Iglesias vacías

Ha tenido bastante difusión un texto del sociólogo y teólogo checo Tomáš Halík titulado “El signo de las iglesias vacías”. No voy a resumir este ensayo, que tiene aspectos interesantes, pero que no comparto plenamente, ni a comentarlo en profundidad. Quien esté interesado puede encontrarlo fácilmente en Internet.

Estuve una vez, no hace muchos años, en la República Checa. Hay una presencia importante del catolicismo – podríamos decir, de un modo muy aproximado, de un tercio de la población - . Hay cristianos no católicos – entre ellos, los husitas -. Y hay muchos ateos y agnósticos.

Merece la pena visitar ese país y sobre todo su capital, Praga. En el barrio de Malá Strana, una bellísima “pequeña Viena”, donde creo que se filmaron los exteriores de la película “Amadeus”, está la iglesia donde se venera al “Niño Jesús de Praga”. Una imagen de cera del Niño Dios muy relacionada con España.

Este sacerdote, Halík, dice algo que a muchos, a mí desde luego, me ha venido a la mente casi a diario: “no puedo evitar preguntarme si el tiempo de las iglesias vacías y cerradas no es una mirada de advertencia a través del telescopio hacia un futuro relativamente cercano. Así es como podría verse dentro de unos años en gran parte de nuestro mundo. ¿No estamos suficientemente advertidos por lo que está ocurriendo en muchos países donde las iglesias, monasterios y seminarios están cada vez más vacíos y cerrados?”.

No hace falta prever el futuro. Basta con observar el presente. Las iglesias están “casi” tan vacías antes de la pandemia como con la pandemia. Esta tarde alguien me enviaba una captura de pantalla de una red social. El que comentaba decía: “si no vamos a Misa los mayores de 65 años, se van a quedar vacías la mayor parte de las iglesias…”. No se puede negar que tiene razón.

¿Qué hacer? Pienso que no se trata tanto de “hacer” como de “creer”. Y “creer” exige “estar” y “comprender”. Creer no es difícil, pero tampoco es lo más fácil del mundo. Creer supone dejarse sorprender, supone confiar, supone estar dispuesto a la conversión, al cambio profundo de vida.

El Catecismo de la Iglesia Católica tiene cuatro partes: La profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. Las cuatro partes integran la “unidad compleja” de la fe. Las cuatro. Y no cabe separarlas. En la síntesis, en la unidad, todos los elementos son necesarios para crear una realidad nueva.

La fe es una realidad “nueva”, porque viene de Dios, que hace nuevas todas las cosas (cf. Apocalipsis 21, 5). Sin tomar en serio a Dios, nada se podrá hacer. No tiene cabida ya un catolicismo meramente sociológico, de la apariencia sin el ser. Todo tendrá que reajustarse, todo tendrá que ser, o intentar ser, lo que aparenta. Es un desafío de humildad y de autenticidad.

La lucidez, creo, consiste en ir poco a poco tratando de difundir la fe de persona a persona, con la palabra y con el ejemplo. Lo más probable es que, casi mañana mismo, tengamos muchas menos iglesias. Ojalá que, algunas de ellas, estén llenas. De coherencia.

 

Guillermo Juan Morado.

Publicado en “Atlántico Diario”.

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