22.09.11

La Iglesia es el don más bello de Dios

El papa Benedicto XVI predica admirablemente bien. Todas sus homilías merecen ser leídas una y otra vez. La pronunciada esta tarde en la Misa celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín es sencillamente ejemplar: muy clara, muy bíblica, muy teológica, muy realista y, a la vez, muy esperanzada.

Comenta el papa el evangelio proclamado: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). En la vida de los santos se encuentra la clave para la exégesis de este texto; pensando en ellos “podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar mucho fruto”.

Entre Cristo y la Iglesia se da una unión similar a la de la vid con los sarmientos, una relación de pertenencia: se podría decir que “un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”.

¿Qué es la Iglesia? “La Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía”. Esa comunión vital lleva a la identificación: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”.

De esa comunión deriva un destino común: “En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros y nosotros con Él”. Él, Jesús, “es quien sufre las persecuciones contra su Iglesia”, tal como se lo hizo ver a Saulo en el camino de Damasco.

¿Cuál es la misión de la Iglesia? Con palabras de la Lumen gentium el papa dice: la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la vida.

¿Cómo se debe mirar a la Iglesia? Hay una mirada que se queda en su apariencia exterior. Se mira a la Iglesia como si fuese “una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata”. Si encima “se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija solo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia”.

¿Cuáles son las consecuencias de esa mirada? Son la “insatisfacción y el desencanto” si la Iglesia no es lo que yo, superficialmente, pretendo que sea.

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Algunas preguntas sobre la FSSPX

Estamos a la espera de lo que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X conteste a la oferta del papa Benedicto XVI. Han de suscribir, parece, un preámbulo doctrinal y han de llegar a un acuerdo sobre su regularización canónica.

Sobre este tema surgen, inevitablemente, esperanzas, dudas y también preguntas. No creo que hacerme eco de alguna de algunas de ellas interfiera negativamente en un proceso de unión que, de llegar a término, sería muy bueno para la FSSPX y también para el conjunto de la Iglesia.

Surgen esperanzas. Mons. Lefebvre y sus seguidores no han querido nunca dejar de formar parte de la Iglesia. Han querido y quieren ser miembros de la Iglesia Católica. La misma excomunión que se produjo en su día, por ordenar obispos sin mandato pontificio, no les ha llevado – a él y a los obispos consagrados – a elegir a otro papa ni a declarar vacante la sede de Pedro.

El mero hecho de que la FSSPX mantenga un contacto permanente con el Vaticano habla en el mismo sentido. Hay, sin duda, por ambas partes, un deseo y una voluntad de cerrar una herida que no beneficia en nada a la Fraternidad y que tampoco es buena para el conjunto de la Iglesia.

Surgen dudas. En cierto modo las mismas que, desde el comienzo, han acompañado esa andadura. Si yo no estoy mal informado, que puedo estarlo en este asunto, a Mons. Lefebvre le preocupaban, sobre todo, tres cosas: preservar la Misa de San Pío V, preservar la concepción que él tenía del sacerdocio católico y garantizar la continuidad de la Tradición.

El problema de la Misa está ya resuelto. No únicamente para los que formen parte de la Fraternidad sino para todos, más allá de las dificultades que pueda haber en la práctica. No solo el modo de celebrar la Misa, sino toda la liturgia vigente antes de la aprobación de los nuevos libros litúrgicos es ya – con pequeños matices - un derecho de todo fiel.

¿El sacerdocio? Si la FSSPX obtiene un reconocimiento canónico, no entramos ahora en cuál pueda ser, podrá ordenar a nuevos sacerdotes y podrá formarlos, más o menos, como ha venido haciéndolo hasta ahora.

¿La Tradición? Es probable que se le permita a la Fraternidad hacer una interpretación del concilio Vaticano II y del magisterio posterior que incida, sobre todo, en la continuidad con el magisterio precedente y que cuestione, si es el caso, las formulaciones más recientes. Es decir, que plantee si hay puntos menos claros o modos más adecuados de exponer la doctrina católica.

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20.09.11

La Iglesia, visible y espiritual

He estado repasando esta tarde algunos puntos del Catecismo. Es un ejercicio, la lectura sosegada de este libro, que recomiendo a todos. A mí al menos me hace bien: me ayuda a recordar la doctrina de la Iglesia, a profundizar en ella y a dar gracias a Dios por el don de la fe.

Sin la fe las cosas de Dios no se entienden. Y la Iglesia es una creación divina que “está en la historia pero al mismo tiempo la trasciende” (n. 770). No hay dos Iglesias paralelas: una puramente histórica y otra puramente trascendente. No. Solo hay una Iglesia que es, a la vez, visible y espiritual. El concilio Vaticano II empleó para describirla una expresión: “una realidad compleja”, en la que están unidos el elemento divino y el humano, estando subordinado el segundo al primero.

Sin la referencia a Cristo resulta imposible avanzar en la comprensión de la Iglesia. Ella se une a Cristo como a su Esposo y así se convierte en “sacramento” y “misterio”; es decir, en signo visible de la realidad oculta de la salvación. La analogía con la Encarnación del Verbo puede ayudarnos: El Señor, a través de su humanidad santísima, hace en cierto modo “visible” al Dios invisible.

