InfoCatólica / Ite, inflammate omnia / Categoría: Sin categorías

15.01.20

13.01.20

Padre Leandro, ¿alguna vez te enamoraste?

OrdenaciónCada tanto, el tema del Celibato sacerdotal se pone “de moda”, ya sea en ambientes eclesiales o en otros más mundanos, a tal punto que incluso en los sitios webs de los diarios, en los programas televisivos de chimentos o en los matutinos radiales se habla de él.

Para abordar la cuestión, suelen llamar a muchos para opinar: a psicólogos, a sociólogos, a historiadores de las religiones, a ex-sacerdotes, sin que falte la opinión de las vedettes de turno o del presentador del programa… Pero casi nunca nos preguntan a nosotros, a los que hemos optado por el celibato, ni suele oírse la voz de un cura que esté encantado con su vida célibe.

Por este motivo, muchos cristianos, incluso con cierta formación, desarrollan ideas equivocadas sobre el celibato sacerdotal. Llegan a ver en el mismo únicamente una norma eclesiástica que se impone desde afuera, una prohibición, una censura a lo más normal para un hombre, para un varón. ¿Qué tiene de malo el amor? ¿Acaso no es el centro de mensaje cristiano? En la mente de muchos aparece asociada la palabra “celibato” a “negación del amor". “Prohibido amar".

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10.01.20

Es hora de que todos hagamos algo

La Iglesia, y en particular el sacerdocio ministerial, viven tiempos difíciles.

No es fácil establecer paralelismos con otras épocas, ya que no podemos tener una idea completamente exacta de cómo se vivía y actuaba. Pero creo que tampoco es estrictamente necesario: nos basta confrontar lo que hoy ocurre con la Palabra divina y las grandes intuiciones de la Tradición.

Entre todas las realidades complejas de este tiempo, me preocupa de modo especial la creciente certeza que hoy podemos tener sobre el grave problema de la homosexualidad en los Seminarios y entre miembros del clero.

Les recomiendo vivamente este video que corresponde a la parte final de una conferencia sobre las estrategias del nuevo orden mundial. La he subido a mi canal con autorización de su autor, movido por mi creciente inquietud.

Fray Nelson expone con claridad algo que si me lo contaban hace 15 o 20 años hubiera rechazado como una teoría extravagante. Fundamentalmente su argumento es este: personas homosexuales, plenamente conscientes de su tendencia y muchas veces con experiencias previas de relaciones con personas del mismo sexo, han accedido al ministerio sacerdotal. Algunas veces han ocultado su condición, otras veces la han desarrollado de modo clandestino en los seminarios y, en los casos más grave, la han desarrollado abiertamente con otros seminaristas e incluso sacerdotes en ese tiempo de formación.

El problema no radica solamente en que –como se ha demostrado hasta el cansancio- existan mucho mayores posibilidades de que un sacerdote homosexual abuse de menores de edad o intente vivir relaciones homosexuales con adultos mientras ejerce el ministerio. Esto es de por sí algo de una gravedad inaudita.

El problema es aún más grave: en algunas diócesis y congregaciones religiosas estos miembros del clero suelen organizarse al modo de una “mafia”, intentando ocupar puestos de relevancia y toma de decisiones, e impidiendo que otros que no comparten y rechazan su accionar accedan a esos lugares. Estos sacerdotes promueven y recomiendan a quienes forman parte de su “club”, y relegan y descalifican a quienes no están allí incluidos.

Y existe aún otro riesgo. Es posible que detrás de declaraciones de algunos organismos –como la Pontificia comisión bíblica- u homilías de importantes jerarcas –como la que enlazo aquí- no haya sólo ni principalmente un punto de vista teórico, sino el intento de justificar bíblica o pastoralmente el propio desorden, presentándolo como normal y contradiciendo así la Escritura y la entera Tradición.

Todo esto se expone con su habitual claridad en el video cuyo enlace comparto aquí. No dejen de verlo, porque de lo contrario no se comprenderá la conclusión que aquí quiero esbozar.

