22.03.24

Diez buenos cuentos llenos de buen humor

                       «Los expertos». Alexandre-Gabriel Decamps (1803-1860).

            

        

          

«No hay nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor».

Charles Dickens

            

          

        

Lo pequeño es hermoso. Esta frase llena de verdad proviene del título de un famoso ensayo cuyo tema transitaba entre filosofía, sociología y economía (e incluso algo de teología), escrito en el año 1973 por el economista alemán, E. F. Schumacher, que se convirtió en un éxito de ventas el año de su publicación, sin que desde entonces haya dejado de venderse.

Pero aquí, no voy a hablarles se ese estimable y muy recomendado libro. Con la frase anterior me estoy refiriendo de nuevo al cuento como género literario, al relato, a la historia corta. Y es que, el tamaño en muchos casos no importa; y uno de estos casos es cuando tratamos de arte. Los buenos cuentos son un compendio de belleza y encanto fabricados con un reducido número de palabras y una gran abundancia de talento. Y en el concreto caso de este post, no solo lo pequeño es hermoso, sino que también es divertido. Y es que vuelvo a ustedes con una lista. Una lista con algo de lo mejorcito –en mi opinión–, pero que, como toda selección, es necesariamente injusta y, justamente por eso, se expone a ser criticada y discutida. Hoy le toca al humor.


LA OBRA DE ARTE. Antón Chéjov.

Se dice que Anton Chéjov realmente no contaba nada en sus cuentos, ya que simplemente se limitaba a mostrar. El escritor Vladimir Korolenko recordaba una conversación que mantuvo al respecto de este tema con él:

«”¿Sabes cómo escribo mis cuentos?” –Me preguntó Chéjov– “Así".
“Miró alrededor de la mesa, cogió lo primero que le llamó la atención, en este caso un cenicero, lo colocó delante de mí y dijo:

“Si quieres, mañana te enseñaré una historia …. titulada “El cenicero”. Y, mientras lo decía, sus ojos brillaban alegremente. En su mente ya estaban germinando vagas ideas, imágenes, aventuras sobre este cenicero, aún no revestidas de forma alguna, pero ya llenas del espíritu del humor…».

Algo de esto tenemos aquí.

León Tolstoi, un escritor normalmente muy parco en elogios, declaró sobre Chéjov:

«Su lenguaje es extraordinario. Desde el momento en que lo empecé a leer, me sentí totalmente cautivado por su lenguaje».

Humor y perfección técnica a pares dan como resultado un sencillo pero magistral relato lleno de comicidad, que arrancará en ustedes una sonrisa.


LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY. James Thurber.

Thurber es probablemente con S. J. Perelman, el literato norteamericano del siglo XX que más y mejor ha tratado con el humor.

En este relato, el más famoso de Thurber, publicado en el New Yorker en el año 1939, el protagonista, Mitty acompañado de su fértil imaginación, es todos nosotros alguna vez; ataviado con los sueños más conmovedoramente humanos, ingenuos e inocentes, Mitty va saltando de unos a otros, a través de todo el relato.

Pero el tono de suave humor con que es elaborada la historia no oculta su crítica velada sobre la moderna vida urbanita, materialista y consumista, así como tampoco su reivindicación de la necesidad para el hombre de evadirse de esa alienante vida hacia algo más elevado; y ello aun cuando ese algo sea ficticio, como es el caso del protagonista del relato.

Todo lo cual no es óbice para que el breve cuento también deje adivinar, sobre todo en sus últimas líneas, el horror que esperaba a los hombres como Mitty apenas unos meses más tarde.


HIJOS NORUEGOS. Miguel Mihura.

Uno de los relatos absurdos y disparatados de Mihura, calificados por el escritor madrileño y algún otro colega, como Antonio de Lara,”Tono”, de humor nuevo. Un nuevo humor que llega a España a principios del siglo XX de la mano del precursor y maestro de toda una generación de humoristas –entre los que está Mihura–, Ramón Gómez de la Serna. En este relato divertidísimo, Mihura hace uso de su forma de hacer humor, partiendo de una realidad absurda que rompe las reglas de la lógica y del sentido común de principio a fin. En este caso, que un matrimonio de Albacete esté en disposición de traer al mundo niños, no es nada extraño, más bien es lo natural; el caso se hace preocupante cuando los niños que conciben y traen al mundo no son albaceteños, ni incluso españoles; son noruegos de pura cepa.


LOS MCWILLIAMS Y EL TIMBRE DE ALARMA. Mark Twain.

El sentido mordaz del humor de Twain se muestra aquí en su máximo esplendor. La lógica es usada por el escritor norteamericano para pervertir su fin de que prevalezca el sentido común. Si usted no ha comprado aún un sistema de alarma de esos que proliferan por ahí en estos tiempos de okupas, pero tiene intención de hacerlo, no lea el relato. Y si ya lo ha comprado, tampoco. Solo a aquellos que puedan vivir al margen de tales tecnologías les conviene reírse con el relato. En serio, no me tomen en serio lo que acabo de decirles, y lean todos ustedes el cuento. No se arrepentirán.


EL RATÓN. “Saki”.

