Sesenta años haciendo el memo
Cada mañana suelo echar un vistazo a diferentes medios de información religiosa consciente de que eso supone desayunarme con dos sapos, tres indigestiones y cuatro soponcios. Uno es de espíritu penitente, y más en cuaresma, y, además, por mi costumbre de escribir en los medios, me siento en la obligación de hacerlo, sabiendo que antes he de tomar un par de cápsulas de Tradicionalina.

Nos colocamos rápido en la altura de quienes todo lo saben y se relacionan con los que consideran inferiores con una suficiencia que se mueve entre la conmiseración y el desprecio. Los curas tenemos una gran tendencia.
Siendo el aborto el drama que es, y habida cuenta de que el final de la vida tiene sus peligros con esa ley de eutanasia, nos toca rezar y mucho por el respeto a la vida y su cuidado desde la concepción hasta la muerte natural cuando Dios quiera.
Como ya les dije en su momento, fueron tales las respuestas recibidas, en calidad y cantidad, que me sentí en la obligación de hacerlas llegar a las respectivas secretarias del sídodo, tanto a la general, en Roma, como a la de Madrid.
Me lo estoy pasando en grande con las charlas sobre liturgia de los jueves, sobre todo por la cara de asombro que ponen algunos de los participantes.