 

¿Qué podemos hacer?

La situación es muy desalentadora. Sé que para algunos esta realidad puede ser motivo de escándalo, o de una dolorosa decepción. No obstante, creo que es necesario que la afrontemos de una vez por todas. Y creo que todos los fieles laicos pueden hacer algo.

1. En primer lugar, oración y penitencia, para que el Señor purifique su Iglesia y la libre de “lobos disfrazados con piel de cordero”. Oración por los obispos para que sean fuertes, para que no toleren situaciones inmorales o incluso perversas, para que no “impongan las manos” a cualquier candidato, sea cual sea la necesidad pastoral. Oración por la perseverancia de los que tienen verdadera vocación y recta intención, los cuales, muchas veces, han abandonado su camino vocacional desanimados por estas inesperadas situaciones que alguna vez le toca vivir.

2. En segundo lugar, si los fieles laicos son testigos directos de situaciones de inmoralidad, especialmente de relaciones homosexuales de sacerdotes, deben hablar. Es difícil pensar un camino armonioso, pero creo que lo primero sería hablar con la persona e instarlo a que abandone el ejercicio del ministerio y deje de ofender al Señor con su conducta. También es un paso necesario hablar con otro sacerdote con algún vinculo de amistad o de autoridad. Sería lo normal poder hablar con el obispo de ese sacerdote, presentando un testimonio por escrito –con dos copias, llevando en una el sello del recibido- solicitando una rápida actuación

3. Lamentablemente la experiencia indica que en la Iglesia nos ha costado reaccionar ante situaciones de esta índole. Es evidente que habría que intentar proteger lo más posible la fe de los simples, pero si agotadas todas las instancias anteriores no se logra que el sacerdote revierta su conducta, se puede pensar su publicación y publicidad como un último recurso. Sé que esto es opinable y discutible, pero también lo que hemos vivido en los últimos 20 años nos muestra que sólo cuando algunos hechos inmorales o delictivos toman pública notoriedad –medios de comunicación social, redes- las autoridades actúan ante la presión recibida. Me duele tener que escribir esto, y espero que quede claro que sólo sería éticamente válido una vez intentadas las anteriores instancias, siempre que medie la certeza de la conducta inmoral percibida.

4.   Un último punto: de ninguna manera y bajo ningún punto de vista los fieles laicos alentarán el ingreso al seminario o la vida religiosa de jóvenes u hombres que hayan tenido una vida homosexual activa. Es más: el documento de la Santa Sede que aborda este tema de manera específica se expresa así:

“la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.”

Es un tema debatido si un joven que experimentó una tendencia homosexual sólo temporaria (períodos de confusión) pero nunca la llevó a los actos, puede ser admitido. Algunos piensan que esos episodios temporales (es decir, no “profundamente arraigados”) pueden ser trabajados con “herramientas” y ayuda espiritual y psicológica, permitiendo a la persona alcanzar el suficiente equilibrio y madurez humana y cristiana y una vida virtuosa, en la armonización de su impulso sexual. Así se expresa el citado documento:

Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.

Pero queda fuera de duda que un joven que haya tenido cualquier tipo de actividad homosexual en su infancia, adolescencia o juventud no puede ser admitido en un seminario o noviciado, y mucho menos ordenado.

De esto se deriva una consecuencia bien concreta, especialmente para los fieles laicos: si conoces con certeza a alguno que haya vivido esa situación y esté en un camino formativo, aunque sea doloroso, debes poner en conocimiento a sus formadores y el obispo del lugar, pero no es posible que esa persona continúe su proceso.

Recemos para que el Señor nos dé a todos la luz y la fortaleza para servirlo con pureza de corazón, de conciencia y de vida.

Que la Madre y Reina de los sacerdotes nos anime a alcanzar una plena fidelidad a las enseñanzas de su Hijo.

18.12.19

Perspectiva de género: el inesperado retorno del racionalismo

La tan ansiada libertad

Cualquier persona que comience a adentrarse en el lenguaje de la perspectiva de género, probablemente quedará impresionado por la fuerza con la que se destaca la “autopercepción” y la “autodeterminación”.