Héctor Hugh Munro, más conocido como “Saki”, es uno de los cuentistas más celebres del idioma inglés. En ocasiones grotesco, siempre irónico y sutil, en esta historia, tan económica en palabras como en argumento, “Saki” parece decirnos, de forma divertida, que no hay beneficio alguno en preocuparse por lo que piensan los demás. Un hombre, una mujer, un ratón, y una desnudez son los elementos con lo que juega el escritor inglés para delicia de todos.


EL CAMARADA BINGO. P. G. Wodehouse.

No podía faltar aquí un relato del genio Wodehouse. Una difícil tarea el elegir un solo cuento entre su prolífica producción. Pero se ha hecho. Y el elegido, tras muchas dudas, ha sido un relato del ciclo Jeeves y Wooster. Aquí, uno de los tantos amigos de Bertie Wooster en dificultades amorosas, Bingo, ve mezclado su romance con las duras directrices de una ideología tan poco romántica –a pesar de los esfuerzos de John Reed– como es el comunismo. Divertidísimo como todo Wodehouse, con esa profusión, casi insultante, de metáforas y comparaciones desternillantes e imaginativas, marca de la casa de este genio del humor.


UN MARIDO SIN VOCACIÓN. Enrique Jardiel Poncela.

Junto con el ya citado Miura, otro de nuestros grandes humoristas del absurdo, pertenecientes ambos a la que se dio por llamar, parafraseando a la conocidísima generación de poetas del 27, la generación de humoristas del 27. En este cómico relato, Jardiel Poncela hace un alarde estilístico y de imaginación al contar su historia por medio de un lipograma (RAE: «Texto en el que, por artificio literario, se omiten deliberadamente una determinada letra o un grupo de letras»). En esta ocasión la letra no utilizada es la “e”, la de más uso en español. Jardiel hizo este ejercicio en cinco cuentos, eliminando en cada uno de ellos una vocal, que fueron apareciendo en el diario La Voz entre 1926 y 1927. Este es quizá el más famosos de todos ellos. Les aseguro que se divertirán.

 

UN ACCIDENTE ABSURDO. Graham Greene.

Un atípico cuento del, según él, mejor de los escritores malos. Greene no escribió muchas historias de humor, pero tras leer esta no puede decirse que fuera ajeno a la tradición humorística británica, de la que este relato es una magnifica muestra. La historia, como mucho en Greene es moral. En este caso el autor nos dice que no importa lo terrible, grotesco o ridículo que nos suceda, todo puede arreglarse si encontramos a la persona adecuada, que la mayor parte de las veces, al final, es aquella cuyo pronombre se ha de escribir con mayúscula. No es este el caso, por cierto.


LA NARIZ. Nicolás Gógol.

Gógol tenía un verdadero don para caricaturizar a los burócratas más mezquinos y codiciosos y transformarlos en personajes literarios grotescamente divertidos. Sin embargo, la razón de ser de sus relatos no era simple divertimento.

La nariz se trata precisamente de lo que parece decirnos su título, de una nariz. El protagonista se despierta un día sin su apéndice nasal y descubre que este se ha emancipado de él, y que disfruta de su nueva independencia caminando por las calles de San Petersburgo.

Por supuesto, nuestro héroe pretende recuperar su nariz porque, como decirlo… un hombre sin nariz simplemente carece de toda dignidad.

Ahora, bien, no es solo la pérdida de tan precioso apéndice lo que angustia e irrita al héroe. Es que ademas, la liberada nariz tiene la desfachatez de vivir de acuerdo a un nivel social y económico mucho más alto que aquel en el que malvive nuestro hombre. ¿A dónde llevará todo esto? Lean el relato, y luego me cuentan.

 

EL COCODRILO. Fiódor Dostojevski.

¿Dostojevski escribiendo un cuento humorístico? Parece extraño, y ciertamente lo es. El argumento es tan simple como grotesco: un pobre hombre es comido vivo por un cocodrilo pero, contra toda lógica, permanece vivo en su interior, y los intentos de los periódicos, plenos de fallas y errores, para informar sobre el acontecimiento, no hacen más que sumirnos en una disparatada y cómica lectura.

Dostojevski en su autobiografía confesó que con este cuento pretendió escribir una historia satírica y fantástica a imitación de La nariz de Gógol, al que admiraba. El objeto de la sátira son los círculos políticos liberales y a sus publicaciones, con los que Dostojevski solía polemizar.

15.03.24

De la realidad perdida, y de la tiranía de su sucedáneo, la mal llamada realidad virtual

                                     «Rápidos». Obra de Hiroshi Yoshida (1876-1950).

           

          

      

         

      

«Deja que la realidad sea realidad».

Lao Tse

 

 

 

Hablemos de la realidad. Una realidad creada que, por supuesto, no puede tratarse aisladamente de la belleza, la bondad y la verdad, porque, como dice Tomás de Aquino, todo lo que existe, aunque en forma derivada, es, y, dado que «el primer bien… es bueno en virtud de su propia existencia; entonces el bien secundario, puesto que se deriva de aquello cuya existencia es en sí misma buena, es en sí mismo bueno».

Aunque aquí entraría, irrumpiendo con estruendo, la pregunta, ¿qué es la realidad?

