InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Enero 2011

29.01.11

Bienaventurados

Homilía para el Domingo IV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Jesús, como un nuevo Moisés, expone la nueva ley de su Reino en el llamado “Sermón de la montaña”, que se abre con las bienaventuranzas, para indicarnos los caminos que conducen al Reino de los cielos (cf Catecismo 1724).

Jesús, al ver el gentío, se sintió movido a predicar. Podemos adivinar que el motor que lo impulsa es su amor, la generosidad de su Corazón. Acogiendo su palabra, los hombres pueden entrar en su Reino.

Sube a la montaña para hablar, no de las cosas terrenas, sino de las cosas del cielo. Este ascenso manifiesta, decía el Pseudo-Crisóstomo, “que todo el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte de la Iglesia, de quien el profeta dice: ‘El monte del Señor es un monte rico’ (Sal 67,16)”.

Se sentó y se acercaron a él sus discípulos. El Señor manifiesta con esa postura, el estar sentado, su dignidad de Maestro. Rábano interpreta, en sentido místico, este pasaje aludiendo a la Encarnación: “el acto de sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta Él”.

“Se puso a hablar enseñándoles”. El cauce de la enseñanza es su propia voz. En su hablar humano resuena la misma Palabra divina, la Palabra que Él es en persona. Así, como comenta el Papa, “la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” (Verbum Domini, 12).

La primera de las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3), en cierto sentido las compendia todas. Los pobres en el espíritu son aquellos que lo dejan todo para seguir e imitar a Cristo. La humildad era, ya en el Antiguo Testamento, la característica fundamental del “resto de Israel” que había de acoger al Mesías: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”, dice Dios por medio del profeta Sofonías (cf So 2,3;3,12-13).

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27.01.11

Fieri. Art & Theology

Acaban de entregarme el catálogo de la exposición “Fieri. Art & Theology”, que tuvo lugar entre el 12 de marzo y el 30 de mayo de 2010, con motivo del 50 aniversario del Seminario Mayor de Vigo.

El catálogo, editado por el Seminario Mayor de Vigo con la colaboración de la Diputación de Pontevedra, es un precioso volumen de 185 páginas primorosamente diseñado y maquetado por la empresa Táktika Comunicación.

“Fieri” - ¡qué se haga! – es la palabra latina que, a modo de lema, luce en el escudo del Seminario Mayor San José. Es una palabra que remite al dinamismo, al “hacerse”, de un proyecto vivo como es un centro para la formación de los futuros sacerdotes.

Ese dinamismo ha querido reflejarse en la exposición. Y se refleja, asimismo, en el catálogo. El libro se abre con sendos escritos del obispo de Tui-Vigo, D. Luis Quinteiro Fiuza, y del Presidente de la Diputación de Pontevedra, D. Rafael Louzán Abal.

En el apartado que lleva como título “Introducción” se recogen seis textos redactados, respectivamente, por Andrés Fuertes Palomera, Santi Vega – comisario de la exposición - , Fernando Casás, Avelino Muleiro García, Guillermo Juan Morado y Antonio Hernández Matías. Desde diversas perspectivas se introduce al lector en el sentido de la exposición y en la relevancia de los 50 años de existencia del Seminario.

En “Tiempo de esperanza”, Ángel Marzoa, rector del Seminario Mayor, reflexiona sobre el sentido de una mirada a la historia que permite asaltar el futuro, pertrechados de esperanza.

Las restantes secciones se corresponden con el programa de lo que fue la exposición: “Amarás al Señor tu Dios”, “Work in progress”, “El edificio y su promotor”, “Dejándolo todo le siguieron”, “Y al prójimo como a ti mismo”, y “12+3”.

En el apartado “Post Fieri” se recogen una selección de bellas fotografías. El volumen incluye una traducción de algunos artículos al inglés, así como unos anexos.

No cabe más que felicitar al Seminario de Vigo por este bellísimo catálogo y, de modo especial, a Santi Vega, comisario de la exposición. Como él dice, tres son los objetivos de la exposición y del catálogo: “apreciar el rico patrimonio de la Iglesia, traducirlo al lenguaje plástico de nuestros días y transmitir una esperanza que sea activa”.

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26.01.11

He corregido las pruebas

He recibido las pruebas de imprenta, de la editorial CCS, de la “Novena de la Asunción". Será el número 28 de la colección “Mesa y Palabra". Tendrá 64 páginas. Sé ya hasta el código ISBN.

Algunas personas se sorprenden de que escriba novenas. No es lo único que escribo, pero sí es algo que me parece importante. En pocas páginas se puede – creo yo - hacer mucho: Ayudar a rezar y proporcionar argumentos sólidos –basados en la Escritura, en la Tradición y en el Magisterio – en favor de los contenidos de la fe.

