28.07.11

El cardenal Virgilio Noé

Hace pocos días, el 24 de julio, falleció en Roma el cardenal Virgilio Noé a los 89 años de edad. Era arcipreste emérito de la Patriarcal Basílica de San Pedro, vicario general emérito de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano y presidente emérito de la Fábrica de San Pedro.

Recuerdo que, durante mi etapa romana de estudiante de Teología, era bastante frecuente que acudiese los domingos a concelebrar la Santa Misa capitular a la Basílica de San Pedro. La Santa Misa se celebraba en latín, en el altar de la cátedra, aunque la primera y la segunda lectura, así como la oración de los fieles, se hacía, según la ocasión, en diversas lenguas modernas.

La liturgia se cuidaba muchísimo. La música era también muy digna. En las solemnidades oficiaba el cardenal Noé, entonces arcipreste de la Basílica. Verlo celebrar la Santa Misa inspiraba piedad, respeto y admiración. Piedad porque se notaba que aquel obispo se situaba ante Dios; respeto, porque todo era noble, majestuoso, pero a la vez sencillo, sin excentricidades “barrocas”; admiración, porque con su actitud el cardenal Noé nos estaba diciendo a todos los sacerdotes cómo debíamos celebrar la Santa Misa.

Sus homilías eran relativamente breves, muy comprensibles y, a la vez, formalmente muy elegantes. Su italiano era magnífico. Aunque la elegancia no era solo una característica de su palabra, sino una propiedad que definía toda su persona. A mí me gustaba especialmente su predicación cuando hablaba de la Virgen María; sobre todo, en la solemnidad de la Inmaculada. No se cansaba de exaltar la belleza de la Madonna. A la Santísima Virgen dedicó un precioso libro, escrito por él, con el título de “La Madonna nella Basilica Vaticana”. Un libro que guardo como un grato recuerdo.

Por la tarde, a las cinco, el cardenal siempre asistía a las Vísperas. Revestido con capa pluvial, con mitra y con báculo, presidiéndolas, en las grandes ocasiones. En los demás domingos, bien fuese en la Misa o en las Vísperas, ocupaba su sitial en el coro, siempre con el traje coral cardenalicio.

En la Semana Santa, ya que el papa celebra la Misa vespertina de la Cena del Señor en San Juan de Letrán, el cardenal Noé oficiaba en San Pedro. Era una ceremonia impresionante, verdaderamente ejemplar.

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Suaviter in modo, fortiter in re

La combinación de la suavidad con la energía no me parece un mal principio a la hora de gestionar los diversos asuntos de la vida. Tampoco cuando se plantea cómo anunciar el Evangelio. Jesús, advirtiendo a sus discípulos, les avisa que han de continuar su obra y compartir su destino en medio de muchas dificultades: “Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16).

A primera vista resulta difícil comprender de qué manera y hasta qué punto se han de compaginar la suavidad y la firmeza, la sagacidad y la sencillez. Pero no todo lo que, a primera vista, es contrario resulta, en el fondo, contradictorio. Para un cristiano hay aspectos de la fe y de la vida cristiana que son irrenunciables, absolutamente nucleares, no sometidos a negociación. No cabe disputar sobre si hay un solo Dios o tres dioses, sobre si Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, sobre si la Iglesia ha sido querida o no por el plan divino de salvación… Y cito estas verdades a modo de ejemplo.

Con quien no crea, poco hay que hacer – por lo menos hasta que se convierta - . Se les podrá dar, a quienes no crean, las razones por las cuales nosotros sí creemos. Si aceptan la Escritura, se podrá apelar a la Escritura. Si aceptan también la Tradición, habrá que argumentar con testimonios de la Tradición. Si no aceptan ni una cosa ni la otra, solo nos quedan los argumentos de razón. Argumentos positivos en algunos casos, cuando se trate de verdades que por sí mismas no son inaccesibles a la razón humana. Argumentos negativos, en el sentido de disipar objeciones o malentendidos, cuando se haga referencia misterios de la fe en sentido estricto.

La fortaleza, la firmeza y la sencillez de la fe no se oponen de modo necesario a la suave sagacidad. En los primeros siglos del cristianismo buena parte de los apologetas, sin renunciar a nada, buscaron puentes con la mejor filosofía religiosa del momento. Si algunos filósofos paganos reconocían la existencia de un solo Dios, los cristianos veían en ese reconocimiento un punto de coincidencia, una base común, un primer peldaño que podría conducir del simple teísmo al teísmo trinitario.

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26.07.11

No mezclar las cosas

La Iglesia no es el Estado ni el Estado es la Iglesia. En algunos países democráticos, como en Inglaterra o en Noruega, existe una “Iglesia estatal”, sin menoscabo, en principio, de la libertad religiosa. En otros, como en España, el Estado es oficialmente “aconfesional”, sin que eso signifique o debiera significar, de modo automático, que tenga que ser “laicista”, en el sentido de partidario de reducir la religión a la sola esfera de la conciencia privada.