Para el mundo moderno postcristiano la realidad es una mezcolanza de sin sentidos, que lanza a viva voz las siguientes proclamas, sin que la mayoría seamos conscientes del absurdo al que conducen al existir humano: la idea de que el universo está hecho de números, o que nada realmente existe, o que la conciencia produce la realidad al estilo del gato de Schrödinger, o que estamos viviendo en una simulación por computadora tipo Matrix, o tal vez que el solipsismo es cierto, o quizá que todo es materia y energía.

Frente a esa panoplia de vacuas y desesperanzadoras elucubraciones, mi entendimiento de esta importante y crucial cuestión es el cristiano, próximo al de Aristóteles, el mismo que el de Tomás de Aquino, y más cercano a Platón que a Ockham. Un entendimiento según el cual (a diferencia de Ockham) las esencias de las cosas existen, pero (a diferencia de Platón) no habitan en el mundo de las Ideas, sino en las cosas mismas. Las esencias son pues intrínsecas a las cosas; son los que hacen que las cosas sean lo que son.

Pero, nuestra capacidad para conocer esa realidad (la esencia de las cosas, que va más allá de cada cosa concreta) es precaria y muy imperfecta. Como dice mejor que yo un viejo manual tomista:

«Gracias a la unión substancial del compuesto humano, dotado a la vez, de sentidos y de un entendimiento, conoce el hombre el doble aspecto de las cosas, lo que hay en ellas, de individual y mudable, lo que hay en ellas de universal e inmutable, y en el juicio efectúa la síntesis de esos diversos datos para afirmar que tal objeto concreto realiza en tal momento tal tipo general de ser. Nuestros conocimientos son, pues, inadecuados a la realidad, fragmentarios, progresivos (…), mas no por esto son erróneos. El entendimiento humano ocupa, sin duda, la última categoría entre, los entendimientos (…); mas no por esto deja de ser un verdadero entendimiento, que eleva al hombre a un grado muy superior a la bestia, a la categoría de persona libre, y abre ante su mirada, más o menos penetrante, la inmensidad del ser, tanto de los seres creados, como del Ser por esencia que es Dios».

Así que, más allá de nuestra particular experiencia sensible podemos aprender algo más, algo que está en las cosas, pero que trasciende su individualidad, concreción, y hasta su contingencia. De esta manera, la experiencia de lo real a la que me refiero, que conduce a una participación intuitiva y simpática en las cosas, por con naturalidad con ellas, es más que sólo “estar ahí", es mucho más que simplemente percibir el mundo exterior a través de los sentidos. No puede reducirse a impresiones sensoriales, sino que implica una receptividad al misterio existencial de las cosas (a su esencia, y algo más también), un misterio que se encuentra ahí fuera, pero velado y escondido.

Y para colmo, además de la naturaleza velada de esa realidad, y de nuestra consustancial limitación cognitiva e intelectiva para captarla, nosotros tampoco nos ayudamos mucho, con todas nuestras banales preocupaciones prácticas, ya que miramos al mundo sólo en términos de cómo puede ser manipulado o utilizado, de lo cual resulta una evidente ceguera a la maravilla y al misterio de lo creado.

Por tanto, si ese contacto directo a través de nuestros sentidos con la realidad creada, con nosotros mismos, con los demás hombres y con el resto de la creación, es en sí mismo insuficiente ¿hay otro medio de acercarse a la profundidad de esa realidad? La respuesta es que sí, y la respuesta tiene un nombre: la belleza a través del arte. Pero de la belleza ya les he hablado en laguna ocasión. Hablemos ahora del arte.

El arte ––al que va asociada la habilidad y la técnica, fusión del talento con el trabajo––, como acción humana que persigue alcanzar la belleza, y que los escolásticos definían como «la expresión reflexiva de la belleza, bajo una forma sensible», sujeta a una «recta ratio factibilium», es para los cristianos, como cualquier otro don, un regalo de Dios, algo que por tanto no pertenece al hombre y que, por ello, el hombre está obligado a usar con gratitud y humildad. De esta manera, ser artista conlleva responsabilidades sagradas, ya que la misión de su arte no es celebrar la expresión egoísta de sus propios sentimientos por medios, sean toscos y burdos, sean sofisticados y exquisitos, sino propagar la bondad y la belleza haciendo frente a la fealdad del mal. Incluso si el artista trata con los sufrimientos y las dificultades, sus obras deben transmitir esperanza.

Toda la tradición artística cristiana sigue esta estela y está imbuida del concepto de realismo, un realismo simbólico y sacramental, por el que se hace referencia, tanto a la relación entre el arte y la realidad creada como parte de la revelación divina, cuanto a los sacramentos con los que nuestro Señor nos obsequió, como signos visibles que nos transmiten su gracia invisible.

Este realismo sacramental descansa en la doble idea del signo manifiesto y tangible, representado por la realidad física o material, y de su relación directa con una realidad misteriosa y sobrenatural. Santo Tomás en su Suma Teológica nos dice algo que podríamos sospechar apenas prestásemos algo de atención: que los seres humanos, como criaturas sensoriales, tenemos una propensión natural a los signos y símbolos sensibles como medio para ilustrar las realidades, particularmente las espirituales, abstractas e intangibles, que de otra manera permanecerían más allá de nuestro entendimiento. Estos símbolos funcionan a través de alguna relación reconocida entre el significante y el significado. Pero esta relación no es arbitraria ni contingente; no puede ser construida o reconstruida por el hombre.

