La pastoral del bledo
Hace años, pastoralmente hablando, se puso de moda algo que aún colea: la famosa “opción por los pobres”. Ya saben: homilías monotemáticas sobre ayudar al pobre donde jamás cabía nada que fuera gracia, redención o conversión; una catequesis centrada en qué bonito es compartir, y unas celebraciones litúrgicas con veinte símbolos, cadenas rotas, zapatillas para el caminar, manos que se estrechan y un mapamundi. Pasó aunque aún quedan pequeños rescoldos.
Más me preocupa un tipo de pastoral, bastante extendida, a la que me permito denominar “pastoral del bledo” y que básicamente consiste en eso de qué más da, yo lo veo así, no es para tanto y que si tú crees que eso a Dios le importa mucho. La verdad es que si uno tiene teléfono color celeste para comunicarse directamente con Dios la cosa se entiende, pero me da que no es el caso.

Al despacho parroquial acude gente de lo más variado a pedir cosas no siempre sencillas de resolver. Tanto, que en ocasiones me quedo con ganas de hacer una lista de “imposibles”. Por ejemplo:
No hay que ser especialmente espabilado para sacar en conclusión de la liturgia de la Palabra de hoy que Dios no es un Dios que se ciña a un pueblo, una lengua, raza o idioma. Dios es para todos. Cristo es para todos, la Iglesia es católica, universal, a nadie se le puede negar la gracia de la salvación en razón de su peculiaridad personal.
No es la primera vez que me lo plantean. Llegan los papás a pedir el bautizo de su retoño y te sueltan que quieren que el niño tenga dos madrinas. Mi respuesta es que no puede ser, y que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. No es fácil hacerles comprender que hay una cosa en la iglesia que se llama el derecho canónico que regula todas estas cosas para que se hagan con seriedad y no queden al capricho de cada cual. Inútil agarrarte al canon 873: “Téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una”.
Salíamos de misa una tarde y una Rafaela cualquiera me dice: qué cosa más rara lo del salmo de hoy. ¿Rara? Sí, la respuesta, eso de que “El Señor es mi lote y mineral". Evidentemente la respuesta era otra cosa: “El Señor es mi lote y mi heredad".