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30.09.17

Dulce Cristo en la tierra (I)

el que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” Mt 10,40

El día que te conocí

Te conocí en la tremenda atracción que despertó en mi la manera en la que vivió la enfermedad y el sufrimiento san Juan Pablo II y en la gallardía con la que Benedicto XI conservó intacta la fe y moral de la Iglesia por lo que no pude menos que saltar de alegría el día en que, tras el “habemus papam” te nombraron sucesor de Pedro.

Habría querido escribirte para entonces pero se me hizo imposible ya que para esos días mi padre agonizaba; poco después de tu elección murió en su cama rodeado de su familia.

Una vez ido papá, durante el año de duelo, empecé a seguirte como lo hice con papa Benedicto XVI durante todo el perìodo que ejerciò el ministerio petrino; estuve a su lado en las buenas y en las malas, tal como lo hice con papá.

Acompañar diariamente al papa, beber de sus enseñanzas y darlas a conocer, había llegado a ser habitual en mi por lo que, no iba a ser diferente una vez fuiste nombrado en línea con tu antecesor.

Desde aquél día, bendito día, en que dijiste “Quién soy yo para juzgar?”, llena de contrariedad, continué lo que había venido haciendo en redes sociales desde el 2010 como era ofrecer el contexto de tus palabras para, de esa manera, apoyar a mis hermanos en su comprensión dado que los medios de comunicación seculares habían adquirido el hábito de distorsionarlas provocando gran confusión entre nosotros.

Sin embargo, de poco sirvió, como sirvieron de poco las decenas de tweets que por largo tiempo  envié a @pontifex suplicando que, por amor a Cristo y a su Iglesia, construyeras las frases de manera que les evitaras a los enemigos de la Iglesia elaborar con ellas armas para herir la unidad de la Iglesia.

Por esos días, ahora lo recuerdo, estaba en discusiones con una querida amiga de Tucumán que estaba enardecida debido a tu elección. Mucho enfatizaba en que había sido la más nefasta. Que estaba al borde de perder la fe. Le resultaba incomprensible que Dios Altísimo permitiera el que llegaras a la silla de Pedro.

Obviamente, te defendí y le rogué que te diera una oportunidad, diciéndole: - “Dale un año. Es todo lo que pido. Un año para que papa Francisco se habitúe a su papel de pontífice y para que evitemos caer en desesperación”

Ese día perdí a mi amiga.

No quiso darte ni siquiera esa oportunidad. Más tarde supe que se había hundido en la desesperaciòn e impotencia al verse ante un obispo de Roma a quien, aparentemente, conocía mejor que yo durante sus días como obispo de Buenos Aires.

Yo, en cambio, te di la oportunidad ya que tiendo a pensar siempre bien de las personas por lo que, para conocerte dediqué, no uno, sino tres años de mi vida.

Al mencionarte este suceso con mi amiga y, sobre todo al darte a conocer el resultado, espero que por tu gran amor a las almas, percibas algunos asuntos importantes:

- Tu esmerada labor pastoral como obispo de Buenos Aires había rendido dulces frutos pero tambièn amargos y, continua siendo asì… 

-  Existimos multitud de ovejas que, tal como lo pediste aquél día en el balcón, hemos venido orando intensamente por ti y amándote en la medida en que hemos colaborado con la gracia.

De tal forma que, ten la seguridad de que cualquier cosa que diga de ahora en adelante, corresponde a quien en fidelidad y obediencia, con amor entrañable por Cristo y una pasión por su Iglesia a toda prueba, te ha recibido como a su “dulce Cristo en la tierra” debido a que así Nuestro Señor Jesucristo lo ha querido.  

«¡Oh Dios eterno!, recibe el sacrificio de mi vida en beneficio de este Cuerpo Místico de la Santa Iglesia. No tengo otra cosa que dar, sino lo que me has dado a mí»
Santa Catalina de Siena