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17.08.17

Lo que incluye participar en la liturgia (III)

Participar es ver y oír.-

  La primera participación que reseñamos está relacionada con ver y oír la celebración litúrgica. Este es un primer modo de participación necesario para todos: ver el desarrollo de los ritos y poder oír las oraciones, lecturas, plegarias y cantos. Ver y oír ya es participar.

 El mismo Misal prescribe así el lugar de los fieles en la nave de la iglesia:

 “Dispónganse los lugares para los fieles con el conveniente cuidado, de tal forma que puedan participar debidamente, siguiendo con su mirada y de corazón, las sagradas celebraciones. Es conveniente que los fieles dispongan habitualmente de bancas o de sillas. Sin embargo, debe reprobarse la costumbre de reservar asientos a algunas personas particulares. En todo caso, dispónganse de tal manera las bancas o asientos, especialmente en las iglesias recientemente construidas, que los fieles puedan asumir con facilidad las posturas corporales exigidas por las diversas partes de la celebración y puedan acercarse expeditamente a recibir la Comunión.

Procúrese que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote, al diácono y a los lectores,sino que también puedan oírlos cómodamente, empleando los instrumentos técnicos de hoy” (IGMR 311).

 “Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles” (SC 124).

 Referente al “oír”, hay un común acuerdo que ha llevado a la instalación de la megafonía en todos los templos que por su tamaño la requieran. Sólo es cuestión de atinar y calibrar en el volumen para que ni atrone por un volumen demasiado alto, que aturde a todos y hace que los micrófonos se acoplen, ni un volumen tan bajo que exija tal atención de todos que difícilmente se pueda seguir bien la celebración.

 Respecto al “ver”, recordemos cómo los presbiterios se construyen elevados, con varios escalones, para permitir una mejor visibilidad y el ambón, como su nombre en griego significa, es un lugar elevado adonde sube el lector y el diácono para ser bien vistos y oídos por todos. Un falso concepto de cercanía, presunta sencillez y participación durante ciertas épocas recientes ha eliminado incluso los escalones del presbiterio para que el altar esté casi rozando las primeras filas de fieles –en una tarima o con un solo escalón-. Se dejaba el presbiterio sin uso, y en el crucero de la iglesia se instalaba un pequeño altar y un atril (en lugar de un ambón) con un solo escalón por altura.

 Lo que se conseguía era obstaculizar la visión, de modo que los que estén más atrás en la nave de la iglesia puedan ver algo. La altura del presbiterio debe ir en consonancia con la longitud y tamaño de todo el templo para poder ver bien el desarrollo de la acción litúrgica y unirse así al Misterio que se celebra.

 

Participar es rezar juntos en alta voz.-

 “Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad.

 Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación activa de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración universal y la Oración del Señor” (IGMR 35-36).

 Cuando se oye decir que “van a participar en la oración de los fieles”, se suele estar diciendo más bien, no que los fieles van a orar ya que esa es la participación, sino que cada intención la va a leer una persona distinta, convirtiendo este momento orante en un movimiento de personas y micrófono, pensando que eso es participar en la oración de los fieles. ¿Pero no hemos quedado en que son los fieles los que oran y así participan? Pues acabamos confundiendo los términos, dejamos de pensar en que los fieles oren y hacemos que cada intención la lea una persona distinta soñando equivocadamente que eso es participar, ¡y no lo es!

Las Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia sobre la Oración de los Fieles ya advertían que “de suyo ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones, salvo que sea conveniente usar más de una lengua en las peticiones a causa de la composición de la asamblea. La formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea” (n. 9).

El Misal, garantizando el orden y el decoro, insiste más en la oración como tal de los fieles que en los lectores de las intenciones: un diácono, y si no lo hay, un cantor o un lector: en todo caso, una sola persona señala a todos los fieles los motivos y necesidades para que oren.

 Los niños de Primera Comunión, o los jóvenes recién confirmados, o una cofradía en una Novena, por ejemplo, no participan más porque 6 lectores enuncien uno a uno las intenciones, sino que participan más cuando juntos oran a lo que un diácono o un lector les ha invitado. Y es que participar no es sinónimo de intervenir, ejerciendo un servicio o un ministerio.

 

Participar es orar.-

 La participación litúrgica activa, interior, fructuosa, requiere la audición de los textos litúrgicos proclamados con voz clara, recitando con sentido. Es curioso ver cómo a veces algún sacerdote introduce alguna monición y habla con voz cálida, clara, y después al pasar a recitar el texto litúrgico, acelera, apresura el ritmo, se apaga la voz, y omite toda entonación y cualquier pausa. Las oraciones pasan rápido, como un trámite, incomprensibles. La participación litúrgica sin embargo lleva a la comunión en la oración, y por eso los textos eucológicos deben ser orados realmente, bien recitados, para decir conscientemente “Amén".

 Los textos litúrgicos expresan y reflejan la fe de la Iglesia. Nada ni nadie puede alterarlos por una creatividad salvaje. Esos mismos textos pasan a ser patrimonio de todos en la medida en que escuchados una y otra vez durante cada año litúrgico, van forjando la inteligencia cristiana del Misterio y se quedan grabados en la memoria. Así fue cómo la liturgia fue la gran catequesis (didascalia) de la Iglesia durante siglos: sus textos litúrgicos, claros, bien recitados, repetidos una y otra vez, transmitían suficientemente la fe eclesial.

 

Participar es escuchar.-

 Hemos de recuperar el valor sagrado de la liturgia de la Palabra, su expresividad ritual; la participación plena, activa y fructuosa requiere una atención cordial a las lecturas bíblicas para que sean recibidas; necesitan del silencio orante y oyente, del canto del salmo, de la interiorización… y de buenos lectores que sepan ser el eslabón último de la Revelación en el “hoy” de la Iglesia.

