3.02.11

Sal y luz: Vivir y enseñar

Homilía para el V Domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A)

El Señor compara a sus discípulos con la sal y con la luz (cf Mt 5,13-16): “Vosotros sois la sal de la tierra”; “vosotros sois la luz del mundo”. ¿Qué significa ser sal y ser luz? La sal da sabor a los alimentos y los conserva. La luz ilumina, haciendo irradiar entre los hombres a Cristo, Luz del mundo (cf Jn 9,5).

Ser sal de la tierra equivale a conservar la alianza con Dios para, de este modo, hacer sabroso el mundo. Un mundo sin Dios es un mundo soso, sin gracia y sin viveza. No basta edificar el mundo solamente contando con la ciencia y con la tecnología; es preciso, asimismo, contar con la apertura a Dios y a los hermanos. Dios existe y es Él quien nos ha dado la vida: “Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre” (Benedicto XVI).

Abriéndonos a Dios, viviendo en comunión con Él, nos convertimos en “templo de Dios vivo” (2 Co 6,16). De este modo, Dios puede morar entre los hombres y hacer presente en el mundo el amor incondicional y el perdón sin límites. Para ser sal de la tierra, debemos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, dejándonos conformar con Cristo para convertir nuestra existencia en un culto grato al Padre.

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2.02.11

Caminar al encuentro del Señor

La fiesta de la Presentación del Señor se llama en la liturgia oriental la fiesta del Encuentro. Jesús, con ocasión de su presentación en el templo y de la purificación de su Madre, se encuentra oficialmente con su pueblo en la persona de Simeón.

También nosotros, como Simeón, como Israel, salimos al encuentro del Señor. Lo hacemos, no aisladamente, sino congregados en una sola familia por el Espíritu Santo, como miembros de la Iglesia de Dios. ¿Dónde viene hoy a nuestro encuentro Jesucristo? ¿Cómo podemos nosotros encontrarnos con Él?

El Señor viene a nuestro encuentro en la Eucaristía, en la Fracción del Pan. Bajo las especies eucarísticas su presencia es del todo singular. En el sacramento de la Eucaristía, Jesucristo nos ha dejado el memorial del amor con que nos ha amado “hasta el fin” (Juan 13, 1). La entrega de sí mismo al Padre en favor de los hombres para salvarlos se perpetúa en la Eucaristía. Él nos dice: “Venid a mi; a todos os convida mi corazón al celestial festín; soy el camino, la verdad, la vida, venid a mi; venid a mi”.

El encuentro con el Señor en la Eucaristía anticipa el definitivo encuentro que tendrá lugar, por su misericordia, en el cielo, si somos fieles a su gracia. Los días de nuestra vida, a la luz de ese encuentro definitivo, han de convertirse en momentos propicios para caminar por la senda del bien, orientados hacia la meta, que es la contemplación del esplendor de su gloria.

Sólo si llegamos a Dios no habremos corrido en vano nuestra carrera. Las palabras de Simeón ejemplifican el testimonio de una vida lograda: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos” (cf Lucas 2, 22-40). Ver al Salvador resume la aspiración máxima del pueblo de Israel y de toda la humanidad. Ver al Emmanuel, al Redentor, al Dios con nosotros: “Véante mis ojos,/ dulce Jesús bueno;/ véante mis ojos,
muérame yo luego”, escribía en uno de sus poemas Santa Teresa de Jesús.

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29.01.11

Bienaventurados

Homilía para el Domingo IV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Jesús, como un nuevo Moisés, expone la nueva ley de su Reino en el llamado “Sermón de la montaña”, que se abre con las bienaventuranzas, para indicarnos los caminos que conducen al Reino de los cielos (cf Catecismo 1724).

Jesús, al ver el gentío, se sintió movido a predicar. Podemos adivinar que el motor que lo impulsa es su amor, la generosidad de su Corazón. Acogiendo su palabra, los hombres pueden entrar en su Reino.

Sube a la montaña para hablar, no de las cosas terrenas, sino de las cosas del cielo. Este ascenso manifiesta, decía el Pseudo-Crisóstomo, “que todo el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte de la Iglesia, de quien el profeta dice: ‘El monte del Señor es un monte rico’ (Sal 67,16)”.

Se sentó y se acercaron a él sus discípulos. El Señor manifiesta con esa postura, el estar sentado, su dignidad de Maestro. Rábano interpreta, en sentido místico, este pasaje aludiendo a la Encarnación: “el acto de sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta Él”.

