Más sobre el título "Corredentora" aplicado a la Virgen

Comenzamos con un supuesto diálogo entre dos personas, seguimos con una breve reseña de textos del Magisterio, y terminamos citando partes de la “Mariología” del P. Merkelbach.
- Es siempre inapropiado llamar a la Virgen “Corredentora”.
- ¿Porqué?
- Porque sólo hay un Redentor, que es Cristo.
- Pero el término “Corredentora”, aplicado a la Virgen, no niega eso, porque significa que la Virgen colabora en la Redención realizada por Jesucristo.
- No, el término “Corredentora” significa que la Virgen comparte el acto redentor con Jesucristo en pie de igualdad.
- ¿Por qué ha de significar el término necesariamente eso?
- Porque ése es el sentido natural de las palabras que comienzan con la partícula “co”.
- Según eso, la Virgen tampoco puede ser colaboradora ni cooperadora en la Redención, porque eso implicaría que labora y opera en la Redención en pie de igualdad con N.S. Jesucristo. Sin embargo, “Mater populi fidelis” dice que la Virgen colabora y coopera en la Redención.
- Todo el mundo sabe que cooperar en un acto no es lo mismo que realizarlo.
- Toda cooperación implica una cierta participación en la acción con la que se coopera, pero hay distintas formas de participación: material o formal, próxima o remota, instrumental o dispositiva. El ponerle el prefijo “co” a la acción en cuestión, en algunos casos estará más justificado que en otros, por ejemplo, cuando la cooperación sea próxima y formal más que cuando sea remota y material. De modos, sabemos que un “copiloto” no hace las mismas cosas que hace un piloto. Veamos. Una proposición puede concederse en un sentido y negarse en otro, pero si se la niega sin más, se la niega en todos sus sentidos posibles. “María es Corredentora” puede entenderse en un sentido de igualdad con Cristo o en un sentido de subordinación a Cristo. Se puede conceder lo segundo y negar lo primero, pero si se niega la proposición sin más, se está negando también lo segundo. Ahora bien, alguna actividad de María influye en algo en la Redención de los hombres, o no. En el segundo caso, no se puede decir que la Virgen colabora o coopera con la Redención. En el primer caso, y si además consta que esa cooperación es formal y próxima, es claro que la Virgen corredime, si bien en forma subordinada a Cristo. Por tanto, si se niega sin más que la Virgen es Corredentora, se niega también, lógicamente, que la Virgen colabore o coopere, al menos de un modo cercano y estrechamente, en la Redención.
- Es que justamente, es absurdo decir que Cristo necesita de la Virgen para realizar la Redención.
- No tan absurdo: para poder redimirnos, al menos del modo en que Él libremente quiso hacerlo, el Señor necesitaba nacer de una mujer.
- Pero entonces la “corredención” de la Virgen se reduce a su función maternal.
- No solamente a su maternidad en sentido biológico, porque la Virgen, como dicen los Padres, dio a luz a Cristo con su mente, con su fe, antes de darlo a luz con su cuerpo. La Virgen colabora en forma activa, consciente y libre de la Redención, porque Dios ha querido que el “Fiat” de María hiciese posible la salvación de los hombres.
- En todo caso eso se reduce a la concepción y nacimiento del Salvador, y no se aplica a su muerte en la Cruz por los pecados de los hombres.
- También se aplica allí, porque el “Fiat” de María abarca todo lo que el Verbo de Dios quiso hacer y padecer mediante la naturaleza humana que recibió de ella. Al pie de la Cruz, la Virgen sigue pronunciando el “Fiat” que dijo el día de la Anunciación.
- Pero es que una vez que el Señor nació de la Virgen, ya no necesitó de ella para realizar la obra de la Redención muriendo por nosotros, ahí el papel instrumental de la Virgen ya no tiene sentido.
- Sin duda, Dios no necesita de la Virgen. Pero ha querido libremente asociarla a la obra de la salvación del género humano.
- Es que no se ve en qué consistiría esa asociación de la Virgen al pie de la Cruz.
- Ahí tenemos que recurrir a las palabras de Cristo Crucificado, cuando hablando del Apóstol Juan, le dice a la Virgen: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Y al mismo Juan le dice “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. ¿De qué modo habrá engendrado la Virgen a Juan, sino espiritualmente, esto es, a la vida de la gracia, y cómo ha podido hacerse eso sin que la Virgen se asociase de algún modo al acto redentor por el cual la gracia de Dios entra en este mundo?
- Es que sigue sin verse el modo de esa asociación de la Virgen al acto redentor de Cristo.
- ¿Cómo ha obrado Cristo Nuestro Señor la redención del género humano?
- Ofreciéndose al Padre en la Cruz como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Por eso lo que nos salva es el Sacrificio de Cristo en el Calvario, actualizado incruentamente en cada Eucaristía, que por eso mismo tiene una parte que se denomina el Ofertorio.
- ¿Y no ha participado en esa ofrenda del Hijo al Padre la Virgen junto con su Hijo, ofreciendo a Cristo, y uniendo su sufrimiento, libremente aceptado, al sufrimiento redentor del Verbo Encarnado? “Stabat Mater dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius”.
