26.08.11

¿Teología feminista?

Nunca he tenido muy claro lo del “feminismo”. En un sentido muy amplio, el feminismo pide para las mujeres iguales derechos que para los hombres. Creo que, en este punto, nada se puede objetar. Los derechos corresponden a la persona y la persona humana puede ser varón o mujer, sin que el sexo suponga, en este aspecto, ninguna ventaja o desventaja.

Si un hombre puede votar en unas elecciones, una mujer también. Si un hombre puede decidir libremente si casarse o no, una mujer también. Y viceversa. Y soy consciente de no distinguir, para estos fines, entre derechos políticos y derechos humanos. Ellos y ellas, o ellas y ellos, han de poder ejercer tanto unos derechos como otros. Con absoluta libertad y sin discriminación de ningún tipo.

Sin embargo, el sexo no es un mero accidente. Somos varones o mujeres. El sexo forma parte de nuestra naturaleza. Y la naturaleza comprime y a la vez hace posible el despliegue de nuestra libertad. Sería absurdo rebelarse contra el hecho de no poder volar. El ser humano no tiene alas y, en consecuencia, no puede volar como pueden volar las aves. Tampoco puede vivir en el mar, como los peces.

Un varón no puede reivindicar el derecho a ser madre, a dar a luz, porque sencillamente no puede serlo. Su naturaleza no se lo permite. Ni una mujer puede apelar a un Tribunal Internacional de Derechos Humanos porque nazca con dos cromosomas X en lugar de con un cromosoma X y otro Y. Podrán inventarse miles de subterfugios, pero las cosas, al final, son como son.

En el ámbito de la teología, el feminismo – un término muy vago – hizo, hace ya tiempo, su irrupción. Entre otras razones, porque algunas mujeres empezaron a ver con desconfianza a la Iglesia y a las confesiones cristianas. ¿No serían las “Iglesias” – permítaseme el plural – una de las causas de la subordinación de la mujer? ¿Acaso no eran las “Iglesias” responsables, en cierto modo, de que la mujer fuese considerada como una propiedad del varón, como un peligro o como una figura idealizada y, a la vez, necesitada de protección?

La causa de la teología feminista se organizó, en primer lugar, como una protesta. Una crítica contra todo y contra todos; en concreto, contra la tradición cristiana como sospechosa de encubrimiento de los intereses de los poderosos – ante todo, los hombres- frente a los débiles – las mujeres, pero no solo ellas, sino ellas como símbolos por antonomasia de los oprimidos -.

En segundo lugar, y el orden no es estrictamente cronológico, como una reivindicación de la memoria. Se trataba, y se trata, de hacer emerger el protagonismo de las mujeres en la historia, también en la historia del cristianismo. Y es verdad que no se puede negar que ha habido – y que hay – santas y mártires, sabias y emprendedoras, mujeres que han sido protagonistas y que han alcanzado los más altos niveles de vida cristiana.

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24.08.11

Es de bien nacidos

Está muy bien dar las gracias. Con frecuencia, quizá, no lo hacemos. A poco que hagamos memoria recordaremos a una infinidad de personas que, en alguna ocasión de nuestra vida, nos han ayudado de un modo completamente gratuito.

No sé por qué me viene a la mente ahora uno de esos episodios. Hace ya muchos años me tocó ir al servicio militar. El período de instrucción lo pasé en una base cercana a Madrid. Llevaba bastante equipaje y desde las tres de la tarde – hora de ingreso – hasta las once de la noche tuve que ir de un lado para otro. Ya no podía ni conmigo ni con el equipaje – la ropa necesaria para un mes, más o menos - . En uno de esos infinitos traslados, un compañero – no recuerdo su nombre, solo sé que era de Segovia – me ayudó cargando con una parte del peso que yo llevaba. Le di las gracias en ese momento, pero nunca más me lo volví a encontrar.

Quizá la evocación de ese día responda a la mezcla de sensaciones que pude experimentar en aquel entonces. Un lugar nuevo, una sensación nueva, una toma de conciencia de la propia indigencia. Pero no ha sido la única vez en la que he vivido algo así. Han sido ya muchas veces y por razones muy diferentes.

En lo que atañe al agradecimiento la justicia es, como en todo lo humano, imperfecta. En realidad, con muchas, con la mayoría de las personas, siempre permaneceremos en deuda y puede suceder también que, excepcionalmente, alguien permanezca en deuda con nosotros. Lo más sabio es, pienso yo, apelar a una especie de ley de la compensación: “Sé agradecido con quienes te han hecho bien y si no lo son contigo, no olvides que tú tampoco lo has sido la mayoría de las veces”.

En la vivencia cristiana la acción de gracias es esencial. Damos gracias a Dios en la Santa Misa por habernos creado, por habernos redimido, por habernos dado a Jesucristo y a su Madre Santísima. Ninguno de estos dones nos es debido. No tenemos “derecho” a ser creados – sería como si un cuadro inexistente se rebelase contra el pintor por no haberlo pintado -, ni tenemos, menos aun, “derecho” a ser redimidos - ¿qué habrá visto Dios en nosotros, me pregunto tantas veces? - , ni “derecho” a que Cristo sea Dios y hombre y la Madre de Cristo, Madre de Dios y Madre nuestra.