En textos de sus autores más conocidos se suele dar a estas categorías que nombran un valor prácticamente absoluto al momento de determinar la identidad de género. Así está reflejado, por otra parte, en el ordenamiento jurídico argentino: el factor “autos”, lo que el sujeto percibe o decide es incuestionable, sagrado.

Una persona “tiene derecho a ser reconocida y tratada” de acuerdo a esa autopercepción y decisión, con todas las consecuencias legales que van aparejadas. Y esta misma persona puede, sin necesidad de dar explicaciones ni fundamentar por qué, autodeterminarse en sentido contrario, cambiando su género –en el DNI y en el plano somático- cuantas veces lo desee.

En el fondo, la identidad de género es algo que yo puedo sentir, percibir y elegir libremente. A este factor tan protagónico hoy podríamos llamarlo –a efectos y didácticos- simplemente Libertad: mis sentimientos y emociones, mis pensamientos y decisiones en relación a mi identidad.

 

Los “malos de la película”

La insistencia en lo que el sujeto “percibe” y “decide” (factor Libertad) va de la mano muchas veces con el rechazo frontal, explícito e irreconciliable de otros dos factores, que vienen a ser como los “malos de la película”: la biología y la cultura, entendiendo cultura como toda huella que deja la sociedad y la educación recibida en nosotros (los mandatos familiares), a nivel consciente e inconsciente.  

Creo que se puede advertir una solapada desconfianza y una sospecha radical hacia todo lo que viene “dado”: el cuerpo y el “género impuesto por la sociedad”.

Ser libre parece significar liberarse de la “tiranía de lo biológico” y de los “roles heteronormados”, transmitidos éstos últimos culturalmente por la familia y la sociedad. Desde esta visión, alguien sería más inequívocamente libre cuanto más capaz de rebelarse, y menos libre cuanto más acepta.

Se anuncia y celebra, por ejemplo, que la “expresión de género” (es decir, como cada persona expresa su identidad de género en el modo de vestirse, arreglarse, comunicarse, etc) “puede ser algo completamente nuevo”. Me impactó cuando leí por primera vez este “completamente nuevo”. De algún modo se me venían a la mente tantas escenas de mi infancia: “cantás re parecido a tu papá”, “hablás igual que tu mamá”, “me hacés acordar a tu abuelo”. Expresiones que, en esta comprensión de lo humano y la identidad, lejos están de ser deseables.

 

Una nueva antropología.

Llegados a este punto, podemos darnos cuenta que en la perspectiva de género hay mucho más que una serie de consejos para defender los derechos de las minorías, o comprender las personas en sus diferencias. Benedicto XVI decía hace ya más de 20 años, con tono profético de una “auténtica y propia filosofía del hombre nuevo”, y en 2012 usaba la potente expresión de “revolución antropológica”, que implica una rebelión contra lo biológico.

El individuo aparece así como una especie de substancia intelectual y racional, como una voluntad de poder y conocer, que se relaciona con lo corpóreo y lo histórico de modo libre y extrínseco.  

Personalmente me resulta muy llamativo y hasta fascinante advertir el movimiento pendular innegable en la antropología de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Si durante las primeras fases de la revolución sexual lo preocupante era el reduccionismo biologicista de corte hedonista  –comprender y explicar a la persona principalmente desde su dimensión material y sus tendencias instintivas- hemos llegado con la antropología de género al extremo opuesto. Para decirlo con Benedicto XVI: “Ahora él –el hombre- es sólo espíritu y voluntad”

Se ha criticado históricamente a la Iglesia católica por una suerte de “desprecio del cuerpo” o por proponer una mirada sobre el ser humano demasiado “angelista”. Lo cierto es que en la actualidad, la visión antropológica imperante supone una negación de lo corpóreo prácticamente inédita en la historia del pensamiento, reeditando así las más radicales expresiones del racionalismo del siglo XVII.