- ¿Faltó algo, entonces, al acto redentor de Cristo?
- No faltó nada, ni de lo necesario, ni de lo que, sin ser necesario, Dios libremente quiso que concurriese a ese acto.
- Y por eso es que el término “Corredentor” no se puede aplicar a los otros creyentes, sino solamente a la Virgen.
- En efecto, tanto Juan como María están al pie de la Cruz, pero sólo a María ha querido libremente el Señor asociar a su acto redentor, mediante el “Fiat” que ella pronunció en la Anunciación y sigue pronunciando allí mismo, por el cual ella se entrega a la Voluntad de Dios, adhiriéndose a la ofrenda del Hijo al Padre por nuestros pecados. Pero además, nosotros podemos en todo caso colaborar en la Redención subjetiva de los demás, por ejemplo, intercediendo para que abran sus corazones a la gracia. Pero la Virgen colaboró en la Redención objetiva, del modo dicho.
- ¿No puede explicarse todo eso simplemente por la intercesión de María, que suplica a Dios que nos conceda la gracia?
- Es que no se es madre simplemente por pedirle a alguien que le dé la vida a otra persona, sino por darle la vida a otra persona.
- Pero la Virgen podría darnos la vida de la gracia por su intercesión ante Dios para que Él nos comunique esa vida.
- En ese caso, todos los santos del Cielo, y todos los que oran por nosotros en la tierra, serían nuestras madres y padres espirituales, que no es ciertamente el caso. Cuando Jesús dice a San Juan “Ahí tienes a tu Madre”, está señalando un carácter propio de la Virgen.
- Pero la Virgen no es causa eficiente de la gracia, los mismos Papas lo admiten.
- Esos mismos Papas dicen que la Virgen es causa meritoria de la gracia, no “de condigno”, pero sí “de congruo”. En efecto, Nuestro Señor nos redime mereciendo para nosotros la gracia “de condigno”, es decir, en estricta justicia – no en estricta justicia mirándonos a nosotros, que somos pecadores, sino mirándolo a Él, que es el Santo de Dios que se ofrece por todos nosotros. Asociándose al ofrecimiento de Cristo con su propio ofrecimiento, la Virgen participa también del mérito de ese ofrecimiento, pero no “de condigno”, es decir, en estricta justicia, como su Hijo, sino “de congruo”, es decir, porque quiso Dios libremente que el mérito de la Virgen, asociado al de su Hijo, jugase un papel en la concesión de la gracia a los hombres.
- Pero entonces es realmente válida la dificultad que dice que la Virgen no puede haber merecido la gracia para ella misma, siendo así que es una gracia de Cristo, dependiente del sacrificio de Cristo en la Cruz, la que hizo Inmaculada a la Virgen.
- Es que justamente, la Virgen no es una causa necesaria de la gracia, bastante es que Dios haya libremente querido que ella fuese Madre espiritual de los otros seres humanos redimidos por Cristo, no hubiese tenido sentido, en todo caso, que fuese Madre de sí misma.
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Oigamos estas palabras del Papa León XIII, en su Encíclica “Adiutricem Populi”, de 1895:
“¡Con qué razón, además, todas las naciones y todas las liturgias, sin excepción, han aclamado su gran renombre, que ha crecido con el paso de los siglos! Entre sus muchos otros títulos, la encontramos aclamada como «Nuestra Señora, nuestra Mediadora», «la Reparadora del mundo entero», «la Dispensadora de todos los dones celestiales».
Este texto de León XIII además sugiere otra pregunta: con la forma de argumentar que usan algunos, ¿podemos llamar “Señora” a la Virgen? ¿No hay acaso “un solo Señor”, como dice San Pablo en Ef. 4, 5-6: “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos”?
¡Justo ahora que se termina de reparar la Catedral de “Notre Dame” de París!
San Pio X, en su Encíclica “Ad diem illud laetissimum”, de 1904, en los cincuenta años de la definición de la Inmaculada Concepción por Pio IX:
“Además, la Santísima Madre de Dios debe ser alabada no solo por haber provisto la materia de su carne al Dios Unigénito que habría de nacer de miembros humanos (San Beda Venerable, L. IV, sobre Lucas XI), mediante la cual se prepararía un sacrificio para la salvación de los hombres; sino también por tener el deber de custodiar y alimentar dicho sacrificio, y así, en el tiempo señalado, presentarlo al altar. Por consiguiente, la costumbre de la vida y las labores nunca se disociaron entre la Madre y el Hijo, de modo que las palabras del Profeta se aplican igualmente a ambos: «Mi vida se consume en dolor, y mis años en gemidos» (Salmo 30, 11). Pero cuando llegó la última hora del Hijo, su Madre permaneció junto a la cruz de Jesús, no solo absorta en el espectáculo del monstruoso acontecimiento, sino alegrándose claramente de que su Unigénito fuera ofrecido por la salvación del género humano, y sufrió tanto que, de haber sido posible, habría soportado con mucha más voluntad todos los tormentos que padeció el Hijo (San Buenaventura I Sent. d. 48, ad Lit. dub. 4). — Pero de esta comunión de dolores y voluntad entre María y Cristo, mereció convertirse en la dignísima reparadora del mundo perdido (Eadmeri Mon. De Excelencia de la Virgen María, cap. 9), y por tanto, en la dispensadora de todos los dones que Jesús nos adquirió con su muerte y sangre.
