InfoCatólica / Non mea voluntas / Archivos para: 2016

22.12.16

Jesús también quiere a los ricos... (segunda parte)

Acababa el artículo anterior con una afirmación que ha escandalizado a unos pocos; quiza a más, pero solo unos pocos me lo han participado. Escribía -de intento- que toda esa vociferante y machacona insistencia por los “materialmente” pobres -orillando a la vez y conscientemente como auténticos apestados a los que no lo son, estigmatizándolos además como indignos de pertenecer a la Iglesia Católica, y ocultando que, ante Dios, TODOS SOMOS POBRES, auténticos INDIGENTES; silenciando a mayor abundamiento las voces discordantes con esta simplonería sentimentaloide, “política” y ahora también “eclesialmente correcta y esencialmente buenista", que a nada conduce ni nada resuelve-, NO ES CRISTIANA; es más, es una “nueva” IDOLATRÏA…

Y hay gentes -pocas- que se han escandalizado. Voy a intentar “explicar” y “explicarme"; no tanto por esas buenas gentes -si les sirve, pues estupendo-, sino porque ya tenía pensado hacerlo, y así lo anunciaba. Y en ello estoy.

Vaya por delante -porque es verdad- que Jesus algunas veces cita a los “pobres” y los ensalza, en la mejor continuidad veterotestamentaria. Y lo hace, en esas ocasiones, sin distingos entre pobreza “material” y pobreza “espiritual", porque son “los pobres de Yahweh". De estas expresiones algunos infieren que Jesús se está refiriendo especialmente a los pobres “materialmente pobres", a la pobreza “material” sobrevenida o en la que se está inmerso. Me van a perdonar pero nada más lejos de la Verdad Revelada, de la Palabra de Dios y, muy especialmente de los hechos obrados por el mismo Jesucristo. Por contra, en diversas ocasiones sí se refiere expresamente a la pobreza “espiritual” o a los “pobres de espíritu", por ejemplo, en las Bienaventuranzas. Y la Palabra de Dios no puede contradecirse.

En primer lugar, Jesucristo no vino a remediar ninguna indigencia o pobreza material: vino a SALVARNOS. Y a salvarnos de nosotros mismos, de nuestros pecados, de nuestra INDIGENCIA ESPIRITUAL, de la que de ningún modo podíamos salir por nosotros mismos. Entregó su Vida por la nuestra, que habiamos perdido, y estábamos abocados, sin remedio a nuestro alcance, a la condenación eterna. NO murió por nuestras necesidades materiales. En absoluto. Rotundamente: NO.

En segundo lugar, Jesús NUNCA remedió ni una sola situación de pobreza “material". Lo que no deja de ser muy, pero que muy llamativo, si hubiese venido a instaurar la “liberación” de esas pobrezas, y también -y como sería lógico-, de las condiciones tan “injustas” -según estos “nuevos profetas"- que las producen. Llamativo y sorprendente.  (Por cierto y como inciso necesario: pobrezas “espirituales” las atendió todas).

Máxime, cuando se nos quiere presentar a Jesús -al que ya no llaman “el Cristo, el Hijo de Dios vivo": ¡qué cosa tan demodé, por favor"-, como un liberador “social", un marxistoide anacrónico, fuera de tiempo y lugar, hasta el punto que nadie le hizo caso hasta que no vino un tal Marx -diecinueve siglos después, por cierto, que ya es tardar-, y ahora los de Podemos, si se me permite la licencia o la broma. Pasando -¡cómo no!- por el Comandante, que se me olvidaba: el último “mesías” o “libertador” de cuño -o “puño"- marxista: o sea, multimillonario. Otra de las cosas que no cuadran en Jesús: ¡no se hizo millonario con la monserga de los pobres!

Por último, y para no alargar más el escrito: es también “luminoso” e inequívocamente “dramático” -una auténtica tragedia- lo que ha pasado en la Iglesia, fruto de esa “opción preferencial por los pobres”. Valga como muestra el ejemplo alemán.