Como dijo el poeta Samuel Taylor Coleridge, el mejor símbolo «siempre participa de la realidad que hace inteligible». El agua simboliza la limpieza porque limpia. La rosa simboliza la belleza porque es hermosa. Y es por ello que el artista, en esa búsqueda por expresar la verdad, no debe trastocar el delicado equilibrio de estos significados. Su creación artística debe tener las correspondencias correctas. Debe apuntar a la realidad última de las cosas. Debe responder realmente a la verdad.

Dios, con su creación ––entre la que está la propia realidad humana, hecha a Su imagen y semejanza––, nos dio un modelo y una pauta a seguir. Y así, cada cosa creada ha de ser vista como un símbolo de su propia esencia interior, convirtiéndose de esta manera el mundo en un radiante libro de símbolos para ser leído con ojos sensibles a su luz reveladora.

Dijo san Buenaventura:

«A lo largo de toda la creación, la sabiduría de Dios brilla desde Él y en Él, como en un espejo que contiene la belleza de todas las formas y luces».

Y si ahí está la belleza, en esa realidad creada, el artista debe tratar de acercarse a ella, para imitarla sin presunción ni orgullo, al modo de un simple aprendiz, creando, como dice Tolkien, «según la ley en la que fuimos creados». De esta manera, un artista ha de tratar de mostrar esa verdad, honrándola con su arte y con su estilo.

El problema de hoy es que hemos roto esta relación sagrada entre el símbolo y su significado, apartándolo de lo real, y en último término de lo sagrado, y hemos dejado de crear «según la ley en la que fuimos creados». Dios mismo nos dio un código, reflejado en su propia creación (de la que somos parte), y nosotros nos hemos apartado de él, intentando sustituir su obra por la nuestra, contraviniendo el sentido de armonía y de belleza escrito en nuestros corazones y en la misma naturaleza, y puesto de manifiesto en una milenaria tradición artística. Por ello, este apartamiento de la belleza de lo real puede ser calificado de demoníaco.

Y no solo eso, sino que también, en ese nuevo camino emprendido, ya no se trataría solo de crear un nuevo código simbólico y artístico, o un nuevo concepto de belleza, sino de, haciendo uso de ello, dar paso a una nueva realidad. Una realidad falsa de toda falsedad, pero presentada de forma seductora y poderosa.

Jean Braudrillard, el filósofo existencialista francés, tratando de esta cuestión, hablaba de un estado de «simulación» ––que se correspondería con la actual situación de realidad virtual y total relativismo––, en el que ya la imagen no tiene relación con ninguna realidad en absoluto, y donde las imágenes artificiales son «asesinas de lo real». No en vano, el poeta simbolista Arthur Rimbaud, en una línea profética, había escrito: «ahora es el tiempo de los asesinos».

También John Senior nos relata este camino de perdición estética y ontológica. Así, escribe que la moderna filosofía fenomenológica, «afirma que una imagen es una realidad, es decir que la imaginación podría construir una vida real propia». Pero, como él dice, «por supuesto que no puede. cualquier sensación divorciada de su objeto se marchita». Y termina concluyendo:

«Según la filosofía perenne invocada al principio, el universo comienza con el ser. ahora debo añadir, además, que según esta tradición también, el ser es bueno. “ens et bonum convertuntur". Ser y bueno son términos convertibles. Por lo tanto, el mal es el no ser. El mal es, como dije, la privación del bien. De ello se deduce que en la medida en que uno está cortado según el patrón del ser, está cortado de acuerdo al bien. Existe lo que podríamos llamar una ley de la gravedad de la artificialidad. El universo de la alucinación no puede ser bueno. Es inevitablemente el infierno que el artífice construye. Por eso en el panteón de los ídolos, lo horrible predomina inevitablemente».

La raíz de nuestros males proviene de un absoluto apartamiento de la verdadera realidad, y en la creación de un mundo simulado, de una vida focalizada en la vacuidad de lo simulado, fruto de una voluntad orgullosa que pretende ser omnipotente (y aquí la fuerza demoniaca se instala en el centro de la existencia). Es el deseo de ser dioses que nos ciega y que arrastrará a muchos a la perdición. Senior continúa diciendo que «hay algo destructivo ––destructivo para el ser humano–– en apartarnos de la tierra, de donde venimos, y de las estrellas, los ángeles y Dios mismo, hacia donde vamos».

Todo este sermón no está construido en el vacío. No es mero fruto de la especulación, ni el resultado de mentes amordazadas por el pasado. No. La perversa semilla de maldad que anida en esa novedosa y fascinante seudo realidad está dando ya sus podridos frutos. Pero, aun así, seguimos sin darnos cuenta.

Y es que, aunque cerremos los ojos y sellemos nuestros oídos, la corrupción ya está ahí, dentro de nuestras casas. Y así, el alejamiento de la realidad, y su sustitución por ese sucedáneo que es la realidad virtual, el metaverso y toda esa retahíla de artificios, trae sus consecuencias, no muy buenas, por cierto: las enfermedades cibernéticas, la obesidad, la radiación, los trastornos del sueño y los problemas visuales están al orden del día, y no solo entre nuestros niños y jóvenes. Los problemas más frecuentes en relación al desarrollo cognitivo se refieren a la atención, al aprendizaje, a la cognición general y a la cognición espacial. Y respecto del desarrollo psicosocial, serias preocupaciones se centran en la adicción, la ansiedad, los efectos emocionales, los trastornos de los juegos de Internet y el comportamiento prosocial y social. ¿Qué tipo de hombres estamos criando? ¿Cuál será el resultado de esta imprudente tendencia?