En efecto, no negamos que la distribución de estos dones sea un derecho privado y propio de Cristo, puesto que ambos nos fueron obtenidos por su única muerte, y él mismo es el mediador entre Dios y los hombres por su poder. Sin embargo, por lo que hemos dicho, la comunión de los dolores y aflicciones de la Madre con el Hijo, esto le fue dado a la augusta Virgen, para que ella fuera la mediadora y conciliadora más poderosa del mundo entero con su Hijo unigénito (Pío IX en la bula “Ineffabilis"). La fuente, por tanto, es Cristo, y de su plenitud todos hemos recibido ( Juan 1:16); de quien todo el cuerpo, compacto y unido por todas las coyunturas que lo sustentan… recibe el crecimiento del cuerpo para su edificación en la caridad ( Efesios 4:16). Pero María, como bien señala Bernardo, es un acueducto (Serm. de temp., en Nativ. BV, de Aquaeductu , n. 4). o incluso el cuello, por el cual el cuerpo se une a la cabeza, y del mismo modo la cabeza ejerce fuerza y virtud sobre el cuerpo. Pues ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual todos los dones espirituales se comunican a su cuerpo místico (San Bernardino, Sen., Cuadrángulo sobre el Evangelio Eterno, Sermón X, a. 5, c. 3).
Es evidente, pues, que estamos lejos de poder atribuir a la Madre de Dios el poder de producir la gracia sobrenatural, que es de un solo Dios. Sin embargo, puesto que sobresale por su santidad y unión con Cristo, y es asumida por Cristo en la obra de la salvación humana, merece para nosotros, como se dice, de congruo, lo que Cristo mereció de condigno, y es la principal ministra de las gracias que se conceden. Él se sienta a la derecha de la Majestad en las alturas (Heb .1, 3); pero María está a su derecha como reina, el refugio más seguro de todos los que están en peligro y la más fiel ayudante, de modo que nada hay que temer ni de qué desesperar, con ella como guía, ella como auspicio, su propiciatoria, su protectora (Pío IX en la bula “Ineffabilis”).”
Las referencias de San Pio X a la Bula “Ineffabilis Deus” de Pio IX, de 1854, parecen referirse a pasajes como éstos:
“Y, en efecto, era totalmente apropiado que una madre tan maravillosa resplandeciera siempre con la gloria de la más sublime santidad y estuviera tan completamente libre de toda mancha de pecado original que triunfara por completo sobre la antigua serpiente.”
“…al explicar las palabras con las que Dios, desde el principio del mundo, anunció los remedios preparados por su misericordia para la regeneración de los hombres, confundieron la audacia de la serpiente engañosa y elevaron maravillosamente las esperanzas del género humano: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya» (Gn. 3:15), enseñaron que, mediante esta profecía divina, el Redentor misericordioso del género humano, es decir, el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, estaba clara y abiertamente señalado; Se designó a su Santísima Madre, la Virgen María; y al mismo tiempo se expresó claramente la enemistad de ambos contra el demonio. En consecuencia, así como Cristo, mediador entre Dios y los hombres, habiendo asumido la naturaleza humana, destruyó el decreto de condenación que había contra nosotros, sujetándolo triunfalmente a la cruz, así también la Santísima Virgen, unida a Él por un vínculo íntimo e indisoluble, fue con Él y por medio de Él, la eterna enemiga de la serpiente venenosa, y aplastó su cabeza con su pie inmaculado.
“Pues Eva, por desgracia, escuchó a la serpiente y cayó de su inocencia original y se convirtió en su esclava; en cambio, la Santísima Virgen incrementó continuamente el don que había recibido en su origen y, lejos de escuchar a la serpiente, con ayuda divina destruyó por completo su violencia y poder.
“Pero, como si todas estas formas de hablar, por espléndidas que fueran, no bastaran, afirmaban también, con expresiones muy claras y precisas, que, en lo que respecta a los pecados, ni siquiera se debe mencionar a la Virgen María; porque a ella se le había concedido una gracia superior a la que se concede a los demás, para que pudiera vencer totalmente todo tipo de pecado. Aseguraban también que la gloriosísima Virgen fue la que restauró a sus primeros padres; la dadora de vida de la posteridad; aquella a quien el Altísimo, desde todos los tiempos, había elegido y preparado para sí; que Dios la había predicho cuando le dijo a la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la mujer»; que, sin duda, aplastó la venenosa cabeza de la serpiente.”