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22.08.11

Ha estado muy bien

La visita del papa a España ha sido para los católicos un motivo de gozo. No cabe más que alegrarse cuando el mensaje del Evangelio es proclamado con claridad, con firmeza, con amabilidad y con enorme respeto hacia todos. Y estas cualidades caracterizan el estilo de Benedicto XVI. Bueno, en realidad, caracterizan sin más el estilo cristiano.

El papa no se presenta como un líder “apocalíptico” (permítaseme la licencia en el lenguaje), que anuncie la inminente “cólera” de Dios, sino como un testigo, como un maestro y como un pastor. Y creo que en ese orden. Es un testigo porque lo que dice se corresponde con lo que vive. Es un maestro, porque a lo largo de toda su vida ha pensado la fe, sin renunciar ni al saber ni al creer. Es un pastor, porque para este ministerio ha sido elegido por Cristo y por su Iglesia.

Benedicto XVI es muy claro. Sabe por qué y para qué ha venido a España: “Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia. Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de intensa actividad pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos”, decía en Barajas.

El papa es, asimismo, firme y valiente a la hora de proclamar la verdad cristiana. Una verdad que le sobrepasa y le sobrecoge: “Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad” (Plaza de Cibeles, 18-VIII-2011).

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20.08.11

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Homilía para el Domingo XXI del TO (Ciclo A)

A la pregunta que formula Jesús – “¿quién decís que soy yo?” – Pedro da la contestación exacta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Jesús, nuestro Salvador, es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.

Esta confesión de fe va seguida de una triple respuesta de Jesús a Pedro. En primer lugar, Jesús alaba la fe de Pedro, una fe que no procede de la carne ni de la sangre; es decir, de la debilidad humana, sino de una revelación especial de Dios. Reconocer la verdadera identidad de Jesús es un don del Padre, es obra de la gracia. Cada uno de nosotros está, como Pedro, llamado a abrirse al don de Dios, sin pretender hacerlo todo nosotros mismos para que, de esta manera, Dios entre en nuestras vidas.

En segundo lugar, Jesús confía una misión a Pedro. Sobre la roca de su fe edificará la Iglesia como una construcción estable y permanente que nada podrá destruir. Por sí mismo, Pedro no es una roca, sino un hombre débil e inconstante. Sin embargo, “el Señor quiso convertirlo precisamente a él en piedra, para demostrar que, a través de un hombre débil, es Él mismo quien sostiene con firmeza a su Iglesia y la mantiene en la unidad” (Benedicto XVI).

Esta misión encomendada a Pedro encuentra su continuación en el ministerio del papa. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles “(LG 23).

Sin el papa resultaría imposible mantener la unidad de todos los fieles en la fe, porque, como explica Santo Tomás de Aquino, “en torno a las cosas de la fe suelen suscitarse problemas. Y la Iglesia se dividiría por la diversidad de opiniones de no existir uno que con su dictamen la conservara en la unidad”. El papa es para todos nosotros una referencia segura en lo que se refiere a la fe, ya que en él radica de manera principal la autoridad de la Iglesia.

A pesar de los vaivenes de la historia, la Iglesia está destinada a perdurar porque es una construcción divina, que Cristo sustenta con su fuerza: “Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: ‘Somos los moribundos que están bien vivos’ (2 Cor 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta”, decía Benedicto XVI.

En tercer lugar, Jesús confiere a Pedro el poder de atar y desatar. Esta potestad dada por Cristo a Pedro y a los apóstoles se ejerce, ante todo, en el sacramento de la Penitencia mediante el cual nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia. Como nos recuerda el Catecismo: “Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (1445).

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19.08.11

JMJ: La belleza de la fe

La celebración de la JMJ está superando todas las expectativas. En ella se muestra de modo evidente la belleza de la fe. Seguir a Cristo nos hace mejores; creer en Él renueva el universo.

El protagonista de la JMJ es Jesucristo, el Señor. Jesucristo vivo, presente en medio de su Iglesia para la salvación del mundo. El Señor que nos habla en su palabra, que nos ha redimido en la Cruz haciendo suyos los sufrimientos de todos, que enciende nuestros corazones en la oración, que nos perdona con su misericordia, que se nos da como alimento en la Eucaristía.

Los aspectos centrales del cristianismo son puestos en primer plano durante estos días y es ese núcleo de la fe lo que atrae a tantos jóvenes. No han venido a Madrid solo para bailar o cantar. Han venido a Madrid para alabar a Dios, para confesar a Cristo, para dejarse guiar por el Espíritu Santo.

Los momentos de oración, como el “Via Crucis” de esta tarde, resultan sobrecogedores por el silencio y el recogimiento. La brillante idea de jalonar las estaciones con imágenes sagradas de gran veneración en España ha servido, entre otras cosas, para vincular a los jóvenes con la piedad popular, dotando a esta manifestación de la fe de la densidad teológica que le corresponde.

El efecto del paso de Cristo por la vida de los hombres se traduce en la alegría y en la serenidad que se refleja en los rostros de estos chicos y chicas. Son de lo mejor de la Iglesia y, en consecuencia, de lo mejor del mundo. Si Dios es reconocido, todo cambia para bien.

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