 “Los fieles tanto más participan de la acción litúrgica, cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que procuren que aquello que celebran en la Liturgia sea una realidad en su vida y costumbres, y a la inversa, que lo que hagan en su vida se refleje en la Liturgia” (OLM 6).

 

Participar es comulgar.-

 La Eucaristía, sacramento pascual, es el tesoro inefable, que nunca se agota en su consideración.

A la vez, e inseparablemente, es:

 -el Sacrificio de Cristo, que se hace presente (no se repite, porque es único; se hace presente el mismo Sacrificio del Calvario),

-es Presencia, porque el Pan y el Vino se convierten -transformándose sustancialmente- en el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, y merecen toda nuestra adoración y el mayor respeto,

-y es Comunión, porque está destinado para ser sumido, comido, como Banquete pascual. Esta es la plena participación: poder comulgar tras haber discernido si estamos o no en gracia de Dios, debidamente preparado.

 Las tres dimensiones de la Eucaristía deben estar presentes y ser asumidas, comprendidas, vividas. Una mala reducción de la Eucaristía considerará exclusivamente una de las dimensiones arrinconando las otras dos.

 Un discurso del papa Benedicto XVI podrá ser una gran ayuda para nuestra comprensión y vivencia del misterio eucarístico.

 "Una menor atención que en ocasiones se ha prestado al culto del Santísimo Sacramento es indicio y causa de oscurecimiento del sentido cristiano del misterio, como sucede cuando en la Santa Misa ya no aparece como preeminente y operante Jesús, sino una comunidad atareada con muchas cosas en vez de estar en recogimiento y de dejarse atraer a lo Único necesario: su Señor. Al contrario, la actitud primaria y esencial del fiel cristiano que participa en la celebración litúrgica no es hacer, sino escuchar, abrirse, recibir… Es obvio que, en este caso, recibir no significa volverse pasivo o desinteresarse de lo que allí acontece, sino cooperar – porque nos volvemos capaces de actuar por la gracia de Dios – según “la auténtica naturaleza de la verdadera Iglesia, que es simultáneamente humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, empeñada en la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y sin embargo peregrina, pero de forma que lo que en ella es humano se debe ordenar y subordinar a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y el presente a la ciudad futura que buscamos” (Const. Sacrosanctum Concilium, 2). Si en la liturgia no emergiese la figura de Cristo, que está en su principio y que está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, toda dependiente del Señor y toda suspendida de su presencia creadora” (Disc. a un grupo de obispos de Brasil en visita ad limina, 15-abril-2010).

 

“El Concilio Vaticano II al recomendar especialmente que “la participación más perfecta es aquella por la cual los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma Misa” exhorta a llevar a la práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a saber, que para participar más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la comunión eucarística”” (IGMR 13).

 

Participar es cantar.-

 Potenciar la solemnidad, la oración y el canto en la liturgia, es cultivar un gran medio de participación activa de todos para unirse al Misterio.

 Cantar implica la vida misma, para no decir al Señor una alabanza mientras que la propia vida es desagradable al Señor.

 Cantar es propio de la liturgia. Unos cantos serán de un solista-salmista, otros del coro y otros muchos son de todos los fieles. En referencia al canto en general: hay cantos que son de la schola o coro, y otros que son para el coro y los fieles. Lo que no puede convertirse la liturgia es en un concierto hermoso y los demás en “mudos y pasivos espectadores” S(C 48), o abdicar de la posibilidad de cantar todos, enmudeciendo, y dejando todo para el coro, preocupados por no desafinar o tal vez embelesados con lo que cantan.

 Cantar no estorba el recogimiento, sino que ya de por sí es oración y medio de participación. No se puede interpretar restrictivamente la adoración y la devoción con el mutismo absoluto durante la Eucaristía.

 Cantar aquí en la liturgia terrena es preludio y degustación de la liturgia eterna, donde cantaremos, alabaremos y amaremos al que está sentado en el Trono y al Cordero.

 El canto es algo más que un medio de solemnizar la liturgia, o de hacerla amable y espiritual. Conlleva implicaciones espirituales muy concretas para que sea el cántico nuevo que elevamos al Señor. “Los Obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde” (SC 114).

 “Entre los fieles, los cantores o el coro ejercen un ministerio litúrgico propio, al cual corresponde cuidar de la debida ejecución de las partes que le corresponden, según los diversos géneros de cantos, y promover la activa participación de los fieles en el canto” (IGMR 103).

 Es que la liturgia es un entramado de signos y símbolos, de ritos y oraciones, con noble sencillez, y sin este entramado no hay liturgia. La quietud absoluta no es propia de la liturgia, sino de lo personal, de la devoción, de la meditación silenciosa de cada cual.
La liturgia es algo más… Es signo, canto, rito, inclinaciones, plegarias, salmos cantados, acciones sacramentales (bañar, ungir, perfumar, imponer las manos), procesión, luz, incienso…

Pues para que los fieles no permanezcan como “extraños y mudos espectadores” (SC 48), el canto ayuda mucho a la participación común, plena, consciente y activa, pero a condición de que el canto no sea algo añadido ni superpuesto a la acción litúrgica, buscando ritmos extraños a la calidad artística de la música ni letras tendentes al sentimentalismo y la subjetividad; la participación en el canto remite necesariamente a la teología del canto y de la espiritualidad de quienes cantan: ¡cantad al Señor un cántico nuevo! 

