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22.02.16

¿Y cuando se acaben los pobres, qué? Parte I

Se está produciendo en el seno de la Iglesia, y de la mano de una parte de su Jerarquía, porque nada es casual, y menos cuando median personas, una especie de polarización hacia la atención a los pobres, considerados estos en su dimensión más material: los más necesitados, materialmente considerados. Y esta polarización está presente no solo en la predicación, sino especialmente en el quehacer pastoral. A veces da la impresión por lo que se ve y se oye, que no hay nada, no solo más importante, sino -y esto es lo peor- ninguna otra cosa que hacer.

Tanto “exceso” -se quiera o no- produce un efecto negativo, respecto a la Iglesia y, de rebote, hacia los mismos pobres. Como si se diese a entender, por un lado. que ahora, en la Iglesia, se acaba de descubrir al “pobre"; de que antes y hasta ahora nadie se había dado cuenta de que los ha habido, y los hay; y, sobre todo, da la -malísima- impresión de que nunca se había hecho nada efectivo en su favor. La “opción preferencial por los pobres”  auténtico grito de “guerra” en algunos sectores eclesiales tras el Concilio Vaticano II, ha rebrotado de un modo tan exuberante, que está colonizándolo todo.

¿Esta “opción preferencial”, tal y como se está presentando y pretendiendo llevarla a la práctica, coloca a la Iglesia donde debe estar? ¿Esta “polarización” por solventar -¡ya, y de una vez por todas!- las necesidades materiales que aquejan, y han aquejado, a las gentes desde siempre, es la Misión “preferencial” que Jesucristo dió a su Iglesia? Y, en caso de que las respuestas a las dos cuestiones sea negativa, ¿a dónde conduce -a la Iglesia- esta “toma de posición” tan absolutizada? Ciertamente, no es tema baladí. Ni para los pobres, ni para la Iglesia. Por eso vamos a entrarle, “despacito y con buena letra".

Lo primero que hemos de solventar, como la más importante cuestión del tema que nos ocupa, es el concepto de “pobre” que brota de los labios divinos y misericordiosos del Señor. Así sabremos cuál debe ser el concepto que ha de tener la Iglesia, la Jerarquía, y los fieles todos.

Porque Jesús habla de los pobres: ¿cómo no iba a hacerlo? ¿Y qué dice? Dice lo siguiente: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Son palabras del Sermón de la Montaña: la Carta Magna de la vida de los hijos de Dios para todas las épocas. Y es el gran sermón de Jesús en su primera predicación, junto al mar de Galilea. Luego no es un tema menor

¿Y qué significa, en Jesús, la expresión “pobres de espíritu"? El papa Francisco, en su Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud (2014), lo define perfectamente, fijándose en primer lugar, como no podía ser de otra manera, en el mismo Jesús, que “siendo de condición divina…, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2, 5-7). Es decir, Jesús se despoja de su gloria, se humilla: primero en el pesebre, y luego en la cruz. 

Y añade el Papa: “el adjetivo ‘pobre’ no solo tiene un significado material. Está ligado al concepto judío de anawim, los “pobres de Jahvé", que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él”.

¿Tiene esto -lo que dice Jesús, y lo que comenta a propósito de sus palabras el mismo Francisco-, tiene algo que ver con la pobreza “material", que acompaña a tantas gentes en su vida? Da la impresión de que no mucha.

Es más: de entrada, nada, ninguna. Y lo digo porque Jesús aún afirmará algo más rotundo. La ocasión se la brinda Judas -"que era ladrón", dice san Juan- y su escándalo -varias vetas por debajo del mismísimo y desprestigiado escándalo farisaico- ante el -para él- “despilfarro” de aquella mujer que se acerca a Jesús y le unge los pies con un perfume preciosísimio. Comenta Judas: “Podría haberse vendido y ddo a los pobres". Y replica, en público, Jesús: “a los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a Mí, no” (Mt 26, 11). Mientras que “necesidad de Dios” tenemos todos y siempre: porque somos “pobres” -anawim-, necesitados e indigentes de nuestro Padre Dios a todas horas.

Por tanto, ¿solventar las necesidades materiales de los pobres y necesitados es el mandato que Jesús entregó a su Iglesia, para que lo llevase a/por todo el mundo? Para nada. Cuando les transmite a los Apóstoles y, en ellos, a sus sucesores, todo su quehacer mesiánico y salvador, les dirá: “Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28, 18-20).

Lo dejamos aquí, pero seguiremos, porque hay más cosas que aclarar, lógicamente.