 

Intentando ver la parte oculta del iceberg

Indagando las causas de esta manera de comprender lo humano, me ha sucedido ir encontrando una serie casi interminable de factores, por lo que elegir algunos es una tarea compleja.

No obstante, quiero aventurar al menos 3 líneas por las cuales entiendo puede comprenderse mejor la instauración y aceptación de esta visión:

1. Creo que un factor relevante es que en muchas personas su propia experiencia en relación a la cultura ha sido negativa y dolorosa. Estilos educativos muy rígidos y sin una adecuada distinción de lo esencial y lo secundario, vivencias de situaciones familiares marcadas por la violencia o por la distorsión de lo masculino y femenino, suelen favorecer en las personas actitudes de enojo y resentimiento que podrían conducir a la rebelión. La ideología de género y la promoción de esta “revolución antropológica” ofrecen como un “andamiaje conceptual” a la propia vivencia, generando a la vez un sentido de solidaridad con otras personas que han vivenciado algo similar.

2. El influjo de la dialéctica hegeliana y marxista: este influjo es innegable en algunas de las principales autoras de género, quienes utilizan abundantemente contraposición, la lucha y el conflicto y hasta los mismos términos que los citados filósofos. Las categorías de “lucha” y “revolución” fueron aplicadas al principio a “proletarios contra burgueses” fueron aplicadas en un segundo momento a la lucha entre las “clases sexuales”, “mujeres contra varones”. En los últimos años, el pasaje del feminismo al postfeminismo ha implicado aplicar esa misma dialéctica a los elementos configuradores de la persona. Simplificando un poco, creo que podemos decir que en relación a la sexualidad la lucha y la liberación se da entre lo “elegido” (autodeterminación) frente a la opresión de lo “dado” (biología y cultura). En el pensamiento de Hegel, el factor “antítesis” está llamado a “superar” la tesis; Marx, en cambio, al trasladarlo al campo de la economía y la historia, lo entendió y aplicó más bien en el sentido de negar, “derrotar” o “anular”. Así parece que ha pasado a las posturas más extremas de la ideología de género. Es por eso que en la ideología de género no hay alianza posible entre lo dado y lo libre: lo libre debe negar lo recibido.

3. La incidencia del pensamiento de Nietszche y Sartre: la insistencia del primero en la “voluntad de poder” y del segundo en la negación de una “naturaleza humana” (el hombre es libertad sin esencia) parecen ser una de las matrices más profundas de las antropologías actuales. Yo soy mi libertad. Yo elijo y decido, autónomamente, mi identidad. Todo lo que podría limitar mi libertad –lo dado- es, necesariamente, algo a cuestionar y de lo que sería deseable liberarme.

Se me hace bastante claro, finalmente, que en el concepto de libertad está la “madre de todas las batallas”. La ideología de género propone –en la línea sartriana- una libertad absoluta. Aliada de algún modo con la visión marxista, es necesario luchar para “liberar” al ser humano de la biología y la cultura. No solo en aquellos casos en que las experiencias hayan sido negativas, sino en todos, porque incluso quienes no tienen conciencia de ello, también han sido víctimas de una imposición.

 

En defensa de los injustamente acusados

Quisiera afirmar ahora con mucha fuerza algo que me parece de suma importancia: la suposición de que la biología y la cultura son esencialmente malas es errónea, infundada e injusta.

La biología es simplemente eso: bios, vida corporal, que inicia y crece guiada por leyes guardadas en el núcleo de cada célula. Está claro que no es solo “genitales” –como insisten hasta el cansancio algunos que postulan la ideología de género- sino mucho más. Es la maravilla de la información cromosómica y genética, es la dimensión gonadal, neurohormonal y cerebral, es la increíble interacción de un sinnúmero de factores químicos y fisiológicos que –naturalmente- se armonizan y equilibran. Todos esos elementos dan lugar a cuerpos modalizados masculina y femeninamente, de múltiples maneras,  desde el cromosoma 23 hasta los caracteres sexuales secundarios. De modo que podríamos decir que no existe el “ser humano” en abstracto, ni la “persona humana” como si fuera algo “neutro”: existen varones y mujeres.

