La salvación de la tele
Ayer veía la tele, pésima costumbre que voy aparcando bastante. El panorama era desolador, ¿Cómo siempre? Incluso un poquito más.
Juan Adriansens (pintor fracasado convertido en debatista) gritaba con su característico tono amariconado las excelencias de la masturbación (creo que nunca ha hablado de otra cosa). Y una pobre desdichada prostituta, cuyos rasgos parecían denotar algún retraso mental, del que tristemente ella no tiene la culpa, gritaba más desaforada todavía que Adriansens, batiendo su boca desdentada mientras afirmaba a gritos que ella con su cuerpo, hace lo que quiere.
No me sugirió esta escena (para echarse a llorar) ningún interrogante sobre el debate que se trataba, el de la prostitución. Tan solo se me figuró como ejemplo gráfico de la tristeza y bajeza humana de la humillante inmoralidad que supone el alquiler de personas por sus órganos sexuales.
Sin embargo sobre lo que vine a reflexionar, fue en busca de una vía de escape a la degradación televisiva, que en progresión está llegando a lo más alto dentro de nuestros cubículos (cada vez más aplanados).