InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Teología

28.08.17

¿Cómo se hace para amar?

Fray, Còmo se hace para amar? si uno se reconoce imposibilitado y ademàs de eso no logra atisbar en el otro ( cualquier humano) algún indicio de que es amable. Còmo es que se tiene el deseo de amar sabièndose incapacitado. No sè si me hago entender. –LV

* * *

Si entendemos el amor como sentimiento agradable que nos hace disfrutar de la presencia de otra persona, ese tipo de amor no tiene uno cómo producirlo de la nada. Ese tipo de amor podemos decir que depende de su “objetivo” o “meta,” o sea, depende de que la persona a que se dirige sea “amable.” Observemos que la palabra “amable” tiene la misma estructura de palabras como “pensable,” “dibujable,” “construíble” y las de ese género. Todas esas palabras indican algo que se puede hacer. “Amable” quiere decir entonces: alguien a quien se puede amar; y la idea va más allá: que no sólo se puede amar sino que invita a ser amado.

Entendemos entonces que el amor-sentimiento depende de lo que uno vaya a amar y por consiguiente es en la práctica imposible hacerlo surgir. Es como si a uno le dijeran: “Tiene que enamorarse de tal persona, y además tener detalles de amor y ternura con ella.”

La Biblia tiene un enfoque diferente, en tres aspectos:

(1) El amor de que nos habla la Biblia sólo existe en aquellos que se han descubierto amados, intensa, infinitamente amados por Dios. La fuente no está en el ser humano porque el ser humano básicamente responde a estímulos, como hemos visto con el amor-sentimiento. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 4,10). Por ello mismo, el modelo de amor, según la Biblia, no implica reciprocidad ni mérito. Cristo nos llama a amar de esa manera: “…para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.” (Mateo 5,45)

(2) La expresión máxima del amor no está en las palabras o las caricias sino en buscar con toda fuerza el bien de la persona amada, hasta entregar la propia vida si es necesario. “No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos [que debiera mejor traducirse: los que uno ama, con amor como el de Cristo]” (Juan 15,13). El amor “bíblico” se concentra en las obras, en el bien que es posible y apropiado hacer en favor de la persona amada. Por eso Cristo nos dice: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5,44). Claramente al mandarnos que amemos así, Cristo no nos está diciendo: “Sentid cosas bonitas por los que os tratan mal;” ese amor más bien es: “Haced el bien posible y apropiado por aquellos que lo necesiten, incluso si son vuestros enemigos.”

(3) El amor de que nos habla la Biblia no se concentra en lo que yo siento sino en lo que la otra persona necesita. Por eso Cristo, cuando le preguntan, ¿quién es mi prójimo?, o sea, ¿Quién es ese al que se supone que debo amar?, responde con la historia de una persona en grave necesidad. Es lo que está en la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). Este aspecto del amor, según la Biblia, implica que amar no necesariamente significa complacer. En muchas circunstancias amar puede implicar contradecir, corregir, oponerse o denunciar; porque uno lo que está buscando es el bien necesario a la otra persona, incluso si ella no lo conoce o no lo desea. Es como cuando la mamá pide que sea vacunado su bebé aunque el bebé llore un poco.

¿Ese tipo de amor, que hemos llamado “bíblico,” es posible? Por supuesto, si recordamos el orden de los puntos expuestos: empezar por la experiencia del amor de ese Dios que nos ha creado, perdonado, ungido y que nos llama a la plena comunión de vida y gozo en Él. Por eso nos dice San Juan: “Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado. Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Juan 1,2-3).

15.08.17

Diez pensamientos sobre la fe

¡La hermosa riqueza del don de la fe!

  1. Nuestra fe no es autoconvicción, programación neuronal o autosugestión. Es el don de responder al regalo de un Dios que se revela.
  2. La fe no es un poder que Dios te da para lo que tú quieras; es la posibilidad bendita de ser disponible para su plan, que es mejor.
  3. La fe no es una renuncia al conocimiento, a la razón o a la evidencia; sino una lectura mucho más profunda de lo que vemos y sabemos.
  4. La fantasía o el pensar con el deseo empiezan en el hombre y por eso también proyectan sus defectos. Eso tenían los paganos y eso NO es fe.
  5. La fe no es simple repetición de ideas palabras aunque brota de la predicación de la Iglesia; sólo existe como un don fresco en cada creyente; como si Dios lo creara para cada persona.
  6. La fe es regalo que rehace a la persona y a la vez construye a la comunidad: completamente personal y totalmente comunitario.
  7. El conocimiento que da la fe no es una apuesta ni es fruto de anhelos, ignorancias o miedos; es certeza pero no construida sino recibida.
  8. No se puede propiamente tener fe sino en Dios y por don suyo; lo demás es impostura de la imaginación o de la cultura dominante.
  9. La fe es un regalo inmerecido pero irrevocable–desde Dios; aunque frágil y amenazado–desde el hombre.
  10. La fe es árbol que crece en su raíz, por la escucha; en su tronco por la coherencia; y en sus frutos, por la caridad.

22.06.17

Ocho estrategias preferidas por el demonio

¿En qué principalmente gasta su tiempo el diablo, metafóricamente hablando?

1. Elaborando y distribuyendo caricaturas repugnantes de Dios

* Su naturaleza está sellada por la mentira: “[…] El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira” (Juan 8,44).

* En el comienzo mismo de la Historia, lo primero que hace es calumniar a Dios: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3,1)

* Quiere presentar la virtud como imposible, y el pecado como fácil. Por ello Cristo tiene que advertir: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mateo 7,13).

Leer más... »

10.06.17

Invitación al santo Temor de Dios

El santo Temor de Dios es uno de los siete dones mayores del Espíritu Santo, y sin embargo, de él se predica muy poco. No queremos caer en una versión unilateral, propia de un cristianismo en pánico permanente, pero vemos que es necesario recuperar la conciencia de la seriedad de la vida cristiana.

