11.06.10

El amor desbordado

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Ciclo C).

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a reconocer la magnitud del amor de Dios a los hombres; un amor manifestado en Cristo. De todas las “definiciones” que nos proporciona la Escritura sobre Dios, la más profunda es, seguramente, la del apóstol San Juan: “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Dios es, a la vez, plena autoposesión y plena donación; su perfección se identifica con su amor.

Dios es el amor, la donación, la entrega recíproca del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En Dios, el amor une y distingue. La esencia divina es el amor, pero ese amor, siendo único, es amor paternal en el Padre, amor filial en el Hijo, amor de comunión en el Espíritu Santo.

El amor de Dios no ha permanecido oculto ni ha querido contenerse en la esfera intra-divina, sino que se ha desbordado en la creación y en la historia. Dios, movido por su celo, nos busca a cada uno como el pastor sigue el rastro de sus ovejas. Nos busca para librarnos de la dispersión y de la oscuridad, para apacentarnos como es debido (cf Ez 34, 11-16).

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La oración del Papa Benedicto

En la bellísima homilía pronunciada en la Santa Misa de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la clausura del Año Sacerdotal, el Papa no solamente ha explicado la doctrina católica sobre el sacerdocio - relacionándolo con el Corazón de Cristo - , sino que, por momentos, se ha dirigido, no a los fieles que lo escuchaban, sino a Dios mismo. Es, por consiguiente, una homilía que contiene pasajes de oración directa. He querido seleccionarlos para este post, invitando a todos a una lectura pausada del texto en su totalidad.

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10.06.10

La bondad de nuestro Dios

Como mañana, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tendré, previsiblemente, un día muy ocupado, adelanto hoy el post que tenía previsto. Se trata de la presentación del libro “La bondad de nuestro Dios”, una presentación que puede ser de interés para los lectores del blog, ya que ellos, los lectores, han estado muy presentes en la gestación de ese texto:

Presentación

En este libro ofrecemos treinta y un textos para ayudar a hacer oración, a hablar con el Señor, a entablar ese diálogo de corazón a corazón entre cada uno de nosotros y la bondad de nuestro Dios.

En uno de sus sermones, San Bernardo se maravillaba de la aparición de la bondad de Dios. En la plenitud de los tiempos, con la Encarnación, “es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno”.

La plenitud de Dios nos sale al encuentro en carne mortal “para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad” (Sermón 1 en la Epifanía del Señor).

La bondad de Dios no permanece oculta, sino que ha sido manifestada. Contemplar, desde esta perspectiva, algunos misterios de nuestra fe nos llena de admiración y de agradecimiento: La grandeza de Dios, Uno y Trino, se hace accesible en la historia de Jesús de Nazaret, singularmente en su Pasión y en su Cruz. El Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, fue enaltecido, con su humanidad, a la gloria del Padre, como Soberano del universo. La fuerza de su Espíritu transforma cuanto toca, renovando el mundo y nuestras almas.

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La verdadera reparación

“El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”, anota el Catecismo de la Iglesia Católica . La devoción al Sagrado Corazón de Jesús entraña la voluntad de reparación, de satisfacción, de penitencia.

En la segunda oración colecta de la Misa del Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que “al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación” . Existe, pues, un vínculo entre amor y reparación. Reparar implica dejarse atraer por el dinamismo del Corazón de Cristo y dejarse transformar por esta fuerza, que es la única capaz de vencer el mal, el pecado y la muerte.

La fuerza del amor de Dios es el Espíritu Santo (cf Hechos 1, 8) , que Dios ha derramado en nuestros corazones (cf Romanos 5, 5) para la remisión de los pecados, haciendo posible en nosotros la vida nueva en Cristo. El amor de Dios no es, de este modo, un principio exterior, sino interior aunque trascendente . Gracias al poder del Espíritu Santo podremos dar frutos de “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5, 22-23) .

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9.06.10

El corazón manso y humilde del Redentor

Jesús es el Revelador y la Revelación del Padre. En toda su “presencia y manifestación” se expresa humanamente el “ser” de Dios (cf Dei Verbum, 4); se hace visible la profundidad de su amor .

Su corazón “manso y humilde” es descanso y alivio para quienes están cansados y agobiados. El mismo cansancio, en lo que tiene de falta de fuerzas, de hastío, de tedio, remite, por contraste, al descanso. Puede ser un síntoma, el cansancio, que haga despertar en el corazón del hombre esa huella de la creación que es la nostalgia de Dios . Sólo Jesús, que conoce al Padre (cf Mateo 11, 25-30), que es uno con el Padre, puede ser verdaderamente el descanso, porque sólo en Dios encontramos el cumplimiento del deseo, la única realidad que basta .

El corazón del Redentor, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf Juan 19, 31-37) , es el corazón sufriente de Dios que, no por debilidad o por imperfección, sino por amor, elige libremente padecer con nosotros, y mucho más que nosotros, todo el mal que asola la tierra . También el lado oscuro de la condición humana, el dolor y el sufrimiento, el mal y el pecado, es asumido para ser redimido en “ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical” (Benedicto XVI) .

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