De cuando el morito llegó a pedir el aguinaldo a la señora Rafaela
La señora Rafaela se levantó una vez más a abrir la puerta. Tarde de Nochebuena y los chicos ya se sabe cómo son.
En Madrid ya no se estila, y en los pueblos incluso se va perdiendo. Ella recuerda aún cuando en sus años mozos salían chicos y chicas con guitarras y bandurrias a pedir el aguinaldo. Y cómo en cada casa si no había dinero –que era las más de las veces- al menos ofrecían un trago de vino y unos dulces.
Las cosas no son como antes. Ni los chicos cantan, ni se escucha el sonido de la guitarra. Apenas una pandereta, más que sonada, golpeada con saña. Pero es Nochebuena, y en esta noche cualquier cosa te lleva a recordar.
Desde que cayó la tarde ya han pasado por su casa cuatro o cinco cuadrillas. Tres o cuatro niños que repiten el tradicional “Felices Pascuas” y reciben como premio unas monedas y algunas peladillas. Niños del pueblo, conocidos, acompañados a veces por algún amiguito de esos de fin de semana.

Ante todo perdonad este desahogo personal. Esto es el blog de un cura y lo mismo hablo de la misa, que de los niños, que de cosas de la iglesia y del mundo, que cuento cómo me siento en algunos momentos.
Los móviles nuevos son como un ordenador de bolsillo. Una de las cosas más interesantes que nos ofrecen es la posibilidad de instalar en ellos aplicaciones que pretenden facilitarnos las cosas.
La segunda en pocos días y ambas cerca la una de la otra. Pues que han decidido suprimir por las buenas la misa del gallo. Así que el día 24 de diciembre, una misa vespertina y se acabó, y a cenar todo el mundo con los suyos.
Ya sé que esto es ponerse la venda antes de la herida, y también que no vale arrepentirse de antemano por el pecado que se va a cometer. A pesar de todo eso, confieso que en unas horas voy a incurrir en algunas irregularidades litúrgicas.