“Se puso a hablar enseñándoles”. El cauce de la enseñanza es su propia voz. En su hablar humano resuena la misma Palabra divina, la Palabra que Él es en persona. Así, como comenta el Papa, “la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” (Verbum Domini, 12).

La primera de las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3), en cierto sentido las compendia todas. Los pobres en el espíritu son aquellos que lo dejan todo para seguir e imitar a Cristo. La humildad era, ya en el Antiguo Testamento, la característica fundamental del “resto de Israel” que había de acoger al Mesías: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”, dice Dios por medio del profeta Sofonías (cf So 2,3;3,12-13).

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27.01.11

Fieri. Art & Theology

Acaban de entregarme el catálogo de la exposición “Fieri. Art & Theology”, que tuvo lugar entre el 12 de marzo y el 30 de mayo de 2010, con motivo del 50 aniversario del Seminario Mayor de Vigo.

El catálogo, editado por el Seminario Mayor de Vigo con la colaboración de la Diputación de Pontevedra, es un precioso volumen de 185 páginas primorosamente diseñado y maquetado por la empresa Táktika Comunicación.

“Fieri” - ¡qué se haga! – es la palabra latina que, a modo de lema, luce en el escudo del Seminario Mayor San José. Es una palabra que remite al dinamismo, al “hacerse”, de un proyecto vivo como es un centro para la formación de los futuros sacerdotes.

Ese dinamismo ha querido reflejarse en la exposición. Y se refleja, asimismo, en el catálogo. El libro se abre con sendos escritos del obispo de Tui-Vigo, D. Luis Quinteiro Fiuza, y del Presidente de la Diputación de Pontevedra, D. Rafael Louzán Abal.

En el apartado que lleva como título “Introducción” se recogen seis textos redactados, respectivamente, por Andrés Fuertes Palomera, Santi Vega – comisario de la exposición - , Fernando Casás, Avelino Muleiro García, Guillermo Juan Morado y Antonio Hernández Matías. Desde diversas perspectivas se introduce al lector en el sentido de la exposición y en la relevancia de los 50 años de existencia del Seminario.

En “Tiempo de esperanza”, Ángel Marzoa, rector del Seminario Mayor, reflexiona sobre el sentido de una mirada a la historia que permite asaltar el futuro, pertrechados de esperanza.

Las restantes secciones se corresponden con el programa de lo que fue la exposición: “Amarás al Señor tu Dios”, “Work in progress”, “El edificio y su promotor”, “Dejándolo todo le siguieron”, “Y al prójimo como a ti mismo”, y “12+3”.

En el apartado “Post Fieri” se recogen una selección de bellas fotografías. El volumen incluye una traducción de algunos artículos al inglés, así como unos anexos.

No cabe más que felicitar al Seminario de Vigo por este bellísimo catálogo y, de modo especial, a Santi Vega, comisario de la exposición. Como él dice, tres son los objetivos de la exposición y del catálogo: “apreciar el rico patrimonio de la Iglesia, traducirlo al lenguaje plástico de nuestros días y transmitir una esperanza que sea activa”.

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26.01.11

He corregido las pruebas

He recibido las pruebas de imprenta, de la editorial CCS, de la “Novena de la Asunción". Será el número 28 de la colección “Mesa y Palabra". Tendrá 64 páginas. Sé ya hasta el código ISBN.

Algunas personas se sorprenden de que escriba novenas. No es lo único que escribo, pero sí es algo que me parece importante. En pocas páginas se puede – creo yo - hacer mucho: Ayudar a rezar y proporcionar argumentos sólidos –basados en la Escritura, en la Tradición y en el Magisterio – en favor de los contenidos de la fe.

En un limitado espacio de texto se debe concentrar lo que se quiere decir. Un reto similar se nos presenta, cada domingo, a los predicadores. Decir algo, sin extenderse en exceso. Decir, sugerir, sin agotar el tema. Apostando por un continuo ejercicio de “trascender la letra”, como apunta Benedicto XVI en “Verbum Domini” 38.

“Trascender la letra”; es decir, pasar de la letra al espíritu. Un proceso, dice el Papa, que “no es sólo intelectual sino también vital”. Me parece un criterio válido para la interpretación de la Escritura y, asimismo, para la hermenéutica de los dogmas. Nunca se puede ir en contra de “la letra”, pero no cabe quedarse en ella.

Ir en contra de la letra equivaldría a pensar que la Escritura, o el dogma, dice cualquier cosa. No es verdad. Hay un sentido “literal”, que resulta normativo. Pero ese sentido no es cerrado, sino abierto. La verdad admite explicaciones complementarias, sanos desarrollos, siempre y cuando sean coherentes con lo que la letra dice.

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