 

Participar incluye los gestos y posturas corporales.-

 Una visión panorámica de la participación del pueblo cristiano en la liturgia la señala la Ordenación General del Misal al decir:

“Formen, pues, un solo cuerpo, al escuchar la Palabra de Dios, al participar en las oraciones y en el canto, y principalmente en la común oblación del sacrificio y en la común participación de la mesa del Señor. Esta unidad se hace hermosamente visible cuando los fieles observan comunitariamente los mismos gestos y posturas corporales” (IGMR 96).

 Son de pie, sentado, rodillas, procesión caminando…

 Es santiguarse, es golpearse el pecho, es trazar las tres cruces en el evangelio… (IGMR 42-44).

 La participación plena, consciente, activa, interior y fructuosa de las distintas celebraciones litúrgicas es el modo adecuado de vivir desde ahora la liturgia, con celebraciones solemnes, dignas y orantes a tenor del rito romano según el Misal de Pablo VI

 La liturgia es escuela de vida espiritual, donde se bebe el genuino espíritu cristiano. La participación en la liturgia no se improvisa, porque no se trata de que todos intervengan y “hagan algo", sino que sepan orar, cantar, responder, adorar, escuchar y amar, con finura de espíritu y sensibilidad para la dignidad de la liturgia.

 La liturgia es sobre todo “dimensión espiritual” y así hay que vivirla -ritos y oraciones- y entonces el alma se ensancha y respira con gemidos del Espíritu Santo.

Más que inventar -¡Dios nos libre!- hay que conocer lo que hay, profundizar en su sentido, razón y teología, y celebrar bien.

 “Desde esta perspectiva, sigue siendo más necesario que nunca incrementar la vida litúrgica en nuestras comunidades, a través de una adecuada formación de los ministros y de todos los fieles, con vistas a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que recomendó el Concilio” (Juan Pablo II, Carta ap. Spiritus et Sponsa, n. 7).

 Por eso, además de un año que se dedique a la mistagogia de la Eucaristía, al iniciarse un nuevo tiempo litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua) se podría hacer lo siguiente:

  • en cada curso de forma cíclica es bueno dedicar una o dos sesiones cada año a desgranar el contenido espiritual de cada ciclo litúrgico, su historia, su dinamismo interno, la distribución de las lecturas bíblicas, las líneas fuertes de espiritualidad,  viendo los textos litúrgicos (oraciones y prefacios), señalando qué es lo propio de cada momento del año litúrgico…
  •  y de modo particular, las catequesis de iniciación al Triduo pascual, donde paso a paso se explique de forma mistagógica cada celebración litúrgica: partes de cada celebración, estructura, respuestas y cantos. Para muchos será un descubrimiento lo que estas celebraciones encierran de riqueza y belleza así como la primera vez para algunos en descubrir y vivir (y participar) en la Santa Vigilia pascual. Tras la Pascua, puede haber algunos momentos de intercambio de la experiencia litúrgica-espiritual del Triduo.
  • Con algunos folletos u hojas, entregar los textos litúrgicos y enseñar cómo se estructuran (invocación, memorial, petición y conclusión), su inspiración bíblica, y educar en la oración con los textos litúrgicos.
  • La catequesis de adultos, dedicando una sesión por ejemplo al trimestre alternando con el contenido doctrinal, enseñará las distintas posturas y gestos corporales en la liturgia, cómo se proclama una lectura, el significado de algún rito o signo… También, y cada día parece más importante, explicar el sentido del canto litúrgico, qué es y qué no es, su momento propio para cantarlo, la importancia de la letra y de la música, acostumbrados hoy a cantar cualquier cosa pensando que eso ya es “participar", hacer “la Misa distraída, divertida", olvidando a veces la letra y solemnidad de los grandes cantos: el Gloria, el salmo responsorial, el Santo…

 

24.07.17

Participar en la liturgia (II)

4. Para bien participar y saber qué es la participación

Parecería evidente, un recordatorio casi banal, y sin embargo es necesario porque la realidad se impone: para participar adecuadamente en la liturgia, lo primero es que el Rito mismo se realice bien. Una liturgia llena de innovaciones constantes, de creatividad del sacerdote o de algún catequista o miembro de una Asociación; una liturgia realizada de manera precipitada, o con falta de unción, de devoción, o una liturgia que ignore y desprecie las normas del Misal, dificultará siempre la participación plena, consciente, activa, de todos los fieles cristianos.

Por eso, para bien participar, lo primero es celebrar bien, ajustarse al Rito eucarístico según el Misal de la Iglesia, seguir las normas litúrgicas, realizando la liturgia con hondura espiritual y amor de Dios. Ya el papa Benedicto XVI, en la exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” afirmaba:

“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud” (n. 38).

Verdadera pastoral será cuidar lo mejor posible la dignidad y santidad de la celebración litúrgica, el “ars celebrandi” o “celebrar bien”, para glorificar a Dios pero también para el provecho espiritual de los fieles: “¡Gran misterio la Eucaristía! Misterio que ante todo debe ser celebrado bien. Es necesario que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas” (Juan Pablo II, Carta Mane nobiscum Domine, n. 17).

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, favoreció e impulsó la participación de los fieles en la sagrada liturgia, para que no asistiesen como “mudos y pasivos espectadores” (SC 48). Sin embargo, precisa el Santo Padre, “no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración. En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana” (Sacramentum caritatis, n. 52). Un recto y claro concepto de “participación” influirá decididamente en la vida litúrgica de las parroquias y comunidades cristianas.