Desde hace muchos años, la Iglesia Católica en Alemania, se centró en la ayuda económica a las Iglesias en los países en dificultades políticas, sociales y, lógicamente, económicas. Dado su poderío ecnómico, la ayuda fue, y sigue siendo, muy importante; mucho. Y a esas Iglesias, que no tenían recursos, les vinieron de maravilla los dineros que les caían de los católicos alemanes. Desde este punto de vista, todo perfecto, pues se pudieron hacer muchísimas cosas que, de otro modo, no se hubieran hecho en esos países necesitados: desde obras asistenciales, como escuelas y hospitales, hasta sufragar los gastos de los seminaristas, en unos seminarios llenos de jóvenes y vacíos de comida; amén de otras muchas carencias.

Pero el “peaje” que tal perspectiva o "cultura” eclesial ha sido que la Iglesia Católica en Alemania se ha quedado “vacía": de espíritu y de espiritualidad. Y ha perdido a miles y miles de católicos en todos esos años. Lo que no deja de ser una paradoja que alguien tendrá que ver y descifrar. Porque si la ayuda a los pobres “materiales", si cuando se está en la “verdadera” iglesia, si cuando se está entendiendo a Cristo y su liberación, si cuando se es más misericordioso que nunca…, si todo eso lleva consigo la desaparición de los católicos y de la Iglesia…, con sinceridad, y con la mano en el corazón: si esos son los frutos…, "para ese viaje no se necesitan alforjas".

Porque, en esa perspectiva, TODO ESTA EQUIVOCADO DE RAÍZ. “Por sus frutos los conoceréis".

Pero se me ha quedado en el teclado una tercera entrega. Espero que llegue pronto.

19.12.16

Jesús también quiere a los ricos... (Primera parte)

Hace años, muy poco después del Vaticano II, dentro de la Iglesia Católica hubo una especie de “convulsión” que propuso como objetivo pastoral y evangelizador prioritario -para bastantes de los deslumbrados, único ya- la así llamada por aquel entonces, “opciòn preferencial por los pobres".

En ese terreno, y con ese leitmotiv por bandera, se mostraron especialmente “motivados” -pero que “muy motivados"- los jesuitas, muy como en bloque, por cierto; a esa bandera se sumaron también algunas otras ramas religiosas, aunque en menor medida y con menor repercusión; también se apuntó algún que otro sacerdote diocesano suelto.

Los más “tocados” por ese “tic nervioso pseudoprofético” fueron desde incorporarse militarmente a las guerrilas, y alguno murió en tales avatares, cosa no sólo previsible sino casi segura; hasta significarse políticamente contra los regímenes de derechas, próximos a intentonas militares…, y alguno murió asesinado por sus posturas políticas, cosa también previsible, y que se convirtió en segura porque los mismos “paras” se lo advirtieron con tiempo.

Más en los adentros de la Iglesia -aunque sin ¨heroísmos noveleros¨ o así- como “ideología de cabecera” o “precipitado doctrinario", se acuñó la autollamada “teología de la liberación", que fue condenada y fulminada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, a cuyo frente estaba entonces el cardenal J. Ratzinger; de los componentes de este último grupillo que han muerto lo han hecho de muerte natural.

Por supuesto, y aunque quizá no haría falta señalarlo, voy a darme el gustazo de hacerlo: NUNCA la “opción preferencial por los pobres” ni la “teología de la liberación” se pusieron en marcha contra regímenes totalitarios marxistas. Nunca, SIN EXCEPCIÓN. Aquí, en estos ámbitos donde el personal se jugaba literalmente el pellejo, sin eufemismos y sin cámaras por medio, únicamente la Iglesia Católica ha tenido que apechugar -ella sola, como siempre- en la atención a los pobres, a los enfermos, a los abandonados, a los desechados y tirados en estercoleros…; y eso, a pesar de tener mermada su capacidad de movimientos en el interior de todos esos regímenes marxistas.

Casualmente, acaba de morirse uno de los más lonjevos dictadores marxistas, al que se le ha colocado una fortuna que competía o incluso ganaba a la de la Reina de Inglaterra. Fortuma, todo hay que decirlo, que no han enterrado con él, ni la han metido tampoco en el crematorio del comandante, por supuesto. Que los jerifaltes marxistas no tienen un pelo de tontos, ni en la barba ni en la coleta.

