8.01.11

El Bautismo (una síntesis mínima)

Por si les vale a los lectores. Aunque me he propuesto limitarme a las homilías, no tengo tribunal superior que me impida incluir algún que otro post no estrictamente homilético. Como este. Un saludo a todos. GJM.

El Bautismo

Creo que un libro de cabecera, de referencia básica, para los católicos ha de ser el “Catecismo”. Ahí está casi todo: los fundamentos bíblicos, los testimonios de la tradición y la síntesis de la doctrina. Habría que ser muy ingenuos para pensar que el “Catecismo” es algo simple, impropio de cristianos “ilustrados”.

Al sacramento del Bautismo se le dedica el artículo 1 de la segunda sección de la segunda parte del “Catecismo”. Esta segunda parte trata sobre la celebración del misterio cristiano, parte que sigue a la primera, sobre la profesión de fe. En la segunda sección de la segunda parte se trata de “los siete sacramentos de la Iglesia”.

En el contexto de los sacramentos de la iniciación cristiana, se habla sobre el Bautismo, dando respuesta a siete cuestiones: I. El nombre de este sacramento. II. El Bautismo en la economía de la salvación. III. La celebración del sacramento del Bautismo. IV. Quién puede recibir el Bautismo. V. Quién puede bautizar. VI. Necesidad del Bautismo. VII. La gracia del Bautismo.

I. El nombre del “Bautismo” remite al hecho de “introducir dentro del agua”. El Bautismo es un “baño” que ilumina el espíritu.

II. En la economía de la salvación, el Bautismo es prefigurado en la Antigua Alianza: en el misterio del agua como fuente de la vida; en el arca de Noé como ámbito de salvación; en el paso del mar Rojo, como signo de liberación; en el paso del Jordán, como acceso a la tierra prometida.

En Cristo culminan todas estas prefiguraciones. En el misterio de su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En la Iglesia, el Bautismo nos permite participar en la muerte, en la sepultura y en la Resurrección del Señor.

III. ¿Cómo se celebra este sacramento? Se inserta, como primera etapa, en el camino de la iniciación cristiana. La mistagogía de la celebración, los ritos que la conforman, manifiestan su significado: Cristo nos ha adquirido por su Cruz; Dios nos ilumina con su Palabra para suscitar en nosotros la fe; se renuncia a Satanás para poder confesar la fe de la Iglesia; el agua es consagrada por el poder del Espíritu Santo; se derrama tres veces el agua sobre la cabeza del candidato; se nos unge con el santo crisma y se nos reviste con la vestidura blanca.

IV. ¿Quién puede recibir el Bautismo? No cabe una respuesta más universal: “Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él”. Bien sean adultos o niños.

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7.01.11

Los Reyes Magos (escrito por Koko)

Nota del blogger: Subo al blog, con un cierto retraso, la homilía de Koko para la solemnidad de la Epifanía del Señor. Aunque ya haya pasado, no está de más volver sobre ese aconteciento. La homilía de la fiesta del Bautismo del Señor la encontrarán en el post precedente. GJM.

Hoy celebramos la fiesta de la epifanía, que quiere decir la manifestación de Jesús como (Mesías) Hijo de Dios, aunque la conocemos más popularmente como la fiesta de los Reyes Magos.

El Evangelio de hoy nos invita especialmente a dos cosas: a caminar en la fe y a adorar como los Magos.

Sin duda lo que más sorprende del pasaje evangélico es la actitud de los Magos, su asombrosa fe. Ya que seguramente ellos pensaban que se iban a encontrar en su viaje a Belén a un niño en un palacio o en un castillo, ya que sería llamado el Rey de los judíos, pero cuál sería su sorpresa al ver en un pesebre a un bebé en pañales en la más absoluta pobreza y además en un lugar inhóspito.

Y sin embargo, no pudieron más que dejarse sorprender por la humildad de todo un Dios hecho niño, y por eso cayeron de rodillas a adorarle. Sólo la fe les permitió reconocer en la figura de aquel niño al Rey que buscaban, al Dios al que la estrella les había guiado.

Los Magos quedaron maravillados de lo que allí contemplaron, ya que “vieron” como el Cielo bajó a la tierra en la figura de un niño pobre. ¿Quién se podía imaginar tal cosa? ¿Eso era impensable? ¿Dónde estaba la realeza y el poder de Dios? Y es que esta es la locura del Dios amor en el que creemos, descendió, se rebajó hasta tal punto de encarnarse para ascender, para elevar al hombre hasta Dios.

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4.01.11

La gracia del Bautismo

Homilía para la fiesta del Bautismo del Señor (Ciclo A)

Jesús acude al Jordán para ser bautizado por Juan (cf Mt 3,13-17). La iniciativa le corresponde a Jesús: Es Dios quien viene al hombre, “el Señor al siervo, el Rey a su soldado, la luz a la linterna”, comenta Remigio. La realidad hacia la que apuntaba el bautismo de Juan, la preparación mediante el arrepentimiento y el perdón para acoger el Reino de Dios, irrumpe ya en la persona de Jesucristo: Él es el Reino de Dios, el Ungido por el Espíritu Santo como Mesías, como Salvador.

