22.11.14

¿Te puedo contar algo?

nelson_medinaYo también tengo una familia. Y en mi familia, como tal vez en la tuya, también hay dolor, problemas, decepciones, así como momentos alegres, abrazos sinceros y rostros de esperanza.

Soy sacerdote pero no salí de debajo de una piedra ni me cosecharon de un árbol. Salí del amor de una pareja y vengo del vientre y de los cuidados de una mujer: mi madre. Tengo tíos, primos, hermanos, sobrinos, amigos y amigas. Mi vida no es demasiado distinta de la tuya. Como todo ser humano, sufro cuando veo sufrir a los seres que amo. Aunque a veces la gente lo vea a uno como una caja de soluciones, yo también conozco el sentimiento de impotencia ante un problema insoluble, ante un dolor muy grande, o ante una pregunta que te hunde en la perplejidad.

Sin embargo, no me quejo, en absoluto, de la vida que más amo y de la tarea más hermosa que creo que existe en esta tierra: ser sacerdote. Si mi boca debe abrirse es para agradecer, bendecir, glorificar a Dios, y también para dar un GRACIAS gigantesco a tantas personas que han hecho posible que yo sea lo que soy. Eso puedo decir de mis cualidades. De mis defectos en cambio sé que sólo hay un responsable: yo mismo. Y por eso, lo mismo que todos, muchas veces he tenido que pedir perdón, a Dios y a mis hermanos.

Te cuento que amo apasionadamente a la Iglesia. Creo que la amo más que a mi vida pero eso sólo se sabría si un día tuviera que morir por Ella. Comprendo perfectamente que eso se llama “martirio” y que no es simple virtud humana sino puro regalo que viene del Cielo y de Dios, nuestro Padre. Pero sí te garantizo que amo a la Iglesia. Sufro con lo que le sucede. Sufro cuando es calumniada, o cuando nosotros, sus hijos, no estamos a la altura de su celestial y preciosa vocación de ser sacramento de salvación para el mundo.

Esta carta es para ti, que a menudo lees estos mensajes o me has visto por televisión o escuchado por Internet o por la radio. Sólo quería decirte que soy un ser humano cargado de lágrimas, risas, gratitud y muchas ganas de responder, en algo, a tanto amor que he recibido.

Por favor, no me olvides en tus oraciones. De verdad: cada uno de nosotros, sacerdotes de Cristo Jesús, cada uno lo necesita. ¡Gracias!

10.11.14

Quince consejos de un sacerdote de la Edad Media

Perdí la cuenta del número de personas que consideran el adjetivo “medieval” como un insulto, una especie de arma arrojadiza que te disparan en medio de una conversación, con la secreta o patente esperanza de producirte desconcierto o vergüenza. “¡Ya no estamos en la Edad Media!” “¡Tu postura es medieval!”: este es el tipo de exclamación que debería producir en uno una súbita oleada de confusión y dolor, dejándolo incapaz de continuar con el debate, más allá de unos balbuceos y un pronto entregar las armas.

Por supuesto, las cosas cambian cuando uno empieza a conocer en serio qué fue y qué sigue siendo la grandeza de la llamada “Edad Media,” que, como es sabido, ya desde ese nombre es vista como una especie de paréntesis lamentable entre la verdadera y gran cultura de la Antigüedad, y luego los esfuerzos y logros del llamado “Renacimiento.” Los que se vieron a sí mismos como “hombres del renacer” pretendieron sepultar en ignominia los siglos que les separaban del tiempo antiguo, que se les antojaba libre, creativo y sobre todo feliz, acaso por no estar sujeto a las ataduras de la moral católica–que por ahí van las cosas.

Sea de ello lo que fuere, un sacerdote como yo ha recibido tantas veces el “insulto,” bien entre comillas, de “medieval” que he terminado por asumirlo, aunque no por supuesto como un epíteto que me degrada sino como un apelativo que me hermana con gente de talento y de talante. Y como, por otra parte, voy acercándome a los 50 años de edad, bien está que me considere de la “edad media,” tanto con mayúsculas como con minúsculas.

Aquí van entonces, sin más preámbulos, quince consejos de este sacerdote medieval a sus hermanos sacerdotes. Si son de ayuda, bendito Dios; y si no, la brevedad del lenguaje tuitero hará que no se pierda mucho tiempo.

