Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca
Las Cartas a los Tesalonicenses fueron escritas unos veinte años después de la muerte del Señor y constituyen, seguramente, los dos escritos más antiguos del Nuevo Testamento. San Pablo, con Silas y Timoteo, predicó el Evangelio en Tesalónica, la capital de la provincia romana de Macedonia, al comienzo de su segundo viaje apostólico, que realizó entre los años 50 y 53. Allí funda una comunidad cristiana, de la que se siente legítimamente orgulloso: “llegasteis a ser – les dice – un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya” (1 Ts 1,7).
La comunidad evangelizada por San Pablo se convierte así, por el testimonio de la vida de los cristianos que la formaban, en una iglesia evangelizadora, misionera: “vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada”, les dice el Apóstol. Los cristianos de Tesalónica se distinguían de los demás ciudadanos por su modo de vida: No adoraban a los ídolos, a los falsos dioses, sino que se habían convertido a Dios vivo y verdadero, para vivir en su servicio, aguardando el retorno del Señor glorioso. Acogiendo la Palabra, el mensaje cristiano, los tesalonicenses habían comprendido cuál es el mandamiento “principal y primero”: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (cf Mt 22, 34-40).

Un proyecto es un plan de trabajo, un primer esquema, un designio o pensamiento de ejecutar algo. Hace ya unos cuantos años existía el “proyecto” de publicar una revista de Estudios Eclesiásticos que fuese como la expresión cara afuera del Instituto Teológico de Vigo, centro académico vinculado al Seminario Mayor de esta misma ciudad. Afortunadamente, el proyecto ha pasado a ser realidad y tengo en estos momentos ante mí el primer volumen de “Telmus. Anuario del Instituto Teológico San José. Seminario Mayor San José”.
Esta mañana, en la Misa a la que asisten los niños de catequesis, se me ocurrió preguntarles quiénes eran los misioneros. Uno de los niños me responde: “Son los que ayudan a los pobres”. Indudablemente, tiene razón: Los misioneros ayudan a los pobres. Pero no es ésa su tarea distintiva. Uno puede ayudar a los pobres sin ser misionero, aunque no pueda ser, coherentemente, misionero sin ayudar a los pobres.
La respuesta de Jesús a los fariseos y a los herodianos, que se habían confabulado para tentarle, ha guiado la actitud de los cristianos ante las autoridades y las leyes justas: “Dad, pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). El Señor pone así de relieve que su Reino no es de este mundo; que Él no vino a cambiar el mundo políticamente, como un soberano temporal, sino a curarlo desde dentro.












