A mí que me expliquen cómo
Creo que servidor sería capaz de suscribir las grandilocuentes frases de prácticamente todo el mundo. No seré yo quien tenga nada que objetar a eso de “volver al evangelio”, “acoger a inmigrantes y refugiados”, “ser solidario con el débil” e incluso “discernir los signos de los tiempos”. Estoy completamente de acuerdo con todas esas frases.
Tampoco tengo problema ninguno en aceptar que es necesario “un amor desbordante y sin fronteras”, ni en manifestar mi apoyo a esa idea según la cual “es necesario trabajar conjuntamente por la convivencia y construir entre todos una sociedad más justa y abierta a la acogida del refugiado y el diferente, en pro de la paz, a nivel local e internacional”.

Y de los gordos. Doscientas religiosas, muchas de ellas con títulos universitarios, y que en lugar de ejercer su profesión anterior para bien de la humanidad y de los pobres, que sería lo lógico, se dedican a la contemplación y alabanza del misterio de Cristo y a dar testimonio del gozo de abandonarse en las manos de Dios.
Me cuenta Rafaela que han reformado el altar de la iglesia de su pueblo. Bueno, en realidad parece que ha sido el presbiterio donde pretenden colocar un pequeño retablo. No es mucho dinero, cosa de cuatro o cinco mil euros, pero como le he dicho, entre todos lo sacarán adelante sin demasiados problemas.
Señor obispo:
Si es que la cosa es de cajón de madera de pino, y lo entienden los niños estupendamente.
        