Y es que un buen marxista nunca falla, ni da puntada sin hilo: “To pa’l pueblo", recordamos de aquí en España…, y dejaron 5.000.000 de parados; y se forraron todos sin excepción, a “pellón” por maletín. “Tonto el último” es el eslogan que mejor viven todos estos que se decantan por la “liberacion” de los pobres. Y ¡vayan si los liberan! Especialmente de su dignidad personal y, como no puede ser menos en el mundillo marxista, de la posibilidad de salir de pobres.

Toda esta “infección vírica” se ha recrudecido en los últimos años, como si un nuevo y terrible “ébola” se hubiese infiltrado en la corriente sanguínea y linfática de la Iglesia, y la estuviese destruyendo todas sus defensas, pretendiendo convertirla -y hay sitios donde ya lo ha logrado- en una sombra de lo que era; cuando no la ha aniquilado, literal y espiritualmente hablando.

Y no lo digo “a humo de pajas". Todo lo contrario. Y me voy a explicar sin más dilación, porque el asunto “quema": el “humo” se está convirtiendo en auténtico “fuego"; y si no se le ataja pronto, puede arrasar con todo: fuerza trae. Y, además, soplan malos vientos, que no van a ayudar en nada precisamente.

Porque toda esta “vociferante machaconería” -por decirlo suave y caritativamente- con los pobres, pero con los “materialmente pobres", sin una palabra de aliento para todos los demás “pobres de solemnidad” espiritualmente hablando -que, por cierto, somos mayoría en la Iglesia-, con una indigencia que es, sí, menos “visible” -sobre todo si no se la quiere ver, claro; más aún si se la pretende ocultar y silenciar, convirtiéndonos a los que la padecemos en los nuevos “apestados” que hay que ignorar y desechar-, pero muchísimo más nociva por más corrosiva y destructora que la mera pobreza material…, este inútil griterío, tan sonoro como vacío de vida espiritual -pues la tergiversa y la anula-, no es de Cristo. Por no estar, no está ni en el Evangelio. Luego: NO ES CRISTIANA.

Es más, es una “nueva” IDOLATRÍA.

Pero esto ya para la próxima sesión, Dios mediante.

17.12.16

Católicos de médicos/ médicos de católicos

Después del desaguisado de los católicos metidos en política y convertidos en políticos profesionales o así, hay tres estamentos más -influyentes donde los haya-, y que han contribuído sobremanera no solo a la descristianización tan total que padecedemos -con la consiguiente corrupción de las conciencias-, sino también a la “ingeniería social” que pretende traer e instalar la cruel deshumanización que se ha establecido en las relaciones humanas y en toda la sociedad.

Me refiero al estamento médico, al estamento judicial y a los medios de comunicación. Hoy nos vamos a ocupar solo del primero: los médicos; por supuesto, desde la órbita católica y desde el humanimismo que defiende, en un respeto total y absoluto por la dignidad de la persona humana: la única institución -la Iglesia Católica- que sirve a la totalidad de la persona, sin trocearla ni mucho menos aniquilarla. Porque la Iglesia sabe bien que “el hombre es el lugar de la Iglesia” y, por tanto, el hombre es “su vocación": está hecha para el hombre; y así da a Dios toda la gloria.

Por cierto, y aprovecho ya: todas las acusaciones, falsas e interesadas ellas, contra la Iglesia de “rigorismo", de "fanatismo", de “inmisericorde", etc., solo porque no cede a las presiones del NOM (Nuevo Orden Mundial), a las ideologías -en especial la “ideología de género"- y a los lobis -especialmente del loby homosex y asimilados-, además de patéticas en sí mismas, los que las vocean hacen el ridículo no solo ante los demás, sino directamente ante el espejo: no digamos ante una mínima confrontación en el plano intelectual, que no resisten: se desmoronan. Y, por si alguno no lo tiene claro aún, son moralmente deleznables.

