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21.06.17

De los silencios del misionero

De los silencios del misionero

 

Una capellana internada que religiosamente ofrece su calvario por los frutos de nuestras aventuras apostólicas, nos obligó a reflexionar y escribir sobre lo que ella llama “los silencios del misionero”. So pena de incurrir en pecado de lesa ingratitud, rompemos nuestro perezoso silencio para escribirle las pobres líneas que siguen, que esperamos sean usadas por Dios para sacudir algunas testas de sus purpurados silencios, para empujar almas ansiosas de heroísmo a batirse en espiritual duelo por la gloria de la Palabra encarnada y para obligarnos a guardar adorador silencio ante el Señor de las Batallas.

Sin más epítetos, comencemos estas temerarias líneas afirmando escuetamente lo siguiente: cuatro silencios rodean la Misión

 

Del silencio de Dios

Se puede decir, poéticamente, que el Verbo rompió el silencio del Padre y que el Logos eternal es fruto del silencio del Padre Celestial.

Esa centralidad del silencio en la fecundidad divinal en el seno de las procesiones intratrinitarias nos permite enaltecer al silencio como actitud sublime y obligada para todo bautizado. Y, si lo dicho alcanza para ubicar al silencio en la categoría de lo óptimo, siendo cierto que “corruptio optima pésima” -como nos amenaza el latino adagio-, es preciso decir que el silencio indigno es lo peor y, a la vez, que el silencio paternal empuja al misionero a postrarse en silencio filial ante el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

Hay, a su vez, otro silencio divino que atañe a la vida del apóstol y es el que se configura cuando, en la misión, adviene el fracaso hecho cruz y el misionero sufre cien estocadas humanamente insoportables sin que aparezca algún indicio tangible del auxilio celestial. Es éste el silencio divino que permite al apóstol emular al Salvador en el abandono mistérico al que el Padre lo sometió en el acto de la Redención.

 

Del silencio de la Iglesia Triunfante

Siendo teológicamente imposible que haya siquiera la más leve disconformidad entre el querer divino y el de las almas que gozan de la beatífica visión, es, sin embargo, lícito imaginarnos a San Francisco Xavier rogándole a Dios la gracia de poder bajar de su gloriosísimo pedestal celestial alcanzado, para descender a este infecto valle de lágrimas y desgastarse hasta la Parusía mediante el ejercicio de la sagrada predicación…

Pero, decíamos, salvo que Dios les muestre que lo quiere, los beatos no pedirían algo así, por más que no nos cueste imaginar que, de todos modos, lo harían sea cual sea el divino beneplácito.

Como los santos del Cielo someten sus apostólicas ansias al divino Soberano que los empuja a holgar in aeternum en sagrado ocio, ellos guardan un misterioso silencio absteniéndose de descolgarse del Paraíso y bajar a predicar la Verdad a los cuatros vientos. Ejerciendo tan alta obediencia, conservan un silencio abismal que nos hace padecer a los que aun militamos contra el infierno en las lides del Señor para derribar las ciudadelas que satanás dispuso en este destierro para condenación del humano género.

Como cierta y crecida compensación de tal beato silencio, los Santos del Empíreo Cielo, ofrece al siempre eterno Monarca, sus plegarias potentísimas que nos permiten a los aun viadores devenir apóstoles fecundísimos de la Verdad crucificada.

 

Del Silencio del misionero

 

El tercero es el silencio del misionero. No pocos silencios experimentarán el misionero, unos benditos y otros, Dios lo impida, corruptos. Hagamos mención de algunos de ellos.

Por causa del idioma

Uno de los más urticantes silencios del misionero es el que experimenta por la ignorancia de la lengua de los paganos que la Providencia le ponga enfrente.

Quien todo lo dejó para ir a conquistar infieles para Cristo Rey, padecerá no poco al ver su lengua atada por las consecuencias del orgullo babélico que nos condenó al pluralismo lingüístico, pena esta que sólo excepcionalmente el Paráclito suple con su siempre feliz don de lenguas que nos ahorra miles de horas de cursada en los institutos de idiomas del mercado moderno.

Por la indiferencia de tantos paganos

Cuando Dios se dignó volver apta a la lengua para la divina predicación, entonces a menudo el misionero deberá guardar doloroso silencio por la sencilla razón de que los paganos interlocutores no tienen interés alguno en usar su inteligencia, pensar, profundizar las realidades invisibles, indagar sobre la Causa Primera, dialogar o reflexionar sobre el espíritu o dejar sus herramientas laborales para vacar en busca de la sabiduría perenne.

Por la indiferencia de tantos herejes

Análogo dolor experimentará el misionero cuando luego de haberle explicado a los herejes de mil maneras la condición de herejes que innegablemente los cualifica -aunque más no sea materialmente-, y éstos entendieron intelectualmente la gravedad y lógica de semejante justa acusación, no amagan otra reacción más que la de dar por terminado el coloquio o mudar de asunto como quien deja de hablar de deporte y pasa a hablar de las elecciones o la ecología.

Por la cobardía de la Jerarquía de la Iglesia

Similar, aunque éste ya es espantoso, será el dolor del misionero cuando, movida de temor humano o de terrenos cálculos, la jerarquía eclesial -o congregacional- lo obligan a callar, en mayor o menor medida, aduciendo prudencia -sea pedagógica, o institucional o cualesquier otra-. A este respecto, la peor de las cobardías eclesiales es la que lleva al jerarca a prohibirle al súbdito hacer el llamado “apostolado directo” condenándolo a ejercer la llamada “predicación indirecta”, que nadie sabe qué es. Y, así, la lengua del misionero, que es su principal arma externa, queda atada, mas no por lamas o rabinos, deicidas o lesbianas, granmaestres o sinagogos, sino por los mismos Sucesores del Apóstoles o Superiores Religiosos que son los mismos que por oficio están obligados a empujar a la Iglesia toda a cubrir la tierra con la sagrada lluvia de la divina predicación.