Jesús, en su humildad, no teme descender a las aguas para ponerse a la altura de los hombres como tampoco temerá bajar, en su Pasión y en su Cruz, al abismo de la muerte. Jesús, lavado por las aguas, las deja santificadas para los que se bautizarán después: San Agustín escribe que “cuando nuestro Salvador quedó lavado, ya quedaba limpia toda el agua para nuestro bautismo, para que pudiese administrar la gracia del bautismo a las generaciones venideras”.

Jesús se sumerge en el agua para emerger de ella anticipando así su Resurrección, su triunfo sobre la muerte. En esta clave de inmersión y de renacimiento ve el apóstol San Pablo el sacramento del Bautismo: “¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con Él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,3-4).

La salida de Jesús de las aguas tiene como efecto la apertura del cielo y el descenso del Espíritu Santo. Viniendo a nosotros, el Señor hace que se abra el cielo; es decir, que sea posible, de un modo nuevo, la comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. También, para cada uno de nosotros, se abre el cielo en nuestro Bautismo para hacernos, en la esperanza de la fe, moradores de la casa de Dios y conciudadanos de los santos. También sobre cada uno de nosotros viene el Espíritu Santo que, desde la humanidad de Cristo, mana como una fuente de vida que nos hace criaturas nuevas.

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31.12.10

Oro, incienso y mirra

Los Magos, al ver a Jesús con María, su madre, “cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Los Magos son los segundos destinatarios de la revelación del nacimiento de Cristo.

Los primeros son los pastores, que representan a los apóstoles y a los creyentes del pueblo judío. Luego, los Magos, que prefiguran la plenitud de las naciones; es decir, a las gentes que vienen a Cristo desde lejos. Finalmente, los justos, los que más anhelaban su venida. A estos últimos se dio a conocer Jesús en el Templo.

¿Cuál es el sentido de estos regalos: el oro, el incienso y la mirra? El oro es un símbolo de la realeza. Jesús es el Rey, pero no es un rey como los reyes de la tierra. Santo Tomás, citando a San Juan Crisóstomo, comenta que “si los Magos hubieran venido en busca de un rey terrenal, hubieran quedado confusos por haber acometido sin causa el trabajo de un camino tan largo”.

Jesús es un Rey celestial. Su reino no es de este mundo (cf Jn 18,36). La realeza de Cristo se ejerce “atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección” (Catecismo 786). Su dominio real se traduce en servicio, en entrega, en dedicación a los otros, especialmente a los pobres y a los que sufren.

El incienso nos remite a la divinidad. Jesús no es sólo un hombre; es el Hijo de Dios hecho hombre. Los Magos “veían a un hombre, pero reconocían a Dios”, escribe el Pseudo-Crisóstomo. No se escandalizan de su pequeñez, de su debilidad, de su limitación. Ven en el Niño a Dios.

La mirra se empleaba para embalsamar a los cadáveres. Jesús “había de morir por la salvación de todos”, comenta San Agustín. Se trata, pues, de un signo de la humanidad del Señor, que no dudó en compartir nuestra condición humilde y abocada a la muerte.

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30.12.10

La cercanía de Dios

Homilía para el Domingo II después de Navidad

El misterio de la Encarnación nos habla de la cercanía, de la proximidad y de la inmediatez de Dios: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sb 18,14-15). La gran distancia que separa al hombre de Dios ha sido salvada por el mismo Dios. La Palabra que, desde la eternidad, expresa, por así decirlo, el diálogo intra-trinitario, quiso resonar en el mundo para ser oída por los hombres, elevados de este modo a la condición de interlocutores de Dios.

La venida de Cristo muestra la misericordia de Dios, su condescendencia: La Palabra que se hizo carne y puso su morada entre nosotros es la misma Palabra que estaba con Dios y que era Dios (cf Jn 1,1). Sólo la omnipotencia divina – la omnipotencia de su amor - puede llegar a lo impensable: el anonadamiento de Dios, que se hace concreto en Belén, en Nazaret y en el Calvario.

Dios, sin dejar de ser Dios, quiso entrar en la historia para salvarnos. El Padre envía a su Hijo al mundo. El Hijo, que subsistía eternamente, comenzó a existir en el tiempo también como hombre, asumiendo en su Persona divina la naturaleza humana que el Espíritu Santo suscitó en el seno virginal de María. En Cristo, la Trinidad se acerca a nosotros, ya que el Señor incluyó su humanidad en su relación filial con el Padre y la hizo, asimismo, portadora del Espíritu Santo.

La finalidad de la Encarnación es nuestra salvación: El Hijo de Dios asumió una naturaleza humana “para llevar a cabo por ella nuestra salvación” (Catecismo, 461). Se manifiesta así la suma bondad de Dios, que quiso “comunicarse a la criatura de modo superlativo”, explica Santo Tomás de Aquino.

San Bernardo queda asombrado ante esta prueba de la benevolencia divina: “Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido - dice el Apóstol - la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios”.

Más aun debemos maravillarnos nosotros. Dios se inclina. Dios baja realmente y “nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante el establo de Belén” (Benedicto XVI).

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