A Rafaela no le gusta Kasper
Llevaba tiempo sin echar una buena parrafada con Rafaela. La llamé anoche porque un amable comentarista me pidió la opinión de esta buena mujer sobre ir a misa y rezar por el papa. Su respuesta solo podía ser una: ir a misa y rezar por el papa, aunque matizando: rezar por el papa y su ministerio, no por sus intenciones que no me fío.
Me ha preguntado por el Sínodo y que si yo sabía algún entresijo del asunto. Pues sí, Rafaela, pero no me hagas hablar. Solo decirte que la cosa está enredada. Lo último es un cardenal alemán, Kasper, que dice que si gente conspirando contra el papa y que hay católicos a los que no les gusta el papa Francisco.
¿Ha dicho eso? Pues sí, eso mismo he leído.
Vale, pues a mí no me gusta el tal Kasper ¿pasa algo? Mujer, qué quieres que te diga, supongo que no.

La falta de transparencia es total, por eso no hay que extrañarse de dimes, diretes, hablillas y rumores. No era tan complicado dar a conocer las intervenciones en el plenario, así como la composición de los círculos menores. Luz y taquígrafos. Nada. No se sabe nada. Bueno, se sabe que, si parece que dicen, me han contado, yo tengo una fuente de toda solvencia… ¿Así se piensa alguien que es la forma de cortar la rumorología? Así justamente se fomenta.
Tengo una feligresa, una Rafaela cualquiera, que cada vez que escucha la última parte de la parábola del hijo pródigo se la llevan los demonios. Porque a ver, dice ella, ¿tan malo era el hijo mayor? Toda la vida fiel, trabajando por la casa común, obedeciendo al padre, y sin un solo detalle por parte de este, ni siquiera un ternero por una vez en la vida. Nada de nada. Pero cuando llega el hermano menor, después de haber dilapidado la herencia, todo son fiestas, alegrías y dispendios. Encima, para la historia y la exégesis, qué malo el hermano mayor. Y dentro de lo malo, al menos el menor, después de unos años de pecado y alejamiento, regresó arrepentido a la casa paterna. Menos mal.
A mí es que ya lo que digan me trae sin cuidado. Me limito a leer los firmantes y a soltar una “ostentórea” carcajada. Porque hay gente que cada día se supera a sí misma en cuanto a memez y capacidad para hacer el ridículo. Y lo malo del ridículo es que una vez que has caído en él, te persigue como maldición toda tu vida.
Ya desde la primera parte del Sínodo sobre la familia el papa Francisco ha venido invitando repetidamente a los padres sinodales a que hablen con claridad, digan todo lo que tengan que decir y vivan este acontecimiento con total libertad. Nada que callar, nada que ocultar.