Don Marcelo, digno sucesor de San Ildefonso
Me he referido ya varias veces a D. Marcelo González Martín, Cardenal Arzobispo de Toledo entre 1972 y 1995. Fue un obispo que, a diferencia de lo que suele suceder hoy, no temió dar un paso al frente cuando se atacaban la fe o la moral católicas, especialmente cuando se hacía desde dentro de la Iglesia. Hoy, fiesta de San Ildefonso de Toledo, releía una de sus homilías en la solemnidad del Capellán de la Virgen, que tuvo mucha repercusión en su momento. Corría el año 1978, cuando se iniciaba la descristianización de la sociedad española y la diócesis de Toledo comenzaba a sobresalir por la abundancia de vocaciones sacerdotales y la vida cristiana de sus fieles. Aterrizaba entonces en España un error pestilente, importado de otras partes, que hacía de la virginidad de María, declarada explícitamente en el Evangelio, un recurso literario piadoso que había que desproveer de cualquier sentido histórico. Los que defendían esa herejía eran Xavier Pikaza y, especialmente, José Ramón Scheifler. D. Marcelo no dudó en afrontar el tema abiertamente, realizando una defensa de la Virginidad Perpetua de María, digna de su antecesor en la sede Toledana.

Salvo que, por necesidad psicológica o moral, uno elija cerrarse a la realidad y no ver las cosas como son, se debe reconocer que la Iglesia atraviesa en España una crisis sin precedentes en su historia. A la hora de analizar los factores que han llegado a esta crisis, muchos toman la salida fácil de culpar al Concilio Vaticano II de todos los males que afectan a la Iglesia universal y, por tanto, a la Iglesia española. No niego que es muy tentador presentar una historia en la que en la Iglesia todo iba viento en popa y, de la noche a la mañana, gracias a las maniobras de un grupo de eclesiásticos muy organizado, se consiguió organizar un Concilio ecuménico que pusiera todo patas arriba. Es fácil incluso reconocer que líneas teológicas con grandes deficiencias convergen en muchas de las orientaciones del Concilio, aunque casi todos aceptan que los textos conciliares no contienen afirmaciones heterodoxas.
En mi 