Pues vamos con los católicos metidos a médicos, o con los médicos que quieren seguir siendo y viviendo como católicos.,

No lo tienen fácil, porque presiones, lo que se dice presiones, tienen y muchas, tanto desde dentro del mundillo médico -la “formación” que se les da; las directrices que reciben desde sus jefes, médicos y políticos-, como desde fuera: los mismos pacientes y la propia sociedad y sus voceros.

Pero “ser católico” es aprender a “nadar contra corriente", es querer “ser sal y luz", además de “levadura". Y por encima de todo: es buscar ser fiel a Cristo, gastando su vida como un hijo queridísimo de Dios en su iglesia y en el mundo, ejerciendo cada uno su profesión para “poner a Jesucristo en la cumbre de todas las actividades humanas", para que realmente Él señoree y viva efectivamente en medio de nosotros: Yo, para esto he venido (Jn 18, 37). De este modo se cumplirá aquel "descubrimiento” que Jesús mismo nos revela al anunciárnoslo: El Reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17, 121: “Regnum Dei intra vos est"). Descubrimiento que todos los católicos hemos de convertir en el leitmotiv de toda nuestra vida.

La medicina -y sus profesionales-, se deshumaniza cuando “técnicamete" pierde de vista a la persona; y lo hace precisamente cuando rechaza a Dios: cuando Dios “ya no está” porque “se le ha echado", al ser el único verdadero y real refugio que le queda al “hombre total” en este mundo, todos los ámbitos de los que se le arroja  se deshumanizan irremediablemente, y se vuelven necesariamente contra el mismo hombre al que deben servir. No lo pueden evitar aunque quieran; pero además es que ya ni se puede querer ni se quiere de hecho. Y se empieza, en el ámbito médico, a tratar al paciente como a una “cosa” -con perdón-, aunque no se lo plantee así; aunque quizá sea mucho suponer.

La medicina y sus profesionales están para “intentar CURAR” o al menos ALIVIAR a la PERSONA ENFERMA: se debe poner por tanto a su servicio, y solo adquiere la dignidad que le corresponde cuando se dedica honrada y profesionalmente a ello. A veces se podrá totalmente, otras solo parcialmente, otras solo acompañar dignamente hasta el desenlace final; porque los médicos no son Dios y, por tanto, no pueden evitar que un paciente se les muera, por mucha dedicación y profesionalidad que hayan puesto.

Por la misma razón, tampoco pueden pretender “dar la vida” ex novo -fuera de los cauces de la misma naturaleza-; ni pueden “ensañarse” con un paciente; ni pueden “experimentar” -sean con embriones, con fetillos, con niños o con adultos- con prácticas que atenten contra la dignidad de la persona que es “intocable"; mucho menos la pueden matar.

Y todo esto se da: por lo directo, por lo indirecto, a las claras, a las oscuras, con la ley en la mano o forzando la ley… Ahí están las cifras de los abortos, de las eutanasias -encubiertas o no-, de los cambios y recambios de sexo, las fecundaciones in vitro, las píldoras abortivas y las píldoras anticonceptivas, las esterilizaciones, los dius, la negación de asistencia no ya sanitaria: ni siquiera humanitaria: hidratar -darle agua- a un moribundo… Si a un perro se le deja morir de hambre y de sed, viene el SEPRONA y se te cae el pelo: pues esto se hace CON PERSONAS y, para mayor escarnio, con permiso judicial, incluso aunque la familia del enfermo o moribundo no quiera.

¿Y quién la deshumaniza? Todos los estamentos -las personas que los integran- que, bien por acción u omisión, concurren a que no se vea al paciente como PERSONA. Cuando un paciente se considera como una “cosa” -iba a poner como “animal", pero sería mentir: hoy día, los animales tienen más derechos que las personas y se protejen mucho más que a estas últimas-, se le tratará como tal; y a esos profesionales les acabará pareciendo lo más normal que se actúe así.

