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21.12.12

¿Todavía tiene sentido desear una Feliz Navidad?

1. La Crisis y su inextricable complejidad

Incertidumbre, fragilidad, provisionalidad, cortedad… ¡Qué lista de palabras! Y no es difícil continuarla. Se trata de esas sensaciones y/o presentimientos y/o diagnósticos que dejan el corazón a la intemperie, desprovisto de esperanza y de razones para confiar.

BelénUna cosa que tienen en común esas palabras es que caben todas bajo un paraguas: la crisis. Curioso término ese de “crisis.” Curioso porque parece a la vez un diagnóstico y una explicación, algo así como si sirviera a la vez de denuncia que nos enerva y de respuesta que nos paraliza. Estamos en crisis: de economía, de valores, de fe, de esperanza, de amor. Es como si se voceara en un antiguo poblado: “Hoy se anuncia niebla espesa y los caminos están enfangados; queden todos advertidos del riesgo de emprender camino…”

De hecho, es propio de las verdaderas crisis ese carácter múltiple, complejo que hace inextricables las relaciones entre las distintas dimensiones de la persona y la sociedad. Lo financiero no se puede deslindar completamente de lo político; lo religioso no se puede separar quirúrgicamente de lo ético; lo artístico no se puede considerar como si no existiera lo económico, y así sucesivamente. Por supuesto, la percepción que ello produce, desde dentro, es la de estar atrapado, asfixiado, coaccionado. A su vez, tal percepción puede servir de disparador que activa todo tipo de conductas extremas, ya se trate de mentalidades sectarias, actos de terrorismo nihilista, o simplemente: depresión profunda.

2. Viene en nuestra ayuda la Historia

¿Es esta la primera vez que la humanidad en su conjunto, o eso que llamamos civilización occidental, pasan por un estado de desconcierto y desesperanza tan profundos? De ninguna manera. por alguna razón viene a mi mente el conocido texto de Petrarca, que describe, como sólo un literato puede hacerlo, la miseria de su tiempo:

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13.06.09

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Hay un vacio de pensamiento sobre la lengua latina y su uso en la liturgia

codexSi hay algo que brilla por su ausencia en las discusiones sobre el lugar del latín en la liturgia es la falta de argumentos, casi digo yo de parte y parte. La nostalgia de unos se enfrenta con el temor al anacronismo de parte de los otros y al final las cosas quedan en pánico paralizante o cerrazón a todo discurso racional.

Me atrevo a decir que he conocido varias dimensiones de este asunto. Conozco, leo y amo el latín; lo he enseñado en nuestra casa de formación en Bogotá por varios años, y también a nuestros novicios dominicos. He celebrado y rezado en latín en varias partes, incluyendo nuestro Angelicum en Roma. Por otro lado, mi experiencia de fe resulta imposible de comprender sin el entusiasmo (y la percusión y el ritmo) de las celebraciones carismáticas. Y de ahí sobre todo lo que echo de menos cuando se afirma que “sólo” el órgano es “digno” de la liturgia: mi sensación es que canonizar solo la música tubular equivale a dejar de lado la palabra “ritmo,” y en esto se cumple lo que en otras áreas de la vida de fe: lo que la Iglesia menosprecia, alguien lo aprecia, lo hace suyo y lo usa contra la Iglesia. Buena parte, quizás la mayor parte del rock nació y se crió al margen de la fe, y bueno, ahí lo tienes. Ya decían los antiguos: “lo que no es asumido no es redimido” (Quod non assumptus, non redemptus).

Y sin embargo, perder el latín es perder demasiado.

1. Cada lenguaje es la expresión del alma de un pueblo. Durante unos mil años largos la Iglesia, y la civilización occidental misma, pensó en latín, oró en latín, rió en latín. Olvidarse del latín es perder mil años de vida, de búsquedas, de hallazgos, de esperanzas, de poesía.

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