No tengo la respuesta, pero serios y oscuros nubarrones en el horizonte anuncian una gran tormenta. Por ello, para tratar de restañar estas heridas en el alma de los más jóvenes con algo de belleza, para ayudar a volvernos hacia lo real, hacia lo que es bueno y verdadero, es por lo que escribo este blog y he escrito mi libro, para brindarles a ustedes una pequeña ayuda, por modesta y precaria que ella sea.

11.03.24

Diez clásicos, y muy actuales, cuentos de ciencia ficción

                                «El gran día de Su ira». John Martin (1789-1854).

        

  

            

          

    

«Todo se está convirtiendo en ciencia ficción. De los márgenes de una literatura casi invisible ha surgido la realidad de hoy».

J. G. Ballard

 

 

LA MÁQUINA SE DETIENE (1909). E. M. Foster.

¿Nos encontramos ante uno de los relatos más proféticos del siglo XX? Probablemente.

Publicada en 1909 por Foster con la intención, no solo de mostrar su desdén por el avance tecnológico, sino también de lanzar una advertencia sobre la forma en que, en su opinión, este empobrecería nuestras vidas, la historia volvió a atraer la atención de muchos lectores en 2020, cuando la denominada Pandemia cambió la vida de tantas personas tornándola virtual.

Todo se halla aquí: internet, videoconferencias, auto aislamiento, e incluso el miedo a otros seres humanos. Y supervisando y controlando todo, la Máquina, una misteriosa entidad tecnológica adorada como un dios por la totalidad de los habitantes de esta futura Tierra. ¿O quizá no por todos?


ANOCHECER (1941). Isaac Asimov.

Este cuento, escrito cuando Asimov tenía poco más de veinte años, es ampliamente considerado como uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos. De hecho, en 1968 los escritores de ciencia ficción de Estados Unidos lo votaron como el mejor del género escrito antes del establecimiento de los premios Nébula, en 1965.

La historia trata sobre un planeta que no tiene noche, excepto una vez cada 2.049 años, momento en el que tiene lugar un eclipse que oculta a los seis soles que, de ordinario, iluminan el planeta. Los científicos están preocupados por el caos que podría producirse cuando caiga esa inesperada noche. ¿Se producirá un colapso social? ¿Se volverán locos los hombres? ¿O acontecerá lo vaticinado por Ralph Waldo Emerson?:

«Si las estrellas aparecieran una noche cada mil años, ¡cómo creerían y adorarían los hombres y preservarían durante muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios!».

Quizás deban leer el cuento.


EL RUIDO DEL TRUENO (1952). Ray Bradbury.

Otra historia clásica de viajes en el tiempo, esta vez de un retorno al pasado.

La historia se publicó por primera vez en la revista Collier’s en 1952 y comienza en un futuro, alrededor del año 2055. Una empresa estadounidense de safaris para viajes en el tiempo, Time Safari Inc., ofrece a los cazadores desplazarlos hasta un pasado remoto con la promesa de poder dar caza a animales extintos hace millones de años, como los dinosaurios. Un hombre llamado Eckels aparece dispuesto a emprender su safari… con resultados desastrosos.

Una temprana muestra de la teoría del caos y del conocido efecto mariposa (nunca mejor dicho en este cuento) en relación con las posibles paradojas de los viajes en el tiempo.

 

HARRISON BERGERON (1961). Kurt Vonnegut.

Se trata de una actualización futurista (ya no tanto) y en tono satírico y mordaz, de las clásicas advertencias contra el totalitarismo igualitario, algo que nunca viene mal. Sobre todo, porque, aunque hace miles de años que tales peligros fueron denunciados por Platón en su República, siguen sin parecer causar efecto alguno en las almas de los hombres.

El terrorífico y espeluznante espectáculo al que conduce siempre el vano intento de igualar por abajo.

 

UN PLATILLO DE SOLEDAD (1953). Theodore Sturgeon.

Una hermosa metáfora sobre la incomunicación en las relaciones humanas, y uno de los grandes relatos de Sturgeon. La mayor de las oportunidades (una joven recibe un mensaje extraterrestre a través de su contacto con un minúsculo platillo volante) puede convertirse en la mayor de las maldiciones (es repudiada por la sociedad y tildada de espía). Ninguna historia ha descrito mejor que Un platillo de soledad los sentimientos de un apestado social, algo muy de nuestros días de cancelación. Nos hallamos ante uno de los mejores relatos del más brillante hacedor de historias que ha dado la ciencia ficción y uno de los más grandes cuentistas estadounidenses del siglo XX.


LOS QUE SE ALEJAN DE OMELAS (1973). Ursula K. Le Guin.

Un relato distópico inolvidable. Con una concisión demoledora, la autora disecciona nuestra sociedad occidental en apenas diez páginas de mera descripción, sin ninguna trama aparente. La historia está ambientada en la ciudad ficticia de Omelas, en la que reina una increíble prosperidad, pero a un costo terrible. Toda la idílica comunidad pende del sufrimiento de un niño pequeño que es mantenido en condiciones miserables en un recóndito habitáculo.