Claro que el que no ve la diferencia entre una persona -sea mujer u hombre- y una “vaca” o una “piedra", tiene un grave problema: visual, intelectual y moral. Y si sigue sin “poder distinguir la diferencia", debería “reorientar” su horizonte profesional y hacerse veterinario o sacamantecas o picapedrero: seguro que las autoridades probas, democráticas, progresistas y competentes prodrían habilitar un curso puente o un máster para ponerlo fácil y al alcance.

Pero se deshumaniza porque se descristianiza. ¿Cómo? Cuando los médicos-católicos o los católicos-médicos, CEDEN ante esas personas que pretenden imponer una crueldad inhumana en el ejercicio de una profesión que está señalada precisamente por el servicio a la persona -precisamente cuando esta está más necesitada, más débil y más indefensa-, tomada en su integridad y en su totalidad. Nunca como vaca o cosa.

Pero, ¿por qué ceden? Las respuestas no son fáciles, y cada persona es un mundo. Pero se pueden señalar algunas posturas o situaciones generales.

La primera: esos católicos médicos/médicos católicos, por la deficiente formación católica que han recibido, no están en condiciones -ni quieren, tampoco- de dar la batalla al paganismo anticatólico que, disfrazado de ideología, pretende que no se aviste ni una sola señal de Dios, ni de su Iglesia, ni de sus hijos católicos en este mundo. 

También puede ocurrir que habiendo recibido una buena formación católica, las "circunstancias” personales -las personales debilidades- acaben haciendo infructuosa esa formación, o esa vida en cristiano que se había vivido anteriormente con toda paz.

El resultado de las dos situaciones es la misma: “dejarse llevar” y “ceder". Pero eso no solo no es católico -ni siquiera es aceptablemente humano-, sino que es la negación de lo católico: es pasarse al enemigo en cuerpo y alma. Algo que grava muy pesadamente el alma, y hay que rendir cuentas a Dios; mucho más importantes que las que se puedan rendir -o deban: que igual, en conciencia, no se deben- a unos jefes…

¿Cómo se reconstruye el alma católica en este ámbito? ¿Cuáles son los puntos principales en los que los profesionales de la medicina deben dar la batalla, para dignificar -y santificar- la profesión y dignificarse -y santificarse- a sí mismos?

El primer campo es el respeto a la vida en su totalidad, desde su concepción hasta su defunción, respetando los límites del orden natural. De ahí que lo mismo que no se puede matar -abortar, eutanasiar, cortar la cabeza-, no se puede tampoco fecundar artificialmente; por poner dos momentos que, a día de hoy, son de plena actualidad.

El respeto a la vida, por tanto, exige la no intervención en el orden no-natural de la fecundación, sustituyendo a los progenitores con fármacos o técnicas que esterilicen, o recurriendo a la fecundación “in vitro". 

Porque lo mismo que una persona no puede sustituir el orden natural, y evitar o adelantar la muerte de nadie -ni la suya propia-, tampoco puede hacerlo cuando se le descubre una esterilidad o una disfunción grave que le impide totalmente la procreación. Es muy loable el sentimiento de ser madre/padre, pero no se puede conseguir de cualquier manera, y los médicos no están para eso. Como no están para conseguir un niño-medicina, o un clon del niño fallecido; mucho menos un nene para una parejita homosexs o lesbis.

Hay más temas; pero simplemente con que en el mundillo médico se respetase la vida humana de un modo total y absoluto, la sociedad sería otra, se protegería efectivamente a la familia, y se ayudaría a reconocer y respetar la dignidad de la persona, empezando por reconocer cada uno su propia dignidad.

También la del médico -y demás profesionales de la medicina-, católico o no, como médico.

4.12.16

Católicos de políticos/ políticos de católicos

Es uno de los más graves problemas que tiene la Iglesia Católica en el mundo occidental: los católicos que, siéndolo -o eso creen-, se meten en política; primero como miembros de un partido político dudosamente democrático -en la práctica diaria de sus postulados, de sus declaraciones, de sus manejos internos y externos-, para luego, y si es el caso, como miembros de un gobierno, también dudosamente democrático por las mismas razones que las señaladas anteriormente, agravadas todas ellas al convertirse en praxis gubernamental.