Del silencio santo y del silencio corrupto

El silencio del misionero puede ser santo o corrupto. Es santo si es por obediencia debida (que no debe ser confundida con el escrúpulo, la obsecuencia, la lobotomía o la manipulación sectaria) o vera necesidad o devoción (v.gr. guardar silencio para rezar) o si es silencio de lo fútil, de lo ambiguo o de lo falso.

Es corrupto si se debe a la cobardía, a la apostasía o a la tabulación de la prudencia, esto es, a la pretensión de clasificar a priori todas las posibles situaciones y dictaminar sin más cuales exigen debido silencio.

Hoy, de hecho, a menudo, la prudencia fue sustituida por el cálculo y el cálculo devino apostasía. Tenemos, como triste ejemplo, el caso de las últimas elecciones de las Galias, donde el candidato “católico” negoció hasta el mismo aborto y la sodomía para poder ganar en la ruleta de la farsa democrática. Calculó cada milímetro su táctica política de modo tal de poder seguir yendo a misa diaria y tener muchos hijos y, al mismo tiempo, llegar al poder.  Calculó, planeó con terrenal realismo y humana prudencia y hasta habrá rezado varias novenas para lograr su piadoso fin.

El resultado fue providencial: Dios no quiso que gane ni siquiera la primera vuelta de la revuelta electoralera. Es que cuando los católicos entramos en la lógica del cálculo humano, descartando los ideales sumos como conquistas medievales irrecuperables, nos perdemos en los laberintos de la mediocridad que achica el alma hasta echarla en el basurero de la apostasía judaica[1].

Hoy se busca con esmero insaciable taxonomizar la vida apostólica, clasificando cada posible paso e incluyendo cada respiro dentro de magistrales planes pastorales de escritorio. Y así la “pastoral”, como la llaman, se vuelve estéril.

Hoy se suele olvidar que Cristo no guardó silencio en la Cruz sino que fue precisamente clavado en el madero donde profirió Su supremo sermón, del que Santos como el Belarmino nos legaron majestuoso comentario. Es el Sermón de la Cruz, que repite con verbos de sangre las ocho bienaventuradas saetas con las que el Verbo eternal inauguró Su predicación universal.

Hoy, lamentablemente, hay una apología del silencio corrupto. Hogaño, por tanto, urge emular a la Mística de Siena que un día nos apostrofó con trágicas palabras, nunca como hoy tan vigentes: “Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”.

El de hoy es un silencio hijo de la deserción espiritual. Nunca como hoy hubo tantos medios técnicos de expresión y nunca como hoy el silencio fue tan tétrico.

Es un silencio planeado, calculado y decidido por una pléyade de jerarcas eclesiásticos, episcopales, congregacionales, diocesanos o aun pontificios. Es un silencio apostatizante que escandaliza y quita a la parte humana de la Iglesia su potestad de salar y, por ende, de salvar. Es un silencio homicida e hijo del triple silencio petrino que se negó a confesar al Señor ante las preguntas de una sirvienta, identificada en la simbólica patrística como la Sinagoga de Satanás denunciada por el Apokaleta.

Esta apología del silencio claudicante, esta claudicación por medio del silencio, este gris silencio ante lo abominable y ese encomio de tal silencio, se traduce en fórmulas y eslóganes para libre consumo de la masa ignara a la que los pastores del silencio se niegan adoctrinar con los buenos pastos de la divina Revelación.

Son slogans de diversos tipos: unos mezclan verdades con mentiras, otros admiten a veces suplencias rectas -quizás per accidens-, otros universalizan lo que en algún caso particularísimo pueda ser quizás cierto, unos pueden ser buenos consejos pero se usan como muletillas para impedir que el prójimo cumpla su elemental deber de predicar, otros parecen no decir lo que dicen o siembran dialécticas ideológicas o silencian los axiomas prístinos que no admiten confusión de la doctrina semper idem. Son los pretextos de los nuevos Pilatos que siempre se superan a sí mismo en formas renovadas de disimulo y deserción.

Como muestra de lo dicho, valga mencionar algunas de aquestas fraseologías: “predicar sin predicar”, “yo predico sólo con mi ejemplo”, “hacemos apostolado de la presencia”, “nuestro apostolado debe ser indirecto”, “si predicas directamente, te van a rechazar”, “nosotros preparamos el terreno, los que luego vengan predicarán”, “si predicas directamente, no te van a entender o se van a ofender”, “hay que ir muy de a poco”, “no hay que ser suicida… buscar el martirio es tentar a Dios”, “primero hay que entender bien la cultura y ser como uno de ellos y sólo después, poco a poco, se les podrá predicar”, “si predicas directamente, te cerrarán la puerta”, “no te van a entender”, “hay que evitar todo problema”, “ese tipo de discurso nos creará problemas”, “si decís esa verdad, nos vas a impedir seguir haciendo todo el bien que estamos haciendo”, “van a pensar que sos un resentido”, “no te metas en problemas”, “ya te pareces a los lefebristas”, “una cosa es la buena doctrina, otra es estar loco”, “vos, siempre igual, no cambias más”, “no podés ir y sin más predicar, sino que primero tenés que entender la mentalidad de ellos”, “te van a dejar sin licencias”, “no te va a incardinar nadie”, “no hay que ir lejos a predicar sino que debes predicar con el ejemplo silencioso de tu trabajo cotidiano”, “hay que evitar toda confrontación”, “hay que evitar todo desprecio verbal de las demás religiones”, “debes ser más paciente y prudente”, “vos, sos puro bla bla”,  “si tienen el estómago vacío, no podés predicarles”, “tenés que escuchar más”, “con vos no se puede hablar”, “nadie posee la Verdad”, “hay que evitar querer convencer a los demás”, “te falta circunspección”, “yo no quiero convertir a nadie”, “el proselitismo es elegante estulticia”, “no hay que ir lejos a predicar sino que sólo debes predicar en tu ambiente”, “¿acaso si no se convierten se van a condenar?”, “déjalos tranquilos, ellos están contentos”, “no hay que discutir”, “primero, convertí a tu ambiente, luego podés ir a otra parte a predicar”, “no hay que hablar de religión ni de política”, “si no sabes el idioma, no podes predicar”, “no hablar de las cosas que nos distingan sino sólo de lo que tengamos en común”, “hay que evitar todo discurso discriminatorio”, “te van a hacer un juicio”, “te van a meter preso”, “te van a echar si decís eso”, “no digas nada que pueda herir la sensibilidad del prójimo”, “no hay que hablar de doctrina sino sólo de experiencias personales o de cosas que nadie rechazará como ser que Dios nos ama”, “no hay que hablar del infierno ni de la conversión pues estos temas espantarán a los jóvenes o a los hombres de nuestro tiempo”, “San Francisco Xavier y los Apóstoles están muy bien pero los tiempos cambiaron ergo no podemos pretender predicar como ellos”, “vos no sos santo, entonces no podes pretender predicar directamente como San Pablo”, “el concilio prohíbe usar expresiones como herejía, cisma o paganismo”, “no hay que hablar de los aspectos negativos sino sólo en positivo”, “la Madre Teresa no hizo eso”, “¿viste alguna vez a la Madre Teresa decir algo así?”, “no hay que refutar a nadie ni nada”, “no hay que argumentar sino sólo poner cara de bueno y servir bajando la cabeza”, “no podés hablar sobre Dios si el obispo o el párroco no te autoriza” y odiosamente tedioso etcétera.

