Este “post” tiene dos partes: la primera recoge información fuera de discusión acerca de movimientos ideológicos y estudios científicos actuales, la segunda entra en un tema altamente controversial del cual entendemos que es importante que se tenga al menos conocimiento.

Lo que sigue es una serie de definiciones de “entrecasa” que para lo que nos proponemos decir parece suficiente.

Una red de computadoras es un conjunto de computadoras conectadas entre sí de modo tal que pueden intercambiar información. El intercambio de información se hace mediante señales electrónicas, sea por vía de cable o en forma inalámbrica. Eso supone que en cada integrante de la red hay un dispositivo que envía y recibe señales electrónicas. Internet es una red de computadoras a nivel planetario. Existe otra red que es la de los teléfonos celulares, que consiste en un conjunto de torres diseminadas por el planeta, que reciben y envían las señales que proceden de los teléfonos celulares comunicándolos entre sí. Ambas redes están interconectadas, de modo que se puede acceder a Internet desde el celular y se puede acceder al celular desde una computadora conectada a Internet.  La “Internet de las cosas” consiste en integrar a la red a otros objetos distintos de las computadoras, como ser automóviles, casas, máquinas de todo tipo, etc. Para eso es necesario obviamente que también en estos objetos haya dispositivos que reciben y envían señales electrónicas.

Lo que cierta “élite” mundial quiere hacer, parece, es integrar a los seres humanos a esa red computacional – celular.

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En un reciente video, nuestro talentoso compañero Dante Urbina plantea la pregunta sobre porqué Dios crea a personas que sabe que se condenarán.

Su respuesta es que una consecuencia inevitable de la creación de seres libres es la posibilidad de que algunos de ellos opten por rechazar el llamado de Dios y se condenen, y que la única forma en que ello podría evitarse es creando Dios seres que no fuesen libres y que obrasen determinísticamente el bien, que en ese caso, obviamente, ya no sería el bien, por lo mismo que no se haría libremente.

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En un capítulo de su obra “Investigación sobre el entendimiento humano”, David Hume presenta un ensayo titulado “Acerca de los milagros”, en el cual argumenta contra la credibilidad de los testimonios relativos a hechos milagrosos.

(Todos los resaltados en negrita son nuestros.)

El ensayo de Hume tiene dos partes. En la primera de ellas viene este texto, acerca del cual han corrido ríos de tinta (la traducción es nuestra):

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Se ha objetado que como la lluvia depende de las leyes naturales, no tiene sentido pedirle a Dios que llueva.

Para sostener la tesis contraria, nuestro argumento es en definitiva que las leyes naturales son leyes hipotéticas, cuyos antecedentes son contingentes, es decir, pueden darse o no, y más aún, que se den o no se den esos antecedentes contingentes de las leyes naturales depende en última instancia de la libre actuación de la Causa Primera, así que el mismo acontecer de los hechos según las leyes naturales depende en última instancia de la libre Iniciativa divina, de modo que sí tiene sentido pedirle a Dios que llueva. 

Por eso, hay que comenzar aclarando que las leyes naturales son leyes hipotéticas, que tienen la forma “Si se da A, se da B”, en las cuales, el antecedente es un evento contingente, que puede darse o no darse, según que sea producido o no por la causa correspondiente.

Esto es así, porque esas leyes naturales son los modos en que, puestos en determinadas circunstancias, necesariamente han de actuar los entes de nuestro mundo, de acuerdo con la naturaleza o esencia propia de esos entes, por ejemplo, el fuego quema y el agua moja.

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En su artículo en respuesta a la excelente intervención de Bruno Moreno, el Sr. Castelao remite a su artículo anterior, justamente criticado por Bruno, para que, dice, se pueda tener una visión no distorsionada de su trabajo.  

Me ha parecido importante aportar algo al análisis de esa pieza, aun sabiendo que Bruno ya dijo la mayoría de estas cosas, porque me parece en efecto demasiado gordo lo que ahí se nos propone.

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