La S. C. del Santo Oficio (Sección de Indulgencias) en el Decreto Sunt Quos amor, de 26 jun. 1913 [AAS 5 (1913) 364] alaba la costumbre de añadir al nombre de Jesús el nombre «de su madre, corredentora nuestra, la bienaventurada María»
La oración indulgenciada por el Santo Oficio en que se llama a la Bienaventurada Virgen María «corredentora del género humano» [22 en. 1914; ASS 6 (1914) p. 108].
La afirmación más fuerte parece haber sido la de Benedicto XV en la Carta Apostólica Inter sodalicia, de 22 mar. 1918 [ASS 10 (1919) 182]:
«De tal modo juntamente con su Hijo paciente y muriente padeció y casi murió; de tal modo, por la salvación de los hombres, abdicó de los derechos maternos sobre su hijo. y le inmoló, en cuanto de ella dependía, para aplacar la justicia de Dios, que puede con razón decirse que ella redimió al género humano juntamente con Cristo»
Pío XI en la Carta Apostólica Explorata res, de 2 feb. 1923 [ASS 15 (1923) 104]: «La Virgen dolorosa participó juntamente con Cristo en la obra de la redención».
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium n. 61: “La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia.”
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Hablando de María, dice el P. Merkelbach, O.P., en su “Mariología”, que citamos traduciendo del texto latino de 1939:
“1º De un modo singular, verdaderamente cooperó a la misma redención, no sólo físicamente, sino también voluntaria y moralmente. Mediador secundario es aquel que voluntariamente, por un título especial, ha cooperado realmente a nuestra redención. Pues bien, la Bienaventurada Virgen cooperó a la redención de manera especial: a) preparándose para ser la madre del Redentor, y mereciendo de modo de congruo diversas circunstancias de la encarnación, como se ha dicho; b) prestando su consentimiento al misterio de la encarnación para el fin de nuestra redención y salvación, según las palabras del ángel (Lc 1, 31); c) compadeciéndose con Cristo inmolado en la cruz, y ofreciéndolo con afecto de voluntad en sacrificio, lo que Él mismo quería realizar pública y solemnemente por nuestra salvación. 2º De un modo singular, mereció nuestra salvación. Mediador secundario es aquel que por Cristo y bajo Cristo mereció nuestra salvación y todas las gracias de la salvación. Llena de gracia y de caridad de Cristo, ofreció su compasión junto con su Hijo para nuestra salvación, conforme a la voluntad de Dios. Por lo tanto, pudo merecernos en cierto modo la salvación y las gracias de la salvación, que Cristo merecía estrictamente de condigno (por estricta justicia). 3º De un modo singular, intercede eficazmente por nosotros. Mediador secundario, en sentido propio, es aquel que por su oración poderosísima puede obtener para nosotros todos los auxilios de la salvación. Pues bien, así es la Bienaventurada Virgen, que fue instituida por su Hijo en la cruz para ejercer perpetuamente este oficio (n. 162). Ergo. Así pues, como reparadora, concurre de algún modo a la satisfacción por nuestros pecados, removiendo así los obstáculos para la salvación. Como llena de gracia, nos mereció de alguna manera los beneficios de la redención: la gracia y la gloria. Como abogada, por oficio intercede por nuestra salvación y nos obtiene los medios de la salvación y las gracias, y las distribuye.” (pp. 313 – 314)
Respecto del texto de San Pablo en 1 Tim. 2, 5: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”, dice Merkelbach: “De ahí que las palabras del Apóstol no deben ser forzadas en exceso, como hicieron los protestantes. Porque, si de igual modo se presionara el texto de Mateo 23, 9-10: «No llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros, porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo», entonces habría que concluir que no existe ninguna paternidad fuera de la de Dios, ni magisterio alguno fuera del de Cristo.” (p. 319)
“Cristo, en efecto: a) es el mediador principal y perfecto, que pudo pagar con su propia sangre el precio mismo de la redención y realizar nuestra reconciliación con Dios. María cooperó a esta obra dispositivamente y ministerialmente: preparando al Salvador para llevar a cabo la reconciliación, y siendo constituida como ministra para interceder por nosotros y aplicar así a nosotros los frutos de la redención. b) Cristo es el mediador suficiente por sí mismo, que no necesita de ninguna ayuda, y por sus propios méritos —y de condigno, por estricta justicia— nos unió a Dios. María, en su mediación, es dependiente, y toda su eficacia la recibe de los méritos de Cristo. c) Cristo es el mediador absolutamente necesario, para que se dé una satisfacción condigna; María es mediadora necesaria hipotéticamente, en cuanto Dios lo ha establecido libremente. d) Finalmente, Cristo es el mediador totalmente universal, incluso mediador de la misma Bienaventurada Virgen. Ésta, en cambio, ejerce la mediación respecto de los demás, ya que no puede ser mediadora de sí misma: ni se mereció a sí misma la plenitud inicial de gracia, ni la inmunidad de la mancha original, pues ella misma necesitó ser redimida por su Hijo —aunque de un modo más sublime.” (p. 320)
“… de un modo singular la mediación de la Virgen trasciende la mediación de los santos, a) porque cooperó no sólo a la preparación de la Redención —como los patriarcas o los profetas del Antiguo Testamento— o a la aplicación de los frutos de la redención —como los bienaventurados en el cielo—, sino a la misma obra redentora, desde su inicio hasta su consumación en la cruz; b) porque, de algún modo mereció junto con Cristo para todos las gracias que Cristo mereció para ellos de condigno (por estricta justicia); c) porque, por ser la Madre de Dios Redentor y nuestra madre espiritual, su intercesión es poderosísima y universal, de manera que puede obtenernos todos los medios de salvación.” (p. 321)