Por la Encarnación, el Verbo, que trasciende la historia, entró en ella. No cabría esperar tanta proximidad. Jesús en medio de los hombres. Jesús que pasa “por uno de tantos”. Jesús que durante la mayor parte de su vida terrena apenas es conocido. Su humanidad revelaba y velaba a un tiempo su condición divina. En su vida pública va dando signos de que era “más que un profeta”, pero no para todos resultó evidente la interpretación de estos signos.

Muchos, contemplando a Jesús, siguieron sin creer. No les convencía su testimonio. No podían aceptar que Dios estuviese tan cerca. Lo tomaron hasta por un agente del Maligno. Solo quienes se dejaron atraer por el Padre pudieron confesar su fe en Él. Molido en la Pasión, hasta el punto de no parecer humano, provocaba rechazo, pero fue viéndole morir como aquel centurión reconoció que “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

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17.09.11

Una preciosa carta

Diez reclusos de la cárcel de Martutene participaron, acompañando a Mons. Munilla, en la JMJ. Sobre esa experiencia han escrito una carta que merece la pena ser leída.

Entre otras cosas, dicen sobre la Vigilia de Cuatro Vientos: “Muchos de nosotros no pudimos conciliar el sueño por la emoción que nos embargaba… ¡nos sentíamos libres! Pasamos la noche contemplado las estrellas y ‘levantando los ojos y el corazón al cielo para rezar’, como nos dijo más tarde el Papa, tratando de poner orden a tanta novedad y emoción”.

Me ha llamado la atención el “¡nos sentíamos libres!”. Para ellos ese sentimiento era una “novedad”. Ciertamente lo que más desea un preso es quedar libre, poder salir a la calle, volver a comprobar que el mundo no se reduce al estrecho horizonte de un centro penitenciario.

Varias veces me pregunto si hoy el concepto clave de “salvación” sigue diciendo algo a la mayoría de los hombres. El cristianismo anuncia la salvación y le pone nombre y rostro: la salvación es Jesucristo, la comunión y la amistad con Él.

Pero, a pesar del carácter revolucionario de este anuncio, parece que ya no supone una auténtica “novedad”, una sacudida profunda que transforme nuestras vidas. A diferencia de los presos, que ansían la libertad, corremos el riesgo de sentirnos tan satisfechos con nosotros mismos que ya no anhelamos nada que nos sea otorgado como un mero don, como un regalo.

En cierto modo, la expectativa de lo “imprevisto” ha sido abandonada en favor de la búsqueda de “seguridades”, de unas seguridades que nunca son gratis, sino que dependen de nuestra capacidad de cotización: seguros médicos, seguros de vida, seguros de desempleo…

Mientras nos sentimos “seguros” todo parece ir bien. Por otra parte, la experiencia muestra, tantas veces, que nada viene de balde. Hemos crecido inmersos en la cultura de los derechos: “nadie me ha regalado nada; si acaso, me han reconocido lo que me es debido”, oímos y pensamos tantas veces.

No es del todo verdad. La mayor parte de las cosas las recibimos gratuitamente, empezando por la vida. La vida no nos la damos a nosotros mismos, sino que la hemos recibido como algo completamente imprevisto. Y, como la vida, tantas otras cosas: el aire para respirar, el sol o la lluvia, el mar o las montañas, la amistad de los otros o el amor de quienes nos quieren.

No aconsejo a nadie que procure ir a la cárcel. Sí, si tiene ocasión de hacerlo, que visite alguna tratando de experimentar lo que pueden sentir quienes allí se encuentran recluidos.

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16.09.11

Los caminos de Dios

Homilía para el Domingo XXV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

La misericordia de Dios se despliega en su plan de salvación; un designio que abarca a todos los hombres de todos los pueblos. La voluntad divina es “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2 Tim 2,4). Dios va llamando a quienes se encuentran en la plaza del mundo para invitarlos a trabajar en su viña, a formar parte de su Iglesia. A todos, independientemente de cuando se produzca la llamada, a primera hora del día o al caer la tarde, les ofrece el mismo salario, que no es otro que la vida eterna.

Podemos interpretar de diversos modos complementarios el sentido de esta parábola que recoge San Mateo (cf Mt 20,1-16). Puede referirse al papel desempeñado por Israel en la historia de la salvación. Israel fue elegido como pueblo de Dios. Fue llamado a primera hora, pero no para ser el destinatario exclusivo de la salvación divina, sino como signo de la Iglesia, de la reunión futura de todas las naciones. También los gentiles, aquellos que no forman parte del pueblo hebreo, han sido invitados a trabajar en la viña, a entrar en la Iglesia.

Podemos interpretar asimismo esta parábola como una muestra de que Dios no discrimina a nadie, de que quiere contar con la colaboración de todos. Con una lógica meramente humana cabría pensar que un propietario que saliese a contratar jornaleros escogería a los aparentemente mejores, a los más aptos para el trabajo, y dejaría a los demás en el paro. Dios, en su oferta de salvación, no actúa así. Él da a todos una oportunidad. No llama solamente a su Iglesia a los aparentemente justos, puros y perfectos. Llama también a los pecadores: a Mateo, un publicano; a la Magdalena, que había estado endemoniada; a Pablo, un perseguidor de la Iglesia.

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