InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2008

31.08.08

Newman: Algunos textos de la “Apologia”

1. La importancia del “dogma”

“Cuando tenía quince años (en el otoño de 1816) se produjo en mí un gran cambio interior. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi intelecto la marca de lo que es un dogma, que gracias a Dios nunca se ha borrado ni oscurecido”.

“Desde los quince años, el dogma ha sido el principio fundamental de mi religión. No conozco otra religión ni puedo hacerme a la idea de otro tipo de religión. La religión como mero sentimiento me parece algo ilusorio y una burla”.

2. La “lógica de la fe”

“Es el hombre concreto quien piensa; pasan unos cuantos años y me encuentro con que pienso de otra manera, ¿cómo es esto? Toda la persona ha cambiado, la lógica de papel no hace más que dar cuenta y tomar nota. Toda la lógica del mundo no hubiera logrado que yo fuera a Roma más de prisa de lo que lo hice”.

3. El Objeto de la fe: el Creador

“No haré consideraciones sobre mis sentimientos; ahora sé con toda claridad algo que entonces no sabía: que la Iglesia Católica no permite que ninguna imagen material o inmaterial, ningún credo o formulación dogmática, ningún rito, sacramento o santo, ni siquiera la Santísima Virgen, se interponga entre el alma y su Creador. Es por eso un cara a cara, ‘solus cum solo’, entre el hombre y su Dios. Sólo Él crea, sólo Él redime, ante su mirada imponente iremos a la muerte, en Presencia Suya discurrirá nuestra eterna felicidad”.

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¿Exención de los religiosos?

El “exento” es aquel que se libra, que se desembaraza de cargas, obligaciones, cuidados o culpas. La “exención”, en el vocabulario jurídico-eclesiológico, hace referencia a “un privilegio legal por el que un sujeto, o sujetos, son puestos fuera de la jurisdicción de un superior bajo el que normalmente estarían” (“Exención”, Diccionario de Eclesiología, dir. C. O’Donnell – S. Pié Ninot, Madrid 2001, 425-426, 425). Un “privilegio” es siempre una concesión, una merced, una gracia.

En la Iglesia, históricamente, los religiosos, los que han profesado en órdenes y congregaciones, han gozado – y gozan aún – de este privilegio. Aunque al principio los religiosos estaban sujetos al Obispo, poco a poco, por sucesivas concesiones de los Papas, se fueron “independizando” de este dominio. De este tema se ocuparon, por señalar algunos hitos significativos, los concilios de Letrán – el quinto – y de Trento.

Para el Vaticano II la razón de ser de la exención está en la utilidad común de toda la Iglesia. Sólo el Papa, como primado de la Iglesia universal, puede eximir a los religiosos de la sujeción a los Obispos diocesanos. Pero no por cualquier causa, o caprichosamente, sino en orden a la “utilidad común”; es decir, al bien de la Iglesia universal. Es comprensible que la atención a las misiones o la dedicación a obras específicas de apostolado exige una agilidad y una disponibilidad que, quizá, no sea fácilmente compatible con la inserción en el programa – necesariamente local – de una diócesis.

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30.08.08

El camino de la cruz

Si nos propusiésemos diseñar una campaña de propaganda para difundir una ideología o para vender un producto, jamás escogeríamos como eslogan las palabras de Jesús: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). La propaganda y la publicidad ofrecen una vida más cómoda, más placentera y confortable. Jesús habla de cruz. Se da, pues, un contraste entre lo que el mundo nos propone y lo que nos propone el Evangelio.

La cruz es el resultado de este contraste, de este choque entre la Palabra de Dios y los valores del mundo. La fidelidad a la Palabra de Dios ocasiona irremediablemente la persecución. Lo vemos reflejado en la experiencia de todo auténtico profeta: “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día”, dice Jeremías (cf Jr 20,7-9). El cristiano ha de estar preparado para la afrenta, para la deshonra, para la ignominia. Aquel que tiene la osadía de decir que Dios es el Señor y el Legislador; que no todo está a disposición de nuestro arbitrio; que la vida humana ha de ser respetada en todo momento; que los bienes de la tierra están destinados a todos; que el amor conyugal ha de ser total, fecundo y fiel… se arriesga al rechazo y a la burla.

Pero el Tentador no nos asedia únicamente desde afuera. También en nuestro interior se da una lucha continua; una necesidad de morir a nuestro pecado para renacer como hombres nuevos. No hay cristianismo sin cruz: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (Catecismo, 2015). La renuncia que nos pide Cristo es una renuncia creativa: un dejar atrás unas cosas para alcanzar otras mejores. ¿A qué hay que renunciar? A todo aquello – la soberbia, la ira, la envidia, la pereza, la avaricia, la lujuria, la gula – que nos impide ser de Dios y que nos impide ser auténticamente nosotros mismos. El que se niega a sí mismo para vencer la avaricia y llegar a ser generoso, aunque aparentemente pierde, en realidad gana: “Si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”, nos dice Jesús.

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28.08.08

¿Amor de hombres?

El “amor” se define, según el Diccionario, como el “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. El amor, así definido, revista múltiples matices. Necesitamos y buscamos el encuentro con otros: el amor de los padres, el de los hermanos, el de los amigos. También, si es el caso, el amor conyugal.

La amistad es una de las más nobles y humanas modulaciones del amor. Sentimos afecto personal por los amigos. Un afecto puro y desinteresado – al menos, en el ideal de amistad - ; un afecto compartido con otra persona; un afecto que nace y se fortalece con el trato.

La Escritura levanta acta de amistades profundas. Como la de David y Jonatán. En la elegía entonada por David por la muerte de Saúl y de Jonatán, dice, con respecto al segundo: “por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío, en extremo querido, más delicioso para mí tu amor que el amor de las mujeres” (2 Samuel 1,26).

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26.08.08

Funerales ¿de Estado?

Aquí, puestos a complicar las cosas, no hay quien nos gane. No hace muchos días, en la laica Francia, el presidente de la República asistía en la iglesia de Los Inválidos a un funeral oficiado por el eterno descanso de diez soldados franceses muertos en Afganistán. No parece que hayan temblado los pilares de Francia, como tampoco temblaron cuando el féretro de Mitterrand fue conducido a la catedral de París para su último adiós. De lo que se trata es de orar por los muertos y, como el Estado no es una iglesia, parece normal que esa misión se le encomiende a la Iglesia. ¿A la Iglesia Católica? Pues sí, si los difuntos pertenecían a ella, o si sus familiares así lo desean. ¿Y si algún fallecido no es católico? La Iglesia ora por todos, con generosidad, pero es comprensible que otras comunidades eclesiales u otras religiones organicen sus propios ritos. Los representantes del Estado harán bien en asistir, sea cuales sean sus convicciones, por respeto a las víctimas y a las familias de las víctimas, a esos ritos fúnebres.

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