“Existe, sin embargo, una doble diferencia entre este mérito de la Bienaventurada Virgen y el nuestro: 1º La Virgen no sólo pudo merecer algunas gracias de congruo para otros, sino todas y cada una; 2º no sólo mereció así las gracias para ser aplicadas en acto segundo a cada ser humano, sino también en acto primero adquirir todas las gracias para la redención del género humano. La razón de esta diferencia está: tanto en el oficio universal de la Bienaventurada Virgen María, como Madre de Dios, Madre de Aquel que es el Redentor de todos, consocia en la obra de la redención, y Madre espiritual de todos; como también en que sólo ella cooperó al mismo acto redentor. Por eso, por la misma naturaleza de su función y de su actividad, ésta tiende naturalmente al bien de toda la redención.” (pp. 329)
“Así pues, Cristo, desde su entrada en el mundo y movido por su sumo amor hacia el Padre, decidió cumplir su beneplácito; y con esa voluntad, siempre continuada, destinó toda su vida y todos sus actos —no considerados separadamente, sino como ordenados a la pasión y a la muerte, en las cuales debían completarse y consumarse— a nuestra salvación. Por eso las Escrituras suelen atribuir de modo especial la redención al sacrificio sangriento de la cruz. De manera semejante, la Bienaventurada Virgen, con su consentimiento inicial al advenimiento del Salvador y a la obra de la redención —consentimiento nunca revocado—, destinó todos los actos con que cooperó con su Hijo en su vida y en su obra, a nuestra salvación, pero como ordenados a su muerte sangrienta y a ser completados en ella. Por ello, así como por su consentimiento inicial comenzó ya a ser nuestra madre y colaboradora de la redención, así al pie de la cruz perfeccionó y consumó su cooperación, de modo que, constituida por Cristo mismo en madre de todos los redimidos, permanezca para siempre solícita de nuestra salvación. En la cruz, pues, el Pontífice de la Nueva Ley: 1º, como Dios-hombre, por su oblación por los pecados ofreció una reparación condigna e infinita; 2º, como cabeza del género humano, pudo merecer y difundir para todos las gracias de la salvación; 3º, como sacerdote eterno, destinó y aplicó todas sus satisfacciones y méritos a la salvación de todos, e impetró del Padre la aplicación de esos méritos. Del mismo modo, la Bienaventurada Virgen, asociada al sacerdocio de Cristo casi ministerialmente: 1º, como Madre del Dios-hombre, con el dolor de la oblación de su Hijo, ofreció una satisfacción no estrictamente equivalente, pero sí muy grande y congrua; 2º, llena de gracia y de suma caridad hacia Dios y hacia los hombres, mereció de congruo por todos; 3º, hecha ya Madre de todos los redimidos, ordenó y destinó su cooperación al sacrificio de la cruz para la salvación del género humano, y obtuvo del Padre, junto con el Hijo, la aplicación de los frutos de ese sacrificio.” (p. 331)
“Debido a la cooperación de la Bienaventurada Virgen en la obra de la redención, ya se la suele llamar Corredentora. Muchos dijeron que el término debía ser menos aprobado —entre los cuales estábamos nosotros mismos— porque, según su etimología, parece equívoco. Pero el significado de los términos depende sobre todo del uso. Ahora bien, conforme al uso ya recibido, ese término tiene ya una significación totalmente correcta de una cooperación subordinada a la obra de la redención; al menos en varias lenguas. Por tanto, nada impide ya que lo usemos en esas lenguas; en otras, se puede añadir cuando convenga una declaración de su sentido verdadero: a saber, que la Bienaventurada Virgen cooperó secundariamente a nuestra redención, y en sentido estricto y formal, en cuanto que dio la vida humana de Cristo y su sangre, el precio de la redención, y además lo ofreció junto con Cristo y por Cristo por la liberación del género humano de la servidumbre diabólica.” (p. 333)
1° Sólo Cristo pudo redimirnos. Luego María no puede redimir ni ser corredentora. Respuesta. Sólo Cristo, no María propiamente, pudo redimirnos. Distingo: — por sí mismo, de condigno y de modo perfecto, concedo; — de modo imperfecto, de congruo y por otro, niego. María no pudo satisfacer por los pecados de condigno, de modo suficiente y consumando la redención; pero sí pudo hacerlo insuficientemente, de congruo, y por Cristo y en virtud de los méritos de Cristo. Luego, no es Redentora principal ni perfecta, sino de algún modo secundaria y subordinada, y dependiente de Cristo. (p. 337)
“2º Objeción: “María misma es redimida; luego no puede ser mediadora en la redención ni corredentora.” Respuesta: Distingo: — No puede ser mediadora en su propia redención, ni corredentora de sí misma: concedo. — No puede ser mediadora ni corredentora de otros: niego.” (pp. 337)
“3º La redención es una obra una e indivisible. Luego María misma es redimida, y por tanto no es corredentora de sí, ni es corredentora de los demás. Respuesta. Distingo: — La redención es una obra una e indivisible según la causa principal y perfectiva, concedo; — según la causa secundaria y subordinada, y según los efectos, niego. Un único agente principal puede servirse de una o de varias causas ministeriales, y así la obra, una en sí misma, puede ser divisible según las diversas acciones de las causas subordinadas y según los diversos efectos que por medio de ellas se derivan de distintos modos.” (pp. 338)
“4º Cuando dos causas subordinadas concurren a un mismo efecto, es necesario que ambas produzcan el efecto total. Luego no se debe afirmar en modo alguno que la Santísima Virgen cooperó a la redención o que mereció con Cristo todos los bienes de la salvación, dado que no pudo merecer ni su propia gracia, ni para Cristo la gloria ni la exaltación de su cuerpo. Y si se dijera que su influjo debe limitarse a ciertos efectos, eso se haría arbitrariamente, de modo que podría someterse a límites aún mayores; y así ya no habría ningún fundamento para decir que la Santísima Virgen es mediadora en la obra misma de la redención.”