La Iglesia Católica -no solo en España, por supuesto- no ha estado al quite; quizá ni se le ha pasado por la imaginación. Y, si lo ha intentado, ha debido ser tan tarde, tan tímidamente y tan deslabazadamente, que los resultados ahí están: los católicos, como tales, han desaparecido de la vida política, pues no se distinguen en nada de ningún otro político al uso: todos están cortados por el mismo patrón, nunca mejor dicho. Todos fococopias impresentables; que más indignan cuanto más de católicos “van". Ejemplos hay a mansalva: sobran. Es más: de hecho, no hay ninguno que “choque” pretendiendo ser coherente con su catolicismo, y se salga del molde, y se le pueda señalar como tal. Ninguno.

Digo que es uno de los más graves problemas, porque todos los ataques efectivos -tienen los mejores medios, y los tienen más ampliamente, y los pueden manejar sin dar cuenta a nadie en este mundo: en el otro, eso ya es “otro cantar", y lo verán- contra la dignidad de la persona, contra la familia como célula básica de la sociedad, contra la vida, y contra la salvaguarda del bien común -que es el ámbito propio de la vida política-, respetando desde el poder el principio de subsidiariedad, que es el que legitima moralmente -hace justo, obra según justicia- el uso del poder político y gubernamental, todos los ataques vienen de ahí: de los gobiernos al uso.

A estos “temas” habría que añadir -como denuncia, naturalmente- el uso “obligatorio” de la mentira en la vida pública, la “obligación” imperiosa de enriquecerse personalmente aún a costa de arruinar, empobrecer y endeudar -para generaciones y generaciones- países enteros, y la “necesidad” de construir “estructuras de corrupción” en todos los horizontes de las realidades que tocan los políticos: gobiernos, partidos y sindicatos primeramente; y que luego, como una gangrena progresiva e imparable -porque nadie se va a autoimputar ningún miembro- se van extendiendo a todos los sectores de la sociedad, al grito de “tonto el último".

Y como la primera gangrega que se instala necesariamente es la GANGRENA MORAL -de ahí la corrupción instalada oficialmente desde los poderes para matar las conciencias desde la más tierna infancia-, de ahí mi denuncia de que la Iglesia ha estado como mínimo poco “lista” para verlo venir: lo moral, lo justo es la esencia de lo católico. Y  ahora, claro, se tiene  que  quejar -bien que tímidamente, eso sí: ya no hay arrestos, quizá ya ni autoridad para hacerlo de otra manera- de que se la ataca, de que se la quiere silenciar -cuando la primera “mudita” ha sido ella-, o pretendiendo defender unas clases de religión que ya nadie sabe cómo hay que darlas -no se puede “adoctrinar": dicho por un obispo católico de la católica España en una circular oficial de su diócesis-, y por otro lado, ya nadie pretende que a través de ellas se les enseñe a vivir en cristiano. Y así estamos.

Y vamos al tema, que esto han sido más unas premisas para entrarle a lo que nos ocupa: un católico coherente hoy, es decir, fiel a su condición de hijo de Dios en medio del mundo, y con el encargo divino -vocacional: vocación cristiana- de santificarse y santificar las estructuras temporales, ¿cómo debe actuar en política para ser lo que debería pretender: que su Fe eche raíces y fecunde todo aquello en lo que está metido -el quehacer político- por Voluntad de Dios?

No tengo más respuesta -ni mejor- que las palabras del testamento de Shahbaz Bhatti, político católico pakistaní, muerto a causa de su Fe en un atentado en marzo de 2011: “Me han propuesto altos cargos de gobierno y se me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre me he negado, incluso poniendo en peligro mi vida. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Solo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte que consideraría un privilegio que, en este esfuerzo y en esta batalla por ayudar a los necesitados, a los pobres, a los cristianos perseguidos de Pakistán, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir por Cristo y quiero morir por Él".

Nos deja mudos de asombro, de entusiasmo, de ejemplaridad, de virtud, de amor a Jesucristo y a su Iglesia, y de decación hasta el finala imitación de Cristo.