Además, ampliando la mirada a una visión de conjunto, la participación activa en la liturgia supone e implica unas disposiciones personales previas, un tono cristiano de vivir, una intensidad espiritual en todo lo que somos y vivimos, que luego se verifica y se realiza en la sagrada liturgia. Estas disposiciones previas, importantes, fundamentales, exigibles, se pueden cifrar así:

  1. el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida;
  2. favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental;
  3. no puede haber una actuosa participatio en los santos Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor de Cristo a la sociedad[1].

La participación en la liturgia conlleva, inexorablemente, la participación total en la vida de Cristo, la santidad vivida en lo cotidiano, el testimonio de vida y las buenas obras, el apostolado en el mundo, la oración habitual y el recogimiento también antes de la celebración; el ayuno eucarístico y el recurso frecuente al Sacramento de la Penitencia.

Todo esto nos aleja del falso concepto, ya tratado, de interpretar ‘participación’ con ‘intervenir’, como también nos aleja de identificarla con la mera ‘asistencia’, formal, vacía, cumplidora, muda. El fruto de una verdadera participación en la liturgia será, con palabras de san Pablo, llegar a ofrecernos como hostia viva, santa, agradable a Dios, y ése será nuestro culto racional (cf. Rm 12,1-2): una vida en santidad unidos a Cristo en su Misterio pascual. “La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero”[2].

5. La participación que desea la Iglesia

La reforma litúrgica llevada a cabo por la Iglesia correspondía a unas directrices concretas emanadas de la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II. En SC aparece el concepto “participación” muchas veces, con adjetivos que la explican, trazando el modo natural que las acciones litúrgicas de la Iglesia han de poseer.

“Los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria” (SC 21); los fieles han de participar “consciente, activa y fructuosamente” (SC 11).

Es deseo de la Iglesia la necesidad, instrucción y educación de todos en la vida litúrgica para poder vivir el Misterio de Cristo en la liturgia; es deseo de la Iglesia promover la educación litúrgica y la participación activa: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas” (SC 14).

La participación plena y activa tiene un fundamento, el Bautismo, y un fin: que los fieles beban plenamente el espíritu cristiano; para ello la liturgia debe ser la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia y el manantial de espiritualidad: “Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14). La participación ha de ser “activa”, no meramente una asistencia callada: “la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa” (SC 19).

Esta participación activa de los fieles presentes a la acción litúrgica es un objetivo siempre permanente de toda verdadera pastoral, de toda educación catequética; incluye, a tenor de las palabras de la Constitución Sacrosanctum Concilium, diversos elementos y realidades: “Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado” (SC 30).

Por tanto, participar activamente (plena, consciente, fructuosamente), hay que vivir y fomentar los siguientes elementos:

  • aclamaciones
  • respuestas
  • salmodia, antífonas
  • canto
  • acciones o gestos y posturas corporales
  • el silencio sagrado.

Vivir esos elementos bien, realizarlos con atención, con conciencia clara de qué se hace, qué se dice, qué se canta y ante Quién se está, es participar. Por eso, la piedad es un don necesario para caracterizar la participación: “piadosa y activa participación de los fieles” (SC 50) pues se tratan cosas santas.

Hay que añadir que el mayor grado de participación o la participación más plena, se da cuando se recibe la Comunión eucarística: “Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor” (SC 55).

Esta participación consciente y activa santifica las almas y las marca con las huellas del Espíritu Santo para conducirlos por Cristo al Padre:

“La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48).

Sería un contrasentido a la misma naturaleza de la liturgia que los fieles fueran meros asistentes, “extraños y mudos espectadores”, que miran desde fuera algo que ocurre en el presbiterio, en el mayor de los mutismos, como en una obra de teatro, o reduciéndose a la impresión estética de lo que se desarrolla en el altar con ceremonias deslumbrantes.

Con ese contexto espiritual, que abarca la vida entera del bautizado, es conveniente ver ahora cómo se participa realmente en la liturgia, cómo todos los fieles toman parte activa y consciente, plena e interior, piadosa y fructuosamente, en la divina liturgia.

 


[1] Cf. Sacramentum caritatis, n. 55.

[2] Id., n. 64.

 

11.07.17

Participar en la liturgia (I)

La participación en la liturgia, y educar para participar en ella como se debe, sin confusiones, ni multiplicar intervenciones, ni dejar que entre la secularización, sino aquella participación real que requiere la naturaleza misma de la liturgia es un objetivo constante de la formación espiritual y de la catequesis.

Tenemos por delante que intensificar en la medida de nuestras posibilidades, la participación verdadera en la liturgia, el cultivo de la liturgia, de su solemnidad y sacralidad al celebrarla, renovando la participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, ya que la fe se nutre y se expresa en la liturgia. En esto cada cual, según su ministerio y vocación, como sacerdote, religioso o seglar, habrá de ver qué puede hacer (o en algunos casos, dejar de hacer porque se hace mal) y mejorar.

La catequesis en sus diferentes grados y edades, especialmente la catequesis de adultos o la formación permanente, deberá tener entre sus objetivos educar en vistas a la participación litúrgica; al menos así lo señala del Directorio General de Catequesis:

“La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la captación recta del significado de los símbolos…; ya que todo ello es necesario para que existe una verdadera vida litúrgica” (DGC 85).

 La Eucaristía celebrada merece una amplia explicación e introducción en catequesis de adultos, cursos, conferencias, charlas, boletines de formación (como intentamos ir haciendo aquí), con un método mistagógico, explicando paso a paso cada momento de la celebración eucarística: cómo se realiza según las rúbricas, qué significado tiene y las implicaciones espirituales. Se procura así que, conociendo la liturgia de la Eucaristía, se favorezca una participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa (adjetivos que la definen según la Sacrosanctum Concilium).