Esa biología implica una serie innegable de inclinaciones afectivas e intelectuales innegables, más aún desde el auge de las neurociencias. Ligadas a esa bios podemos reconocer con bastante facilidad y objetividad maneras de sentir, de relacionarse con los demás, de pensar, de actuar, de proyectar el futuro. Inclinaciones, predisposiciones y tendencias que son transculturales, pasibles de ser verificadas en cada rincón de la Tierra. Rebelarse contra ese bios –que tiene “dentro” un “logos”, es decir, un sentido, y que yo puedo descubrir, reconocer y asumir- es sencillamente un error.

El segundo elemento, la cultura, es, en todo caso, un fenómeno ambivalente. Está claro que hay estereotipos de género negativos, y maneras de comprender la masculinidad y la feminidad completamente equivocadas; todos sabemos que existen en las culturas de los pueblos normas sociales injustas y que por momentos se ha dado a ciertas pautas –vestimenta, maquillaje, peinado, modales- un valor absoluto del que en realidad carecen…  Está claro que en algunas familias algunos “mandatos” han sido impuestos sin considerar la originalidad personal y con una fuerza que para muchos ha sido traumatizante. Pero de ahí a considerar que “todo lo cultural es negativo y te quita libertad…” hay un abismo.

Es más: hay una serie de elementos estereotipados y mandatos que no solamente no son equivocados ni negativos, sino que son positivos y más aún necesarios. Porque en el seno de una cultura –transmitida especialmente en hábitos y costumbres familiares- nacemos, crecemos, desplegamos lo que somos, vamos eligiendo y conformando definitivamente nuestra identidad. Ciertos estereotipos que cada cultura gesta en torno al modo de ser varón y mujer son de una gran ayuda para ese proceso. Nos facilitan el camino. Nos orientan y nos dan sentido de pertenencia.

 

Hacia un intento de síntesis:

Para la Ideología de Género, la identidad se define únicamente por el factor Libertad.

Identidad de género = Libertad (autopercepción y autodeterminación)

La antropología personalista, en cambio, sin negar ese factor, propone la siguiente “fórmula”

Identidad de género = (B)iología + ©ultura x (L)ibertad.

Percibir lo biológico y lo cultural, asumir lo biológico y lo cultural –purificado de sus elementos imperfectos- es el camino armónico para asumir y vivir la identidad -de género serena, alegre, fecunda.

El desafío que tenemos por delante, a mi entender, es doble:

Por un lado, en plano intelectual, debemos invitar a reflexionar sobre los fundamentos filosóficos que sustentan esa visión. Y animarnos a señalar sus inconsistencias o, al menos, la parcialidad y los reduccionismos de su mirada. Debemos tener la lucidez y la capacidad comunicativa para poner de relieve todo lo que desde el punto de vista teórico está quedando afuera, de manera especial el impacto de la biología en la vida real.

El segundo desafío es más difícil y a la vez apasionante: consiste en mostrar con nuestras vidas y nuestras relaciones que la ecuación B + C + L puede resultar muy plenificante, puede ser –y en muchas historias lo es- un camino de realización personal excelente.

Es mostrar que rebelarse contra la biología y desarraigarse totalmente de la cultura, además de absurdo, es imposible. Es innecesario. Y no nos hace bien.

30.11.19

Ni aburridas ni divertidas: las misas deben ser PASCUALES

Cualquiera de nosotros ha escuchado más de una vez el comentario de algún fiel,  insatisfecho por una celebración recién concluida: “qué Misa más aburrida”. Seguramente, además, todos hemos oído a algún conocido contarnos: “no sabés qué divertida es la Misa del padre Fulano de tal”.

Ahora bien, ¿son estos adjetivos adecuados para describir e intentar hacer una correcta apreciación del misterio central de la fe cristiana, fons et culmen de la vida de la Iglesia?