Creo que tanto en un caso como en otro, pero de un modo más perceptible donde Iglesia y Estado están separados, las leyes de la Iglesia no son las leyes del Estado. Ni viceversa: tampoco las leyes del Estado son, “ipso facto”, las de la Iglesia. La Iglesia, como Iglesia, nada, o muy poco, tiene que legislar sobre el pago de tributos, sobre la ley electoral o sobre el apoyo de los ciudadanos a las Fuerzas Armadas. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde Iglesia y Estado están bien diferenciados, sin que se prohíba a la Iglesia la libertad para ejercer su misión

Si algo ha de decir la Iglesia en esos campos, o en otros, será en referencia a las obligaciones éticas fundamentales; a obligaciones y a deberes que brotan del respeto a lo que el ser humano es y a lo que un ser humano tiene derecho por ser, precisamente, humano. Lo contrario, la imposibilidad de ejercer una crítica, convertiría al Estado en totalitario; en un Estado que pretende absorber y dirigir toda la vida nacional. En un Estado así no cabría ni imaginarse, pongamos por caso, la posible parte de razón que, en principio, pudiera tener un movimiento como el “15-M”.

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22.07.11

El tesoro y la perla

Homilía para el Domingo XVII del tiempo ordinario (Ciclo A)

Las parábolas del tesoro escondido en un campo y de la perla preciosa inciden en la ganancia, en el beneficio, que supone encontrar esos bienes. El hombre que encuentra el tesoro hace un buen negocio vendiendo todas sus propiedades para comprar el campo. Igualmente, para el buscador de perlas finas el hallar una de tanto valor compensa con creces el tener que desprenderse de sus posesiones.

Encontrar a Jesucristo, adherirnos a Él por la fe, es la mejor inversión que podemos hacer. San Pablo expresaba esta convicción con gran claridad: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

Lejos de presentar la vida cristiana como mera renuncia, las parábolas del Señor y el apóstol subrayan ante todo la ganancia. Cristo no da algo a cambio de algo; nos lo da todo – se da a Sí mismo – a cambio de nada. En la homilía de la Misa del inicio de su pontificado, Benedicto XVI dirigía a los jóvenes unas palabras que pueden servir para todos nosotros: “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

El encuentro con Cristo es una gracia. No se dice que el hombre que encontró el tesoro escondido hubiese llevado a cabo una búsqueda; simplemente se topó con él. La fe tiene, en muchos casos, este carácter de encuentro aparentemente imprevisto. En el camino de Damasco, Cristo resucitado se presenta a San Pablo como una luz espléndida que transformó su pensamiento y su vida. “San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte”, comenta el papa.

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20.07.11

Mons. Novell anticipa lo que va a ser general en menos de nada

He leído en este mismo portal que el obispo de Solsona, Mons. Novell, “pide a sus sacerdotes que dejen de celebrar las Misas a las que apenas acuden fieles”. ¿Las razones? Parecen de sentido común: “Esta diócesis tiene unos setenta párrocos en activo, con una media de 72 años, que se hacen cargo de 174 iglesias, muchas de las cuales son pequeñas”.

Es decir, el obispo de Solsona toma nota de la realidad – con la que se encuentra, que él no ha creado - e intenta responder, de modo razonable, a los desafíos que la situación plantea. No es poco mérito. Si un padre o madre de familia, pongamos por caso, pasa de ganar 3.000 euros al mes a ganar 700 pensará, sí, cómo volver a ganar 3.000 euros, pero pensará, ante todo, cómo administrar los 700.

El baremo que fija el obispo es verdaderamente “mínimo”: dejar de celebrar la Misa “en las parroquias con menos de 12 asistentes”. Igualmente, señala que “se supriman las misas poco concurridas en las iglesias que celebran más de una Eucaristía cada domingo". Y observa que “no es humano pedir a párrocos de más de 80 años que vayan a los pueblos a Misa con pocos asistentes".

No faltará quien venga a recordar lo que todos sabemos: que hay Misa válida y santa y fructífera con un solo fiel que asista, o incluso sin ningún asistente. Siempre está toda la Iglesia. Muchas veces a mí me ha tocado celebrar la Misa sin asistencia de más fieles y jamás he dudado de su valor. Pero no es eso lo que está en discusión. De lo que se trata aquí es de la responsabilidad de un obispo diocesano que ha de hacer compatibles las necesidades de los fieles y el número de sacerdotes realmente disponibles para atenderlas.

Sin embargo, si lo pensamos a fondo, el problema no es el descenso del número de sacerdotes. La dificultad seria, objetiva, innegable, es el descenso del número de fieles cristianos – entendámonos: también el sacerdote es un fiel cristiano - . No han descendido, proporcionalmente, ni los sacerdotes ni las vocaciones. Han descendido los católicos. Hay menos católicos y muchos menos católicos practicantes.

El esquema vigente en España, basado en una correspondencia casi automática entre el número de habitantes de un pueblo o de una ciudad y el número de fieles, es, a día de hoy, una farsa. En muchas diócesis, las parroquias contribuyen económicamente al sostenimiento del obispado no en función de los católicos que van a la iglesia, sino en función del número de personas que habitan un territorio.

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