Una nota aclaratoria que aclara más bien poco
No nos engañemos. La noticia estrella de ayer mismo en medio de información religiosa e incluso en medios generalistas era la supuesta llamada del papa Francisco a una mujer casada civilmente con un divorciado en la que expresamente le autorizaba a recibir la comunión eucarística.
El revuelo, de órdago a la grande en todos los sentidos. Por una parte, unos cuantos aplaudiendo porque al fin se cambiaba la praxis secular de no admitir a la comunión a las personas que conviven maritalmente sin sacramento del matrimonio por medio, y por la otra a muchísima gente que se lleva haciendo cruces desde ayer y preguntándose si es posible que así, por las buenas, el papa pueda decir eso de que nada, que comulgue que no pasa nada, y si acaso tiene problemas que se vaya a otra parroquia.

Es la impresión que tengo. Después de trece meses de pontificado de Francisco mucha gente está empezando a sentirse decepcionada.
Te quedas, como vulgarmente se dice, a cuadros. Llevaba yo creo que años y años sin ver a Piedad. Bonito encuentro de amigos, del cura con una antigua feligresa. Creo que los dos hemos cambiado. Ella cada vez más progre y liberal. Servidor, por lo visto, convertido en un radical de cuidado. Cosas de la vida.
Quisimos hacer una fe desnuda, tan desnuda, que mucha gente se quedó huérfana. Decidimos que “su” fe, apoyada en imágenes, devociones, tradición, sentimiento e incluso mucho sentimentalismo, traducida en ofrendas, promesas, penitencia era una fe que nosotros, con la boca llena del “hay que respetar” decidimos unilateralmente calificar de “falsa”, “mágica”, “preconcliliar” y “alejada de la realidad”.
Me sucede año tras año. En cuanto empiezo a preparar las últimas cosas del jueves santo normalmente en la tarde del miércoles, se me pone un nudo en la boca del estómago que me dura hasta la mañana del viernes. Cosas mías, qué les voy a decir.