Hijo de ese silencio idolatrado que canoniza la cobardía, que en abstracto alaba la predicación siempre y cuando jamás en concreto se predique. Es un silencio que, a la postre, anatematiza el apostolado, puesto que todas sus posibles configuraciones históricas serán calificadas de imprudentes y no se admitirá derecho a réplica, so pena de ser considerado obcecado y desobediente.

El silencio es también corrupto si se debe de la falta de sobreabundancia de contemplación. En tal caso, no se predica simplemente porque no se tiene inspiración o ideas y se carece de ellas porque no se rezó o porque no se estudió. Y no se rezó ni se estudió por pereza o curiosidad o activismo.

Del silencio de los paganos

El cuarto silencio es de los paganos. Muchos de ellos son locuaces para las cosas mundanas o carnales pero no alaban al Creador. A ellos se les puede aplicar la cita del Hiponense: “los que se callan de Ti, son mudos charlatanes”.

A la hora de alabar a Dios, callan, y callan porque Lo ignoran, o porque no quieren conocerLo pudiéndolo conocer. Hay que remediar ese silencio de los paganos. Y esto se remedia de un modo simple, esto es, con la divina predicación.

Del silencio ante Dios

El único modo por el que el misionero puede romper el silencio ante los paganos, será guardando silencio ante Dios. Porque la predicación se prepara de rodillas, en silencio ante Dios.

Sólo entonces, Dios desatará la lengua del misionero y la hará potente para aplacar la locuacidad serpentina de la paganía y tornarla silencio adorante ante la Palabra eternal que fue proferida en el silencio de Dios.

Sólo si el misionero guarda silencio ante Dios, Dios moverá su apostólica lengua y así los paganos guardarán silencio ante Dios y devendrán Sus hijos cuyas lenguas serán movidas por Él para que más paganos oigan en silencio a Dios y continúen la feliz cascada secuencial de silencios adorantes, conversiones fulminantes y predicaciones proféticas.

Que Dios nos dé la gracia de adorarLo y oírLo en silencio para que no Lo silenciemos ante los infieles.

Amén.

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

2do. Lunes de Pascua, 24-IV-17

[1][1] Lo judaico no es sino la emulación, por parte de los cristianos, del judaísmo carnal que mató al Redentor.

14.06.17

Conversión desde oriente (II)

NO TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A ROMA

 

En estos tiempos de decadencia, de disolución y de confusión se ha convertido en un lugar común la idea de que todas las religiones son iguales y de que todas son diferentes caminos que conducen a un mismo fin. El resultado final de esa idea floja y falsa suele ser no practicar nada y es lo que hacen -o más bien no hacen- la mayoría de quienes sostienen esas posturas. Tienen unas vagas ideas nebulosas “espirituales” y flotan en un nirvana nueva-era carente tanto de rigor intelectual como de ascética cotidiana.

 

Por otra parte la inmensa mayoría de las personas que están en el orientalismo son “aficionados”. Acceder al Hinduísmo auténtico es prácticamente imposible para un occidental. El budismo es de mas fácil acceso, pero la mayoría de las personas casi nunca son budistas auténticos, comprometidos, ascéticos, iniciados “legítimamente”, o discípulos obedientes de algún maestro de linaje comprobado.

 

Son aficionados budistas que leen libros, tienen un Buda sobre la cómoda y encienden incienso. Normalmente no tienen ni idea tanto del Budismo como del Cristianismo.

 

Solo es necesaria una inteligencia despejada y un poco de observación para, sin necesidad de un doctorado en filosofía, darse cuenta de las diferencias.

 

Se han escrito artículos y libros sobre el tema y yo aquí solo voy a recordar de manera escueta y seguramente matizable algunas diferencias que saltan a la vista de cualquiera que no esté infectado por el relativismo, el buenismo, la desinformación y la desformación, pero sobre todo que no esté infectado por la vagancia, por el orgullo, por la cobardía y por la flojera intelectual.

 

Veamos tan solo algunas cosas que saltan a simple vista:

 

1) Jesucristo dice ser Dios. Buda, en sus sermones fundacionales, dice ser tan solo un hombre. Él se aparta totalmente de la existencia o no de un Dios trascendente y se presenta como un ser humano que ha descubierto una vía para evitar el sufrimiento. Jesucristo se presenta como “El Hijo de Dios”, “El Camino, la Verdad y la Vida”, “El Unico Camino hacia el Padre”, etc. En nada se parecen Buda y Jesucristo en esta presentación de si mismos.

