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30.04.19

La magia y los libros para chicos (II)

Manuscrito Egerton MS 943, Divina Comedia. El Infierno, Canto XX, Dante, Virgilio y los adivinos (mediados del siglo XIV). 

 

“Ve a las tristes que dejaron la aguja / la lanzadera y el huso, y se hicieron adivinas; / hicieron hechizos con hierbas y figuras".

Dante. Divina Comedia. Canto XX. 121-123

 

“Los Elfos y Gandalf utilizan su magia moderadamente (…) nunca engañan (…) porque la diferencia es para ellos tan clara como lo es para nosotros la diferencia entre la ficción, la pintura o la escultura y la «vida»”.

J. R. R. Tolkien. Cartas

 

“El hecho de que un mago no utilice la magia negra no quiere decir que no pueda emplearla”.

J. K. Rowling. Harry Potter y la Cámara Secreta

 

 

Cuando un escritor de libros infantiles y juveniles se enfrenta con la magia tiene de entrada, simplificando mucho, dos opciones: 1ª) presentarla como un don de algunos elegidos, concedido graciosamente por una divinidad que es quien ostenta ese poder sobrenatural, o 2ª) mostrarla como una técnica, un saber oculto,­ en el que cualquiera puede ser iniciado. En el primer caso, el elegido nada puede hacer por sí solo; es únicamente un instrumento de la divinidad, que es en quien reside el poder. En el otro, el hombre es dueño de la magia, es por sí mismo poseedor de un secreto poder sobre la naturaleza y sus leyes que lo hace cuasidivino (aunque realmente el calificativo sea demoníaco).

Un segundo nivel que hay que abordar es el lugar que la magia ocupe en el relato. Pueden darse, con igual simplificación, dos casos: 1º) el mago es un personaje marginal de la trama y/o la propia magia es algo testimonial e irrelevante en la historia, o 2º) el mago y su magia son protagonistas y parte fundamental del argumento y desenlace de la historia.

Un tercer escalón que debería afrontar nuestro literato sería la valoración que se hace de la magia en la historia. Pueden darse igualmente dos casos: 1º) o se la califica como algo oscuro y peligroso de lo que alejarse, 2º) o se presenta como algo positivo y de nulo riesgo. 

Un último escalón sería la cuestión de a quién es atribuido en el relato ese saber oculto y mágico, ya sea a personajes no humanos o a hombres. 

Las cuatro primeras opciones parecerían corresponder a la postura prudente propia de un escritor cristiano fiel a sus convicciones y a su fe, aunque se trate de una postura delicada, compleja y no exenta de cierto riesgo. Las segundas opciones no serían acordes con esta fe.

Y dicho esto, seguro que les han venido a la mente al menos tres muy conocidas historias para niños y jóvenes en las que encontramos elementos de magia: Las crónicas de NarniaEl Señor de los Anillos y Harry Potter

La pregunta que surge inmediatamente podría ser: ¿por qué en los círculos cristianos se aceptan sin problemas las historias de Lewis y Tolkien y hay reparos para las de Harry Potter

En primer lugar, tanto en la serie de Narnia como en la del Anillola magia es tratada como un elemento ocasional y marginal y, generalmente, no humano. 

Así, hablando de su opus magnum, El Señor de los Anillos, Tolkien confesó en una de su cartas: “No he empleado la «magia» coherentemente”. De hecho, Gandalf (quien es un Istari, es decir, un ser angélico enviado por la divinidad para, mediante consejos e instrucción, despertar los corazones y las mentes de aquellos amenazados por Sauron a una resistencia con sus propias fuerzas) rara vez hace uso de poderes sobrenaturales y se menciona que los elfos puede hacer cosas extraordinarias, pero que no son propiamente magia (Tolkien dijo al respecto que lo que los elfos hacen “es Arte, despojado de muchas de sus limitaciones humanas” porque “su objetivo es el Arte, no el Poder; la subcreación, no el dominio y la reforma tiránica de la Creación”), y aunque los seres humanos poseen en ocasiones armas u objetos mágicos, siempre son hechas por los no-humanos (dice Tolkien: “la utilización de la «magia» en esta historia muestra que no se tiene acceso a ella por conocimiento folklórico o hechizos, sino que es un poder inherente no poseído o accesible a los hombres en cuanto tales.”). Por último, el uso de la magia con frecuencia conduce al mal (véase el caso del Anillo). 

Por su parte, en Las crónicas de Narnia, es verdad que la bruja Blanca hace magia y que Coriakin, en La travesía del viajero del alba, tiene un enorme libro de hechizos. Pero también lo es que se trata de aspectos puntuales en una obra de mucha extensión y que los únicos seres humanos que usan la magia son Lucy y el tío Andrew, y la primera es amonestada por Alsan por su uso y el segundo ––que sólo es un torpe aprendiz–– trae el mal a Narnia usando anillos mágicos. 

Por lo tanto, de ambas obras se desprende una doble lección: los hombres no deben usar la magia para lograr sus objetivos y su uso trae consigo malas consecuencias.

En contraste con las dos obras anteriores, en la serie de Harry Potter, la magia es la esencia de las historias, el paisaje y la sustancia en la cual se mueven y desenvuelven los protagonistas, que o son magos o estudian para serlo. Aquí lo mágico lo tiñe todo y es usado por seres humanos.

En segundo lugar, en las obras de Lewis y Tolkien la magia es un don concedido por la divinidad a algunos elegidos, a diferencia de la saga Potter donde aquella, si bien se basa en unos atributos aparentemente transmitidos por herencia ––aunque sin un origen claro––, se presenta también como una técnica que se puede aprender y cuyo dominio depende de la voluntad del hombre. Su aprendizaje en una academia llamada Hogwarts es el hilo conductor de todas las tramas. 

Pero la diferencia más poderosa­ es que en Narnia y en La Tierra Media se nos presenta un mundo distante y distinto al nuestro, claramente fantástico e irreal, lo que no ocurre en Harry Potter, donde las historias tratan sobre niños de la misma edad que los niños lectores, que viven en su mismo mundo real, en su misma época y en un país real, Gran Bretaña. Esto último podría causar en algunos chicos dificultades para separar la fantasía de la realidad. Por ende, el riesgo de que sucumban al poder de sugestión ínsito en tales obras y en toda la parafernalia que les rodea debe ser tomado en consideración, porque ciertos chicos pueden sentir que, al igual que los protagonistas, también ellos podrían acceder a ese poder (que deja de ser tan fantástico y adquiere tonos más realistas) o aprovecharse de él. 

En suma, creo que a diferencia de los relatos de Tolkien y Lewis, en las historias de Rowling hay, a un tiempo, una clara banalización y una intensa popularización de la magia, que de ser tradicionalmente considerada como una actividad oculta y marginal, pasa a ser materia de consumo de masas, atractiva y aparentemente accesible, provocando una curiosidad y apetencia que, para algunos chicos, podría derivar en un interés malsano en lo oculto. 

Por tanto, elijan bien, teniendo en cuenta el contenido del libro y la edad, madurez y formación de sus hijos, y aún después de elegir, vigilen con atención las lecturas y acompañen a sus hijos en ellas con la información y explicaciones que consideren necesarias sobre el asunto (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2115-2117).