Mi opinión es, en primer lugar, que estos parámetros provienen de un ámbito diverso al de la Liturgia. Son, por eso mismo, como un “lente” inadecuado para observarla y comprenderla. Son criterios lícitos para analizar un partido de la Champions League, una función de circo o un recital, un cumpleaños de 15 o la fiesta de despedida de un grupo de amigos.

Son palabras y aproximaciones que provienen del mundo del espectáculo, del deporte o de la industria del entretenimiento. “Divertido” o “aburrido” tiende a ser una simple referencia al estado emocional de quien asiste, mira o interviene.

Pero la Misa no es espectáculo, no es entretenimiento: es acontecimiento, es realidad divina tras el velo de los signos humanos. No es ficción: es drama real. Es presencia de lo eterno en el tiempo. Es acción, la más increíble que podamos imaginar, donde se pone en juego toda la potencia de Dios.

Aclarado esto, quiero formular una segunda afirmación: la Misa no tiene que ser divertida, pero tampoco puede ser aburrida. Y viceversa, la Misa no puede ser aburrida, pero tampoco debe ser divertida.

La Misa debe ser PASCUAL, y en el modo de celebrarla –y en cada detalle- es necesario intentar siempre hacer converger todos los aspectos de la Pascua.

Pero, ¿qué es la Pascua?

El camino y el símbolo más perfecto para comprender la Pascua nos lo presenta el Apocalipsis: Jesucristo es presentado como el “Cordero degollado y en pie” (Ap 5, 1). En Él permanecen en su eterna actualidad la entrega sacrificial del Viernes por la tarde, y la explosión de gozo incontenible del amanecer del Domingo. Ese Cordero es adorado y aclamado de modo triunfal por miríadas y miríadas de seres vivientes, ángeles, mártires, los 144.000 elegidos y una muchedumbre “imposible de contar”.

La Eucaristía trae a nuestros altares a ese “Cordero degollado y en pie”: “bendito el que viene en el nombre del Señor”. En la simplicidad de las especies eucarísticas, está realmente presente Él en la integridad de los aspectos de su Misterio: Calvario, Sepulcro vacío y Segunda venida Gloriosa.

 

¿Cómo debe ser la Misa, entonces?

Debe tener la seriedad y la profundidad, el espíritu contemplativo y el recogimiento, la serenidad y la conmoción que nos permitan darnos cuenta de que el Cordero “está degollado”. Que me amó y se entregó por mí. Que me compró “a gran precio”, a precio de su Sangre. Que por mí “soportó afrentas y desprecios”, llegando a quedar “tan desfigurado que ni parecía hombre…”. Por eso no puede ser banal, no puede ser grotesca, no puede ser circense.

Debe tener también el gozo profundísimo y la intensidad de la Vida nueva, “vida abundante”, que surge del Sepulcro vacío. Debe tener y dejarnos el “gusto” a plenitud, a presencia y a poder de Dios. Debe irradiar luz, una luz tan potente que sea suficiente para calar bien hondo en los rincones oscuros de la vida cotidiana. No puede ser sombría ni oscura. La Misa debe ser alegre, debe comunicar alegría, debe dejarnos ese “sabor” al finalizar. No puede ser aburrida: porque en ella se hace presente la victoria del Resucitado: “mors et vida duello, conflixere mirando: dux vitae mortuus, regnat vivus”.

Y como es probable que a algunos lectores de Infocatólica les llame la atención esta insistencia, me apoyo en la autoridad de Benedicto XVI, en un escrito que –personalmente- me ayudó a integrar mejor estos aspectos:

“Todas las palabras del Resucitado portan esa alegría, portan la risa de la redención: si vosotros vierais lo que yo he visto y lo que veo, si vosotros lograrais tener una vez una mirada de la totalidad, entonces reirías (cfr. Juan 16,20).

