Un ruego a obispos y vicarios episcopales
Desde ayer muchos estamos viviendo esta cumbre romana sobre el tema de los abusos con gran interés y una enorme expectación. Simplemente quería tocar, en este asunto, un aspecto que, como sacerdote, me preocupa y podría ser una de las claves en este asunto. Una clave, no la clave ni la única, ni la peor, mejor o regular. Simplemente un aspecto más. Me refiero a la soledad que viven muchos sacerdotes en su relación con el obispo o sus superiores.
Una de las preocupaciones más urgentes de los obispos y de sus vicarios es la provisión de parroquias. Algunas son deseadas y ambicionadas. Otras regulín regulán y otras para las que es difícil encontrar un sacerdote que las acepte y por múltiples razones. Quizá porque se trata de una parroquia de ciudad especialmente problemática o con antecedentes nada recomendables, o un puñadito de aldeas rurales lejos de la capital y perdidas en medio de la nada.

Qué quieren que les diga, pues que todo depende…
Siempre decía a mis compañeros curas de la parroquia que uno, ante cualquier cuestión que se pudiera plantear, debía pensar criterios y no salir del paso con ocurrencias puntuales. Por ejemplo, el típico caso de los hermanitos que se llevan apenas un año y los padres quieren que hagan la primera comunión juntos. ¿Qué hacemos en esos casos? ¿Lo prohibimos, lo permitimos en qué condiciones, con que criterios? Y a partir de ahí todos iguales. Eso se llama tener un criterio para un asunto, criterio que se explica y se aplica a todos los casos iguales. Lo que nos deja desarmados y a los pies de los caballos es dar una solución a cada persona, a cada familia, porque eso puede sonar a pura arbitrariedad y favoritismo. Y no es bueno.
Hace unas semanas, preparando los ejercicios espirituales que dirigí a un grupo de sacerdotes de la diócesis de Lugo, pregunté al delegado de clero, D. Miguel Asorey, si estaba interesado en que planteara alguna cosa especial, algún tema que pudiera parecer interesante o necesario para los sacerdotes que pudieran acudir. D. Miguel solo me pidió una cosa: aquí, me dijo, prácticamente todos somos párrocos de pueblos y aldeas y a veces nos cansamos. Necesitamos que nos animes…
Estamos llegando a un momento en que eso de desayunarnos cada día con una sorpresa se nos queda corto. Qué digo desayunar. Esto parece la medicación del crónico: sorpresa con desayuno, comida y cena, susto con el aperitivo y pasmo en la merienda. Lo de nuestra santa madre Iglesia es un sin vivir.