Las siguientes 21 consideraciones nos ayudan en esa línea.

  1. Daremos cuenta a Dios del tiempo perdido inútilmente.
  2. Daremos cuenta a Dios de cada palabra necia.
  3. Daremos cuenta a Dios del bien que no hicimos, pudiendo perfectamente hacerlo.
  4. Daremos cuenta a Dios de muchos de los pecados de las personas que tuvimos a nuestro cargo.
  5. Daremos cuenta a Dios de no haber peleado hasta la sangre contra el pecado (cf. Carta a los Hebreos 12,4).
  6. Daremos cuenta a Dios de haber desviado la mirada ante el dolor o la necesidad de nuestros hermanos.
  7. Daremos cuenta a Dios de tantos sagrarios que tuvimos cerca y nunca visitamos.
  8. Daremos cuenta a Dios de haber entretenido la mente en fantasías de pecado.
  9. Daremos cuenta a Dios de nuestra lentitud e inconstancia para formarnos mejor en la fe y la moral.
  10. Daremos cuenta a Dios de haber callado cuando ofendían su Nombre.
  11. Daremos cuenta a Dios de haber dejado solos a tantos que batallan por extender el Reino de Cristo.
  12. Daremos cuenta a Dios por no haber reflexionado con más amor y constancia sobre el misterio de la eternidad.
  13. Daremos cuenta a Dios por las inspiraciones de la gracia que dejamos perder en el tumulto de nuestra negligencia.
  14. Daremos cuenta a Dios por no haber alabado y predicado mucho más la confianza en su Divina Misericordia.
  15. Daremos cuenta a Dios del poco dolor por nuestros pecados, y los pecados del mundo entero.
  16. Daremos cuenta a Dios de haber desperdiciado el auxilio de los Ángeles y de los Santos.
  17. Daremos cuenta a Dios por los resentimientos porque en cada ser humano, aunque oculta, está siempre la imagen de Dios.
  18. Daremos cuenta a Dios de vivir de modo tan distraído, y luego llevar nuestras distracciones a la oración.
  19. Daremos cuenta a Dios por la ingratitud o frialdad con que hemos tratado a tantos que nos han hecho bien en Cristo.
  20. Daremos cuenta a Dios por el amor que dejamos perder en el alma sin entregarlo a nuestro prójimo.
  21. Daremos cuenta a Dios por haber amado tan mezquinamente el Cielo, lugar de su gloria y compañía.

18.04.17

Sobre la verdad de la resurrección

Desde el siglo XIX ha tomado impulso peculiar una verdadera guerra contra el Resucitado. O para ser más exactos: oposición abierta, pero vestida de racionalidad, al dato tan sencillo y tan fundamental que nos traen los Evangelios: el que murió en la Cruz no ha quedado sujeto a la corrupción de los cadáveres; vive, está lleno de la gloria del Padre, y la muerte ya no tiene poder sobre Él.

Ya San Mateo (28,11-15) cuenta de un primer intento, muy burdo, de negar la victoria postrera del Crucificado: los soldados que guardaban la tumba deben testificar que, mientras ellos dormían, los discípulos robaron el cadáver.

Uno puede leer la historia de las herejías cristológicas como un esfuerzo continuado de robar su sentido y significado real a la resurrección. Por ejemplo: Si Cristo es un ser altísimo distinto de Dios y creado por Dios, como cree el arrianismo, entonces no es Dios pero tampoco es hombre, luego su muerte es falsa, o no es la muerte nuestra, y su resurrección no dice en verdad nada a nosotros.

Resucitó!
Si hay un Cristo “hijo de Dios” distinto de otro Cristo “hijo de María,” como quiere el nestorianismo, entonces la resurrección es, a lo sumo, la reanimación de un cadáver: una especie de segunda encarnación. Por supuesto, ello tampoco dice nada a nuestra esperanza porque nosotros no contamos con que el Lógos se una a nosotros después de que muramos.

Si en Cristo sólo hay una naturaleza, la naturaleza divina, como pretende el monofisismo, entonces su muerte es un holograma repleto de efectos especiales… que nada dicen a la realidad cruda y dura de nuestra propia muerte.

Al revisar las principales herejías uno pronto entiende la sabiduría del dictum de San Ireneo: Caro cardo salutis: la verdad y realidad de la carne de Cristo, y por ende, de su plena naturaleza humana, unida en la única persona del Verbo, es el fundamento para creer en el amor que se desplegó en la Cruz, y para dar fundamento a la esperanza que se despliega con la resurrección.

Así las cosas, una oleada de escepticismo hacia los milagros en general, y hacia la resurrección de Cristo en particular, ha llevado a tratar de reinterpretar los Evangelios desde ideas ajenas y artificales, como aquello de que Cristo resucitó “en la fe de los discípulos,” es decir, algo completamente semejante a lo que un entusiasta de Mao Tse-Tung puede gritar en una manifestación callejera: “¡Mao Vive!” Y si le preguntamos al del grito: de qué modo vive Mao, él admite que el cadáver de Mao siguió el destino de todo cadáver, y que lo que se conserva es por obra de un proceso de embalsamamiento. Pues así pretenden estos sedicentes teólogos que pensemos de Cristo: que lo que está vivo es “su proyecto,” “su causa,” la cual después se interpreta como luchar por unos “valores del Reino,” que al final se reducen a un humanismo horizontal y buenista bien salpicado de socialismo.


Puede complementarse esta reflexión con:

  1. Cinco homilías sobre la resurrección
  2. Video sobre cómo prepararse para la Pascua y para el Tiempo Pascual.
  3. Pascua y comunidad.