En el barroco, era parte de la liturgia el risus paschalis, la risa pascual. La prédica de la Pascua debía contener una historia que moviera a la risa, para que la Iglesia retumbara de alegría. Esta puede ser una forma de alegría cristiana algo superficial y exterior. Pero ¿no es algo hermoso y adecuado que la risa se haya transformado en un símbolo litúrgico? ¿Y no nos hace felices, cuando en la iglesias barrocas escuchamos la risa que anuncia la libertad de los redimidos a partir de los juegos de los angelotes y de los ornamentos?

Y ¿no es un signo de fe pascual el hecho de que Haydn dijera, respecto a sus composiciones, que al pensar en Dios sentía una alegría cierta y añadiese: «Yo, apenas quería expresar palabras de súplica, no podía contener mi alegría, y hacía lugar a mi ánimo alegre y escribía allegro sobre el Miserere»?

La visión de los cielos del Apocalipsis dice lo que nosotros vemos en Pascua a través de la fe: el Cordero muerto vive. Puesto que vive, nuestro llanto termina y se convierte en sonrisa. La visión del cordero es nuestra mirada a los cielos abiertos de par en par. (…)

Si comprendemos el anuncio de la resurrección, entonces reconocemos que el cielo no está totalmente cerrado más arriba de la tierra. Entonces algo de la luz de Dios –si bien de un modo tímido pero potente– penetra en nuestra vida. Entonces surgirá en nosotros la alegría, que de otro modo esperaríamos inútilmente, y cada persona en la que ha penetrado algo de esta alegría puede ser, a su modo, una apertura a través de la cual el cielo mira a la tierra y nos alcanza. Entonces puede suceder lo que prevé la revelación de Juan: todas las criaturas del cielo y de la tierra, bajo la tierra y en el mar, todas las cosas en el mundo están colmadas de la alegría de los salvados. En la medida en la que lo reconocemos, se cumple la palabra que Jesús dirige en la despedida, en la que anuncia una nueva venida: «Vuestra aflicción se convertirá en alegría».

(Homilía “El Cordero redimió a las ovejas", Benedicto XVI, en el libro “Miremos al Traspasado")

La Misa debe, por último, expresar y reavivar la esperanza de la Gloria eterna. Debe ser un espacio de eternidad en medio del devenir de la historia. Debe ser para cada uno de nosotros como un “pedacito de Cielo”, como un anticipo del Banquete Celestial, al cual tendemos, hacia el cual caminamos, en el cual –y solo en cual- nos saciaremos. Porque Pascua y Parusía son acontecimientos inescindibles, la tensión entre el Pasado, el Presente y el Futuro se encuentran en torno al altar, allí confluyen y se hacen nuestros.

Un gran desafío

Es evidente que, como en casi todos los ámbitos del pensamiento y la acción católicos, es más sencillo optar por uno solo de los elementos. Tenemos entonces en la Iglesia “sectores”, “facciones” con visiones de la Eucaristía encontradas: quien la vive de modo unilateral como “el Calvario”, y quien la celebra y piensa sólo como “una fiesta”.

Es verdad que los acentos son inevitables: en las liturgias de las Iglesias orientales resplandece mucho más la dimensión “parusíaca” que en el rito romano, y así podríamos encontrar otros matices en la misma historia de la Liturgia.

No obstante, creo que el desafío es, como cada vez, mantener  unidos y armonizados los dos –o los tres- aspectos del Misterio de Cristo: muerte redentora que suscita un amor reverente, victoria sobre la muerte que nos colma de alegría, triunfo final que nos llena de esperanza. Siempre en obediencia a las normas litúrgicas.

¡Qué desafío para quienes debemos presidirla: poder manifestar, en nuestra fragilidad, todo esto!

¡Qué desafío para la catequesis, para la predicación, ayudar a los fieles a vivenciarlo de este modo!

¡Qué desafío para quienes ejercen el ministerio del canto y la música, hacer converger en melodías, armonías y ritmo las inescrutables riquezas que implica la simple presencia del “Cordero degollado y en pie”!


PD: Disculpen el detalle narcisista de la foto, es del día de mi primera Misa, hace 14 años y días, para que recen por mí y por todos los sacerdotes, :)