“Respuesta: a) Niego el supuesto, es decir, que el principio deba aplicarse; y b) aun si se aplicara, niego la consecuencia. a) El principio invocado vale sobre todo respecto de la causa eficiente principal e instrumental, mientras que María —al menos por muchos de sus actos— sólo obra de manera previa y dispositiva respecto del acto del Redentor.Por lo cual puede responderse: la Santísima Virgen cooperó, sin ninguna excepción, a la obtención de absolutamente todos los frutos de la redención, puesto que su consentimiento al advenimiento del Redentor y al sacrificio redentor de la Cruz fue condición y causa de la obra redentora: pues si ella no hubiese consentido, Cristo no habría venido ni habría salvado. Esto no es una opinión teológica, sino una verdad revelada sobre la cual, a causa de algunas dificultades aparentes, no corresponde al teólogo dudar, sino recibirla con reverencia, y conformar y reformar conforme a ella nuestros demás conocimientos naturales. María —dice Ireneo, Adv. haer. III, 22— «por su obediencia, se hizo causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». b) Sin embargo, de que ella haya sido de algún modo causa efectiva de toda la obra, no se sigue legítimamente que lo haya sido también, en todos los aspectos, como causa meritoria, sino sólo de aquellas cosas cuyo mérito no repugna, y para cuyo merecimiento ella fue ordenada. Es axioma solemne en teología: El principio del mérito no cae bajo mérito. Y por eso no pudo merecer su propia redención ni la gracia, que se supone ya poseía para poder prestar el consentimiento meritorio, y que precede a su consentimiento; —y con mayor razón no pudo merecer la misma obra del Redentor, que es principio de todo mérito y de toda gracia. Tampoco pudo ni debió la Santísima Virgen merecer la gloriosa resurrección y exaltación de Cristo, porque, como cooperadora de la redención, no fue ordenada a merecerlas, ya que no son efectos de la redención en cuanto tal. Así, pues, en su mediación permanece totalmente dependiente de la mediación de Cristo, porque sólo en virtud de la pasión y de la gracia de Él, con Él, de algún modo mereció y satisfizo por nosotros, y porque Cristo pudo merecer las circunstancias no necesarias de la encarnación, como es el que la Santísima Virgen no sólo fuese constituida físicamente Madre del Dios-hombre, sino que libremente, y sobre todo sobrenaturalmente por la caridad, consintiese al advenimiento del Salvador y a la obra de la salvación para la salvación de todos.” (pp. 338 – 339)
“6.º La Santísima Virgen no pudo cooperar de modo inmediato al acto redentor, sino, a lo sumo, cooperó muy remotamente, a saber, físicamente, para que se realizara la Encarnación. Luego, de ninguna manera es corredentora.
Respuesta: a) La Virgen no pudo cooperar inmediatamente al acto redentor mismo, pues no pudo disponer de modo inmediato de la carne, la sangre y la vida del Hijo, que son el precio de la redención, sino solo por mediación del Hijo, que era quien disponía inmediatamente de sí mismo; ni pudo ofrecer de modo inmediato el sacrificio mismo, es decir, ejercer la acción sacrificial, porque no era sacerdotisa, sino solamente por medio del Sumo Sacerdote de la Nueva Ley; ni pudo suscitar en el Hijo el acto mismo de la voluntad por el cual Él podía satisfacer y merecer por nosotros de modo condigno, sino sólo por su propio acto, concurriendo de algún modo a la redención por mediación del mérito de Cristo.
