InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Septiembre 2008

18.09.08

¿Creacionismo?

Hasta la Royal Society británica anda revuelta con el asunto del creacionismo. Uno de los miembros de esta institución, el biólogo Michael Reiss, se ha visto obligado a dimitir; no por ser creacionista, que no lo es, sino por defender que a la hora de enseñar la evolución en las escuelas no puede obviarse hablar del creacionismo, si es mencionado por los alumnos.

Se deben distinguir dos sentidos del “creacionismo”. Una cosa es el “creacionismo científico” que, en biología, se opone a la teoría de la evolución y defiende que cada una de las especies es el resultado de un acto particular de creación. Otra cosa, diferente, es el “creacionismo” como visión filosófica o teológica. En este segundo supuesto, nos estamos refiriendo a la teoría según la cual Dios creó el mundo de la nada e interviene directamente en la creación del alma humana en el momento de la concepción.

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17.09.08

¿Canonizar a Darwin?

El presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, Gianfranco Ravasi, ha recordado una verdad conocida: La Iglesia nunca condenó a Darwin, ni tampoco el evolucionismo. La misma constatación la exponía, en 1997, el científico Michael Ruse, comentando, en una revista de Chicago, el posicionamiento del Papa Juan Pablo II al respecto de la evolución.

La teoría de la evolución es ciencia. Y la Iglesia no tiene, en cuanto tal, competencia directa en el ámbito de la ciencia. La Iglesia se remite a la revelación divina – cuyo testimonio principal es la Escritura unida a la Tradición - . La Iglesia nos habla de Dios y de la acción de Dios; de esa peculiar acción que se llama “creación” y “providencia”. En definitiva, la revelación nos dice que nada existe o sucede al margen de Dios. Él es el origen primero y el fin último de todo.

Si la teoría de la evolución se circunscribe a los ámbitos de la ciencia, nada, o poco, se puede decir a su favor o en su contra. Los científicos dirán, en base a las pruebas y a la capacidad explicativa de la teoría en cuestión. Claro que una cosa es la ciencia y otra la filosofía. La demarcación debería, en principio, ser todavía más nítida entre ciencia e ideología. Pero las fronteras no siempre son tan claras. Para algunos, traspasando estas fronteras, evolucionismo es lo mismo que materialismo y que ateísmo. Y ahí, basándose en la revelación, la Iglesia dice que no. Que Dios es la Causa Primera; lo cual no significa que sea la “única” causa. Dios puede actuar – y de hecho actúa – en y por las causas segundas.

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14.09.08

El Corazón de Ingrid Betancourt

En los momentos más difíciles de su cautividad, Ingrid Betancourt se encontró con un recurso cuya fuerza quizá no sospechaba: la fe, la confianza y el abandono en Dios. La fe - ha confesado - , junto con el amor a Jesús y a María, y la lectura de la Biblia, le ayudaron a no odiar a sus secuestradores.

No odiar. El odio, la antipatía, la aversión, el desearle mal a quien nos hace daño, es un sentimiento podríamos decir que natural. No hay derecho a que nos priven injustamente de la libertad, a que causen dolor a nuestra familia, a que pongan en peligro nuestra vida. No se puede reprochar al torturado que odie a sus torturadores.

La constante humillación del secuestro, la exposición a la arbitrariedad de los secuestradores, el hecho de poder palpar los extremos de vileza que puede alcanzar el ser humano… constituyen un desafío enorme. Sólo un mensaje que proviene de más allá de nosotros mismos, de la dulzura de Jesús, puede engrandecer nuestro corazón hasta el punto de hacernos rogar por quien nos hace daño.

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13.09.08

La exaltación de la Santa Cruz

La Iglesia, en esta fiesta, “exalta” la Santa Cruz; realza su mérito, la eleva a la máxima dignidad. En definitiva, hace suya la recomendación que San Pablo dirigía a los Gálatas, que recoge la antífona de entrada de la Misa: “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, vida y resurrección; Él nos ha salvado y libertado” (cf Ga 6, 14).

El lenguaje de la exaltación se contrapone al lenguaje de la humillación. El misterio de la Cruz se comprende enmarcado en ese dinamismo de elevación y de descenso. El que ha sido exaltado es, a la vez, el que “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). En este texto de la Carta a los Filipenses, que probablemente recoge un himno utilizado por los primeros cristianos, se establece un contraste entre Adán y Cristo. Adán, siendo hombre, ambicionó ser como Dios. Jesucristo, siendo Dios, se anonadó a sí mismo, haciéndose semejante a los hombres, descendiendo hasta el extremo de morir como un condenado. También San Juan, en el Evangelio, emplea la imagen de la elevación y del descenso: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13).

Celebrar la fiesta de la Santa Cruz constituye una invitación a entrar en este movimiento, a tener “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. ¿Cuáles son estos sentimientos? San Pablo los indica en unos versículos anteriores al himno al que hemos hecho referencia: la unidad basada en la humildad (cf Flp 2, 1-4). La rivalidad, el afán de ser más que los otros, y la vanagloria, la jactancia del propio valer u obrar, generan división. La humildad y la búsqueda, no del propio interés, sino del interés de los demás, crea la unión. Este dinamismo de la Cruz es capaz de transformarnos por dentro, de hacernos vencer el egoísmo, el inmoderado amor a nosotros mismos que nos lleva a prescindir de los demás.

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12.09.08

El culto y la cultura

La cultura nos permite situarnos críticamente en el mundo. La “cultura” y el “culto” están íntimamente asociados. El hombre es aquel ser terreno que crea cultura, y que se deja modelar por la misma. Es, asimismo, el ser que da culto, que tributa honor a Dios y a lo sagrado.

Cultura y culto han estado estrechamente unidos en el proyecto de vida del monacato. No es, por consiguiente, extraño que el Papa, en el discurso pronunciado en el Colegio de los Bernardinos, haya vinculado de nuevo ambos conceptos, que están en el origen de la teología occidental y, en definitiva, de la construcción de Europa.

¿A qué nos conduce el culto? El culto nos lleva a lo esencial; a lo definitivo que está detrás de lo provisional. Y lo esencial es Dios. El culto es la meta y, a la vez, la escuela de la búsqueda de Dios. San Benito hablaba del “oficio divino” para referirse a la oración litúrgica, al culto de la Iglesia. Ser monje consistía – y consiste – en aprender y ejercitar ese oficio. Y ser monje no es más, pienso yo, que un trasunto de lo humano, una representación ideal de aquello en lo que consiste ser hombre.

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