 

2)  Ya en concreto, en el caso del Budismo Tibetano da la impresión de que se crea una religión artificial. Un simulacro de religión falseada.

 

El ser humano, por Ley Natural, cree en Dios y quiere dar culto a Dios. A un grupo humano como el tibetano, le llega el Budismo que no tiene ningún planteamiento referente al Dios único y trascendente y que es mas bien una filosofía o una sicología. Entonces, esa filosofía-psicología atea, va siendo envuelta de una decoración para que se parezca a una religión y cumpla, aunque sea mediocremente, ese impulso (mandato mas bien…) de la Ley Natural:

 

        - Se sustituyen los sacramentos revelados por actos de magia o simples entrenamientos de la voluntad en las artes mágicas.

 

        - Se sustituyen los seres celestes por los “espíritus” de dudosa procedencia, que a menudo son veros demonios.

 

        - Se sustituyen los milagros como manifestaciones misericordiosas del Dios trascendente por poderes mágicos realizados por un arduo entrenamiento de la voluntad y con la ayuda de entidades preternaturales.

 

3) Siguiendo el ejemplo del hinduísmo se sustituye la contemplación dada por Dios para hacernos partícipes ya en este mundo, en mayor o menor medida, de su vida trascendente, es decir, lo que sería la Mística Sobrenatural, por el repliegue de todas las facultades en el ser esencial y el reposo en esa inmovilidad. De nuevo una imitación de lo sobrenatural trascendente en lo puramente sicológico y a fin de cuentas natural… o diabólico.

 

4) La moral que nos enseña el Cristianismo es la moral más alta que se puede proponer a un ser humano. Jesucristo no nos dice que seamos buenos sino que seamos Santos (“Sed perfectos como vuestro Padre del Cielo es perfecto”). Y para ello Cristo nos asiste con Su gracia a través de los sacramentos porque humanamente sería imposible esa deificación. El Budismo propone una moral natural, que se parece y acerca en muchos aspectos a la moral cristiana, pero que queda muy floja en comparación; muy humana y nada divina. Natural y no sobrenatural.

 

5) Ni Buda ni ningún otro “profeta” resucitan. Jesucristo resucita. Y no voy ahora a defender esta idea en cuatro líneas cuando N. T. Wright la ha defendido magistralmente en novecientas páginas (La Resurrección del Hijo de Dios). Si alguien tiene algo que discutir sobre el hecho, que deje su vagancia intelectual a un lado, se lea las novecientas páginas y reflexione largamente sobre lo que ha leído…. O simplemente que tenga Fe en lo que enseña la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, Madre y Maestra, inspirada por el Espíritu Santo.

 

5) Buda ve el origen del sufrimiento en el deseo y enseña un método para escapar de él abstrayendo la conciencia hacia el ser esencial mas allá de la imaginación y los atributos personales. Eso no es una religión. Es mas bien una sicoterapia. Jesucristo no solo no evita el sufrimiento sino que lo asume en Su carne y lo eleva, elevando el nuestro, hacia la trascendencia. No nos dice como evitar el sufrimiento sino que nos ayuda a hacerlo igual al Suyo.

 

En definitiva las diferencias entre el Budismo, o cualquier Orientalismo, y el Cristianismo, es la diferencia entre lo natural y lo sobrenatural. Entre una religión revelada y una religión deducida por la razón y el esfuerzo naturales.

 

 

ENSEÑANDO AL TIBIO

 

He dicho que iba a esbozar unas ideas de manera escueta porque yo personalmente en mis conversaciones con aficionados budistas o aficionados orientalistas no comienzo por estas ideas sino que siempre les digo lo mismo: “A ver, a ver, empecemos por el final”.

 

De manera que… recomencemos por el final. Y el final es la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.

 

La tortura de los azotes era de tal salvajismo que la mayoría de los reos morían en ese castigo o en las horas posteriores. Prácticamente nunca además de los azotes se añadía a ese suplicio la crucifixión.

 

La muerte por crucifixión es una de las más crueles, dolorosas y terribles que puede afrontar un ser humano. Normalmente no se clavaban a los reos sino que se les ataba al madero. El hecho de clavar un cuerpo a la cruz añade un extra de dolor inenarrable.

 

En Jesucristo se unen los dos suplicios. Él acepta y asume ese dolor y lo ofrece por cada uno de nosotros. Nos redime con Su sufrimiento y con Su resurrección.

 

Solo esto sería suficiente para ver la diferencia entre Jesucristo y cualquier otro profeta, sabio, maestro espiritual o pseudo-profeta, de cualquier época o cultura.

 

A partir de ahí dejemos nuestra flojera intelectual a un lado y reflexionemos que significa este hecho. Si todos los caminos conducen al mismo Dios y tanto Buda como Cristo son intercambiables, sobra la Redención.

 

Porque si resulta que Buda y Jesucristo son lo mismo, son intercambiables, ¿Qué sentido tiene que Jesucristo, voluntariamente, pudiendo haberlo evitado, asumiera el suplicio?

 

Jesucristo podía haberse evitado el mal rato.

 

Y no lo hizo…

 

 

PONIENDO LUZ EN LA OSCURIDAD

 

Así es que después de esta andadura por los renglones torcidos de Dios ¡cómo no voy a colaborar con el Padre Federico en la evangelización del Tíbet! Se lo debo de alguna manera a Oriente. Quiero ayudar al Tíbet a encontrar la Luz Verdadera del Verdadero Dios que ellos han buscado con tanta dedicación, aunque desviadamente, durante siglos. Estoy obligado a ello… ¡y además estoy encantado!.

 

¡Que reviva el Tibet a la luz del Dios Vivo!

 

 

LAVS DEO VIRGINIQUE MATRI

 

Javier Rouzaut (Tikhon)

6.06.17

Conversión desde Oriente (I)

El Padre Federico me pide que escriba unas líneas dando mi testimonio de conversión.