En un limitado espacio de texto se debe concentrar lo que se quiere decir. Un reto similar se nos presenta, cada domingo, a los predicadores. Decir algo, sin extenderse en exceso. Decir, sugerir, sin agotar el tema. Apostando por un continuo ejercicio de “trascender la letra”, como apunta Benedicto XVI en “Verbum Domini” 38.

“Trascender la letra”; es decir, pasar de la letra al espíritu. Un proceso, dice el Papa, que “no es sólo intelectual sino también vital”. Me parece un criterio válido para la interpretación de la Escritura y, asimismo, para la hermenéutica de los dogmas. Nunca se puede ir en contra de “la letra”, pero no cabe quedarse en ella.

Ir en contra de la letra equivaldría a pensar que la Escritura, o el dogma, dice cualquier cosa. No es verdad. Hay un sentido “literal”, que resulta normativo. Pero ese sentido no es cerrado, sino abierto. La verdad admite explicaciones complementarias, sanos desarrollos, siempre y cuando sean coherentes con lo que la letra dice.

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25.01.11

La conversión de San Pablo

Recupero un texto mío, de hace unos años, y lo modifico un poco. Me ha servido como guión para la homilía de la fiesta de hoy:

La liturgia de esta festividad nos invita a la conversión y al apostolado. Convertirse significa encontrarse con Cristo en el camino de la propia vida, dejarse envolver por su resplandor, escuchar su palabra, conocer su voluntad. La consecuencia de este encuentro, para cada uno de nosotros como para San Pablo, es el testimonio, dejándonos transformar por la gracia para cumplir el mandato misionero de Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

¿En qué consistió la conversión de San Pablo? Esencialmente en el encuentro con Cristo Resucitado. Un acontecimiento que cambió radicalmente su vida, haciendo que de perseguidor de Cristo, de la Iglesia de Cristo, pasase a ser apóstol: “el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano” (Benedicto XVI, “Audiencia”, 3-9-2008). Podemos decir que San Pablo experimentó una auténtica muerte y una auténtica resurrección: muere a todo lo que era hasta entonces para renacer como una criatura nueva en Cristo: “Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él” (Flp 3,7-8).

Esta fiesta nos llama a realizar una experiencia similar; a volver a encontrarnos realmente con el Señor. Él sale a nuestro encuentro - como salió al encuentro de Saulo en el camino de Damasco - en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Como decía el Papa Benedicto XVI, “podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos”. A San Pablo, el encuentro con el Señor lo llevó a la Iglesia: “Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer”. También para cada uno de nosotros la inmediatez del encuentro con Cristo es siempre una “inmediatez mediata”, que pasa por la mediación de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Ella “es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad” (Pablo VI, Discurso 22 junio 1973). ¿Queremos encontrarnos con Cristo? Acudamos a su Iglesia, mediante la cual el Señor comunica de modo eficaz su gracia salvadora.

El encuentro con Cristo se traduce existencialmente en testimonio y en apostolado. San Pablo fue escogido “para anunciar el Evangelio de Dios” (Rm 1,1) y respondió con una entrega total a esta misión, sin ahorrarse peligros, dificultades o persecuciones: “Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

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22.01.11

Los comienzos de la Iglesia

Homilía para el Domingo III del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

La Iglesia es la reunión de los hombres en torno a Jesucristo, el Hijo de Dios (cf Catecismo 541). Él es la “luz grande” que brilla en medio de las sombras de muerte (cf Is 8,23-9,3; Mt 4,12-17). Las tinieblas simbolizan el error y la impiedad, la ignorancia y la confusión; en definitiva, el desconocimiento de Dios. En medio de esa oscuridad, resplandece Cristo, que quiere dar comienzo a su Iglesia mediante su predicación y la llamada a los primeros apóstoles.

Galilea, una tierra devastada y maltratada en tiempos del profeta Isaías, colonizada por poblaciones extranjeras, va a ser el escenario escogido por Dios para el inicio del ministerio de Jesús. Interpretando alegóricamente la Sagrada Escritura, algunos comentaristas medievales, como Rábano Mauro, ven en Galilea una figura de la Iglesia, “donde se verifica el tránsito de los vicios a las virtudes”, de la falsedad a la rectitud.

Allí el Señor empezó a predicar: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. La exhortación a la penitencia va unida al anuncio de un gran bien, la felicidad del Reino de Dios. La palabra de Cristo convoca a los hombres. En realidad, Él en persona es la Palabra “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI). En sus palabras humanas se expresa Aquel que es la Palabra divina.

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