 Ya Juan Pablo II recordó la importancia de la formación tanto de sacerdotes como de los fieles para incrementar la verdadera participación en la liturgia:

“El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra (la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma». Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación y continuar durante toda la vida sacerdotal. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos” (Carta Vicesimus quintus annus, n. 15).

 2. Lo que no es participar.-

 La participación consciente, plena, activa e interior en la liturgia, se interpreta con el simple “intervenir”, desarrollar algún servicio en la liturgia, y la proliferación –verbalismo- de moniciones y exhortaciones, convirtiendo la liturgia de la Eucaristía en una pedagogía catequética falseada. Se entiende la participación entonces como una didáctica de catequesis donde todo son palabras, es decir, moniciones a todo, superfluas, demasiado largas. Desgraciadamente damos por hecho -¡craso error!- que “participar” es sinónimo de “intervenir” y por tanto se procura que intervengan muchas personas para que parezca más “participativa”. Es un fruto desgraciadísimo de la secularización interna, que se ha filtrado en las mentes de una manera pavorosa, y si no se interviene haciendo algo, entonces parece que no se ha participado. Todos tienen que hacer algo, leer algo, subir y bajar, ser encargado de algo, porque si no, se sienten excluidos, ya que viven con la clave de participar = intervenir, participar = ‘hacer algo”.

 Evidentemente ese principio, elevado hoy día a axioma, es falso. Este error desemboca al final en el precipicio y, claro, nos caemos a lo hondo del barranco y matamos la liturgia.

 Hay frases muy reveladoras, que se dicen con mucha facilidad, y reflejan hasta qué punto se está secularizando la liturgia desde dentro.

 Una de ellas: “A mí es que me gusta mucho participar”: quien la dice está afirmando que lo que le gusta es intervenir, desempeñar algún oficio concreto durante la celebración litúrgica, ya sea por prestar un servicio y ser una persona disponible, ya sea por el prurito de aparecer delante de los demás, acaparando protagonismo humano. ¡Cuántos enfrentamientos y roces innecesarios, pequeñas discusiones, por querer leer, hacer una monición en lugar de otra persona, llevar las ofrendas! Incluso se producen pequeñas carreras, cuando está terminando la oración colecta, para salir apresuradamente al ambón y que nadie le quite la ocasión.

 Otra frase: “fue una Misa muy participativa”. Se suele entender con esto que se multiplicaron las intervenciones, perdiendo la sacralidad, para buscar un efecto secular, democrático, de fiesta humana: se multiplican las moniciones (de entrada, a cada lectura, a cada ofrenda) y las ofrendas (una vela, un libro, un balón, un cartel, el pan y el vino, por ejemplo), se organizan las preces de manera que lo importante sea que cada petición la haga un lector distinto y se añade un himno, poema o pequeño discurso tras la acción de gracias. Se distorsiona la realidad sagrada de la liturgia, se le añaden elementos y acciones al margen de lo que el Misal prescribe, cunde una ‘falsa creatividad’ que es salvaje.

  Aún otra frase: “hay que preparar la liturgia para que todos participen”. De nuevo al hablar de “participación” se está planteando como objetivo la actuación directa de un determinado número de personas, buscando que cada cual haga algo concreto. Lo observamos cuando hay Confirmaciones y, sobre todo, al preparar las diversas tandas de las Primeras Comuniones. Olvidando que el modo propio de participar los niños en esa Misa es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, transformamos la liturgia en una actuación infantil constante. En estos días las tandas de Primeras Comuniones son quebraderos de cabeza: párroco o catequista quieren que cada niño “haga algo”, multiplicando las intenciones, las ofrendas… lo que sea para que todos intervengan, haciendo cálculos: en tal tanda hay 18 niños, hay que sumar intenciones y ofrendas “simbólicas”, un niño lee un poema, otro hace un canto, hasta el número de 18; si hay menos niños, se reducen las intenciones de las preces o las ofrendas. Una liturgia así poco fruto real da, ni en vida espiritual ni en evangelización.

  El mismo criterio rige en una liturgia en la que convergen diversos grupos, Asociaciones, Movimientos, etc., preparando la celebración litúrgica de manera que todos intervengan en algo como si, por no intervenir o ejercer un ministerio litúrgico, ya no se participara. Si buscan cada uno su propio interés, como en ocasiones ocurre, se olvida lo que es participar y se olvida buscar los medios para que todos participen, y se centra cada cual en las distintas intervenciones, reclamando, a veces hasta violentamente, ese margen de intervención para hacer algo. Se pierde de vista la participación del pueblo cristiano entero (: que recen bien, que lo vivan, que se ofrezcan con Cristo) y la mirada se fija, obsesivamente, en quién interviene y qué hace cada cual, y si un grupo interviene más que el otro, o aquel grupo se va a notar más su presencia que este grupo de aquí. La Comunión eclesial se destroza y se sustituye por la suma aislada entre sí de carismas, Movimientos, grupos: están juntos, pero no hay Comunión, y la liturgia es la distribución de intervenciones de todos para que todos estén contentos y visibles ante los demás.

3. Quien no interviene, ¿participa?

 La respuesta es fácil: todos participan de la liturgia, según su modo propio (sacerdote, diácono, lector, cantor, asamblea santa), pero no todos realizan un servicio litúrgico directo. La participación pertenece a todos aquellos fieles cristianos que asisten a la divina liturgia, y los diferentes ministerios litúrgicos son servicios en orden a la participación de todos los fieles.

 Muchos fieles participan en la Eucaristía gracias a Dios: ni todos leen, ni todos son cantores, ni todos llevan ofrendas de pan y vino… y sin embargo participan perfectamente: rezan, responden, escuchan la Palabra de Dios y responden en su corazón, se ofrecen con Cristo, cantan, interceden en la oración de los fieles y, sobre todo, comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor debidamente preparados. No intervienen, pero todos participan, ya que ésa es la verdadera participación, el culto en Espíritu y en Verdad.