 

¿Y por qué me lo pide el Padre Federico? Pues porque me he puesto en contacto con él para darle una pequeña ayuda en su misión en el Tíbet.

 

¿Y por qué este acercamiento al Tíbet? Pues porque yo soy converso desde Oriente al Cristianismo.

 

 

LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS

 

Nacido y bautizado en España, al norte, de familia tradicionalmente cristiana aunque tibia, hacia los catorce años me alejo totalmente de la Iglesia de Cristo y me sumerjo con toda mi energía y entusiasmo en lo oriental.

 

En aquellos años, ahora que me acerco a los sesenta, lo oriental era un descubrimiento exótico, misterioso y que además prometía la felicidad en este mundo. Todavía tenía algo de auténtico y genuino porque la nueva era y la comercialización no lo habían convertido en negocio.

 

Tuvieron que ver con esa inclinación hacia oriente algunos Jesuitas del colegio en el que estudiaba. Uno de ellos nos habló del Yoga diciendo que era lo mismo que el Cristianismo. Otro nos comparó al Che con Cristo también diciendo que eran lo mismo… De ese cocktail no podía salir nada derecho y entre el Yoga y el Cristo-Che yo elegí el Yoga…

 

El oriente místico y solemne me sugería ese perfume de sacralidad y de misterio que desde luego no me lo daba la revolución cubana o la teología de la liberación y el incipiente terrorismo marxista que, en esta tierra de misioneros y santos, algunos jesuitas apoyaban encantados en aquel entonces.

 

Así es que, como Dios escribe derecho con renglones torcidos, de aquella manera peculiar comienza mi andadura por Oriente.

 

 

DENTRO DEL LABERINTO

 

Al principio un simple librito me bastó, una especie de “Aprenda Yoga en Diez Días” que me prometía la paz. ¿Y qué adolescente no necesita paz y belleza? ¿Y cómo un adolescente podía encontrar paz en el marxismo y belleza en la liturgia de guitarra y bongos?.

 

Siempre he sido voluntarioso y cabezota, de manera que cuando me meto en algo lo hago con toda la intensidad de la que soy capaz y como era de esperar me metí de lleno en lo oriental. Eran años de pioneros. Fui de la primera promoción de profesores de Yoga formados en España. Fui de los primeros en aprender Reiki cuando nadie sabía de que era eso. De los primeros en practicar el Budismo Zen. En aquel tiempo la Nueva Era apuntaba pero todavía no estaba muy formada. Eran tiempos de románticos y emprendedores. Tiempos de la Comunidad del Arco Iris, de terapias, mantras, esoterismos diversos, meditaciones budistas, vegetarianismo, todo ello mezclado sin orden ni concierto.

 

Pronto tuve la suerte de entrar en contacto y de formarme en escuelas orientalistas muy tradicionales, cercanas al tradicionalismo perennialista francés, y por lo tanto rigurosas en lo doctrinal y nada afectas a mediocridades Nueva-Era. Luego, evidentemente, tuve que distanciarme de sus planteamientos gnosticos y esotéricos pero en principio ese ambiente me dio rigor intelectual y gusto por la ortodoxia.

 

Digo que tuve suerte porque de una ortodoxia es fácil pasar a otra y conforme mas profundizaba en las doctrinas (ortodoxas) orientales, mas y mejor entendía, salvando las diferencias, la ortodoxia cristiana que como iba descubriendo nada tenía que ver con el Cristo-Che o con orientalismos panteístas.

 

Muchos años pasaron en el Vedanta Advaita, en el Zen, en el Shivaismo o en el Budismo Tibetano. Mucho entusiasmo, mucha dedicación… y también mucha decepción… porque aquello no terminaba de encajar y además esa paz prometida no llegaba. Todo eran promesas de iluminación que no terminaban de ser coherentes a pesar de algunas experiencias realmente intensas y extraordinarias.

 

Gradualmente, desde la ortodoxia hindú, ya se me advertía que los occidentales teníamos a Cristo y que eso nos bastaba. Era un Cristo-Avatar, bastante inadecuado como luego he visto, pero que en aquel momento ya empezó a cuestionarme el terreno en el que me movía y me dio pié para seguir investigando y conociendo mi tradición.

 

El acercamiento gradual se iba produciendo pero siempre hay un punto, un momento, “el momento”, en el que ese acercamiento se confirma súbitamente.

 

 

DE VUELTA AL HOGAR

¿Y cuál fue ese momento? Había ido unos días a un monasterio benedictino a descansar y al segundo día, súbitamente, me “cristianicé”…

 

Lo explico: súbitamente me sentí totalmente sumergido en “la cristiandad”; los salmos tenían significado, el latín me resultaba familiar, el lenguaje de la Biblia me era totalmente cercano, la oraciones, el ritmo de vida, el gregoriano, la liturgia cuidada, la decoración, los cuadros, las imágenes, todo me era familiar, cálido y cercano. Como si siempre hubiera estado allí. Había vuelto a casa.

 

¡Para qué irme al Tíbet cuando esa sacralidad que yo buscaba desde adolescente la tenía a una hora de mi hogar!

 

A partir de ahí comienza el lento proceso de readaptación.

 

 

LAS TRAMPAS QUE NOS HACEMOS

 

Lo primero que uno intenta hacer cuando se convierte es continuar con lo de siempre pero con un barniz cristiano: no funciona.

 

Luego uno se acerca al cristianismo progre… para así seguir haciendo lo que le da la gana: no funciona.

 

Luego uno intenta hacer una síntesis, una mezcla de lo oriental y el cristianismo, una especie de yoga cristiano: no funciona.

 

Luego uno intenta hacer un cristianismo a su medida, una mezcla gnostico-progre-mística… o sea, que uno quiere seguir haciendo lo que le da la gana: no funciona.