b) Sin embargo, no debe decirse solamente que cooperó para que se hiciese la Encarnación, sino también para que se hiciese la redención, y no de modo meramente físico, sino plenamente libre, consintiendo ante el Ángel mediante actos humanos de fe, obediencia y caridad, en orden a la salvación de los hombres, tal como formalmente se le proponía. Así nos dio al Redentor en cuanto Redentor, y la redención; aportó el precio de la redención: la carne, la sangre, la vida de Cristo; dio la víctima que habría de ser sacrificada por nosotros. Por ese consentimiento inicial se hizo verdadera cooperadora de la redención, y no cooperó de modo tan remoto, sino más bien próximo: pues la cooperación no se distingue como remota o próxima por la distancia temporal, sino por la magnitud del influjo sobre la obra y por la conexión con ella. Ahora bien, el consentimiento de María fue absolutamente necesario para la redención, la cual depende totalmente de él, ya que sin ese consentimiento no habría existido, y, dado ese consentimiento, se cumpliría con certeza absoluta. c) Por su consentimiento inicial, jamás revocado sino mantenido irrevocablemente, María perseveró en cooperar por medio de todos aquellos actos ordenados al Redentor: no solo lo revistió de carne mortal, para que se ofreciera como víctima por los hombres, sino que también lo alimentó con su leche, lo presentó en el templo, lo nutrió y custodió con innumerables cuidados, y, nunca separada de Él en la vida y en la comunión de sus trabajos, cuando llegó la hora señalada, permaneció firme ante el altar, como dice Pío X en la encíclica Ad diem illum (2 de febrero de 1904). Así, cada vez más, y estando de pie junto al altar de la cruz, consintiendo en los dolores de la compasión, es decir, consintiendo en la muerte de su Hijo que nos redimía, puede decirse que cooperó de modo completamente próximo, como quien entrega el precio que otro ha de pagar y redimir, y presentando, y en lo que de ella depende, ofreciendo, la víctima que el sacerdote la ha de ofrecer en sacrificio; no obstante, no cooperó inmediatamente, sino por mediación del Hijo, porque no pudo realizar el mismo acto redentor y sacrificial junto con el Hijo. d) Nadie duda de que a todo esto cooperó no de modo meramente material, sino formal, teniendo en vista nuestra salvación. e) También concurrió con cooperación moral, porque así como el Hijo era movido por el mandato del Padre a obedecer, así no podía no ser movido por el consentimiento de la Madre, en plena conformidad con la voluntad de Dios. María deseó intensamente nuestra salvación, y así trajo a Cristo a la tierra; por eso dio su consentimiento a la redención y estuvo junto a la cruz del Hijo. A todo lo cual Cristo no pudo dejar de atender, sino que era movido de modo connatural. Por tanto, María, por su consentimiento, deseo y afecto, movía moralmente y disponía a su Hijo para llevar a cabo la redención del género humano. Así pues, la Santísima Virgen cooperó como quien consiente en aquello sin lo cual la obra no se habría realizado; como quien manda o aconseja, a lo cual Cristo no podía dejar de atender; y como quien participa, aunque de modo mediato, en cuanto que ofrece el medio.” (pp. 340 – 342)
2 comentarios
Ahí lo curioso (aunque no quiero dar ideas...) es que no se haga tanta (aunque sí alguna) cuestión con el título de "Mediadora", siendo que, como dice la SE, "...único es el Mediador...". Es decir, en este caso no se habla ni siquiera de "Comediadora". Pero cualquiera entiende rectamente el papel mediador de la Virgen como subordinado al de Cristo, participando de su mediación, como dice la Lumen gentium, n. 61.
Entonces, lo de MPF, a saber, "...es siempre inapropiado...", ¿te parece que es un error sin más?
Cordial saludo.
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Eso de "Bonaparte" nos muestra la maldad intrínseca de ChatGPT, que ofrece sus servicios como traductor con la oculta finalidad de ir minando poco a poco el acervo doctrinal :)
Pero es cierto, la Iglesia no ha tenido siquiera la "prudencia" de llamar a la Virgen "Comediadora", o "Coseñora" ("Notre Co-Dame"), o "Correina". Recordemos que hay un solo Señor, una sola fe...
Claro, a lo mejor hay que darle tiempo a la teología progresista, no olvidar que el tiempo es superior al espacio y que lo importante no es ocupar espacios, sino iniciar procesos (si habrá que rezarle a la Corredentora).
A mí me parece claro que "siempre inapropiado" implica que el uso que los Papas, en documentos magisteriales, hicieron de ese término, era inapropiado, lo cual entiendo que es demasiado decir. Como dice Merkelbach, el sentido de los términos viene con el uso. ¿Qué significaba "prosopon" en griego antes de los Concilios trinitarios y cristológicos? Era la máscara que se ponían los actores en las tragedias. Ahora lo entendemos como "persona". Y no poco riesgo de modalismo hay con "prosopon", pues justamente, los modalistas dicen que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son como máscaras que se pondría una única Persona divina.
Dice ChatGPT (esperemos que esta vez no aparezca Voltaire o alguno de esos):
"Hubo objeciones históricas al uso teológico de “πρόσωπον (prósōpon)” en la Trinidad precisamente porque, en ciertos contextos, podía entenderse con un matiz modalista. Pero el problema no era la palabra en sí, sino el sentido que se le atribuía.