 Además, en determinadas celebraciones sacramentales, quienes reciben un Sacramento tienen un modo propio de participar y es recibir el Sacramento, vivirlo intensamente.

 Los novios en el sacramento del Matrimonio participan de ese sacramento casándose, pronunciando la fórmula del consentimiento, recibiendo la Bendición nupcial, ese es su modo propio, sin tener que hacer ellos las lecturas o enumerar las intenciones de la Oración de los fieles para que “participen”: ya están participando pues son los sujetos del sacramento del Matrimonio.

 Pensemos en las Misas de las “Primeras Comuniones” como un ejemplo cercano. Participar no es intervenir ejerciendo un servicio litúrgico; el modo de participación propio y exclusivo de los niños es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, ver que se reza por ellos en la oración de los fieles y en el embolismo propio de la anáfora eucarística. Serán los demás (sacerdotes, lectores, acólitos, coro) los que ejercen los ministerios litúrgicos necesarios para que ellos participen ese día en el modo que les es propio: comulgar, sin que los mismos niños desempeñen todos los servicios litúrgicos. Los niños en esa celebración participan, pero su modo de participación es tan especial, único, intransferible, que consiste en comulgar por vez primera con el Señor resucitado en su Cuerpo eucarístico. Esa es su participación: comulgan, rezan, oran, dan gracias, escuchan la Palabra divina, se unen a toda la asamblea cristiana como miembros que participan de la Mesa santa. Pero participar no significa intervenir en todo.

 

1.07.17

Sin condenar, Oración de los fieles - y VII

El tono desafiador del lenguaje y su juicio despectivo sobre la realidad es otra variante de los lenguajes secularizados que se pueden encontrar en las intenciones que se proponen a la oración de los fieles en la Santa Misa.

Con este lenguaje condenatorio, marcadamente secularizado con una ideología de moda, más que orar, se emiten juicios de valor:

“Para que nuestra sociedad, injusta e hipócrita, que busca lo que la escandaliza y fomenta lo que luego condena, asuma su culpa y procure el remedio” (Libro de la Sede, Domingo V Cuaresma);

“por nuestra sociedad satisfecha y autosuficiente: para que reconozca su necesidad radical de Dios” (Libro de la Sede, Viernes III Pascua).

La economía –da igual el sistema o su justa distribución- es llamada “demonio”:

“Pedimos por nuestro mundo, roto por los demonios de la economía, la guerra y la sinrazón, para que crezcamos en orden a favorecer la vida de todos”.

Este lenguaje condenatorio, muy frecuente en ciertos ámbitos, emite constantemente juicios de valor negativos y suele añadir un sentido de culpabilidad a los que oran, convirtiendo en exhortación imperativa lo que debería ser una oración.

“Por nosotros, que hacemos injustamente distinción de personas, que clasificamos y ponemos al margen, que rehusamos el trato y condenamos al aislamiento” (Libro de la sede, Dom. VI T. Ord).

“Por nuestra sociedad mal pensante, como Simón, el fariseo; para que sea capaz de comprender y respetar” (Libro de la sede, Dom. XI, T. Ord.).

“Para que nuestra sociedad, que fomenta el pecado y se muestra intransigente con los culpables…” (Libro de la sede, Dom. XXIV, T. Ord., ciclo C).

“Para que nuestra sociedad, cuyo incentivo es el lucro, sepa valorar el trabajo, como fuente de realización y promoción humana, personal y social” (Libro de la sede, Dom. XXV, T. Ord., ciclo A).

“Para que nuestra sociedad, caracterizada por la hipocresía, reaccione ante la crítica de los inconformistas” (Libro de la sede, Dom. XXXI, T. Ord., ciclo A);

además del juicio de valor sobre la sociedad, piensa el redactor que la crítica de los inconformistas, de por sí, es buena, con lo que introduce tanto la demagogia como el populismo; ser inconformista no es un valor o cualidad, porque puede nacer de la arrogancia y de la soberbia, no de la búsqueda del Bien y la Verdad.

A veces no es una petición aislada, sino todo el conjunto de intenciones el que, con un lenguaje descriptivo negativo, pretende catequizar en una dirección ideológica muy concreta:

“En un mundo en el que predomina la ambición y el poder: para que la Iglesia procure ser signo de Cristo…

En un mundo en el que se busca sobre todo la eficacia: para que los más débiles en la sociedad no se vean despojados de sus derechos…

En un mundo en el que se medra a costa de los demás: para que se valore la honradez, la austeridad, la sinceridad, la autenticidad…

En un mundo en el que la figura de Cristo inquieta: para que cuanto nos preciamos de ser discípulos suyos entendamos sus palabras…” (Libro de la sede, Dom. XXV, T. Ord., ciclo B).

Este lenguaje, que algunos calificarían de “denuncia profética”, no es propio del lenguaje orante ni del lenguaje para la liturgia, porque fácilmente se deslizan la ideología y la mentalidad secularista. Si hubiéramos de seguir los tres ejemplos anteriores, habría que transformarlos aproximadamente así: “para que la Iglesia sea signo luminoso de Cristo en la sencillez”, “para que los más débiles y los pobres sean ayudados y confortados”, y, dentro de lo que cabe, el tercer ejemplo sería “por nosotros, para que crezcamos en las virtudes cristianas de la honradez y la austeridad”.

Al menos, al mirar el mundo, que nuestra mirada no sea de reprobación absoluta, sino de amor de Cristo viendo su realidad y su necesidad de salvación.