  1. Nada puede reemplazar nunca el valor de tu tiempo a solas con Jesucristo.
  2. No eres dueño de los sacramentos pero, si los celebras con viva fe y amor, serán tu principal alimento espiritual.
  3. Si la Cruz de Cristo no está con la debida frecuencia en tu predicación, ten la certeza de que te estás volviendo irrelevante.
  4. Serás instrumento de Cristo si tu voz llama con igual fuerza al arrepentimiento sincero y a la confianza total en la gracia divina.
  5. El sacerdote que no predica con su vida y palabra la conversión está predicando a gritos: “¡Yo sobro!”
  6. Incluso los que estén en desacuerdo contigo te agradecerán que seas claro en la doctrina; tienen derecho a saber a qué atenerse.
  7. Las conquistas pastorales que violentan la doctrina de la Iglesia terminan en desengaños amargos para todos.
  8. Busca en lo posible ser amigo de familias y no sólo de personas.
  9. Las preguntas más útiles para un pastor de almas son: ¿A quiénes no estoy tomando en cuenta? ¿De quiénes me estoy olvidando?
  10. Sé muy prudente en política: cada vez que apoyas abiertamente un partido estás declarando a la Iglesia enemiga de los demás partidos.
  11. Jamás hagas publicidad ni permitas que los medios conviertan una oración de liberación o un exorcismo en un espectáculo.
  12. Si olvidas al hambriento no estás evangelizando; si el hambriento queda satisfecho con solo pan tampoco estás evangelizando.
  13. La manera de evitar el infierno no es evitar mencionarlo.
  14. No mejores el Evangelio: si Cristo dijo que el camino era estrecho avanza por ahí y muéstralo así con amor a los demás.
  15. No vas a vencer siempre pero si puedes aprender a vencerte cada día un poco más, por amor a Jesucristo.

26.10.14

24.10.14

Algunos se cansaron

Es un poco triste reconocerlo pero hay que ser honestos: algunos se cansaron de batallar contra la corriente. Un día se sintieron sin fuerzas, y casi sin darse cuenta, empezaron a dejarse llevar por el fluido suave y el ritmo arrullador de las aguas que iban corriente abajo.

Poco importó en un primer momento que fueran aguas venenosas. Poco importó que hubiera un penetrante hedor que se pegaba a todo: sus palabras, sus ropas, sus casas. La comodidad de dejarse llevar parecía buena razón, y al fin y al cabo, a los malos olores uno termina por acostumbrarse.

Se cansaron de decir que la paga del pecado es la muerte; su discurso cambió, y empezaron a decir que ante todo hay que ser humanos, y que Dios es tan misericordioso que en realidad no importa que pequemos, porque–ya revolcados bien abajo en esas aguas inmundas–les parecía imposible que hubiera condenación. Admitir que puede haber infierno y condenación Cansado?eterna es admitir que uno puede llegar allá si enseña lo que es falso aunque sea seductor. Así que cerraron los ojos y dijeron mirando a las cámaras que Dios no podía ser tan terrible.

Algunos se cansaron de pelear. Entregaron sus armas. Ya no soportaron más que la sociedad los excluyera, que la opinión pública los lastimara, que los medios de comunicación los ignoraran, que los parlamentos aprobaran leyes en contra de lo que siempre se enseñó. Se cansaron de ser sal que fastidia y dejaron de salar. Insípidos, con una sonrisa inocua, con un discurso debidamente censurado y autorizado por el “Nuevo Desorden Mundial” salieron a los púlpitos y a las cámaras y proclamaron que la Iglesia había cambiado. En realidad sólo ellos habían cambiado pero usurparon el nombre de la Esposa de Cristo.

Se cansaron de ser vituperados y maltratados. Cambiaron entonces su enseñanza y la acomodaron a los oídos adúlteros del mundo. Un aplauso sonoro fue la respuesta de parte de ese mundo, que de tiempo atrás esperaba tal cansancio. Los de las tinieblas se miraron y sonrieron con gesto de victoria. El rostro de los enemigos de la Iglesia brillaba con entusiasmo: “¡La hemos derribado!,” se dijeron al ver caer algunas de las altas torres de la Esposa, la Casa de Dios, la Católica.

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18.10.14

No te dejes desanimar por lo que a veces sucede en la Iglesia

No pierdas amor e impulso para servir a la Iglesia, ni siquiera cuando ves con preocupación, como yo lo veo, que hay tantas brechas, ruinas y suciedad, no sólo que viene de fuera sino que existe y avanza también adentro.

Nuestra Iglesia ha conocido extremos de persecución, extremos de humillación, extremos de corrupción. Las oraciones generosas, el valor de los mártires y el testimonio de los santos han abierto siempre nuevos y más gloriosos capítulos.

Hemos superado tiempos en que los obispos arrianos eran mayoría.

Hemos superado tiempos en que los poderes reinantes se dedicaron a exterminar a todos los ministros ordenados–y en algunas regiones lo consiguieron.

Hemos superado tiempos en que hubo dos Papas, y hasta tres Papas.

Hemos superado errores doctrinales graves de Papas como Juan XXII, en el siglo XIV; el cual, sin embargo, después se enmendó, sin que por otra parte su enseñanza NUNCA tuviera las condiciones para ser considerada como ex cathedra y por consiguiente infalible.

Hemos superado oleadas de teólogos herejes, como pasó a fines del siglo XIX.

Hemos superado riadas de monjas fuera de la fe, como sucedió cuando la expansión de la doctrina de Arrio.

Hemos superado excomuniones mutuas entre obispos, patriarcas y Papas.

Hemos superado todo porque nos ha superado Cristo, que está por encima de todos, a quien sea la gloria por los siglos.

Amén.