Cuestiones éticas profundamente inquietantes y muy pertinentes hoy y siempre (el chivo expiatorio en toda su extensión, filosófica, sociológica y teológica) planteadas lacónicamente a través de la hermosa y elocuente prosa de Le Guin.


ARENA (1944). Fredric Brown.

Asistimos a una guerra interplanetaria entre humanos y una raza alienígena, los Intrusos, una extraña forma de vida extraterrestre, esférica y con tentáculos retráctiles. Carson, soldado terrícola, es abducido por una entidad desconocida con el objeto de representar a la humanidad en una suerte de lucha de gladiadores frente a uno de los Intrusos. Tal combate dirimirá el destino de sus respectivos mundos, ya que la especie del perdedor será exterminada.

Un remedo de los tiempos romanos en medio de la inmensidad de las galaxias.


ESCLAVO EN GALERAS (1957). Isaac Asimov.

Uno de los relatos de la famosísima serie Robots (el considerado favorito por el autor entre sus historias de robots protagonizadas por el personaje de Susan Calvin).

En todos los relatos de esta serie, Asimov juega hábilmente con una hipotética interacción humano/robot bajo, las denominadas por él, tres leyes de la robótica, a saber: 1. Ningún robot dañará a un ser humano o permitirá, por inacción, que este sufra daño. 2. Un robot obedecerá las órdenes de un ser humano siempre que estás no contradigan la Primera Ley. 3. Un robot salvaguardará su propia existencia, siempre que tal hecho no entre en conflicto con la primera o segunda de las leyes.

En esta historia, Asimov nos cuenta un entretenido drama judicial en el que entra en juego la primera de las leyes citadas. Lectura, en todo caso, muy actual, pues pone de manifiesto el temor de que la automatización robótica del trabajo académico (o de cualquier otro) pueda destruir la dignidad y humanidad del mismo.


LOS DEFENSORES (1953). Philip K. Dick.

El mundo se halla sumido en una guerra tan devastadora, que los pocos supervivientes se ven obligados a vivir en ciudades subterráneas, mientras que sofisticados robots, inmunes a la radioactividad (los defensores), continúan librando la guerra en la arrasada superficie. Sin embargo, algunos hombres consiguen salir al exterior, descubriendo que el conflicto no es más que una ficción urdida por los robots para mantener su control sobre los seres humanos.

Apocalípticas guerras futuras, robots, y la duda sistemática sobre qué es real y qué no lo es, confluyen en este relato, de irónico título. Una historia tremendamente actual al tratar el asunto de la realidad virtual y la I. A. junto con los peligros y tentaciones de dominación que ambas encierran.


LOS SUPERJUGUETES DURAN TODO EL VERANO (1969). Brian Aldiss.

Un ya célebre relato cautelar sobre esa nueva frontera tecnológica, que a modo de oscuros nubarrones, se perfila ya en el horizonte: la mal denominada inteligencia artificial.

Los eventos tienen lugar en una sociedad distópica, superpoblada y tecnológicamente avanzada, en la cual el autor explora temas como la desigualdad social, el aislamiento y la soledad, así como la relación entre los seres humanos y la inteligencia artificial. Stanley Kubrick seleccionó en su día este relato para su nunca finiquitada segunda película de ciencia ficción, finalmente realizada en el año 2001 por Steven Spielberg, bajo el título, A. I. inteligencia artificial.

2.03.24

Diez cuentos cortos de tema religioso

           «Monjes en el patio de un monasterio». Franz Ludwig Catel (1778 – 1856).

   

  

     

   

«Hay algo en nosotros, como narradores y como oyentes de historias, que exige el acto redentor, que exige que a lo que cae se le ofrezca, al menos, la oportunidad de ser restaurado. El lector de hoy busca esta moción, y con razón, pero lo que ha olvidado es su coste».

Flannery O´Connor

    

    

 

SEMANA SANTA. Emilia Pardo Bazán. Breve relato de la escritora gallega en el que se narra la conversión de un pecador gracias a un sueño en el que se le representan los padecimientos de Jesús en su Pasión. La acción se desarrolla en una tarde de viernes santo. A partir de ahí se nos presenta a un anciano moribundo; a una indigna pareja que ha violado la confianza del enfermo y se nos hace testigos de un sueño inducido por un narcótico, que transporta a uno de los protagonistas hasta la Jerusalem del primer siglo y le hace participar vívidamente en el Vía Crucis de Nuestro Señor.

EL RIZO DEL NAZARENO. Emilia Pardo Bazán. La acción transcurre en el día de Jueves Santo. Un hombre, siguiendo a una atractiva mujer, entra en un templo donde queda encerrado accidentalmente. Duerme cerca de la capilla del Nazareno, y en el sueño, se ve convertido en uno de los sayones que atormentan a Jesús con consecuencias que adivinamos trascendentes para él. Un relato de un retorno a Dios a través de la compasión, que culmina con un efecto final sorpresivo que guarda relación con el título.

EL SEÑOR DOCTORAL. Emilia Pardo Bazán. Una historia sobre un sacerdote pobre e ignorante, pero bondadoso. La humildad, manifestada en la sencillez y bondad del cura, se ve ensalzada al final del cuento en un acto redentor, en el que la caridad y el sacrificio evangélico del sacerdote logra llevar a un moribundo impío a una conversión postrera. Un último episodio, lleno de humor, nos traslada al mismo Cielo.