 

Luego al Señor se le acaba la paciencia (es un decir) y viendo que soy un cabezota orgulloso y ególatra, me empieza a apretar y me deja sin trabajo, sin novia, sin salud, sin mi casita en las montañas. En definitiva me deja sin nada en lo que yo me sujetaba, sin ninguna de las cosas que a mi me gustaba mantener y barnizar de Cristo. ¡Y eso funciona!. Dolorosamente, pero funciona, porque entonces solo me pude sujetar en El.

 

Y es que Cristo no es un barniz que se pueda dar a otra cosa. Cristo es “la cosa” en la que nos sujetamos.

 

 

DIOS DIRIGE NUESTROS PASOS

 

Dios nos guía con una pedagogía excelente pero implacable. Nos guía principalmente a través de los acontecimientos de nuestra vida. Y nos guía siempre… pero no como nosotros imaginábamos que lo iba a hacer…

 

Dios me fue quitando todas las fantasías y decoraciones hasta que empecé a conocerle como El quiere ser conocido (como una Persona, no como una “energía” o algo abstracto) y empecé a acercarme a El como El quiere que nos acerquemos (a través de Su Iglesia, Su doctrina, Sus sacramentos. No como a mi me apetecía haciendo componendas por vagancia, soberbia o cobardía).

 

Así es que me aprieta hasta que un buen día de otoño, en Lourdes, caigo de rodillas en un confesionario tras treinta y tantos años sin confesarme y con un buen saco de pecados a mis espaldas.

 

 

EXPERIENCIAS CUMBRE

¡Qué experiencia! ¿No se habla en el orientalismo de “experiencias cumbre”? ¡Pues aquí hay una para todos los buscadores nueva-era!: ¡Arrodíllate y confiésate!. Esa si que es una experiencia cumbre.

 

Siempre recordaré la salida del confesionario hacia la gruta tras dos horas revisando mi vida. Yo pensé que la penitencia sería ir de rodillas hasta Jerusalén, ida y vuelta, ¡pero no! la penitencia fue rezar el Magnificat ante la Santísima Virgen. ¡Magnífico!

 

Jamás, y esto que quede muy claro porque no es poesía ni una exageración, jamás en todas mis experiencias con prácticas orientales había vivenciado ese silencio, esa quietud, esa transparencia, esa ligereza, esa paz, esa suave e intima alegría, esa coherencia, esa plenitud.

 

Cualquier silencio o quietud “conseguido” a través de técnicas, a través de la voluntad, es como de cartón piedra comparado con el Silencio de la Gracia. Silencio y Paz gratuitos que los da Dios cuando quiere, a quién quiere y como quiere, y que no dependen de esfuerzos, técnicas ni métodos sino tan solo de “la humildad de su esclava”.

 

Comento esto para los que erróneamente creen que se puede “hacer” silencio a base de técnicas. Yo he comprobado que no y doy testimonio de ello. Lo que se consigue con voluntad y técnicas es una mala imitación de la Gracia. Y lo oriental es casi todo voluntad y técnica, puro pelagianismo como luego aprendí. Todo natural, nada sobrenatural. Mística natural frente a la Mística Sobrenatural de la que nos hace participes El Hijo de Dios por su misericordia.

 

Esta vivencia de la Gracia se repite de vez en cuando, cuando Dios lo quiere, y todas las experiencias que tuve en lo oriental juntas, no valen lo que es estar cinco minutos ante el sagrario, o lo que es comulgar después de haber recibido la absolución en la confesión, o lo que es rezar el Santo Rosario participando en cada Ave María de la vida celeste de la Virgen.

 

 

MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

Y llegados a este punto es necesario ahora volver un poco hacia atrás para decir que todo, absolutamente todo este camino de vuelta ha sido de la mano de la Santísima Virgen. Cada paso, cada nuevo escalón ascendido.

 

El primer “toque” marial fue muy pronto, muy al principio del proceso: un buen día, estaba visitando una iglesita románica y había dos personas rezando el rosario. Ellas no lo saben, ni siquiera me vieron, pero yo estaba unos bancos detrás y me quedé sobrecogido por la oración, comencé a rezarlo con ellos, y continué de vuelta a casa, y continué, y continué… hasta hoy… día y noche con el rosario agarrado a la mano. Han pasado unos veinte años. ¡Cuanto bien se puede hacer anónimamente por el simple gesto de rezar con devoción!

 

Luego vino la confesión en Lourdes y una multitud de “toques” mariales que llegan hasta ayer mismo. Cada paso de vuelta a la Iglesia ha sido un paso marial. Siempre. Sin excepción. Y sigue siéndolo ahora.

Javier Rouzaut (Tikhon)

3.06.17

Del celo y la sed de nuestro Señor

Dr. Fernando del Carpio-Marek

Tarija, Mayo 2017

 

 

 

Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti,

el único Dios verdadero, y a tu enviado,

Jesucristo. (Jn 17,3)

 

 

¿En qué consiste el engaño del Anticristo? En que el hombre busque su propia gloria al margen de la de Dios, esto es, en el amor de sí hasta el desprecio de Dios, como decía San Agustín.

 La caridad inmanentizada proporciona gloria humana, y evita el escándalo de ser piedra de tropiezo, señal de contradicción. Mas cuando se busca la propia gloria, se pierde la fe. Lo dijo nuestro Señor Jesucristo:

 

¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios? (Jn 5,44)

 

 Y no sólo se pierde la fe, sino también el amor de Cristo, ese amor que urgía a San Pablo a predicar y exhortar la Buena Noticia de la Reconciliación con Dios por medio de Jesucristo (2 Cor 5,14). Nuevamente es nuestro Señor Jesucristo quien lo dice:

 

Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. (Jn 5,42)

 

 

Así, pues, la razón de la misión no es otra que el celo por la gloria de Dios. ¿No es robarle la gloria a Dios ayudar materialmente a los paganos dejándolos en su ignorancia del Dios Vivo? ¿Acaso el pagano puede glorificar a Dios en medio de sus idolatrías, supersticiones y cultos diabólicos?