El lenguaje litúrgico no es condenatorio, sino expositivo; no es ideológico (ni pura ideología), sino orante. Las preces que he puesto como ejemplo ilustrativo jamás se podrían considerar lenguaje litúrgico, sino pura ideología, abofeteando a los presentes y al mundo en el que viven.

He de aclarar que “el libro de la sede” es un libro oficioso, no OFICIAL. En España lo “fabricó” la Comisión episcopal de liturgia (o el Secretariado Nacional, no lo recuerdo bien ahora), y en las preces los redactores estuvieron muy, muy desafortunados. Es un libro que necesita una urgente revisión en ese punto y otros más (acto penitencial, invocaciones al Kyrie y moniciones).

Se usa por su carácter oficioso y no de un autor con nombre y apellidos.

La oración de los fieles (exceptuando el Viernes Santo) no posee un formulario fijo. Hay que fabricarlo o buscarlo, o adaptar los que se tengan. De ahí que se busque una publicación mensual o un libro con formularios ya preparados. Pero hay que mirarlos bien…

Lo de leer sacando un papelito doblado, simplemente, es de un mal gusto que rechina. ¡Y la liturgia debe ser bella, es bella!

Con esto terminamos un amplísimo recorrido, exhaustivo desde luego, sobre la Oración de los Fieles. ¡Ojalá nos inspirásemos siempre en los modelos de la tradición litúrgica al orar y no en las formas secularizadas que hemos visto!

18.06.17

Lenguajes secularizados, Oración de los fieles - VI

En otros casos (siguiendo lo visto a lo largo de esta serie de artículos sobre la Oración de los fieles), es el lenguaje el que demuestra la pobreza y la ignorancia al proponer las intenciones de la plegaria universal. Se entremezclan con la oración la ideología al pedir o también pequeños discursos que adoctrinan “para que tomemos conciencia de algo”. Son elementos extraños al lenguaje de la liturgia.

“Por la Iglesia y todos los que la formamos, para que con la ayuda del Espíritu, sepa ser una Iglesia viva y atenta a todas las necesidades sociales que nos rodean. Roguemos al Señor”.

¿Esa es la misión de la Iglesia? ¿Estar atenta a las necesidades sociales? ¿Una nueva ONG? 

O un lenguaje que, más o menos sutilmente, critica la realidad de la Iglesia:

“Por la Iglesia; para que incesantemente se reforme en sus instituciones y se renueve en sus miembros” (Libro de la sede, Domingo II Cuaresma).

¿Constante reforma de las instituciones? ¿Qué se está pidiendo en realidad? Se inculca el pluralismo y la variedad de “opciones”, que responden no a la realidad carismática del Cuerpo eclesial, sino al lenguaje secularista:

“Para que la pluralidad de caminos y opciones dentro de la Iglesia no rompa la unidad en la fe y en la caridad” (Libro de la sede, Viernes V Pascua).

“Pidamos por toda la Iglesia y por todos los que la formamos, para que sea en el mundo un testimonio vivo del Mensaje de Jesús, trabajando por hacer posible un mundo más justo y solidario, y ayudando especialmente a los pobres y marginados para que puedan salir de las situaciones que les crea la pobreza y marginación. Roguemos al Señor”.

Otro ejemplo más del lenguaje secularizado, otro ejemplo más de la secularización interna de la Iglesia: todo se reduce a vivir un “Mensaje”, como si Cristo y el Evangelio se pudieran reducir a un “Mensaje” o un “Manifiesto”. Y la vida de la Iglesia en clave secularizada, limitada a “hacer posible un mundo más justo y solidario”. Es un discurso secularizado en lugar de una intención litúrgica, cuando aquí no caben ni los discursos ni los conceptos secularizados. Por eso es fácil encontrar expresiones así:

“Para que el Espíritu sugiera a la Iglesia recrear nuevas formas de expresión del mensaje cristiano” (Libro de la sede, Sábado VI Pascua);

¿está hablando de publicidad, imagen, marketing?

“Para que la Iglesia sepa presentar el mensaje cristiano atrayente para todos” (Libro de la sede, Dom. XXXII T. Ord., ciclo C):

¿cómo? ¿Rebajándolo, disimulándolo, acomodándolo a lo que el mundo vive? ¿Qué es hacerlo atrayente, dando por hecho, por el tono de la petición, que la Iglesia hoy no sabe presentar ese “mensaje cristiano”? ¿Presentamos un “mensaje atrayente” o llevamos a la Persona de Cristo Salvador?

El lenguaje secularista referido a la Iglesia refleja la ideología de cada momento, de cada época, y se pide a Dios con marcados tintes ideológicos, de donde resultan palabras talismanes, como “solidaridad”, “respeto”, etc.:

“Para que la Iglesia, como ciudad puesta en lo alto de un monte, sea para todos ejemplo de convivencia, de respeto, de comunicación, de solidaridad” (Libro de la sede, Dom. V T. Ord.).

“Por la Iglesia; para que en su legislación se transparente siempre el mandamiento nuevo de Cristo” (Libro de la sede, Dom. VI T. Ord.).

“Por nosotros, aquí reunidos; para que, superando el individualismo, aprendamos a vivir en solidaridad” (Libro de la sede, Dom. XXVIII T. Ord., ciclo C).

“Finalmente, pidamos por todos nosotros, para que tomemos conciencia de que Jesús nos envía al mundo para infundir el Espíritu y seamos testigos de Él allí donde estemos. Roguemos al Señor”.

“Tomar conciencia”: un nuevo lenguaje moralista. Esto más que orar es adoctrinar.

“Para que la Eucaristía nos ayude a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos por nuestro pecado y por el pecado del mundo” (Libro de la Sede, Viernes I de Cuaresma).

