Quiero ser abadesa del Real Monasterio de las Huelgas
Cosas de uno que jamás había contado, pero sí, ya ven, me encantaría ser abadesa del Monasterio de las Huelgas de Burgos.
Quede claro, para empezar, que servidor se siente feliz con su condición de varón y que para nada la cambiaría. No van por ahí los tiros. Feliz con ella y con todas las consecuencias. Y con eso y todo, me encantaría ser abadesa de las Huelgas.
Oiga, D. Jorge, pero es que usted es varón… Sí, claro. ¿Y? Pues que un varón no puede ser monja contemplativa.
Pues no estoy de acuerdo.

En nuestros pequeños pueblos serranos la fe se ha mantenido, más que con reuniones y grupos, que también hubo algo, por ejemplo hermandades y cofradías, a base de ir marcando la vida con las cosas de la fe. Los domingos, por supuesto. Además, santos y fiestas litúrgicas.
Mal negocio. Mal negocio en el que se cae con demasiada frecuencia. Lo podemos contemplar sobre todo en la liturgia. Cuántas misas disparatadas, cuantas morcillas en cualquier momento, qué celebraciones tan improvisadas y supuestamente tan maravillosas, campechanotas y chachi guay. Es que, sabes, a le gente no le gustan esas misas tan serias, lo que a la gente le gusta son misas más cercanas, más participadas, más alegres… Ya. Tan participadas que dice el celebrante “El Señor esté con vosotros” y no responde nadie.
Lo cortesano nos puede. Es verdad que en la teoría todos somos libres, que a nadie nos importa el qué dirán y que aquí todo quisqui se manifiesta con entera libertad. En la Iglesia, sí. En nuestra Iglesia de hoy. Pero es la teoría.
Para nada, aunque haya gente convencida de ello. Los documentos de la Iglesia, las orientaciones litúrgicas o catequéticas, resulta que ni muerden, ni agreden y además no guardan veneno oculto. Yo creo que si no se leen es por otra causa, quizá por esa autosuficiencia de pensar que todo lo sabemos nosotros, que en Roma son unos ignorantes y que yo me basto y me sobro para saber lo que tenemos que hacer.