Tampoco creo yo que esté pidiendo cosas raras
O sí. Vaya usted a saber.
Pido algo tan simple, creo yo, como saber en esta Iglesia cuál es nuestra fe, cuáles las normas en liturgia y cuál es la moral de la Iglesia.
Pido algo tan necesario, me parece, como saber qué es fundamental y obligatorio, qué cosas sean simples orientaciones y sugerencias, y cuáles están prohibidas.
Pido que se exija el cumplimiento de lo obligatorio, que no se exija lo que son orientaciones y sugerencias, y se vele para que lo prohibido no se ejecute.
Pido que haya claridad y autoridad, que se imponga lo prescrito y se combata cualquier cosa que entre en la categoría de prohibido.
Lo curioso es que esto se entiende y se exige en otrios campos sin problema ninguno.

Es mi impresión. Vamos por la vida de puntillas, midiendo gestos y palabras, hablando de cuatro generalidades para no molestar, evitando cada vez más cuestiones por molestas, incomprendidas o porque nosotros mismos cada vez tenemos las cosas menos claras. Mejor dicho, vamos de puntillas en algunas cosas y como locazas desbocadas en otras. Me explico.
En la Iglesia tenemos, se supone, normas. En la práctica, meramente orientativas y sujetas a que cada uno haga con ellas lo que quiera.
Esta mañana, a la hora del desayuno, me he fijado en el cestillo de las medicinas que ocupa un lugar estable en la cocina de la casa parroquial. He vuelto la vista atrás, mucho más atrás, y pensaba que un servidor, hace años, no sabía qué era eso. Lo más que había en casa era una caja de aspirinas para el caso de algún dolorcillo de cabeza o un catarro imprevisto, alcohol, agua oxigenada, tiritas y mercromina y ya.