“Por todos nuestros hermanos misioneros, personas que sintiendo una llamada especial del Espíritu, han dejado las comodidades de nuestro mundo para acompañar y ayudar a salir de la pobreza a tantas personas de países pobres y subdesarrollados. Para que el Espíritu siga animándoles cada día en esta importante misión que realizan y para que sigan surgiendo entre nosotros vocaciones misioneras. Roguemos al Señor”.

Otro ejemplo más de un lenguaje que no es cristiano: la misión, las misiones y los misioneros ya no son evangelizadores, sino que, única y exclusivamente van “para acompañar y ayudar a salir de la pobreza”. ¿Esto es un lenguaje para la liturgia? ¿Además no mandó Cristo a evangelizar, “id y proclamad el Evangelio, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado y bautizad…”?

 O este otro formulario:

“1. Por toda la Iglesia, para que no se centre tanto en ella misma, sino que se ponga a la escucha del Espíritu. Oremos.

 2. Por la humanidad actual, sometida a un sistema cultural y económico que idolatra el tener, el poder y el consumir, y genera deshumanización y pobreza. Oremos”.

Tampoco esto es precisamente proponer una intención para la oración sino un discurso ideologizado: se afirma que la Iglesia se centra en ella misma, con lo cual es una crítica y un juicio; en la segunda petición, se descalifica un sistema económico en lugar de orar “por la humanidad actual”. Por ejemplo: ¿alguien se imagina orando a la primitiva Iglesia “por el despiadado Nerón que se idolatra a sí mismo, para que se convierta”? ¿Con esos adjetivos y esa descripción?

Ante esto, a veces es preferible incluso no orar, no llegar a contestar o cantar “Te rogamos, óyenos". Hay que estar atentos para saber qué nos proponen para nuestra oración y hay que ser delicados y cuidadosos al escribir estas intenciones (¡si es que realmente hay que escribirlas para ser tan originales!)

El lenguaje secularista en las intenciones para la Oración de los fieles no sólo desfigura la presentación del Misterio de la Iglesia, sino la forma de hablar del mundo, de la sociedad, de la cultura actual. Se tratan o se quieren respaldar con la oración los principios y presupuestos del secularismo, aceptados acríticamente, y forman un discurso que de cristiano no tiene nada, y sí del tono secularizado de la New Age o de determinadas ideologías políticas.

Los ejemplos, tomados de formularios reales encontrados en un sitio y otro, analizados así, nos harán palpables estos lenguajes para, lógicamente, evitarlos en el futuro.

“Presentemos a nuestra Madre Tierra, que cada vez presenta más signos de que se haya enferma porque no la cuidamos y sólo la contaminamos. Para que desde nuestras pequeñas acciones cotidianas hagamos un uso y consumo responsable de todo lo que ella gratuitamente nos regala y seamos ejemplos para los demás de que es necesario cuidar nuestro Medio Ambiente. Roguemos al Señor”.

¿Qué decir? ¿Esto es proponer una intención para orar o presentar una reflexión del ecologismo secularizado, de lo políticamente correcto hoy? Además, en lugar de orar, muy en general “por la tierra”, se incluye un discurso culpabilizador: “porque no la cuidamos y sólo la contaminamos”. Llamarla, además, “Madre tierra", da un sabor muy ecologista, con el panteísmo de la New Age.

O también al orar –supuestamente- por otras realidades de la vida social:

“4. Por todas las personas víctimas de la violencia, para que no lleguemos nunca a acostumbrarnos a este delito contra los derechos humanos, y para que trabajemos cada día por ser instrumentos de paz, allí donde nos toque vivir cada día. Roguemos al Señor.

5. Por los pobres y marginados, por todos aquellos que viven pasando necesidad: para entre todos seamos capaces de construir una sociedad más justa y más solidaria, que sepa repartir con justicia los recursos que la naturaleza nos regala. Roguemos al Señor”.

Fijémonos en varios detalles: 

 1) lenguaje secularizado del buenismo de hoy: derechos humanos, sociedad más justa y solidaria… 

 2) Aunque enuncia “por”, en realidad casi no se ora por ellos, sino que la intención (el “para que”) es por los presentes con cierto moralismo: “para que trabajemos… para que seamos capaces…”

Los ejemplos se pueden multiplicar, con tal de ver con claridad, lo ideologizado de ciertos lenguajes:

-Sobre el ecologismo reinante: 

 “Por los movimientos interesados en la conservación de la naturaleza y en la preservación del medio ambiente; para que perseveren en la llamada de atención a la responsabilidad de todos” (Libro de la Sede, domingo I de Cuaresma).

O sea, que no realizan estos movimientos ecologistas trabajos reales, sino campañas de concienciación… De nuevo un moralismo que busca “concienciar” en lugar de rezar, en todo caso, por quienes de verdad cuidan la naturaleza, veterinarios, guardas forestales, etc.

O la demagogia secularista sobre la juventud, con un optimismo absoluto de los valores (ojo, no de las virtudes) de la juventud y se reza para que sus protestas, sean las que sean porque no se matiza más, se tomen en serio: 

 “Por la juventud de nuestro tiempo, insatisfecha, inquieta; para que sus intuiciones, protestas, ideales, esfuerzos, razonamientos, sean tomados en serio, en diálogo respetuoso con los mayores” (Libro de la sede, Dom. XXII T. Ord., ciclo B).

Estas intenciones de oración son un exponente del secularismo, aptas para un mitín político de cualquier partido hoy en día (porque todos hablan igual), pero se aleja del lenguaje cristiano orante, mensurado, pausado, sobrio.