenes, pero una vivencia real y auténtica.

De la Misa de apertura en Madrid me han impresionado diversos elementos. No solo la multitud, con la que ya se contaba, sino la música vibrante, la imagen de la Virgen de la Almudena presidiendo el presbiterio, el emocionado recuerdo al beato Juan Pablo II, la adhesión al papa, la llamada, en definitiva, a profundizar en la fe, tal como reza el lema de la Jornada: “Firmes en la fe”. Ha estado muy bien el cardenal Rouco en su homilía e igualmente el cardenal Rylko.

La JMJ es un signo sensible, evidente en cuanto signo, de la catolicidad de la Iglesia. ¿Qué une a todos esos jóvenes, más allá de la edad? La respuesta es muy clara: Los une la fe y la pertenencia a la Iglesia Católica. Jesucristo es para ellos el Camino, la Verdad y la Vida.

Los acontecimientos extraordinarios no surgen de la nada sino que expresan de modo excepcional la vida cotidiana, el día a día de la existencia. La Iglesia está más viva de lo que pensamos y esa realidad discreta se nos impone con contundencia en algunas ocasiones especiales.

Leer más... »

11.08.11

Teresa de Calcuta, ora pro nobis

Recupero para el blog un texto ya algo antiguo. Fue publicado, hace unos años en “La Voz de Galicia”. En la JMJ han dedicado una exposición a esta mujer ejemplar.

_____________

Una vez pude saludar personalmente a la madre Teresa de Calcuta. Me regaló una medallita, después de trazar sobre ese objeto piadoso una especie de bendición.

Cualquier creyente, y más si ha vivido entre la miseria, tiene dificultades para creer. La fe no es obvia. La fe es un don de Dios; pero un don que, humanamente, resulta costoso.

Muchas realidades cuestionan la fe. No en último lugar el constatar la inanidad de lo humano. ¿Merece la pena que un Dios, que lo es todo, fije en nosotros su mirada? ¿Por qué no pensar en un Dios feliz en sí mismo que se desentiende del mundo, y de esos peculiares habitantes del mundo que somos los hombres?

Escandaliza más un Dios creador, providente y redentor que la misma idea de Dios. Dios, puede ser. Pero Dios y nosotros; Dios encarnado -Belén, Nazaret y el Calvario-, es mucho Dios o ningún Dios. La razón sola, en su autosuficiencia, puede admitir el deísmo o la nada.

Podemos caer en la ligereza de dar la fe por descontada. Lo paradójico de la fe consiste en ser gracia. Es imposible creer sin la ayuda de Dios, sin su auxilio interior, sin que Él mueva nuestro corazón, abra los ojos de nuestro espíritu y nos conceda el gozo de aceptar la verdad.

El Catecismo dice que la fe, «luminosa por aquel en quien cree, […] es vivida con frecuencia en la oscuridad […] El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura» (n. 164).

Leer más... »

9.08.11

Qué pesados

Cada vez que el papa viene a nuestro país tenemos que oír, querámoslo o no, todo tipo de quejas. Quizá sea inevitable, pero que sea inevitable no quiere decir que sea justo, máxime teniendo en cuenta que esos lamentos no se oyen a propósito de otros eventos – deportivos, culturales o del tipo que sea – que tienen lugar en España.

El “mantra” más repetido es el coste de la visita. Como se ha olvidado que “no solo de pan vive el hombre”, todo tiende a medirse en términos de dinero. No importa que el papa pueda dar una palabra de orientación a los jóvenes. No, eso no es valorado. Que los muchachos se olviden de la distinción entre el bien y del mal, entre la verdad y la mentira, y que se conviertan en esponjas dedicadas a absorber alcohol los fines de semana es asumido con una pasividad absoluta, como si se tratase de una ley física similar a la de la gravedad, como un hecho cargado con el fatalismo de lo inevitable.

Pues bien, se ha explicado hasta la saciedad que la JMJ la pagan, en su mayor parte, los que asisten a ella y, en un porcentaje menor, las empresas patrocinadoras. El Estado se ocupará de la seguridad, como en cualquier otro acontecimiento de similar envergadura. A la vez, no se puede negar que para Madrid y para la imagen de España en el mundo constituye una ocasión privilegiada de promoción.

No resulta frecuente oír que en el Parlamento o en otras instancias se pregunte sobre el coste de limpiar de residuos una playa, una plaza o una calle después de un botellón. Tampoco nadie se ha llevado las manos a la cabeza calculando el gasto del “día del orgullo gay”, de la presencia de los “indignados” en la Puerta del Sol, o de la celebración de la victoria de España en los mundiales de fútbol de Sudáfrica. Y no todos los ciudadanos son aficionados al fútbol, ni a otras cosas que no son fútbol.

Decía el cardenal Rouco que las críticas “ sirven para estimularnos a ser mejores y explicarnos mejor". Tiene razón. Siempre hay que esforzarse por ser mejores y por explicarse del mejor modo. Pero no podemos olvidar un principio: no se puede querer contentar a quienes desean estar siempre descontentos. Llega un momento en el que ese intento resulta vano e imposible. Da lo mismo lo que se diga, da igual tener argumentos o carecer de ellos; con algunas personas discutir es como hablar con una pared: solo un loco se empeñaría en hacerlo.

Leer más... »