 

No, no puede. Lo dice claramente el Apóstol de los paganos:

 

En efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles. (Rm 1,21-23)

 

Pero hay más aún, ¿acaso todo el buen obrar que pueda tener el pagano, durante toda su vida, se puede comparar, en cuanto glorificación a Dios, con el solo acto de fe de pedir el bautismo, o con una sola participación en el Sacrificio de Amor de la Santa Misa, o con el solo acto de fe y humildad de pedir el perdón por sus pecados en la confesión? Quien acaso piense que sí, lo decimos con profundo dolor, no ha entendido nada de la obra de Jesucristo.

 

 

 

Y es que ni siquiera todas las obras de misericordia corporales imaginables pueden glorificar tanto a Dios como la santificación de un pagano por su conversión a la Fe Católica, su oración al Dios Vivo y la recepción de los Sacramentos; y todos los comedores, escuelas, hospitales y hogares de beneficencia, si es que proporcionan a los paganos bienes temporales pero los dejan en las tinieblas por la ignorancia del Dios verdadero y bajo el imperio de Satanás, privados de la herencia de los santos (Hch 26,18), no valen nada comparados con la gloria que es dada a Dios por la obediencia del misionero al mandato último de Cristo:

 

Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. (Mt 28,19-20)

 

En efecto, toda la gloria que recibió el Padre por su Hijo no fue por otra cosa que por la obediencia de éste: se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre (Fl 2,8-9).

 

No en vano el Apóstol San Pablo pide al Señor

 

que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza […] Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. (Ef 1,17-18.2,4-7)

 

 

Así, quienes rechazan, o siquiera ponen en segundo plano el anuncio del Reino, la predicación del Evangelio de Cristo a los paganos, tienen el corazón oscurecido y no valoran la esperanza a la que han sido llamados.

Y así, con esos «tesoros de gloria» y la «inmensa riqueza de su gracia», se comportan como aquel hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo (Lc 16,19) que a su puerta tenía al pobre Lázaro cubierto de llagas, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico (16,20-21).

Sabemos cómo terminó el hombre rico: en el Infierno eterno. Privar a los paganos de las riquezas de la gracia de Cristo, de los tesoros que encierra Su gloria, y pensar que es suficiente, o incluso mejor, reducirse a prestar servicios caritativos inmanentes, es hacer como los perros que iban a lamer las llagas del pobre Lázaro, y que lo dejaban en la misma condición terrible (Lc 16,21).

 

Alguien, todavía, podría preguntar con buena voluntad, ¿no fue acaso nuestro mismo Señor Jesucristo, Quien dijo que se nos juzgará por las obras de misericordia corporales? ¿No le escuchamos acaso decir “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber…” (Mt 25,34-35)? 

 

A esto hay que responder con las mismas palabras de nuestro Señor, que las dijo precisamente cuando había alimentado a la multitud en el mar de Galilea, haciendo notar que es, principalmente (aunque no exclusivamente) un alimento diferente al que Él se refiere, y con el que manda a sus discípulos alimentar a los hambrientos (Lc 9,13), un alimento que nada tiene que ver con el que podría dar una obra de asistencia social:

 

Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre […] Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed (Jn 6,26-27.35). 

 

 

También hay que responder esclareciendo que cuando Jesús dice “tuve sed y me dieron de beber“, se está refiriendo en primer lugar a esa sed que manifestó desde la Cruz (Jn 19,28), que mucho más que física era espiritual, divina, sed de perdonar pecados, sed de reconciliar a los hombres con Dios, sed de saciar, con su preciosa Sangre, la sed de justificación a menudo inconsciente de los hombres; sed de hacer a los hombres hermanos Suyos, coherederos del Reino, y que al mismo tiempo es la sed que Él, Dios con corazón humano, siente en cada hombre, la sed de Dios, la sed de colmar el corazón en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (CEC 850). Esa es la doble sed que le manifiesta a la Samaritana en el pozo:

 

Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido y él te habría dado agua viva. (Jn 4,10)

 

No, no existe nada, absolutamente nada más urgente, nada más encomiable que anunciar y manifestar

 

cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre nosotros, la esperanza de la gloria […] en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento […] Porque en él, el Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y nosotros participamos de esa plenitud de Cristo (Col 1,27; 1,13-14; 2,3.9-10).

 

 

Y no, en la Iglesia no estamos para un debate sobre cuáles serían las condiciones mínimas por las que un pagano que no recibió el bautismo podría salvarse. Los hijos de Dios no estamos para cálculos mezquinos de la liberalidad de nuestro Padre. A los hijos de Dios que formamos la Iglesia, nos debe consumir el celo por la gloria de Dios, que conlleva también el celo por la salvación de las almas. Además de consumirnos ardientemente por ver a Dios glorificado en la santificación de las almas que es obrada por la inserción de éstas a la Iglesia –sacramento universal de salvación y santificación–, debería conmover nuestras entrañas la posibilidad de que, por falta de la predicación del Reino, las almas paganas

 

que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos y tienen la mente oscurecida, que están apartados de la Vida de Dios por su ignorancia y su obstinación (Ef 4,17-18),

 

terminen cerrando el corazón a toda posibilidad de contrición por sus pecados. ¿Acaso Dios no suele evitar este endurecimiento por la predicación de sus profetas y apóstoles? ¿Acaso no les envía a decir: “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”? Debería hacernos temblar la advertencia que nos hace el Señor en su revelación a Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia:

 

Es cierto que en el último momento, si el alma la desea [a la preciosa Sangre] y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le diga: “Tú no te acordaste de mí en vida, mientras tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora de la muerte”. Que nadie, pues, se fíe, y si alguien, por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta última hora el recibir este bautismo de la esperanza en la Sangre. (El Diálogo 75)

 

 

Epílogo:

 

Sí, el Señor hará entrar en su Reino a quien le haya dado de comer. Y su comida no es otra que

 

llevar a cabo la obra de aquel que le envió (Jn 4,34).