EL VIERNES DE DOLORES. Luis Coloma. publicado en 1887 en un volumen de Lecturas recreativas, en cuya acción interviene una generosa anciana que resulta ser finalmente, Fernán Caballero, con la que Coloma mantuvo una estrecha y cálida relación. La habilidad narrativa de Coloma luce aquí, y le permite, como en casi toda su obra, destilar una enseñanza moral que pasa casi desapercibida en medio de un rico diálogo, una gran economía en las descripciones, y un agradecido dinamismo en la acción relatada.

EL ESTUDIANTE. Anton Chéjov. Esta es una historia brevísima publicada en 1894. De hecho, es una las historias más cortas del autor, de solo unas pocas páginas. Conforme al estilo del escritor ruso, sucede muy poco en cuanto al desarrollo de la trama, y lo poco que sucede, se desarrolla a lo largo de un viernes santo. El propio Chéjov consideró a El Estudiante el favorito de entre todos sus cuentos. En él nos habla al corazón desde la tristeza y amargura de la semana santa, pero para llevarnos a la esperanza y felicidad de la Pascua.

LA ESPALDA (O LA VUELTA) DE PARKER. Flannery O´Connor. Un nombre que marca un destino: Abdías Elías. Un tatuaje de Cristo en la espalda, que proclama ese destino y su vuelta él. El protagonista oculta sus nombres ya que le parecen ridículos. Abdías significa: «Siervo de Yahweh» y Elías significa «Yahweh es Dios» o «Él es Dios». Sin embargo, hay algo que le impulsa a recuperar el orgullo de esos nombres, aun cuando obtenga a cambio la burla de los demás y el maltrato de su esposa. Alegoría de que Dios nos sigue, nos persigue y nos termina atrapando a poco que nos volvamos hacia Él.

EL JUGLAR DE NUESTRA SEÑORA. Anatole France. Una vieja leyenda medieval sobre los pobres de María. Surgida a mediados del siglo XIII en Francia, era contada por los predicadores populares y fue transcrita por el escritor Anatole France con ese título: Le Jongleur de Notre Dame. Un relato recomendado por el Papa Juan Pablo I, que nos dice de él:

«Quien quisiera narrar el pequeño cuento de Anatole France, hoy, cuando la gente tiene sed de auténtica sencillez, debería subrayar que corresponde a la imagen más verdadera de María, que en su cántico dice: “Dios ha derribado a los poderosos de sus tronos y a los pequeños los ha ensalzado”».

LA LEYENDA DE SAN JULIAN EL HOSPITALARIO. Gustave Flaubert. Ambientada en el siglo XII, la historia comienza con el nacimiento de Julián y con las dos profecías que lo acompañan: Mientras que una proclama que Julián se convertirá un día en un santo, la otra predice un futuro de gran gloria relacionado con una estirpe real. Un matrimonio principesco, un parricidio, una peregrinación penitente y un encuentro providencial con un leproso (que resulta ser la encarnación de Jesús), conducen al protagonista a la santidad profetizada. La historia, explica el autor, recogida en la Leyenda áurea de Santiago de la Vorágine, se encuentra plasmada en las vidrieras de una iglesia que conoce bien (la catedral de Chartres).

Una esperanzadora respuesta a la vieja cuestión de la predeterminación y el libre albedrío, y a la relación entre la fe y las obras.

PECADO CONFESADO. Giovanni Guareschi. Uno de los cuentos del conocidísimo cura, Don Camilo. Guareschi se hizo internacionalmente famoso con las historias de ese Pequeño Mundo por el que deambulan, ya para siempre, el belicoso y apasionado sacerdote, y su antagonista, el alcalde comunista Don Pepone. Sin olvidarnos de Nuestro Señor y de la sencilla pero buena e impecable teología que se trasluce de sus páginas. Por supuesto, en este cuento –como en todos los demás de la serie–, Don Camilo termina ganando o empatando moralmente la mayoría de las disputas (y en las que no, termina corregido caritativamente por Nuestro Señor), dejando clara la posición cristiana y anticomunista del autor.

EL PESCADOR Y SU ALMA. Oscar Wilde. Incluido en el libro de cuentos Una caja de granadas, del que Wilde dijo una vez que no fue planeado ni para los niños británicos ni para el público británico. Como todos los relatos del autor, un poema en prosa por la belleza de su escritura. En él, Wilde, apuntando ya a su conversión final, nos habla del pecado y del sufrimiento redentor, que purifica y trae al hombre de vuelta a Dios.

 

19.02.24

Diez cuentos cortos perfectos (si bien, no todos los que son perfectos)

 
                  «Ría del Burgo». Obra de Manuel Abelenda Zapata (1889-1957).

   

      

      

      

«Una historia corta debe tener un solo estado de ánimo, y cada frase debe construirse hacia él».

Edgar Allan Poe

 

 

William Wilson. Edgar Allan Poe. Como siempre en Poe, suspendan la respiración cuanto puedan. Y no se angustien con esta historia de un hombre acosado por la presencia constante y pertinaz de quien parece ser su doble. Un supuesto doble que es una imagen exacta del yo corrupto y sin escrúpulos del narrador. Al lector le tocará decidir si se trata de un ser real, o si, por el contrario, lo que el autor trata de presentarnos es el escenario onírico de un cuento dentro de un cuento en el que, como parábola o alegoría, se nos habla de una inquietante encarnación de la conciencia personal. Quizá su final aclare algo. Léanlo y decidan.

