Ustedes están para atraer a la gente, no para poner pegas
A mis hermanos sacerdotes estoy seguro de que les ha pasado más de una vez. Estás en el despacho y aparece alguien desconocido o muy poco habitual en la parroquia que te plantea alguna necesidad muy concreta: bautizo, comunión, boda, celebración familiar.
Si es bautizo, exactamente tal día y a tal hora para que coincidan los primos de Burgos, los suegros de Alicante y unos cuñados argentinos que casualmente pasarán por Madrid tres días. Por supuesto los padres no pueden venir a reuniones.
Los problemas de la comunión suelen venir de la mano de los centímetros del niño, sobre todo de la niña que va a parecer una novia, de los dos hermanitos que se llevan un año y nos hace ilusión que hagan la comunión juntos (de paso nos ahorramos una pasta), y de falta de tiempo para la catequesis, así que hemos pensado que mejor se prepare en un año aunque tenga que venir dos días o sino ya le prepara usted personalmente.

Cuando Javier traspasó la puerta de acceso a aquella iglesia para asistir a la celebración de un funeral por el eterno descanso de un amigo, de entrada ya se temió lo peor. Los bancos sin reclinatorio y un altar principal perfectamente móvil no podían barruntar cosa buena. Así que se preparó para intentar vivir la celebración lo más serenamente posible.
Algunos amigos de internet me preguntan de vez en cuando por la capilla de adoración perpetua. Los hay incluso, habida cuenta de que llevo semanas sin escribir del asunto, que hasta se malician que se haya cerrado. Pues no. Más bien todo lo contrario.
No salgo de mi asombro. Porque estoy descubriendo ahora una seria de maldades de Benedicto XVI en las que sinceramente jamás se me hubiera ocurrido reparar.