¿Por qué se cuestionaba “prósōpon”?
En griego clásico, prósōpon puede significar:
Rostro / aspecto visible
Máscara teatral
Personaje o rol representado
Por eso, algunos temían que, al decir que en Dios hay tres prósōpa, se entendiera:
“Un solo Dios con tres rostros, manifestaciones o papeles”
…lo cual es exactamente la tesis modalista (una sola persona divina que se manifiesta de tres modos distintos).
Testimonios y controversias
1. Los sabelianos (modalistas) sí usaban prósōpon en sentido herético
Sabelio hablaba de:
“un solo hypóstasis con tres prósōpa”
(es decir: una persona real con tres manifestaciones).
Eso generó desconfianza en el término.
2. Crítica de muchos nicenos al prósōpon no clarificado
En el siglo IV, teólogos como Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno prefirieron hablar de:
μία οὐσία, τρεῖς ὑποστάσεις
una ousía (naturaleza), tres hypóstasis (realidades personales subsistentes)
porque hypóstasis expresaba subsistencia real, no “máscara” o “rol”.
3. Atanasio aceptaba prósōpon si se interpretaba correctamente
Atanasio a veces usa prósōpon como sinónimo de hypóstasis, pero aclarando que no implica “rol” sino realidad personal.
Ejemplo implícito del criterio atanasiano:
Si prósōpon = mera manifestación → error modalista
Si prósōpon = subsistencia personal real → aceptable
4. El concilio de Alejandría (362) permitió ambos términos bajo aclaración
Allí se determinó que:
No era obligatorio usar hypóstasis
Se podía usar prósōpon siempre que no significara “máscara o modalidad”, sino persona real subsistente".
Esa última referencia al concilio de Alejandría habría que ver, en todo caso pongo esto de la Enciclopedia Católica:
"Finalmente, en Occidente se reconoció que el verdadero equivalente de hipóstasis no era substantia , sino subsistentia , y en Oriente que entender prosopon en el sentido del término latino persona excluía la posibilidad de una interpretación sabeliana. Por consiguiente, en el Primer Concilio de Constantinopla se reconoció que los términos hipóstasis , prosopon y persona eran igualmente aplicables a las tres realidades divinas."
//www.newadvent.org/cathen/11726a.htm
Saludos cordiales.
En este caso, otra objeción que podría presentarse o plantearse viene por la analogía con el rechazo, por parte del Santo Oficio hace un siglo más o menos, de la expresión o título "Sacerdos" aplicado a la Virgen (la cual expresión, si bien es claro que no tiene tantos testimonios a favor como "Corredentora", entiendo que fue empleada incluso por S. Pío X). La objeción argüiría que la Iglesia tiene potestad para desterrar y prohibir el uso, por parte de los fieles, de ciertos términos por el peligro que, a su juicio, podrían implicar para la fe y su recta comprensión, aun cuando tales términos admitan un recto sentido. Así santo Tomás dice que no conviene aplicar a Cristo el predicado de "creatura" sin más, si bien, dice, es en sí válido merced a la comunicación de idiomas, pero podría entenderse en sentido arriano, de allí que convenga precisarlo (S. Th., III, q. 16, a. 8). De hecho, la Nota no se mete tanto en la cuestión doctrinal, sino en la expresión de la misma mediante un determinado término, lo cual dice ser siempre inapropiado por el peligro para la recta comprensión de la doctrina.
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Entiendo que en aquella época no se ponía mucho en relieve el sacerdocio común de los fieles, en el cual, de algún modo al menos, sin duda que ha de estar comprendida, y yo diría, eminentemente, la Virgen, como oferente, o mejor, co-oferente, como dice en los textos citados, del Sacrificio del Calvario.
En lo relativo a prohibir términos que en si son lícitos, hay que estar atentos, me parece, a que las consecuencias de prohibirlos no sean peores que las de no prohibirlos, porque la prohibición de un término puede llevar con el tiempo a la negación de la cosa designada por él.
Como digo en el "post", salvo que queramos fijar dogmáticamente el sentido de "Corredentora" en algo que implique igualdad con Cristo, contra el hecho de que no hay tal igualdad en el uso de "copiloto", por ejemplo, hay que admitir un posible sentido de "Corredentora" que implique, en forma ortodoxa, una acción subordinada a la acción de Cristo. Entonces, negar sin más la validez de "Corredentora" puede hacer la impresión de que se está negando toda colaboración de la Virgen en la Redención, porque en términos puramente lógicos, cuando una proposición tiene un sentido aceptable, no se la niega sin más, sino que se la distingue, y se dice "en este sentido es verdadera, en este otro sentido es falsa".
En ese caso,por más explicaciones que se dé, lo que queda en la mente de la gente es que "Corredentora no", y eso, con el tiempo, puede llevar a que se borre toda idea de colaboración de María en la Redención.
De hecho, sería interesante ver qué cosa exige dar más explicaciones: que se use el término "Corredentora" o que se prohíba su uso.
Saludos cordiales.
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