La pena de muerte y el principio de doble efecto (Actualizado)
Escribo este artículo tratando de complementar lo dicho ya, muy apropiadamente, por Bruno M. en su artículo «¿Es la pena de muerte intrínsecamente mala?». Confieso que no he podido leer los más de 350 comentarios que lleva acumulados su escrito que, como se ve, es más que polémico. Asumo todo lo dicho en ese artículo en cuanto muestra que la Tradición de la Iglesia se pronuncia unánimemente a favor de la admisión de la pena de muerte como acción válida del estado en determinadas circunstancias, algo que haría contraste con lo expresado por el Papa Francisco, que pretendía afirmar con ello un cierto progreso de la doctrina católica. Bruno demuestra claramente que no puede darse un progreso o crecimiento de la doctrina si ello supone negar lo ya establecido por la doctrina que supuestamente crece. Estaríamos ante un cambio de doctrina, algo que el mismo Papa parece rechazar.

En recuerdo del aniversario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, por medio del instrumento elegido por Dios, que fue el pueblo español, comparto este capítulo que cierra la brillante Historia Natural y Moral de las Indias, escrita por el P. José de Acosta, S.I., y publicada en 1590. La lectura providencialista de la historia es la única que podemos hacer los que tenemos fe, y ciertamente que es fácil hacerla cuando se tiene delante la narración de los hechos reales que sucedieron en esta portentosa obra de civilización y evangelización. Nadie mejor que uno de los que dedicaron su vida a la salvación de los indios, movido por el amor a Cristo, para recordarlo.
En mis dos primeros años de ministerio recibí el encargo de ser profesor de religión en el instituto público. De entre las muchas experiencias desagradables que tuve, una que suelo recordar con frecuencia es la furibunda agresión verbal que me propinó un profesor de filosofía ante una atónita y repleta sala de profesores. Este compañero debió considerar que algo de lo que dije en una conversación de la que él no formaba parte era tan intolerable que ameritaba una reprensión pública. Entre gritos y tartamudeos expresó su odio hacia la Iglesia, los sacerdotes en general y hacia mí en particular, haciendo énfasis en lo detestable que consideraba la sotana que vestía. Una de las cosas en las que incidió fue en lo ofensivo que consideraba que personas célibes hablen sobre el matrimonio.
El pasado 14 de septiembre defendí con éxito mi tesina de licenciatura en teología dogmática en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. El trabajo fue dirigido por el
Les prometo que estoy harto de escribir sobre Amoris Laetitia. Para mí la cosa está clarísima y, además, ya está casi todo dicho. Sin embargo, parece que hay cierto interés en seguir insistiendo en una lectura de la controvertida exhortación que contradice claramente la doctrina y la praxis de la Iglesia. Y no se trata de un interés de un grupo particular dentro del panorama eclesial, sino del mismo diario del Vaticano, L’Osservatore Romano. En este diario