Un católico, en un partido o en un gobierno no puede pretender que su conciencia esté al margen de lo que en ese partido se propugna, o en ese gobierno se perpetra, aunque hava votado en contra vez tras vez. Pero mucho menos si su silencio al respecto es notorio y público. Debería declarar inmediata y públicamente su disconformidad moral y su voto en contra.

Escandaliza sobremanera. Y con su silencio -con su conducta- contribuye notablemente a que se desdibujen los perfiles de lo que es ser católico y, por tanto, también de la doctrina que sustenta y explicita esa vida. Hace traición a su Fe, a la Iglesia, a sus hermanos en la Fe, y a todos los hombres de buena voluntad: porque ven cómo su vida práctica desautoriza todo lo que el católico representa: a Cristo mismo.

Tampoco pueden escudarse en que si ellos no estuvieran allí -cobrando, por cierto; más complementos, que los habrá seguro- habría otro que haría las cosas mucho peor, y el mal sería mucho mayor. No cuela. Cuando el mal que se instiga son 120.000 abortos al año, 230.000 embriones congelados, la historia del “principito” con sus niñas con vulva y sus niñas con pene, con sus leyes LGTBI, con los niños de 12 años enganchados al alcohol, al sexo y a las drogas, con los abortos de niñas y los cambios de sexos de menores sin consentimiento paterno, cuando se destruye la familia y la sociedad, cuando se saquean países enteros…, ¿dónde queda el recurso al mal menor? Eso es de un fariseísmo que apesta. Y si se está ahí es porque se está muy a gusto con todo eso -talmente y hacia fuera da esa impresión-, aunque se comulgue todos los días. A esto hemos llegado.

Un último apunte: de los cientos de miles de católicos y de cristianos perseguidos en Irak y Siria, con miles y miles de muertos -mártires, por supuesto- no se conoce ni un solo caso de nadie que haya apostatado por defender su patrimonio, su familia o su vida personal. Ni uno solo. Nadie se ha apuntado al mal menorCuando pasa esto, ¿cómo se va a tener derecho a estar ahí metido, con los bolsillos bien cubiertos y pretender además mantener “sana” y “a salvo” la conciencia? ¡Menudo chollo, papi!

Si alguien lo sabe, agradecería respuestas. A los de la CEE no les pregunto nada porque están muy ocupados celebrando sus 50 años de silencio, de nada.

18.11.16

Conexio virtutum/conexio doctrinam

Nuestra Madre la Iglesia Santa enseña con gran Sabiduría, hecha de Palabra de Dios, de Gracia del Espíritu Santo, de Vida de Cristo y de abundantísima experiencia humana -no hay que olvidar que la Iglesia es “experta en humanidad"-, que todas las virtudes, especialmente las virtudes cardinales y las demás virtudes morales, están interconectadas: es lo que se designa con la expresión “conexio virtutum".

Tan es así que, cuando se mejora en una de ellas, se mejora a la vez en todas; y al revés: cuando se descuida una, pierden todas las demás también. Indudablemente, quien mejora o pierde es la poseedora de todas ellas, es decir, la persona humana.

Aunque estrictamente hablando Santo Tomás reduce la “conexión entre las virtudes” a las virtudes cardinales y a las morales -no así a las virtudes llamadas “intelectuales” o a las meras virtudes humanas-, sin embargo y en mi opinión, esto es más un reduccionismo académico -más bien “escolástico", por decirlo de algún modo- que un reflejo de la realidad: en realidad, en el hombre, que es un único ser personal, todo comunica; como lo demuestra, por ejemplo y con absoluta evidencia, la intercomunión intrínseca e inseparable del cuerpo y del alma.

Viene a cuento lo de la “conexión de las virtudes” -conexio virtutum- porque me parece que, en el orden doctrinal y salvando todas las distancias, tampoco son separables los puntos que componen la Doctrina Católica; como no son separables, y se recogen de hecho en un mismo Catecismo de la Iglesia Católica, sus distintas partes: Mandamientos, Sacramentos, Artículos de la Fe y la Vida Cristiana, etc.