 

Por tanto, al pedirnos de comer, y advertirnos que por ello se nos juzgará, la principal cosa que nos dice es que nos está haciendo participar de Su obra de anunciar y extender el Reino. Y no nos manda al fracaso, pero tampoco nos manda al éxito mundano que Satanás se atreve a ofrecer al Señor en el desierto (Mt 4; Lc 4).

En efecto, como enseña Mons. Munilla, «el Señor no suele querer que tengamos éxito, suele querer que demos fruto, que no es exactamente lo mismo. Lo de dar fruto, conlleva también el morir, la semilla da fruto si muere.»

 

 

 

Si bien es paralizante para la obtención de los frutos de Dios ese deseo de éxito mundano del que la Iglesia suele contaminarse, también es paralizante la acedia de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-33), quienes caminan con el Señor, pero no le reconocen, porque no han creído en sus palabras.

Por eso, también como estos dos discípulos, tenemos que dejar nuestra dureza de entendimiento y volver a escuchar al Señor para que nuestros corazones comiencen a arder con sus palabras.

He aquí que, para terminar estas líneas, nos gozamos en transcribir a continuación siete pasajes neo-testamentarios que especialmente iluminan el desafío misionero y nos servirán para arder con las divinas enseñanzas.

 

  1. De la esperanza misionera

El Misionero debe ser un hombre de esperanza ya que los campos ya están madurando para la conversión: “Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega […] Yo los envié a cosechar a donde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos. (Jn 4,35.38)

 

El Misionero debe ser un hombre de esperanza ya que muchos paganos se convertirán: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz […] Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa” (Jn 10,16.27-30).

 

El Misionero debe ser un hombre de esperanza ya que Cristo es Omnipotente y estará con él siempre: “Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra […] Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»” (Mt 28,18-20).

 

 

 

 

II.- Del espíritu de sacrificio del Misionero

 

El Misionero debe amar el sacrificio por el Señor y los paganos: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12,24-26).

 

III.- Del espíritu de oración del Misionero

El Misionero debe ser un hombre de oración: “El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. […]La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.[…] No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. (Jn 15,5.8-9.16)

 

III.- De la excelencia insuperable del Cristianismo

 

Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Fl 3,8).

 

 

 

Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).

 

***

 

Post-scriptum

 

 

No podemos guardar para nosotros mismos la verdad que nos hace libres; hay que dar testimonio de ella, que pide ser escuchada, y al final su poder de convicción proviene de sí misma y no de la elocuencia humana o de los argumentos que la expongan. No lejos de aquí, en Tyburn, un gran número de hermanos nuestros murieron por la fe. Su testimonio de fidelidad hasta el final fue más poderoso que las palabras inspiradas que muchos de ellos pronunciaron antes de entregar todo al Señor. En nuestro tiempo, cuando el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora”.

 

(S.S. Benedicto XVI,

Viaje Apostólico al Reino Unido,

18 de septiembre de 2010)

30.05.17

Convocatoria a la Guerra Misional



No estamos llamados a ser pasivos contadores de las desgracias hodiernas, ratas de la burocracia impersonal o trepadores asnos de las corporaciones sinárquicas. 
No estamos llamados a negociar las sagradas consignas con los enemigos seculares de la Iglesia de Dios, ni a dialogar con los obstinados que quieren tomar por asalto altares y hogares.
No estamos llamados a despilfarrar nuestros cortos años en el tedio insoportable del consumismo hedonista de la posmoderna Babel de credos falsos, multicolores sodomías y otras degeneraciones al uso.

Tenemos la sublime libertad y la épica oportunidad de ser Apóstoles de Cristo en la hora final, en la angélica cuenta regresiva cuyo término es la inminente Parusía del divino Soberano que quiere volver ya y Cuyos divinos pasos parecen oírse en los últimos versos inspirados y las primeras horas del alba. 
La vida es una y no tiene vuelta atrás… Si tú quieres y tu alma fue electa por el Padre Celestial, puedes tirar por la borda el fárrago agobiante de los deberes impuestos por los hipócritas, mercaderes y farsantes de este siglo corrupto, y consagrarte por entero a contemplar, en Sus insondables misterios, al Dios Uno y Trino y a quemar las naves en siempre nuevas expediciones heroicas que no busquen sino gritar a los cuatro vientos la Buena Nueva de la Redención, la única y definitiva proclama salvífica del único Dios, ante Quien, todo es como nada.
Mas no para multiplicar abrazos y franelas, provecho de los estómagos, excitación de los afectos, recepción de los premios “Templeton” o los galardones de la paz mundana.. Sino, noble y soberanamente, para que las almas se salven eternamente de los realísimos fuegos infernales y se deleiten por siempre con la visión beatífica de la Sacrosanta Trinidad, en interminable y exultante estado de ininmaginable felicidad.
Si el Espíritu Santo os inflama de celestiales anhelos de poner fuego en esta tierra yerma para que el orbe todo se arrepienta y se postre adorante ante el Rey de Reyes, no perdáis tiempo en agobiantes cavilaciones ni en dudas cartesianas que, bajo capa de prudente discernimiento, consumirán vuestras aún magras fuerzas… Recibe la espada que la Virgen Santa te entrega y corre a predicar y morir para la conquista del mundo infiel para Cristo Rey. 

Opongamos a la moderna malicia de la Contra-Iglesia y sus secuaces, la sagrada milicia de la Iglesia vera y sus avanzadas, sabiendo y recordando que pasa la figura de este mundo, y …

¡Cristo vence!
¡Cristo Reina!
¡Cristo impera!

Que la muerte nos sorprenda cabalgando exultantes y testimoniando al Dios vivo, Que se goza en las hazañas que Sus hijos osan emprender con Su gracia soberana. 


30 de Mayo 2017.