El respetable
Los toreros, y en general lo que se llama la gente del toro, tienen la muy buena costumbre de referirse a la gente que asiste al espectáculo como público con el adjetivo de “respetable”, hasta el punto de que en muchas ocasiones “respetable” se convierte en substantivo de forma que la gente que está en los tendidos es directamente, el respetable.
No está nada mal estar convencidos de que la gente que acude a la corrida de toros es digna de respeto y que con ella no se juega. Podrán salir las cosas mejor o peor, pero faltar al respeto jamás. Que se le ocurra a un torero hacer el paseíllo de forma incorrecta, permitirse la más mínima licencia frente al reglamento o no digamos un gesto de desprecio al público. Le puede caer una que le cueste no volver a parecer por esa plaza en los días de su vida.

Dentro de los católicos, como en cualquier colectivo, hay de todo, como debe ser. Un católico malo, un sacerdote malo, un religioso malo, es un peligro. Un católico bobo, un religioso bobo, un sacerdote cantamañanas acaban, si Dios no lo remedia, en un tsunami de proporciones inimaginables.
El evangelio de ayer domingo es uno de esos textos que se prestan a la casuística. ¿Aún lo recuerdan? Si hombre: “Sabéis que está mandado: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, al que te pide prestado, no lo rehúyas”.
Para empezar, vamos a ponernos de acuerdo en que es la Iglesia quien ha recibido del Señor el encargo de anunciar el evangelio y de administrar los dones de la salvación. Vamos a confesar que es la Iglesia quien tiene potestad para determinar cómo celebrar los sacramentos en modo y tiempo. Es la Iglesia quien regula cómo celebrar correctamente la Eucaristía, los posibles ritos, tiempo y lugar y demás circunstancias.
En estos últimos días, desde que saltó a toda la prensa la palabra “Valdeluz”, son ya unas cuantas las personas que me preguntan por el asunto, muy posiblemente con la vana pretensión de obtener de mí alguna revelación secreta o al menos palabras de reproche contra lo que ha sido mi vida durante años. Insisto: vana pretensión.