El collar. Guy de Maupassant. Nos hallamos ante uno de los grandes maestros del cuento. Sagaz conocedor de la condición humana, Maupassant solía colocar a sus personajes en situaciones incómodas, para demorarse luego en describir unas conductas y reacciones del todo inapropiadas. Este es el caso de El collar, una breve historia, donde el orgullo y la codicia se alían para darnos una lección ejemplar, al revelarnos que la riqueza o la posición social son algo innecesario, e incluso dañino, para lograr una vida bien vivida.

El incidente del puente del Búho. Ambrose Bierce. Incluido en su libro Cuentos de soldados y civiles, la historia se enmarca en la Guerra de Secesión norteamericana. El punto de vista del narrador y el tiempo son aquí un juguete en manos de la maestría narrativa de Bierce. El autor prefiere seguirle la corriente a la conciencia del protagonista, que relatarnos la secuencia lineal de lo acontecido. Un comienzo suave y un final explosivo nos dicen algo, pero no mucho. Hay que leer el cuento.

El capote. Nicolás Gógol. Según Fiódor Dostoyevski, «todos surgimos de debajo de “El capote” de Gógol». Un cuento en la nevada ciudad de san Pedro sobre un desdichado escribiente al que roban su capote nuevo, rodeado del asfixiante ambiente de una burocracia deshumanizada. La búsqueda de la notoriedad y la justicia se hermanan, bajo un áurea sobrenatural, en un relato magistral e imperecedero. Según Vladímir Nabókov, se trata de la única obra «sin grietas» de la historia de la Literatura Universal.

La dama del perrito. Antón Chéjov. La infelicidad e insatisfacción de los protagonistas revela, quedamente, la suave perversión del adulterio, y la trampa subyugante de un sexo desprovisto de su propósito. Chéjov, como siempre, desbroza delicadamente las pequeñas piezas deterioradas de nuestro imperfecto corazón, y con los golpes de su martillo literario, nos recuerda lo verdaderamente importante, alejándonos de lo trivial. Máximo Gorki dijo de Chéjov que «era capaz de revelar el humor trágico presente en el tenue mar de la banalidad», y creo que estaba en lo cierto.

Araby. James Joyce. La brevedad de un relato y la efímera sensibilidad del primer amor, se aúnan en una historia sobre la adolescencia, esa etapa juvenil, tan perdida como añorada hoy. Independientemente de nuestro sexo, todos fuimos el pobre narrador (probablemente, una evocación del propio Joyce), y tras leer el cuento, todos nos reconoceremos en él. Joyce era un maestro de la evocación y la recreación de atmósferas, y este cuento es un buen ejemplo. Según nos dice Ezra Pound, esta pequeña obrita «es mucho mejor que una «historia», es escritura viva».

Estricnina en la sopa. P. G. Wodehouse. Son muchos los relatos de «Plum» que nos provocarían carcajadas. Esa abundancia es una de las virtudes que le agradecemos, pero, que aun tiempo, dificulta nuestra elección en casos como este. Todo sea por una buena causa. En esta ocasión, se trata de una incursión, atípica del genio inglés, en el mundo del crimen. Una historia animadísima, suave parodia de los misterios detectivescos de la Edad de Oro, y cuyos protagonistas son, el sobrino de Mulliner, Cyril, y su enamorada, la señorita Amelia Bassett. Un relato que viene recomendado por el mismísimo Evelyn Waugh. Cuiden de su diafragma.

El regalo de los Reyes Magos. O. Henry. El cuento más famoso de un gran cuentista. Según Harold Bloom, «mantiene vigente su palpable sentimentalidad». Los dos protagonistas están basados en O. Henry y su esposa y, quizá por eso, son presentados y tratados con delicadeza y compasión. El amor, según observaba Samuel Johnson, es la sabiduría de los tontos y la tontería de los sabios, y posiblemente este cuento sea una magnífica recreación de esa máxima. Una historia que ilustra el poder de la generosidad desinteresada.

De lo que aconteció a un deàn de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo. Don Juan Manuel. El cuento al que vuelven todos. Como todos los exemplos del libro de El Conde Lucanor, el relato culmina en una moraleja cautelar que nos advierte de que, «A quien mucho ayudares/Y no te lo agradeciere,/Menos ayuda tendrás de él/Cuando a gran honra subiere». Léanlo para averiguar por qué. Borges, fascinado por el cuento, intentó suprimir la enseñanza moral con una reelaboración de la historia, titulada, El brujo postergado, a mi modesto juicio, infructuosamente.

El caballero de París. John Dickson Carr. Un rompecabezas histórico con un testamento, un detective de origen francés, y una desconocida heredera. «El mejor cuento del mundo», según lo calificó el padre Castellani, quizás llevado de un entusiasmo nada religioso. Aun así, una historia corta de un maestro de la detección, del misterio y de los problemas imposibles, muy recomendable. Un relato que es tan perfecto como un copo de nieve, e intrincado como el nudo del zapato de un niño de 7 años.