Solo son separables “intelectualmente” -metodológicamente, si se prefiere-, pero no en la vida práctica del cristiano -del hijo de Dios, que para vivir como tal, en plenitud de vocación, ha de vivirlas todas-; como tampoco son separables en la práctica “Doctrina y Vida", “Fe y Vida de Fe".

Del mismo modo y a fortiori, menos aún son separables Jesucristo y su Iglesia: pues realmente no se puede escoger a uno/una sin despreciar al otro/otra. Son una unidad: sin Jesucristo no hay Iglesia, porque esta ni habría existido ni puede subsistir sin Cristo.

Tampoco es católico separar “doctrina” -doxa- y “praxis” -"ortodoxia” y “ortopraxis"- como pretendía la ya casposa “teología de la liberación"; y como pretenden algunos, a día de hoy, afirmando que “no se ha tocado la doctrina", y “todo sigue igual” cuando, en la práctica, se admiten y se postulan “praxis” que la contradicen, porque la pisotean, la ningunean y la anulan: convierten la doctrina en papel mojado, en la nada inoperante, como corresponde a la propia “nada” por su ser precisamente “nada".

Por ejemplo: no se puede pretender que para comulgar hay que estar en gracia de Dios, es decir, no tener conciencia de pecado mortal -mucho menos reconocer que “se está en una situación objetiva de pecado grave"- y sostener además que, si se tiene esa conciencia de pecado grave, hay que confesarse antes de comulgar…, para luego, sin más y por mis pistolas, postular en la práctica que esas gentes accedan a la Sagrada Comunión; pretendiendo, para más inri, que esta “pastoral” -eufemismo o sarcasmo más falso que Judas- es una pastoral “católica”. Para añadir -faltaría más-, antes y después, que “no se ha cambiado ni una coma de la doctrina".

Una aclaración. Cuando hablo de “doctrina” me refiero a la doctrina “inmutable", no a si es más oportuno recibir la Confirmación a los 10 o a los 16 años, que esto puede cambiar las veces que haga falta; sino a la pretensión, si la hubiera, de desvirtuar la naturaleza del Sacramento de la Confirmación, por ejemplo. Y volvemos al hilo.

Pero, ¿en qué lógica cabe tal postura? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Hemos renunciado -como lo hacen los del “mundillo"- a la capacidad de nuestra razón para reconocer la realidad -la verdad de las cosas-, y enunciarla como tal? ¿Se pretende, una vez más y en línea con una pseudo filosofía -y la pseudo teología que lo asume-, que la “verdad", la pongo “yo", es decir, “mi” conciencia o “mi” voluntad?

Esto, siempre será encumbrar al “hombre” -al falso hombre, porque del hombre verdadero no queda nada en una postura así- pagando el peaje de “quitar” -no queda otra- a Dios. Y la Iglesia Católica nunca ha sido, ni es ni será una “cosa” así, porque desde su origen y hasta el final de los tiempos está al servicio del hombre, porque está “ad maiorem Dei gloriam": para la gloria de Dios.

Precisamente esto -la defensa de la Iglesia en su finalidad más sobrenatural: la salvación de las almas todas- es lo que han pretendido los cuatro cardenales con su carta al Papa; que han convertido en “carta abierta” -pública y publicada-, dado el silencio administrativo con el que se les ha contestado-; es también lo que pretendieron los bastantes más de cuatro firmantes con la carta que, con ocasión del sínodo de la familia, elevaron al Papa, por si le servía de ayuda; más la carta -ya muchísimo más numerosa en firmas- que un buen número de católicos -con ánimo firme de serlo y de seguir siéndolo- enviaron al Papa para que les aclarase las dudas y las zozobras que les había producido su última exhortación apostólica.

La Iglesia Católica, desde hace ya muchos años, se ha convertido en el último y en el único refugio que le queda al hombre para poder reconocer su dignidad, su origen y su destino. Si la Iglesia le fallase el hombre éste ya no tendría ni a dónde ir en este mundo: se convertiría en un extraño, en un paria: se desconocería a sí mismo y a los demás, por desconocer a Dios.